Escena V§

EL MISMO. DOS ASESINOS y UN CRIADO que vuelve a salir cuando Macbeth se lo manda.

MACBETH:

(Al criado). Hasta que llame espera.

(Sale el CRIADO.)

Me parece

que nos vimos ayer.

ASESINO 1:

Si así os agrada.

MACBETH:

Ya desde entonces meditado habréis

el peso y gravedad de mis palabras;

recordaréis que él fue quien os condujo

en el pasado tiempo a la desgracia

y a la dura aflicción. Ya os hice bueno

por qué medio a los dos se extraviara;

cómo vuestros designios se cruzaron;

cuáles los instrumentos que labraban

vuestro mal y ruina; y otras cosas

que a la razón dijeran menos sana

esa es obra de Banquo.

ASESINO 1:

Así lo oímos.

MACBETH:

Así os lo demostré con pruebas claras;

indicando, ademas, cuáles serían

los negocios que aquí nos ocuparan.

¿De paciencia tan grande estáis dotados

o tan benignas son vuestras entrañas

que no os mueven al mal tantos ultrajes?

¿Domina el Evangelio vuestras almas

tanto que bien hagáis al que os persigue

y cuya fuerte mano os doblegara

hasta dar en la huesa vuestra frente

y hundir en la miseria vuestra raza?

ASESINO 1:

Somos hombres, señor.

MACBETH:

Sí, como tales

en el registro estáis de gente humana.

Mas advertid que gozques y lebreles

y dogos en común perros se llaman;

aunque suele el catálogo hacer luego

reseña de los dones que otorgara

natura liberal a cada uno;

estos pausados, esos de batalla,

venatorios aquellos o domésticos,

el protocolo dice que señala

su título especial a cada clase;

y así los hombres. Ahora bien: si plaza

tenéis en la trailla[36] y no es acaso

la postrera y más vil y desdichada,

hablad; y tal asunto a vuestros pechos

me atrevo a transmitir, que hoy mismo caiga

vuestro duro enemigo y yo consiga

con mis vasallos tiempos de bonanza.

Mi salud yace enferma de su vida;

y solo con su muerte se aliviara.

ASESINO 2:

Soy un hombre, señor, a quien el mundo

tantos reveses dio y heridas tantas,

que en mi furor hiciera cuanto es dable

por injuriar al mundo.

ASESINO 1:

Tan ingrata

me fue siempre fortuna, estoy tan harto

de sus desastres, penas y desgracias,

que arriesgara mi vida a cualquier juego

para perderla pronto o mejorarla.

MACBETH:

¿A Banquo conocéis por enemigo?

ASESINO 1:

Sí, mi señor.

MACBETH:

Pues a mortal distancia

es lo mio también; y cada instante

que su execrable vida se dilata,

es para mi existencia aguda vira

que la mente y el pecho me taladra.

Y aunque pudiera con legales formas

y con designio y pública venganza

borrarle para siempre de mi vista,

me es fuerza conocer que a Banquo aman

muchos de mis primeros cortesanos

y no puedo abdicar su confianza;

lamentar me es preciso la caída

del mismo a quien aterro; y que velada

la muerte quede que le deis vosotros

en misteriosas sombras, tan opacas

que no haya luz que penetrarlas pueda.

ASESINO 2:

Se cumplirá, señor, como lo mandas.

ASESINO 1:

Aunque mi propia vida…

MACBETH:

Resplandece

vuestro espíritu ya en vuestras miradas.

A lo sumo en una hora os diré dónde

emboscaros debéis. Las circunstancias

estudiad más prolijas del momento,

del sitio y la sazón; y que grabadas

os queden en el ánimo de modo

que imposible encontréis el olvidarlas.

Esta noche se cumpla; del palacio

entre las alamedas separadas,

pues de mí han de alejarse las sospechas;

y porque la obra quede consumada,

sin retazos, sin dudas ni tropiezos,

ya que Fleance su hijo le acompaña,

y su ausencia me importa por lo menos

al par de la del padre, vuestras armas

le envuelvan de aquel hora en el destino.

Resolveos aparte en esa estancia.

ASESINO 2:

Ya lo estamos, señor.

MACBETH:

Entrad os digo:

yo volveré a buscaros sin tardanza.

Concluyó este negocio. Si está escrito

¡oh Banquo! que en su vuelo irá tu alma

a descansar al cielo, tu viaje

para esta misma noche se prepara.