El PRIMER ASESINO se presenta embozado en la puerta; mientras LOS SEÑORES hablan le observa MACBETH.
MACBETH:
Y ellos te corresponden
y con el grato corazón responden
iguales en amor y cortesía.
También se iguale, pues, vuestra alegría;
ahora me sentaré; gozad en tanto
de jovial libertad el dulce encanto.
Llénense vuestras copas.
(En la puerta al asesino, aparte).
Traes la frente
manchada en sangre.
ASESINO:
Y aun está caliente,
que es la sangre de Banquo.
MACBETH:
¿Le has matado?
ASESINO:
Yo mismo el corazón le he traspasado.
MACBETH:
¡Excelente puñal! También lo fuera
el que a su hijo Fleance muerte diera.
Si así lo hiciste tú no tienes precio.
ASESINO:
Fleance, señor, huyó.
MACBETH:
¿Pues cómo, necio,
le dejaste escapar, si su existencia
es la grave dolencia
de mi presente estado?
Si no fuera por él consolidado
cual fuerte roca mi poder se hallara
y cual los aires libres se espaciara;
ora me siento estrecho, reducido
y entre dudas horribles comprimido.
¿Está Banquo seguro?
ASESINO:
Heridas veinte
distribuidas entre cuello y frente,
mortal la más pequeña, le hemos hecho;
y más de doce abrimos en su pecho;
en una zanja queda. Estáis servido.
MACBETH:
La serpiente cruel postrada ha sido;
el gusano escapó; pero su seno
antes de mucho engendrará veneno:
de robustez carece todavía…
Vete y vuelve mañana al ser de día.