LOS MISMOS. Entra UN MENSAJERO.
MACBETH:
Habla pronto, cualquier sea tu mensaje.
MENSAJERO:
Yo lo he visto, señor; y aun se recela
la razón de la vista.
MACBETH:
Acaba, acaba.
MENSAJERO:
Mientras estaba yo de centinela
y desde la colina examinaba
el lado de Birnam, pensé que vía
moverse la espesura y que venia
el bosque hacia nosotros.
MACBETH:
(Golpeándole). ¡Embustero!
¡Esclavo mentidor!
MENSAJERO:
Yo sufriría
con paciencia, señor, vuestros enojos,
a tres millas de aquí, la vista miente
o podéis descubrir la verde frente
del ambulante bosque.
MACBETH:
Si no es cierto,
de un árbol colgarás, hasta que yerto
del hambre quedes, seco y arrugado.
Si no me has engañado,
si tu noticia acaso es verdadera,
bien me puedes colgar de la primera
rama que venga a mano.
Empiezo ya a dudar del negro arcano
de aquella furia que en mi mal mentía
y su mentir verdad me parecía.
«No temas, si no viene a Dunsinane
el bosque de Birnam.» Pero ya viene;
ya una selva se acerca a mi morada;
no queda más refugio que la espada.
A las armas, soldados. No hay huida
si lo que dice es cierto, ni la vida
se puede ya salvar. ¡Fieros temores!
Del sol me ofenden ya los resplandores.
Si en mi querer tan solo consistiera,
la trabazón del orbe se rompiera.
Que toquen a rebato. Venga el mal;
ardan tus teas, destrucción fatal;
no moriré yo al menos en el lecho;
que el militar arnés cubre mi pecho.