Escena VIII[61]

Inglaterra. — Apartamento en el palacio real. — Entran MALCOLM y MACDUFF.

MACDUFF:

Al fin llegué a Inglaterra, al fin te abrazo.

MALCOLM:

Busquemos una sombra desolada

adonde desahogar el triste pecho.

MACDUFF:

Busquemos antes con sangrienta espada

a restaurar las honras y el derecho

que en la cuna heredamos: desgraciada

viuda cada aurora el frio lecho

de lágrimas rocía; y cada instante

llora en dura orfandad un nuevo infante.

Nuevas tribulaciones cada día

hieren en rostro al cielo empedernido;

y en él resuena la maldad impía,

cual si al par de la Escocia derruido

cayese el firmamento, en su agonía

lanzando agudo y fúnebre alarido.

MALCOLM:

Yo creo lo que sé y eso deploro;

desconocidos males nunca lloro.

Si cierto es lo que dices, coyuntura

para vengarlo espero. Ese tirano,

cuyo nombre la lengua más impura

pronuncia con dolor, benigno, humano,

ostentaba en un tiempo virtud pura,

amante corazón, pródiga mano;

tú le amabas entonces; y a fe mia

que agravios no te ha hecho todavía.

Soy joven, lo conozco; mas pudieras

alcanzar algo dél con mis pesares;

y es sabio el que a deidades altaneras

apacigua, inmolando en sus altares

inocente cordero.

MACDUFF:

¿Te atrevieras

a juzgarme traidor? ¿De mis hogares

no abandoné el reposo?

MALCOLM:

Solo dudo

si Macbeth seducirte acaso pudo.

Que un generoso pecho, la nativa

virtud puede acallar, si soberana

voluntad lo exigiere. Mas no estriba

tu honor en mi sospecha tal vez vana;

que no puede el pensar con fuerza activa,

trocar tu condición buena o liviana.

Puros eran los ángeles; mas fueron

impuros una vez y perecieron.

Y aunque a la gracia el fúlgido tocado

Arrancasen espíritus inmundos

y con él revistieran al pecado,

ella gracia sería.

MACDUFF:

¡Cuán profundos

contratiempos ¡oh Escocia! el macerado

corazón te desgarran iracundos!

Acabó mi esperanza. ¿Me desechas?

MALCOLM:

Tus palabras engendran mis sospechas.

Tú abandonaste hijos, casa, esposa;

De amor los fuertes vínculos rompiste;

y del alma la joya más preciosa,

la paz del corazón, necio pusiste

en manos de Macbeth; la cautelosa

sospecha no te agravie; que si existe

de mi seguridad es garantía:

perverso no te hará la opinión mia.

MACDUFF:

Desángrate ¡oh Escocia malhadada!

Patria mia, desángrate el tirano.

Vive, Macbeth, seguro en tu morada;

y redoble el herir tu férrea mano;

que los buenos rompieron ya la espada;

y el que fue generoso ora es villano.

Prodiga tus matanzas inclementes;

Tu título es legal ante las gentes.

A Dios, señor; no fuera el miserable

que suponer queréis, por cuanta tierra

en su codicia y ánimo insaciable

el tirano feroz ávido encierra:

si el oriente, ademas, inagotable

ganara con los triunfos de la guerra…

MALCOLM:

No te ofendas, Macduff; no en temor tuyo,

sino por bien de entrambos, así arguyo.

Sucumbe nuestra Escocia; aherrojada

yace en yugo cruel; y cada día

herida más acerba y despiadada

abre en su pecho horrible tiranía.

en mi favor quizá más que una espada

y más que un fuerte brazo se alzaría;

y más que un escocés de noble pecho

se lanzara en la lid por mi derecho.

Y la Inglaterra misma aquí me ofrece

benévola soldados a millares;

pero cuando la lucha fiera empiece

y rescate el valor nuestros hogares;

cuando el pecho que hoy triste se estremece

en la batalla venza los azares;

y yo huelle al tirano con fiereza,

o levante en mi lanza su cabeza;

Tal será el sucesor, que la tristura[62]

que hoy envuelve a la Escocia en negro duelo

parecerá tal vez gozo y ventura.

MACDUFF:

¿Qué sucesor?

MALCOLM:

Yo mismo; que en mí suelo

descubrir cuantos vicios la natura

supo engendrar con venenoso anhelo;

y espíritu tan doble y tan oscuro

que es junto a mí Macbeth un ángel puro.

MACDUFF:

No entre todas las hórridas legiones

que guardan los infiernos, se hallaría

un alma tan profunda en maldiciones,

tan llena de execrable alevosía

como la de Macbeth.

MALCOLM:

Fieras pasiones

avasallan, Macduff, su fantasía.

Concedo que es maligno, voluptuoso,

falso, traidor, astuto y codicioso.

Confieso que su espíritu se inunda

y se embriaga y baña en el pecado.

Mi lascivia es empero tan profunda;

tan audaz mi deseo y desfrenado,

que no bastara mi pasión inmunda

a calmar el cariño regalado

de todas vuestras hijas y mujeres

sí a mi prostituyeran sus placeres.

