Escena XI§

LOS MISMOS. ROSSE.

MACDUFF:

Mirad quién viene aquí.

MALCOLM:

Nuestro paisano;

pero aun no le conozco.

MACDUFF:

¡Amado primo!

Bien venido a Inglaterra.

ROSSE:

Bien hallados.

MALCOLM:

Ahora ya sé quien es; disipad pronto

las sospechas ¡oh cielos! que en extraños

mis amigos convierten.

ROSSE:

Así sea.

MACDUFF:

¿Cómo queda la Escocia?

ROSSE:

Desdichado

es el sol que la alumbra. Está la Escocia

que de verse a si misma siente espanto:

no es nuestra patria ya, que es nuestra huesa;

ni hay sonrisas ya en ella ni agasajos,

sino suspiros roncos y sollozos

que desgarran el aire no escuchados.

Cunde más el sufrir cuanto es más duro;

y a muerto las campanas tañen tanto

que nadie ya pregunta por quién doblan:

las vidas de los hombres más temprano

acaban que la flor de sus sombreros;

y aun antes de enfermar fallecen sanos.

MACDUFF:

¡Oh relación prolija y verdadera!

MALCOLM:

¿Cuál es el infortunio más cercano?

ROSSE:

El que vive una hora es ya decrépito

y befa[65] mereciera por contarlo:

cada minuto engendra su desgracia.

MACDUFF:

¿Cómo está mi mujer?

ROSSE:

En buen estado.

MACDUFF:

¿Y mis hijos?

ROSSE:

Lo mismo.

MACDUFF:

Por ventura

¿el infame no turba su descaso?

ROSSE:

Descansados y en paz todos quedaban

al separarme de ellos.

MACDUFF:

No así avaro

de tus razones seas; di qué pasa.

ROSSE:

Cuando vine con triste y grave fardo

de fatigosas nuevas a Inglaterra,

los rumores corrían de que armando

se iban ya capitanes valerosos;

yo pienso que el rumor era fundado;

porque he visto ponerse en movimiento

las fuerzas militares del tirano.

Ahora es tiempo, Macduff, solo a tu vista

se llenará la Escocia de soldados;

y las mujeres mismas en las lides

batallarán por ti.

MALCOLM:

El amor patrio

con la llegada nuestra se consuele;

la benigna Inglaterra veteranos

al mando de Siward diez mil ha puesto

que con los suyos venguen mis agravios;

en persona Siward los acaudilla:

la cristiandad no tiene más bizarro

ni noble campeón.

ROSSE:

¡Así pudiese

con otros contestar hechos tan gratos!

Mas yo traigo palabras que debieran

ahullarse en el desierto solitario;

do no las recogiese humano oído.

MACDUFF:

¿Y a quién afectan más? ¿Serán acaso

de infortunio común lúgubre eco

o de un corazón solo agudo dardo?

ROSSE:

De la pena que hiere a cada hombre

se duelen los espíritus honrados;

pero la parte principal es tuya.

MACDUFF:

No me separes de ella; y al contado

entrégamela, Rosse; si fuere mia.

ROSSE:

Pero no me aborrezcan irritados,

si de acentos los lleno tus oídos,

mas horribles que nunca se escucharon.

MACDUFF:

¡Ah! todo lo adivino.

ROSSE:

Sorprendieron

tu castillo, Macduff; le puso a saco

un ministro cruel; y esposa, hijos,

con bárbara fiereza asesinaron.

Decirte cómo fuera quizá añadiera

a la suya tu muerte.

MALCOLM:

¡Cielos santos!

No te encubra los ojos el sombrero;

dale al dolor palabras que el quebranto

que no habla fuerte, al corazón murmura

y le manda romper.

MACDUFF:

¿Y así acabaron

mis hijuelos también?

ROSSE:

Esposa, hijos,

tus comensales todos y criados.

MACDUFF:

¡Y no estaba yo allí! ¿También mi esposa?

ROSSE:

Ya lo he dicho.

MALCOLM:

Macduff, juntos hagamos

de espantosa venganza medicina

para curar tu pecho emponzoñado.

MACDUFF:

¡Macbeth no tiene hijos! ¡Todos, todos

mis lindos hijos muertos!

MALCOLM:

¡Desgraciados!

MACDUFF:

¿No me dijiste todos? Perecieron

de una sola garrada del milano

mis hermosos polluelos y su madre.

¿Todos?

MALCOLM:

Debate el horroroso caso

como a un hombre conviene.

MACDUFF:

Pienso hacerlo;

mas como hombre también siento y los amo.

Olvidarme no puedo que existían

esas joyas preciosas… ¿Despiadado

los vio morir el cielo, en su defensa

sin encender los fulminantes rayos?

Macduff, fueron heridos por tu causa:

¡infelice de mí! por mis pecados

horrible mortandad hirió sus frentes.

¡Ah…! los tengan los cielos en descanso.

MALCOLM:

Esta sea la piedra en que la espada

se afile de Macduff; el tierno llanto

conviértase en despecho: no se embote

tu corazón con lágrimas.

MACDUFF:

¿Osados

quieres que suenen en mi lengua acentos,

mientras los ojos mujeril espanto

con sus calientes lágrimas confiesan?

¡Ah! toda intermisión, todo retardo

quitad ¡oh Dios piadoso! A mi venganza:

preséntese al alcance de mis brazos

la furia de la Escocia; y si escapare,

si no rompe mi espada el pecho infando,

perdónenle los cielos.

MALCOLM:

Ese tono

Y acento varonil más acordado

está con tu deber. Vamos al rey;

las fuerzas se hallan prontas; ya, esperamos

para salir tan solo a tomar venia.

De tu crimen, Macbeth, se acerca el plazo;

los poderes supremos te preparan

el merecido galardón. Partamos:

consuélate, mi amigo, en lo posible;

larga es la noche a quien le niega el hado

la luz de nuevo sol y aurora nueva.