Mientras las demás hormigas dormitaban y resollaban en busca de aire entre ronquidos, algunas se removían inquietas: soñaban. Quizás con comida. O con el fugitivo. O con los agujeros por donde Krttx podía meterles las antenas. Los científicos nunca se habían percatado de que las hormigas también podían soñar. No sirven para nada. De lo contrario, haría tiempo que sus señorías habrían inventado un café instantáneo con buen sabor. En vez de dejar que las estaciones espaciales se precipitaran sobre las cabezas de personas inocentes. Muchas gracias. Me imaginé rociando en la cara con ácido fórmico a los científicos rusos responsables de mi muerte.
Dios mío, sólo llevaba un día muerta y ya empezaba a pensar como una hormiga.
Y entonces caí en un profundo agujero negro de autocompasión. Pensé en todas las cosas que no viviría porque ya no era humana: largos paseos por las tiendas de Manhattan, besos con Daniel Kohn, tratamientos de relax, sexo con Daniel Kohn, los espaguetis con gambas de nuestro restaurante italiano preferido, la declaración de amor de Daniel Kohn…
En ese momento caí en la cuenta de que Daniel Kohn aparecía en mis pensamientos con una frecuencia superior al promedio y que mi marido lo hacía con una frecuencia inferior al promedio.
Pero ¿estaba mal?
Total, mi matrimonio estaba acabado. Y, además, yo estaba muerta. O sea que podía pensar tranquilamente en otro hombre.
Y me dormí pensando en la noche de sexo supercalifragilisticoexpialidoso con Daniel Kohn.
Tuve un sueño increíble en el que volvía a ser humana. Una sensación maravillosa. Volvía a tener dos ojos, dos piernas, diez dedos con diez uñas pintadas; todo estaba donde tenía que estar. Incluso me complacía tener celulitis. Pero, de repente, Krttx se plantaba delante de mí. Con dimensiones humanas. Me cogía y me llevaba delante de Alex, que aparecía en forma de hormiga reina. Con voz de trueno anunciaba: «Por cometer infidelidad con Daniel Kohn, te condeno a muerte». Acto seguido, cientos de hormigas enormes marchaban hacia mí, afilando las mandíbulas con voracidad.
Me desperté chillando. Me daba mucho miedo volver a dormirme. Pero aún era peor estar despierta y a merced de mi mala conciencia respecto a Alex.
Después de mucho cavilar caí por fin en un sueño sin sueños. Sólo para que Krttx me despertara al cabo de muy poco.
—¡A levantarse! —gritó.
Con aquella voz no sólo podría haber despertado a los muertos, sino que también habría conseguido que hicieran gimnasia matinal.
Todas las hormigas se pusieron firmes de inmediato. Menos yo, que estaba demasiado cansada.
—¡Ya está bien de dormir! —me rugió Krttx.
¿Ya está bien de dormir? ¿Le faltaba un tornillo? Sólo habíamos descansado un par de horas.
—¡Tenemos que ir a buscar comida!
Aún me dolía todo del tute del día anterior, ¿y ahora tenía que ponerme a cargar cosas otra vez? ¿Consistiría mi vida a partir de entonces en cargarme ositos de goma todos los días a la espalda?
—¡Buda! —grité.
Quería reclamar. Aquello no valía. ¡No se puede condenar a nadie a vivir como una hormiga sin un juicio justo!
—¡Buda! —grité otra vez.
—Aquí no hay ningún Buda —la voz de Krttx sonó peligrosamente nerviosa.
Volví a gritar:
—¡Buda! Si no me sacas ahora mismo de esta porquería, voy a… voy a…
Me di cuenta de que no disponía de ningún medio de presión. En cambio Krttx disponía de uno para mí:
—Si no te levantas enseguida… —dijo.
—… me romperás el cuello, me arrancarás las antenas, etcétera, etcétera, etcétera… —concluí, derrotada, y me levanté sacando fuerzas de flaqueza. Sabía que el gordo de Buda no volvería a presentarse.
Nuestra tropa ascendió cansina por el túnel, hacia la superficie. La pendiente era muy empinada, a veces el desnivel superaba los cuarenta y cinco grados. Ni siquiera los ciclistas profesionales consiguen algo así sin doparse.
En la entrada del túnel, Krttx nos advirtió de los peligros que nos esperaban fuera.
—Hay que tener cuidado con las arañas.
¿Arañas? ¡Monstruos de ocho patas! ¡Seguro que eran diez veces más grandes que yo en mi cuerpo de hormiga! Ya tenía problemas cuando esos bichos eran cien veces más pequeños que yo y los veía deslizarse por la ducha. En esos casos siempre llamaba corriendo a Alex. Él las metía en un vaso y las sacaba fuera, mientras yo exigía a voz en grito la pena de muerte para que la bestia no volviera a entrar en casa.
¿Y ahora corría el peligro de que una araña me devorara? Me puse mala.
Krttx también nos previno de la gran niebla y luego mencionó una cosa más: el rayo de sol concentrado.
—¿El rayo de sol concentrado? —pregunté.
