Escena primera

Dunsinane. — Apartamento en el castillo. — UN DOCTOR DE MEDICINA. UNA DAMA DE LA CORTE. después LADY MACBETH.

DOCTOR[66]:

Dos noches os he acompañado en vuestra vigilia; pero no puedo descubrir la verdad del relato que me hacéis. ¿Cuándo salió la última vez?

DAMA:

Desde que S. M. Fue al campo, la he visto levantarse del lecho, ponerse la bata, abrir el armario, sacar papel, doblarlo, escribir, leer, cerrarlo, sellarlo, y volver a la cama. Y todo esto sumergida en el más profundo sueño.

DOCTOR:

Grande perturbación en la naturaleza; recibir a la vez los beneficios del sueño con los efectos de la vigilia. Y en esa soñolienta agitación, ademas de su paseo y de otros movimientos materiales ¿qué le habéis oído decir?

DAMA:

La he oído, doctor, lo que no repetiré por ningún pretexto.

DOCTOR:

A mí podéis repetirlo; y es muy propio y necesario que lo hagais.

DAMA:

Ni a vos ni a ningún viviente, a no tener testigos que confirmasen mis palabras.

(Entra LADY MACBETH durmiendo y con una vela encendida).

Pero allí viene. Esta es su acostumbrada actitud; y os aseguro que está profundamente dormida. Observadla, acercaos.

DOCTOR:

¿Cómo se procuró esa luz?

DAMA:

La tenia inmediata. Continuamente hay luz junto a su lecho; tal es su mandato.

DOCTOR:

Tiene como veis los ojos abiertos.

(Depone LADY MACBETH la luz, y se frota las manos como si se las lavase).

DAMA:

Sí, pero los sentidos cerrados.

DOCTOR:

¿Qué hace? ¿por qué se frota así las manos?

DAMA:

Es costumbre suya hacer frecuentemente como que se lava las manos. La he visto a veces continuar así un cuarto de hora seguido.

LADY MACBETH:

¡Todavía está aquí la mancha!

DOCTOR:

¡Hola! ya habla: voy a apuntar lo que dice para satisfacer más exactamente mi memoria.

LADY MACBETH:

¡Afuera! ¡execrable mancha! ¡afuera digo! Una; dos. Entonces ya es tiempo de hacerlo. El infierno está oscuro. Vergüenza, mi señor, vergüenza. ¿Soldado y temeroso? ¿Qué nos importa que alguien lo sepa, si nadie puede pedir cuenta a nuestro poder? ¿Pero quien hubiera pensado que contenía tanta sangre el cuerpo del anciano?

DOCTOR:

¿Habéis oído?

LADY MACBETH:

Macduff; el señor de Fife, tenia una mujer. ¿Adónde está ahora? ¿Cómo? ¿Y nunca se limpiarán estas manos? No hablemos más de eso, mi señor. No hablemos más de eso. Todo lo desgraciáis con vuestros estremecimientos repentinos.

DOCTOR:

Señora, señora, habéis sabido lo que no debierais.

DAMA:

Ha dicho lo que no debiera: así es… pero solo el cielo sabe lo que ella ha sabido.

LADY MACBETH:

(Huele las manos). El olor de la sangre está aquí todavía. Todos los perfumes de la Arabia no podrían purifica esta pequeña mano. ¡ah! ¡ah! ¡ah!

DOCTOR:

¿Qué suspiros son esos? Su corazón está dolorosamente recargado.

DAMA:

No quisiera guardar semejante corazón en mi pecho por la dignidad y alteza de todo el cuerpo.

DOCTOR:

Bien, bien, bien.

DAMA:

Pedid a Dios que sea para bien, doctor.

DOCTOR:

Esta enfermedad está más allá de mi práctica. Sin embargo, he conocido algunos que andaban durmiendo y que han muerto santamente en sus camas.

LADY MACBETH:

Lávate esas manos. Ponte la bata de dormir. No estés tan pálido. Otra vez te digo y te repito que yace Banquo enterrado y que no puede salir de su huesa.

DOCTOR:

¿Y eso también?

LADY MACBETH:

A la cama, a la cama: llaman a la puerta. Vamos, vamos, vamos: dame la mano: lo que está hecho no se puede deshacer: a la cama, a la cama.

(Vase LADY MACBETH).

DOCTOR:

¿Y se va a acostar ahora?

DAMA:

Inmediatamente.

DOCTOR:

Corren misteriosos rumores. Los actos bastardos engendran bastardas consecuencias. Los ánimos inficionados[67] descargan sus secretos en las sordas almohadas. Mas necesidad tiene de sacerdotes que de médicos. Dios nos Perdone a todos. Cuidadla: quitad de su presencia los medios de vejación y de suicidio: no la perdáis de vista. Buenas noches, pues. Ha confundido mi mente y deslumbrado mis ojos. Pienso, pero no me atrevo a hablar.

DAMA:

Buenas noches, buen doctor.