Apartamento del castillo de Dunsinane. — Entran MACBETH, UN MEDICO y ACOMPAÑAMIENTO. Luego UN CRIADO y SEITON.
MACBETH:
Basta ya de noticias ominosas;
huyan todos cobardes mi bandera;
no tengo que temer, si belicosas
las arboledas de Birnam frondosas,
no mueven contra mí planta ligera.
¿Ni quién ese Malcolm el muchachuelo?
¿no nació de mujer? Intenta en vano
contra mi gloria alzar osado vuelo:
espíritus que saben cuanto al cielo
le plugo decretar con fuerte mano,
Me dijeron: «Macbeth, nunca vencido
tu poder se verá, por ningún hombre
de cuantos hayan de mujer nacido».
Fúguese un noble y otro fementido[68],
mas tiemblen al oír cerca mi nombre.
Epicúreos ociosos de Inglaterra,
recibid mis traidores palaciegos;
que el fuerte corazón que el pecho encierra
y el ánimo atrevido en paz y en guerra,
vuestro amago desprecia y vuestros ruegos.
(Entra un CRIADO).
¡El diablo te dé color,
villano de la faz lívida!
¿Qué me anuncia tu temblor?
CRIADO:
Son más de diez mil, señor.
MACBETH:
¿Diez mil grajos, alma tímida?
CRIADO:
Soldados.
MACBETH:
Pica, rufían,
el pecho helado y la frente;
que sin sangre ambos están;
esos soldados serán
engendro de tu vil mente.
CRIADO:
Las fuerzas inglesas vi.
MACBETH:
¡Afuera! enferma mi alma
oyéndole hablar así.
¡Seiton! Seiton, ven aquí;
no me abandone la calma.
Por siempre se consolida
Hoy mi gloria o se sujeta.
Bastante gocé la vida;
ya está la senda obstruida
y no descubro la meta.
La flor de la senectud,
cuyo aroma es la obediencia;
respeto en la juventud,
y de provecta[69] virtud
honores y reverencia.
No guarda para mí el mundo,
ni me guarda un pecho amigo;
maldecir solo iracundo,
alto no, pero profundo;
y oculto hálito enemigo;
Y fe que el labio pregona
y desmiente el corazón,
mientra el pavor la festona…
¡Seiton! ¡Seiton! ¡Maldición!
(Entra SEITON).
¿Fue la noticia segura?
SEITON:
Se confirman los sucesos.
MACBETH:
Lidiaré en batalla dura
hasta que hecha picadura
quede la carne en mis huesos.
Mi yelmo; mis brazaletes.
SEITON:
Aun no es preciso, señor.
MACBETH:
¡La armadura! cien jinetes
con rápidos martinetes[70]
batan el campo en redor.
A la horca suban sin más
cuantos manifiesten miedo.
¡Mi armadura! Tú verás (Al médico).
cual no brillaron jamas,
doctor, mi fuerza y denuedo.
¿Cómo sigue la paciente?
Médico. No tan grave, mi señor,
como turbada, impaciente
y combatida la mente
de quimérico pavor.
MACBETH:
Cura, pues, su fantasía.
¿No sabes tú recetar
a un ánimo en agonía?
¿No puedes la pena impía
del cerebro desraigar,
Ni raer el dolor grave
de la memoria ulcerada,
con antídoto suave
que de ella recuerdos lave
y la deje reposada?
¿No puede tu profesión
el ponzoñoso relleno
que atormenta la razón
arrancar del corazón
y cicatrizar el seno?
MÉDICO:
Esa afección peregrina
solo el enfermo la cura.
MACBETH:
Si es tu ciencia tan mezquina,
da a los perros medicina,
no a los hombres. ¡Mi armadura!
(Le ponen la armadura).
Vamos, prontos. El bastón.
¿Salieron las descubiertas? (A Seiton).
Ya ves que de mi escuadrón (Al médico).
desertan en pelotón
los señores. (Al que le pone las armas). ¿Y no aciertas?
¿Sabes, físico, curar
del reino la hipocresía?
¿No le pudieras purgar,
y su salud restaurar
y la pristina alegría?
Entonces sí que aplaudiera
hasta el eco tu poder.
¿No habrá una droga siquiera,
sen o ruibarbo, que hiciera
los ingleses receder?
¿No has oído discurrir
de la guerra?
MÉDICO:
Sí señor;
algo llega a traslucir
cuando así vemos reunir
la gente a son de tambor.
MACBETH:
Traedle (el bastón). No temeré
ni el destierro ni la muerte;
supuesto que aun no se ve
mover a Birnam el pie
y venir hacia mí fuerte (Vase).
MÉDICO:
Si lejos de tu furor
me llegase yo a encontrar
¡oh poderoso señor!
no me hicieran retornar
ni el interés ni el amor.