Escena VII§

LADY MACBETH. MACBETH.

LADY MACBETH:

Y bien, noble señor, ¿por qué tan solo?

¿por qué solo el pesar os acompaña?

¿por qué os alimentáis de pensamientos

que ya morir debieron con su causa?

Lo que acaso carece de remedio

debiera carecer de remembranza[38].

lo que hecho está se olvide ya por hecho.

MACBETH:

Quebrantó la serpiente nuestra audacia,

pero no la hemos muerto; que repuesta

a su ser volverá; y abandonada

y de la antigua mordedura en riesgo

quedará al fin nuestra malicia infausta.

Descoyúntese, pues, naturaleza;

los ejes del empíreo[39] se deshagan;

sufran los mundos todos en buen hora,

antes que nuestro pan al labio vaya

amasado en terror y en amargura;

antes que hórridos sueños de fantasmas

pueblen nuestro dormir. Más nos valiera

con los muertos estar que ya lanzara

nuestra mano el sepulcro, que la vida

entre afanes pasar siempre angustiada.

Duncan duerme en su huesa reposado:

de la agitada vida en paz descansa.

Cuanto mal la traición hacerle pudo

ya consumado está ni aleve[40] daga,

ni ponzoña o revueltas interiores

o guerras extranjeras, de su calma

romper el curso pueden.

LADY MACBETH:

Señor mio,

suavizad vuestras ásperas miradas;

mostraos en el festín jovial y afable

a las turbas de nobles que os aguardan.

MACBETH:

Así lo haré, señora, y te suplico

que en el banquete así también lo hagas.

A Banquo recordemos con frecuencia.

Tus ojos y tu lengua las más altas

lisonjas le prodiguen. Inseguros

estamos ¡oh mujer! cuando en las aguas

de la mentira nuestro honor manchado

nos es fuerza lavar. ¡Cuánta constancia

para trocar cada hora voz y rostro

en visera del alma atribulada

porque así sus facciones no se vean!

LADY MACBETH:

No desgarréis, señor, las hondas llagas

del corazón doliente.

MACBETH:

Amiga, esposa,

millares de escorpiones, las entrañas

me corroen con diente venenoso.

¿Sabes que Banquo y Fleance ora cabalgan

y que alientan felices?

LADY MACBETH:

¿Pero el plazo

es de su vida eterno?

MACBETH:

La esperanza

de que son vulnerables me consuela.

Regocíjate, pues, que antes que el alba

termine del murciélago enclaustrado

el fatídico vuelo; antes que salga:

escamoso nocturno escarabajo

con el zumbido de las negras alas

tocando soñoliento, infausto doble,

oirás un hecho de hórrida importancia.

LADY MACBETH:

¿Y cuál es?

MACBETH:

De este crimen sé inocente

hasta que consumado ya le aplaudas.

Ven, ven, lóbrega noche, y cubre el día;

y con mano invisible, ensangrentada,

rompe las ligaduras que me oprimen

y el rostro empalidecen. Tu luz clara

ya se condensa ¡oh día! y ya hácia el bosque

hiende el cuervo los aires; ya se alzan

los oscuros agentes de la noche,

mientras la última luz cede y se apaga.

Mis acentos te causan maravilla;

no quieras penetrar en lo que callan;

pues las obras que en mal se principiaron

solo el mal las prosigue y las acaba.

Ven conmigo, señora.

LADY MACBETH:

Ya te sigo.