Escena XI§

El PRIMER ASESINO se presenta embozado en la puerta; mientras LOS SEÑORES hablan le observa MACBETH.

MACBETH:

Y ellos te corresponden

y con el grato corazón responden

iguales en amor y cortesía.

También se iguale, pues, vuestra alegría;

ahora me sentaré; gozad en tanto

de jovial libertad el dulce encanto.

Llénense vuestras copas.

(En la puerta al asesino, aparte).

Traes la frente

manchada en sangre.

ASESINO:

Y aun está caliente,

que es la sangre de Banquo.

MACBETH:

¿Le has matado?

ASESINO:

Yo mismo el corazón le he traspasado.

MACBETH:

¡Excelente puñal! También lo fuera

el que a su hijo Fleance muerte diera.

Si así lo hiciste tú no tienes precio.

ASESINO:

Fleance, señor, huyó.

MACBETH:

¿Pues cómo, necio,

le dejaste escapar, si su existencia

es la grave dolencia

de mi presente estado?

Si no fuera por él consolidado

cual fuerte roca mi poder se hallara

y cual los aires libres se espaciara;

ora me siento estrecho, reducido

y entre dudas horribles comprimido.

¿Está Banquo seguro?

ASESINO:

Heridas veinte

distribuidas entre cuello y frente,

mortal la más pequeña, le hemos hecho;

y más de doce abrimos en su pecho;

en una zanja queda. Estáis servido.

MACBETH:

La serpiente cruel postrada ha sido;

el gusano escapó; pero su seno

antes de mucho engendrará veneno:

de robustez carece todavía…

Vete y vuelve mañana al ser de día.