—Hace unos días, unas hormigas murieron quemadas. Las supervivientes explicaron que el sol se volvió de repente muy ardiente y abrasó a las víctimas con un rayo concentrado.
«¡Una lupa!», me vino a la cabeza. Lilly me había explicado que, en su fiesta de cumpleaños, el incordio de Nils había estado jugando a hacer fuego con una lupa.
Brotó en mí la esperanza de que hubiera ido a parar al hormiguero de nuestra terraza. Era poco probable, pero era una bonita idea porque, entonces, ¡existía la posibilidad de ver a Lilly!
El cansancio de mis patas se disipó, sólo quería salir a la superficie, descubrir si me encontraba cerca de mi pequeña y querida Lilly.
—¡En marcha! —ordenó Krttx.
Por primera vez me gustó lo que dijo.
Salimos al sol. La luz era cegadora, pero mis ojos se adaptaron en un santiamén. Después de recorrer una pequeña parte del camino a través de briznas de hierba altísimas, noté que nos desplazábamos sobre piedra. ¿Estábamos en nuestra terraza? Oteé la zona. Daba la impresión de que todo era enorme: el césped parecía una selva, los árboles ascendían tanto hacia lo alto que prácticamente no podía verles las hojas y pasó una mariposa volando que parecía más grande que un Jumbo.
Enseguida descubrí que, gracias a mis dos ojos laterales, podía focalizar la vista, igual que se hace con unos prismáticos. El entorno dejó de parecerme tan aplastante. Pude ver si una brizna de hierba estaba tronchada o no, pude distinguir claramente las hojas en los troncos y observé que la mariposa tenía una expresión de felicidad en la cara. Disfrutaba de su vuelo a la luz del sol. Eso o se había atiborrado de cannabis en el jardín de nuestro vecino, que lo cultivaba clandestinamente.
Para asegurarme de que estaba realmente en la terraza de casa, salí del césped. Me di la vuelta. Lentamente. Con el corazón acelerado.
Y vi… ¡nuestra casa!
Tras un segundo de alegría por haberla reconocido, me apresuré a ponerme en movimiento. Quería ver a Lilly. ¡Enseguida!
Krttx me cerró el paso.
—¿Adónde crees que vas?
—¡Ahí dentro!
—¿Con los grglldd?
—¿Grglldd? —pregunté.
—Son los seres que nos tiran comida.
Se me escapó una sonrisa. Las hormigas salían al campo y esperaban a que la gente dejara caer dulces: a Charles Darwin le habría sorprendido esa evolución.
—Ahí detrás —señalé la casa— hay mucha más comida.
—Puede, pero no iremos.
—¿Por qué no?
—Por eso —dijo Krttx señalando una telaraña justo delante de la puerta que daba a la terraza.
Me maldije por haberle dicho a la mujer de la limpieza antes de ir a la entrega de premios que no viniera hasta la próxima semana: no tiene sentido limpiar antes de una fiesta infantil de cumpleaños.
Examiné la telaraña, y realmente tenía un aspecto amenazador. Pero yo quería ver a Lilly, me daba igual si había una araña o no. Me daba igual si era diez veces más grande que yo, lo cual era muy probable. ¡Nada podía detenerme! Mi deseo era demasiado fuerte. La miré bien y constaté:
—No hay ninguna araña.
Krttx también lo vio.
—Y ahí detrás hay más comida de la que se puede soñar.
Krttx dudaba.
—Yo voy —dije decidida, y me puse en marcha.
—Te acompañamos —ordenó Krttx.
Las demás hormigas la siguieron temblando. Se notaba que, si se hubieran basado en un sistema democrático, habrían decidido otra cosa.
Nuestra tropa se acercó a la telaraña. Olía a podrido y los hilos se agitaban en el viento suave. Desde la perspectiva de una hormiga, ver aquella cosa de cerca inspiraba un respeto terrible, con el acento puesto en «terrible». La señal de alarma de mi cabeza volvió a dispararse y vi que a las demás hormigas les pasaba lo mismo: todas querían salir por patas.
Gracias a Dios, la araña no estaba y logramos llegar al umbral de la puerta y colarnos en la casa.
No se veía a nadie, pero había una mesa preparada con pastel y pastas. ¿Para qué? El cumpleaños ya había pasado. ¿Por qué volvía a haber pastel?
—No has exagerado en tus promesas —dijo Krttx sonriéndome. Hasta entonces no supe que era capaz de sonreír.
Oí que abrían la puerta de casa y que Alex decía:
—¡Pasad!
Su voz sonó atronadora; me vibraron las antenas. Confié en que podría ajustar el oído igual que los ojos. Y confié con razón.
—Hay café y pastel —oí decir a Alex, ahora a un volumen normal.
Alex se acercó a la sala de estar. Le seguían unos pasos.
—¡Grglldd! —gritaron las hormigas despavoridas y salieron corriendo.
Me quedé sola y vi que Alex entraba en la sala. Llevaba un traje negro. Entonces comprendí qué significaba la mesa con el pastel: era el convite de mi funeral.