Escena V

Dentro del castillo de Dunsinane. — MACBETH, SEITON, SOLDADOS, tambores, banderas & c.

MACBETH:

Enarbolad al muro las banderas;

el grito militar será «ya vienen».

¿Los traidores acaso fuerza tienen

para un asedio tal? En torno moren

hasta que pestes y hambres los devoren.

Si auxilio no les dieran los malvados,

los cobardes pasados,

yo audazmente en el campo los buscara

y sus filas rompiera cara a cara.

(Suenan dentro gritos de mujeres).

¿Quién grita? ¿quién se queja?

SEITON:

Son mujeres

que claman de temor… (Sale).

MACBETH:

Casi se me ha olvidado ya el sabor

de suspiros y lágrimas. Fue un tiempo

en que yertos quedaban mis sentidos

al escuchar nocturnos alaridos;

y erizábame el pelo la pavura

de cualesquiera lúgubre lectura;

pero me harté de horror en mis banquetes;

la misma execración no me amedrenta

que en mi dañado pecho se alimenta.

¿Quién gritaba?

SEITON:

Señor, la reina ha muerto.

MACBETH:

Tránsito prematuro;

murió muerte temprana…

Mañana… ¡Sí! ¿Tal vez ese mañana

no se arrastra con paso imperceptible

y se encarna en el hoy de cada día?

Las horas le abren vía

hasta los lindes últimos del tiempo;

todos nuestros ayeres alumbraban

mientras raudos pasaban

con su luz moribunda,

por el sendero de la huesa inmunda.

¡Afuera, luz umbría,

afuera! Huye de mí, breve bujía;

que es la vida no más sombra ambulante;

infelice histrion[72], que corto instante

se agita y mueve con fugaz ingenio,

en fingido proscenio;

y no queda dél luego ni memoria:

o estrepitosa historia

por un idiota con calor contada,

entre gestos y voces inclementes;

hasta que al fin descubren los oyentes

que la conseja[73] no les cuenta nada.