EL MISMO. DOS ASESINOS y UN CRIADO que vuelve a salir cuando Macbeth se lo manda.
MACBETH:
(Al criado). Hasta que llame espera.
(Sale el CRIADO.)
Me parece
que nos vimos ayer.
ASESINO 1:
Si así os agrada.
MACBETH:
Ya desde entonces meditado habréis
el peso y gravedad de mis palabras;
recordaréis que él fue quien os condujo
en el pasado tiempo a la desgracia
y a la dura aflicción. Ya os hice bueno
por qué medio a los dos se extraviara;
cómo vuestros designios se cruzaron;
cuáles los instrumentos que labraban
vuestro mal y ruina; y otras cosas
que a la razón dijeran menos sana
esa es obra de Banquo.
ASESINO 1:
Así lo oímos.
MACBETH:
Así os lo demostré con pruebas claras;
indicando, ademas, cuáles serían
los negocios que aquí nos ocuparan.
¿De paciencia tan grande estáis dotados
o tan benignas son vuestras entrañas
que no os mueven al mal tantos ultrajes?
¿Domina el Evangelio vuestras almas
tanto que bien hagáis al que os persigue
y cuya fuerte mano os doblegara
hasta dar en la huesa vuestra frente
y hundir en la miseria vuestra raza?
ASESINO 1:
Somos hombres, señor.
MACBETH:
Sí, como tales
en el registro estáis de gente humana.
Mas advertid que gozques y lebreles
y dogos en común perros se llaman;
aunque suele el catálogo hacer luego
reseña de los dones que otorgara
natura liberal a cada uno;
estos pausados, esos de batalla,
venatorios aquellos o domésticos,
el protocolo dice que señala
su título especial a cada clase;
y así los hombres. Ahora bien: si plaza
tenéis en la trailla[36] y no es acaso
la postrera y más vil y desdichada,
hablad; y tal asunto a vuestros pechos
me atrevo a transmitir, que hoy mismo caiga
vuestro duro enemigo y yo consiga
con mis vasallos tiempos de bonanza.
Mi salud yace enferma de su vida;
y solo con su muerte se aliviara.
ASESINO 2:
Soy un hombre, señor, a quien el mundo
tantos reveses dio y heridas tantas,
que en mi furor hiciera cuanto es dable
por injuriar al mundo.
ASESINO 1:
Tan ingrata
me fue siempre fortuna, estoy tan harto
de sus desastres, penas y desgracias,
que arriesgara mi vida a cualquier juego
para perderla pronto o mejorarla.
MACBETH:
¿A Banquo conocéis por enemigo?
ASESINO 1:
Sí, mi señor.
MACBETH:
Pues a mortal distancia
es lo mio también; y cada instante
que su execrable vida se dilata,
es para mi existencia aguda vira
que la mente y el pecho me taladra.
Y aunque pudiera con legales formas
y con designio y pública venganza
borrarle para siempre de mi vista,
me es fuerza conocer que a Banquo aman
muchos de mis primeros cortesanos
y no puedo abdicar su confianza;
lamentar me es preciso la caída
del mismo a quien aterro; y que velada
la muerte quede que le deis vosotros
en misteriosas sombras, tan opacas
que no haya luz que penetrarlas pueda.
ASESINO 2:
Se cumplirá, señor, como lo mandas.
ASESINO 1:
Aunque mi propia vida…
MACBETH:
Resplandece
vuestro espíritu ya en vuestras miradas.
A lo sumo en una hora os diré dónde
emboscaros debéis. Las circunstancias
estudiad más prolijas del momento,
del sitio y la sazón; y que grabadas
os queden en el ánimo de modo
que imposible encontréis el olvidarlas.
Esta noche se cumpla; del palacio
entre las alamedas separadas,
pues de mí han de alejarse las sospechas;
y porque la obra quede consumada,
sin retazos, sin dudas ni tropiezos,
ya que Fleance su hijo le acompaña,
y su ausencia me importa por lo menos
al par de la del padre, vuestras armas
le envuelvan de aquel hora en el destino.
Resolveos aparte en esa estancia.
ASESINO 2:
Ya lo estamos, señor.
MACBETH:
Entrad os digo:
yo volveré a buscaros sin tardanza.
Concluyó este negocio. Si está escrito
¡oh Banquo! que en su vuelo irá tu alma
a descansar al cielo, tu viaje
para esta misma noche se prepara.