Escena III

Apartamento del castillo de Dunsinane. — Entran MACBETH, UN MEDICO y ACOMPAÑAMIENTO. Luego UN CRIADO y SEITON.

MACBETH:

Basta ya de noticias ominosas;

huyan todos cobardes mi bandera;

no tengo que temer, si belicosas

las arboledas de Birnam frondosas,

no mueven contra mí planta ligera.

¿Ni quién ese Malcolm el muchachuelo?

¿no nació de mujer? Intenta en vano

contra mi gloria alzar osado vuelo:

espíritus que saben cuanto al cielo

le plugo decretar con fuerte mano,

Me dijeron: «Macbeth, nunca vencido

tu poder se verá, por ningún hombre

de cuantos hayan de mujer nacido».

Fúguese un noble y otro fementido[68],

mas tiemblen al oír cerca mi nombre.

Epicúreos ociosos de Inglaterra,

recibid mis traidores palaciegos;

que el fuerte corazón que el pecho encierra

y el ánimo atrevido en paz y en guerra,

vuestro amago desprecia y vuestros ruegos.

(Entra un CRIADO).

¡El diablo te dé color,

villano de la faz lívida!

¿Qué me anuncia tu temblor?

CRIADO:

Son más de diez mil, señor.

MACBETH:

¿Diez mil grajos, alma tímida?

CRIADO:

Soldados.

MACBETH:

Pica, rufían,

el pecho helado y la frente;

que sin sangre ambos están;

esos soldados serán

engendro de tu vil mente.

CRIADO:

Las fuerzas inglesas vi.

MACBETH:

¡Afuera! enferma mi alma

oyéndole hablar así.

¡Seiton! Seiton, ven aquí;

no me abandone la calma.

Por siempre se consolida

Hoy mi gloria o se sujeta.

Bastante gocé la vida;

ya está la senda obstruida

y no descubro la meta.

La flor de la senectud,

cuyo aroma es la obediencia;

respeto en la juventud,

y de provecta[69] virtud

honores y reverencia.

No guarda para mí el mundo,

ni me guarda un pecho amigo;

maldecir solo iracundo,

alto no, pero profundo;

y oculto hálito enemigo;

Y fe que el labio pregona

y desmiente el corazón,

mientra el pavor la festona…

¡Seiton! ¡Seiton! ¡Maldición!

(Entra SEITON).

¿Fue la noticia segura?

SEITON:

Se confirman los sucesos.

MACBETH:

Lidiaré en batalla dura

hasta que hecha picadura

quede la carne en mis huesos.

Mi yelmo; mis brazaletes.

SEITON:

Aun no es preciso, señor.

MACBETH:

¡La armadura! cien jinetes

con rápidos martinetes[70]

batan el campo en redor.

A la horca suban sin más

cuantos manifiesten miedo.

¡Mi armadura! Tú verás (Al médico).

cual no brillaron jamas,

doctor, mi fuerza y denuedo.

¿Cómo sigue la paciente?

Médico. No tan grave, mi señor,

como turbada, impaciente

y combatida la mente

de quimérico pavor.

MACBETH:

Cura, pues, su fantasía.

¿No sabes tú recetar

a un ánimo en agonía?

¿No puedes la pena impía

del cerebro desraigar,

Ni raer el dolor grave

de la memoria ulcerada,

con antídoto suave

que de ella recuerdos lave

y la deje reposada?

¿No puede tu profesión

el ponzoñoso relleno

que atormenta la razón

arrancar del corazón

y cicatrizar el seno?

MÉDICO:

Esa afección peregrina

solo el enfermo la cura.

MACBETH:

Si es tu ciencia tan mezquina,

da a los perros medicina,

no a los hombres. ¡Mi armadura!

(Le ponen la armadura).

Vamos, prontos. El bastón.

¿Salieron las descubiertas? (A Seiton).

Ya ves que de mi escuadrón (Al médico).

desertan en pelotón

los señores. (Al que le pone las armas). ¿Y no aciertas?

¿Sabes, físico, curar

del reino la hipocresía?

¿No le pudieras purgar,

y su salud restaurar

y la pristina alegría?

Entonces sí que aplaudiera

hasta el eco tu poder.

¿No habrá una droga siquiera,

sen o ruibarbo, que hiciera

los ingleses receder?

¿No has oído discurrir

de la guerra?

MÉDICO:

Sí señor;

algo llega a traslucir

cuando así vemos reunir

la gente a son de tambor.

MACBETH:

Traedle (el bastón). No temeré

ni el destierro ni la muerte;

supuesto que aun no se ve

mover a Birnam el pie

y venir hacia mí fuerte (Vase).

MÉDICO:

Si lejos de tu furor

me llegase yo a encontrar

¡oh poderoso señor!

no me hicieran retornar

ni el interés ni el amor.