Ni el abismo colmaran de mis vicios

todas vuestras matronas y doncellas;

ni obstáculos bastaran ni artificios

de la necia virtud a defenderlas.

Más vale el rey Macbeth.

MACDUFF:

Los sacrificios

de libre intemperancia y las querellas,

son dura tiranía, a cuyo encono

se hunde tal vez en sangre excelso trono.

Mas no temas, Malcolm, apoderarte

de lo que tuyo es; de los placeres

podrá la misma plenitud saciarte;

y sabio aparecer cuando quisieres

en el público mando tomar parte;

ni puede tu apetito cuantas vieres

fáciles damas devorar violento,

si quier ganara al buitre en lo avariento.

MALCOLM:

Mas con esa pasión honda avaricia

alimenta mi pecho; y soberano,

a los nobles hiriera por codicia

de su tierra y su oro; a este mi mano

arrancara las joyas; la primicia

al otro de sus reses y su grano;

y el nuevo poseer la salsa fuera

que a mi voracidad nueva hambre diera.

Y así entre los vasallos más leales

cuando opulentos por ventura fueren,

feudos sembrara yo, querellas tales

que la riqueza y vida al par perdieran.

MACDUFF:

Eso amenaza ya mayores males.

MALCOLM:

Para mí lisonjeros, si me diesen

la riqueza de todos.

MACDUFF:

Perniciosa

es muy mas la avaricia y peligrosa.

Que la misma lascivia que te aqueja;

la avaricia cavó la sepultura

a monarcas sin fin. El miedo aleja,

sin embargo, pues quiso la ventura

darte riqueza tal, que escasa queja

ha de sentirse en tu ambición futura;

y esos dos vicios graves a que aludes,

sabrás recompensar con tus virtudes.

MALCOLM:

¡Virtudes yo, Macduff! No hay en mi mente

de la regia virtud ni aun esperanza;

no soy justo, ni sabio, ni clemente;

ni fortaleza tengo, ni templanza;

ni verdad, ni valor mi pecho siente;

ni magnanimidad el alma alcanza.

Mas en mi corazón se hallan dispuestos

y germinan los crímenes opuestos.

¡Ah! si fuera yo rey, derramaría

de la cordialidad el licor santo

en los hondos infiernos; rompería

la paz universal con fiero espanto;

la unidad de los orbes quebraría…

MACDUFF:

¡Escocia, Escocia!

MALCOLM:

Si del regio manto

un hombre tal es digno…

MACDUFF:

¡Ni aun debiera

la luz alimentar su vista fiera!

¡Oh nación miserable, a quien oprime

sangrienta tiranía! ¿Cuándo, hermosa,

renacerá tu aurora? ¿Cuándo, dime,

tu estrella se alzará, si en vergonzosa

decadencia la noble raza jime

que otros tiempos te hiciera venturosa

y hoy blasfema de sí? ¡Triste fortuna!

¿Y al rey Duncan, Malcolm, debiste cuna?

Mas no, que fue tu padre rey piadoso;

y la reina infeliz que te dio el pecho,

entre el Sumo Hacedor y entre su esposo

pasó el camino de la vida estrecho.

A Dios. De otro tirano cual tú odioso

me ahuyentó y de la Escocia mi despecho.

A Dios. Corazón mio, ya se lanza

arrojada del seno la esperanza.

MALCOLM:

Esa noble pasión que en ti se enciende

nació en tu integridad y ha disipado

las dudas de mi alma; quien contiende

con tirano tan fiero y depravado

como el falso Macbeth, sagaz no ofende

mostrándose y prudente y recatado;

que a su poder ganarme ha pretendido

y mil lazos y redes me ha tendido.

No extrañes, pues, Macduff, que receloso

arguyese contigo en demasía;

que el crédulo consejo presuroso

le prohíbe la fiel sabiduría

a quien vive cual vivo. El Dios piadoso en

quien mi corazón siempre confía

mediará entre tú y yo; que a tu nobleza

mi derecho confío y mi cabeza.

Y abjuro de las faltas y censuras

que me puse a mi mismo por probarte.

Del amoroso trato las dulzuras

aun no conozco yo; ni quiero parte

en ajenas riquezas ni venturas;

nunca falté a la fe. Jamas aparte

viví de la virtud. Ni yo el castigo diera

alevosamente a mi enemigo.

La primera falsía[63] de mi vida

es la que enantes dije y la desmiento;

tuyo es y de la Escocia dolorida

mi espada, mi saber, todo mi aliento.

Antes, bravo Macduff, de tu venida,

ya el anciano Siward con cauto intento

reclutaba diez mil hombres de guerra

que marcharán con él a nuestra tierra.

Juntos iremos todos; y si acaso

luciere nuestro hierro en las batallas,

a la victoria abrir sabremos paso,

combatir y vencer. ¿Mas por qué callas?

MACDUFF:

Porque entre el mal y el bien incierto lucho

que contrarios en ti y al par escucho.