TODOS, menos EL ASESINO.
MACBETH:
Y ellos te corresponden
y con el grato corazón responden
LADY MACBETH:
¿No brindas, caro esposo?
¡Cuán triste es el festín más suntuoso
si alegres brindis, si franqueza pura,
no vierten mientras dura
cordialidad en torno!
¿Qué más brillante adorno,
qué manjar exquisito se hallaría
mas sabroso que amor y que alegría?
MACBETH:
Tu justa corrección, señora, admito.
(Brindando).
Brindemos porque siga al apetito
plácida digestión, salud robusta.
ROSSE:
¿Pero su alteza, descansar no gusta?
LENOX:
¿No os sentáis, mi señor?
(Aparece el ESPECTRO de BANQUO, y se sienta en el sillon de Macbeth).
MACBETH:
En este punto
mis techos cobijaran todo junto
el honor de la Escocia, si presente
Banquo se hallara entre mi noble gente;
con nosotros se muestra desdeñoso.
ROSSE:
Y su oferta en cumplir poco afanoso;
mas que os plazca señor, os rogaría
hacernos compañía.
MACBETH:
Dejadme, pues, un lado.
LENOX:
Tenéis el lugar vuestro reservado.
MACBETH:
¿Adónde?
LENOX:
Aquí, señor.
(MACBETH mira al sillón, ve la sombra de Banquo y se estremece).
A la cabeza.
¿Está acaso indispuesto vuestra alteza?
MACBETH:
¿Quien osó entre vosotros hacer esto?
SEÑOR:
¿El qué, príncipe augusto?
MACBETH:
No me podrás decir tú lo has dispuesto.
Hacia mí en vano tu semblante adusto
diriges sacudiendo en guisa fiera
la ensangrentada y yerta[44] cabellera.
ROSSE:
Su alteza no está bien; alzad, señores.
LADY MACBETH:
Recobrad vuestros puestos: los dolores
de crónica dolencia le atormentan
y se agravan y aumentan,
si alguien el mal examinar parece.
que desde la niñez el rey padece;
cenad en paz os pido.
¿Eres hombre, Macbeth? (A Macbeth).
MACBETH:
Sí, y atrevido,
pues mirar puedo aquello que cegara
al mismo Lucifer si lo mirara.
LADY MACBETH:
¡Mísera infatuación y desventura!
¿No ves que esas fantasmas son pintura
de ignoble miedo y del terror son hijas?
Siempre a tus ojos fijas,
ya la figura vaga
de uno que feneció; y ya la daga
que imaginaste ver en tu despecho
cuando buscabas de Duncan el lecho.
Estas súbitas rachas y temores,
(del miedo vil aciagos impostores)
estos misterios tristes y portentos,
recítense en los cuentos
con que anciana matrona se recrea
sentada al fuego de ancha chimenea
en las noches de invierno;
que son en ti, señor, baldón[45] eterno:
¿cuando todo acabó Macbeth se humilla?
¿los ojos clavas en la hueca silla?
MACBETH:
Le ves; mírale allí, mira cuál mueve
la sangrienta cabeza y vista leve.
¿Qué me importan tus señas y misterios?
Si ya pueden volver los cementerios,
desde su seno inmundo,
los cadáveres yertos a este mundo,
las entrañas serán de los milanos
de hoy mas los aposentos
de nuestros funerales monumentos.
(Desaparece el espíritu).
LADY MACBETH:
¿Cómo? ¿tan abatido? ¿tan postrado?
MACBETH:
Si cierto es que aquí estoy, Banquo ha estado
ocupando esa silla.
LADY MACBETH:
¡Qué demencia!
MACBETH:
En los antiguos tiempos, con frecuencia
sangre humana ha corrido;
antes que depurada hubiera sido
con leyes y estatutos nuestra suerte.
Desde entonces, también se han dado muerte
los hombres, perpetrando alevosías
por inauditas y horrorosas vías.
Pero cuando el cerebro roto estaba
o la cabeza al tronco se arrancaba,
la vida fin tenia y fin completo,
sin que volviese tétrico esqueleto
al mando del viviente,
con cien asesinatos en la frente
y con mirar terrífico y extraño
a usurpar nuestra mesa y nuestro escaño.
LADY MACBETH:
¡Ah con cuánto dolor, cuánta tristeza
os ve así padecer nuestra nobleza!
MACBETH:
Deudos y amigos, Perdonad mi estado.
La antigua enfermedad se ha renovado
y me aquejaba ahora,
pero súbitamente se mejora.
Salud y amor a todos los presentes;
de aromáticos vinos transparentes
colmad hasta los bordes,
las copas de oro en el placer acordes;
con júbilo brindemos;
y antes que yo me siente,
gozosos y a la par las apuremos.
(Se levanta el espectro de Banquo).
A la salud de nuestro amigo ausente,
del gran Banquo, bebamos;
pues todos deploramos
su lamentada ausencia;
y la benevolencia
os sirva de placer y de provecho,
que respira mi pecho
con vuestro amor ufano.
SEÑORES:
(Bebiendo). Por el brindis que ha dado el soberano.
MACBETH:
¡Afuera, espectro, aparta de mi vista!
Pide a Dios que te asista;
de tuétanos carece tu osamenta;
no hay calor en tu sangre; no, ni hay cuenta
ni hay especulación en la mirada
que tienes en mis ojos enclavada.
MACDUFF:
Considerad ¡oh pares! solamente
en esta enfermedad un accidente
ya en mi noble señor envejecido;
siento que agüe[46] el contento prometido.
MACBETH:
Haré cuanto hacer pueda hombre animoso.
Preséntate a mi vista como el oso
remendado de Rusia; o a mi mano
corno el rinoceronte o tigre hircano[47]
o toma otra semblanza aun más horrenda;
y en batalla tremenda
agota tu despecho
contra mi fuerte brazo y duro pecho;
o vuélvete a la vida
y con lanza temida
más que en la tempestad el ígneo lampo,
espérame el campo;
y si tu hierro evito fulminante
no me tengas en más que a tierno infante
de mozuela liviana.
(Desaparece el espíritu).
¡Huye, huye de aquí, visión horrible;
huye, espectro temible;
fingida sombra fiera;
imagen pavorosa, afuera, afuera!
¿Y cómo así? despareció y al alma
tornan la fuerza y la perdida calma.
Mis amigos, repito que os sentéis.
LADY MACBETH:
La alegría, señor, turbada veis
con tan fatal desorden.
MACBETH:
¿Pues acaso
pueden tales visiones abrir paso
por nuestra fantasía
y el alma verlas impasible, fría,
cual ven los ojos que a los cielos sube
en el verano pasajera nube?
de mi propia entidad dudar me hiciste
al observar que en paz tal cosa viste;
y que el infierno mismo no te humilla,
ni sus matices roba a tu mejilla,
mientras baña las mías el temor.
ROSSE:
¿Qué visiones son esas, mi señor?
LADY MACBETH:
No, no le interroguéis, os lo suplico;
cuando su mal se agrava como ahora,
dáñale ver en torno gentes juntas
las palabras le dañan y preguntas,
solo en la soledad halla mejora.
Dejadle, mis amigos, yo os lo ruego;
no os tenga la etiqueta. Salid luego.
LENOX:
Mejoría a su alteza deseamos.
LADY MACBETH:
Feliz noche, señores.
LENOX:
Vamos.
SEÑORES:
Vamos.
(Salen señores y acompañamiento).