Escena IV§

MACBETH y UN SIRVIENTE que sale después.

MACBETH:

¿Esperan esos hombres?

CRIADO:

Están, señor, ocultos en palacio.

MACBETH:

Entren sin dilación.

(Sale el CRIADO.)

No es existencia

la que se arrastra así, pues no es segura.

Mas a Banquo sospecho cada instante;

que en su mente magnánima domina

la inspiración divina

de terrible virtud. Audaz, prudente,

orgulloso y paciente,

de vigor rico, de ambición y calma

al poder de su alma

sirve de docta guía

la firme y perspicaz sabiduría.

Solo de Banquo el poderoso aliento

me puede intimidar; pero me siento

ante su genio mustio y humillado

cual a vista del Cesar Marco-Antonio.

Ceño duro y airado

mostró Banquo a las brujas previsoras

que el trono me ofrecían

aunque a su descendencia prometían

con recóndito arcano

también cetro y dominio soberano.

Corona infructuosa

me anunciaron con lengua misteriosa:

y estéril monarquía,

que ha de arrancarme un día

el destino fatal, sin que a mi muerte

mis hijos me sucedan. Si la suerte

así lo decretó, mancille mi alma

por los hijos de Banquo; en su provecho

teñí con sangre de Duncan el lecho.

Para alcanzarles el augusta palma,

cargué yo de rencores ponzoñosos

el bajel de mi paz; con triste halago,

del ánima inmortal, por ellos hago

presente al enemigo de los hombres;

porque con regios nombres,

poderosos ocupen regia silla

los que engendrare ¡oh Banquo! tu semilla.

Antes que así se cumpla, ven, destino,

ven a lidiar conmigo en cruda guerra

por los ámbitos yertos de la tierra

y perezcamos todos. ¿Quién va? ¡Hola!