CAPÍTULO 19

—¿Vamos a acostarnos? —preguntó Alex a Lilly, que jugaba a la Gameboy sobre su camita.

La pequeña se encogió de hombros. Nunca había sido una cotorra, pero ahora daba la impresión de que había perdido definitivamente el habla.

Alex intentó que no se le notara el desvalimiento y llevó a Lilly al baño. Decidí esperarles y eché un vistazo a la habitación: vi las estrellas fosforescentes que habíamos pegado en el techo. Vi un montón de juguetes, de los cuales Lilly solía usar como mucho un cinco por ciento. Y vi una foto. Era mía. Lilly la había clavado con chinchetas en la pared, encima de la cama. Me echaba de menos.

En ese momento me di cuenta de que las hormigas sí disponen de líquido lagrimal. Pero no brota por los ojos hasta que el dolor es insoportable: como el mío en aquel instante. Lloré como nunca había llorado una hormiga.

Alex y Lilly volvieron a la habitación. Me sobrepuse; Lilly no tenía que verme llorar. Claro que, de todos modos, no me habría visto llorar, yo era demasiado pequeña, pero era una cuestión de principios.

Alex tapó cariñosamente a Lilly y le leyó Pippi Calzaslargas. Pero, por muy divertidos que fueran algunos pasajes con la señorita Prysselius, Lilly no se rio ni una sola vez.

Después de leerle tres capítulos, Alex apagó la luz y se quedó tumbado junto a ella hasta que se durmió la pequeña. Se notaba lo mucho que se preocupaba por Lilly.

Al oír sus pequeños y dulces ronquidos infantiles, Alex se levantó con mucho cuidado. Caminó a hurtadillas hasta la puerta, volvió a mirar a Lilly, ya dormida, respiró hondo y salió triste del cuarto.

Ahora yo estaba sola con mi pequeña.

Me acerqué a su cara. No se movió, aunque mis seis piececitos seguramente le hicieron cosquillas. Dormía profundamente. Le susurré «Te quiero», y le di un besito de hormiga en el labio inferior.

Luego me tumbé sobre su mejilla. La respiración rítmica de la pequeña me meció hasta que yo también me dormí dulcemente.

Al despertar a la mañana siguiente, me sentía de maravilla. Había descansado, me había sacudido de las seis patas el cansancio de la huida y por fin tenía un plan: a partir de entonces viviría en la habitación de Lilly. De ese modo podría alentarla siempre antes de que se durmiera. Aunque no pudiera entenderme, quizás lograría llegar a su subconsciente. Así podría protegerla si Nina se convertía realmente en su nueva madre.

Y si me moría, volvería a reencarnarme en hormiga y volvería a deslizarme hacia ella. Sí, era un plan perfecto para las próximas vidas.

Un plan que duraría tres minutos y medio.