Vaca, lombriz, escarabajo de la patata, ardilla.
Fue una época durísima.
Tan lejos de casa, echaba de menos a Lilly. Y me preguntaba si volvería a verla.[16]
Pero la nostalgia del regreso a casa no fue mi único contratiempo. En mi primera semana de ternerita ya tuve problemas con el ranchero Carl. Parecía salido de un anuncio de Marlboro, siempre estaba de mal humor y avisaba de su llegada desde lo lejos con su tos crónica de fumador. Cuando quiso marcarnos con su distintivo, los demás becerros aullaron desesperados. Los torturó con el hierro candente y yo no podía soportar tantos alaridos de dolor. Cuando Carl se acercó a mí con aquel trasto al rojo vivo, me decidí por un ataque preventivo: le propiné con fuerza una patada en la rodilla.
Carl maldijo en voz alta y volvió a acercárseme con el hierro candente. Pedí a los demás terneros que me ayudaran, igual que había hecho con el mono de la placa metálica en el laboratorio. Fue una auténtica rebelión. Carl salió corriendo despavorido del establo.
Al día siguiente nos sacrificaron, a mí y a los demás. ¿Que si acumulé buen karma con ello? No, en absoluto. Fue malo. Yo fui responsable de la muerte de los demás terneros.
Y así fue como descendí en la escalera de la reencarnación.
Volví a nacer como lombriz en Irlanda. Allí me retorcí, día sí, día también, sobre la tierra húmeda y supe qué quería decir ser hermafrodita. (Por ejemplo, no hay conflictos entre los sexos, con lo cual la vida resulta mucho más fácil).
También supe qué significaba partirse cuando un cortacésped te pasa por encima.
Pero, por encima de todo, supe qué significa sentirse completamente impotente. No podía alejar a Nina y deseaba con fervor que Alex la desterrara de su vida.[17]
Sin embargo, no podía contar con que sucediera esto. Me controlé y me dispuse a acumular realmente buen karma. Mi única esperanza era volver a nacer algún día cerca de Potsdam. Así es que acumulé buen karma enseñando a las lombrices a retorcerse para apartarse del camino de los cortacéspedes.
Siendo un escarabajo, con otros congéneres devoré un campo de patatas en Córcega. Allí me encontré con un escarabajo muy pequeño que hablaba francés y que en una vida anterior probablemente había sido Napoleón. Y acumulé buen karma al impedir, poniendo en peligro mi vida, que los escarabajos de la patata emprendieran una absurda guerra de exterminio contra los escarabajos sanjuaneros.
Siendo ardilla cerca de la frontera entre Alemania y Holanda, me di cuenta de lo maravilloso que es saltar de árbol en árbol. Y acumulé buen karma robando todos los días patatas chips y chocolate de los bungalows de un Center Parc. Con ello salvé a mis congéneres de morir de hambre en invierno (y a los turistas de que les aumentara el colesterol). Y después de esa fase vaca-lombriz-escarabajo-ardilla, empezó mi última vida como animal.