Mi último pensamiento fue: «Nunca me acostumbraré a esta mierda de morir».
De nuevo siguió el numerito de «Toda mi vida pasa por delante de mis ojos»: Alex y Nina se ríen juntos de las mininas. Lilly me estrecha entre sus brazos. Alex me da descargas eléctricas. Yo grito: «¡A la mierda con el buen karma!». Les pongo nombre a los conejillos. Compruebo que Daniel Kohn no pierde el tiempo pensando en mí. Y que la vida familiar de un simple camionero es más feliz que la mía.
Entonces vino la luz.
Me sentí tan bien.
Tan protegida.
Tan feliz.
Lo de siempre.
¡Lo de siempre que nunca duraba mucho!
En el momento en que la luz volvió a rechazarme, me pregunté en qué me reencarnaría aquella vez.
Hay cosas mejores que comprobar que tienes ubres. También hay cosas mejores que comprobar que te parieron en un establo apestoso. Pero, si encima el granjero masculla Fuck, this is a really shitty birth! y así compruebas que, definitivamente, no estás en Potsdam, te pones de muy mal humor.
—¡¡¡Buda!!! —grité una vez más, aunque a los no iniciados en el tema les sonó más bien a «muuuu».
Y, como por encargo, una vaca gordísima se me acercó desde una esquina del establo meneando la cabeza.
—¡Hola, Kim!
—¿Dónde demonios estoy?
—En una granja de Yorkton.
—¿Yorkton?
—Provincia de Saskatchewan.
—¿Saskatchewan?
—Canadá.
—¡¿Canadá?!
—Norteamérica.
—¡¡¡Ya sé dónde está el puto Canadá!!!
—¿Entonces por qué preguntas? —dijo Buda sonriendo.
En mi opinión, su sentido del humor dejaba mucho que desear. Estaba tan enfadada con él que perdí el control y me dispuse a saltarle al cuello, pero yo era un ternero recién nacido que titubeaba tanto sobre sus patas que, a los tres pasos, caí de bruces en medio de la paja.
—¿Por qué dejaste que me atropellaran? —le pregunté con acritud después de escupir un poco de paja.
—Tú eres la responsable de lo que pasa en tu vida. Yo sólo me ocupo de las reencarnaciones.
«Mierda, —pensé—, o sea ¡que yo también tengo la culpa de que me atropellaran!».
—¿Y por qué ahora soy una vaca?
—Porque has acumulado buen karma.
Me quedé sorprendida: ¿había acumulado buen karma?
—Pero… Pero me largué y no ayudé a los diabéticos adrede.
—Pero salvaste a los conejillos.
—Quería salvarme yo.
—Y les diste un nombre.
Me quedé pasmada.
—Y, con ello, autoconfianza.
No supe qué replicar.
—Y no actuaste por motivos egoístas, sino que lo hiciste de todo corazón.
Tenía razón.
—No eres tan mala persona —dijo Buda.
—Te lo he estado diciendo todo el tiempo, ¡maldita sea!
Escarbé en el suelo.
—Pues sigue así —replicó el Buda-vaca, que de nuevo ejecutó su truco patentado de «me esfumo en el aire».
Enseguida me puse a pensar en cómo podía irme a casa desde el puto Canadá. Siendo una ternera, lo tenía complicado para conseguir un vuelo económico Saskatchewan-Berlín en un mostrador del aeropuerto.
Cuanto más cavilaba, más claro lo tenía: sólo saldría de allí si acumulaba buen karma y volvía a morir.