LOS MISMOS. ROSSE.
MACDUFF:
Mirad quién viene aquí.
MALCOLM:
Nuestro paisano;
pero aun no le conozco.
MACDUFF:
¡Amado primo!
Bien venido a Inglaterra.
ROSSE:
Bien hallados.
MALCOLM:
Ahora ya sé quien es; disipad pronto
las sospechas ¡oh cielos! que en extraños
mis amigos convierten.
ROSSE:
Así sea.
MACDUFF:
¿Cómo queda la Escocia?
ROSSE:
Desdichado
es el sol que la alumbra. Está la Escocia
que de verse a si misma siente espanto:
no es nuestra patria ya, que es nuestra huesa;
ni hay sonrisas ya en ella ni agasajos,
sino suspiros roncos y sollozos
que desgarran el aire no escuchados.
Cunde más el sufrir cuanto es más duro;
y a muerto las campanas tañen tanto
que nadie ya pregunta por quién doblan:
las vidas de los hombres más temprano
acaban que la flor de sus sombreros;
y aun antes de enfermar fallecen sanos.
MACDUFF:
¡Oh relación prolija y verdadera!
MALCOLM:
¿Cuál es el infortunio más cercano?
ROSSE:
El que vive una hora es ya decrépito
y befa[65] mereciera por contarlo:
cada minuto engendra su desgracia.
MACDUFF:
¿Cómo está mi mujer?
ROSSE:
En buen estado.
MACDUFF:
¿Y mis hijos?
ROSSE:
Lo mismo.
MACDUFF:
Por ventura
¿el infame no turba su descaso?
ROSSE:
Descansados y en paz todos quedaban
al separarme de ellos.
MACDUFF:
No así avaro
de tus razones seas; di qué pasa.
ROSSE:
Cuando vine con triste y grave fardo
de fatigosas nuevas a Inglaterra,
los rumores corrían de que armando
se iban ya capitanes valerosos;
yo pienso que el rumor era fundado;
porque he visto ponerse en movimiento
las fuerzas militares del tirano.
Ahora es tiempo, Macduff, solo a tu vista
se llenará la Escocia de soldados;
y las mujeres mismas en las lides
batallarán por ti.
MALCOLM:
El amor patrio
con la llegada nuestra se consuele;
la benigna Inglaterra veteranos
al mando de Siward diez mil ha puesto
que con los suyos venguen mis agravios;
en persona Siward los acaudilla:
la cristiandad no tiene más bizarro
ni noble campeón.
ROSSE:
¡Así pudiese
con otros contestar hechos tan gratos!
Mas yo traigo palabras que debieran
ahullarse en el desierto solitario;
do no las recogiese humano oído.
MACDUFF:
¿Y a quién afectan más? ¿Serán acaso
de infortunio común lúgubre eco
o de un corazón solo agudo dardo?
ROSSE:
De la pena que hiere a cada hombre
se duelen los espíritus honrados;
pero la parte principal es tuya.
MACDUFF:
No me separes de ella; y al contado
entrégamela, Rosse; si fuere mia.
ROSSE:
Pero no me aborrezcan irritados,
si de acentos los lleno tus oídos,
mas horribles que nunca se escucharon.
MACDUFF:
¡Ah! todo lo adivino.
ROSSE:
Sorprendieron
tu castillo, Macduff; le puso a saco
un ministro cruel; y esposa, hijos,
con bárbara fiereza asesinaron.
Decirte cómo fuera quizá añadiera
a la suya tu muerte.
MALCOLM:
¡Cielos santos!
No te encubra los ojos el sombrero;
dale al dolor palabras que el quebranto
que no habla fuerte, al corazón murmura
y le manda romper.
MACDUFF:
¿Y así acabaron
mis hijuelos también?
ROSSE:
Esposa, hijos,
tus comensales todos y criados.
MACDUFF:
¡Y no estaba yo allí! ¿También mi esposa?
ROSSE:
Ya lo he dicho.
MALCOLM:
Macduff, juntos hagamos
de espantosa venganza medicina
para curar tu pecho emponzoñado.
MACDUFF:
¡Macbeth no tiene hijos! ¡Todos, todos
mis lindos hijos muertos!
MALCOLM:
¡Desgraciados!
MACDUFF:
¿No me dijiste todos? Perecieron
de una sola garrada del milano
mis hermosos polluelos y su madre.
¿Todos?
MALCOLM:
Debate el horroroso caso
como a un hombre conviene.
MACDUFF:
Pienso hacerlo;
mas como hombre también siento y los amo.
Olvidarme no puedo que existían
esas joyas preciosas… ¿Despiadado
los vio morir el cielo, en su defensa
sin encender los fulminantes rayos?
Macduff, fueron heridos por tu causa:
¡infelice de mí! por mis pecados
horrible mortandad hirió sus frentes.
¡Ah…! los tengan los cielos en descanso.
MALCOLM:
Esta sea la piedra en que la espada
se afile de Macduff; el tierno llanto
conviértase en despecho: no se embote
tu corazón con lágrimas.
MACDUFF:
¿Osados
quieres que suenen en mi lengua acentos,
mientras los ojos mujeril espanto
con sus calientes lágrimas confiesan?
¡Ah! toda intermisión, todo retardo
quitad ¡oh Dios piadoso! A mi venganza:
preséntese al alcance de mis brazos
la furia de la Escocia; y si escapare,
si no rompe mi espada el pecho infando,
perdónenle los cielos.
MALCOLM:
Ese tono
Y acento varonil más acordado
está con tu deber. Vamos al rey;
las fuerzas se hallan prontas; ya, esperamos
para salir tan solo a tomar venia.
De tu crimen, Macbeth, se acerca el plazo;
los poderes supremos te preparan
el merecido galardón. Partamos:
consuélate, mi amigo, en lo posible;
larga es la noche a quien le niega el hado
la luz de nuevo sol y aurora nueva.