Escena V[56]

Fife. — Apartamento del castillo de MACDUFF. — Entran LADY MACDUFF, SU HIJO, y ROSSE.

LADY MACDUFF

¿Y cómo delinquió? ¿Por qué mi esposo

abandona su patria?

ROSSE:

Él bien lo sabe.

Sed paciente, señora.

LADY MACDUFF

Fue la fuga

de Macduff sin razón. Así nos hace

tal vez el miedo aparecer traidores

cuando más justos somos, más leales.

ROSSE:

Aun ignoráis, señora, si fue injusto

o justo su temor.

LADY MACDUFF

¡Justicia grande!

Abandonar mujer, títulos, hijos,

en el mismo lugar de donde sale

en vergonzosa fuga; no nos ama

ni siente los afectos naturales.

El mismo colorín, el más pequeño

pajarillo quizás de entre las aves,

por defender su nido a la lechuza

y al milano voraz galán combate.

Para Macduff el miedo ha sido todo;

nada el amor de esposo ni el de padre;

no hay causa, no hay justicia en esa fuga.

ROSSE:

Tu esposo, prima mia, no es cobarde;

mitiga tu dolor, noble señora,

con imaginaciones más suaves.

Tan valiente es Macduff como juicioso;

y conoce tal vez mejor que nadie

lo que los tiempos piden: no me atrevo

a explicar más mi mente. Lamentables

son, señora, los días en que el hombre

si es leal o traidor apenas sabe;

en que corren rumores tenebrosos,

e ignorando por qué todos se abaten.

Un proceloso[57] piélago[58] surcamos

sin rumbo cierto, en insegura nave;

me despido de ti. Volveré presto.

Cuando el último extremo al fin se alcance

del mal que nos agita, los asuntos

han de volver, o prima, a nivelarse.

A Dios, mi lindo deudo. Él te bendiga.

LADY MACDUFF

Huérfano quedó ya, y aun tiene padre.

ROSSE:

Imprudente mi estancia ser pudiera

y también peligrosa. Dios os guarde.

LADY MACDUFF

A Dios, señor, a Dios.