Escena XVIII§

LOS MISMOS. MALCOM. DONALBAIN.

DONALBAIN:

¿Y a quién hirió tan grave desventura?

MACBETH:

A vosotros, infantes, en la frente;

que no ha de correr más la augusta fuente

y el manantial de vuestra sangre pura.

Pereció vuestro padre asesinado.

MALCOM:

¿Por la mano de quién?

LENOX:

Muerte le dieron

sus custodios, sin duda. Ni aun quisieron

la traición disfrazar; que ambos manchado

el rostro con la sangre mantenían;

y no enjutas las dagas y estampadas

sus formas por las sucias almohadas.

Viéndose sorprendidos, no sabían

qué disculpa fingir; nunca la suerte

se les debió fiar del regio aliento

ni tan noble custodia.

MACBETH:

Me arrepiento

ya del furor con que les dí la muerte.

MALCOM:

¿Y por qué los mataste?

MACBETH:

¿A quién es dado

reunir con la pasión sabiduría?

¿quién a la vez frenético sería

y furioso a la vez y moderado?

En mí venció un amor ciego y vehemente

la voz de la prudencia mesurada:

a un lado yace Duncan, la argentada

cabellera teñida y noble frente

con esmaltes de sangre; sus heridas

abriendo al parecer anchos caminos

a común destrucción; los asesinos

al otro lado yacen, reteñidas

las dagas hasta el puño en sangre y rojos

los semblantes y manos. ¿Quién pudiera

si un corazón amante en él latiera

cerrar a tanto mal cobardes ojos?

LADY MACBETH:

¡Socorredme, ay de mi!

MACDUFF:

Prestad ayuda

a nuestra castellana.

MALCOM:

¿Y macilentos

oiremos sus lamentos

con apagado labio y lengua muda

nosotros a quien toca este debate

DONALBAIN:

¿Y qué decir aquí de tanto insulto?

En los antros del Ogre[29] se halla oculto

el destino que fiero nos combate

y ocasión solo espera

ya para destruirnos. ¡Ah! partamos,

y el llanto aun no formado suspendamos.

MALCOM:

Antes huir que la dolencia fiera

paralice los pies a nuestra huida.

BANQUO:

Socorred a milady.

(Se la llevan).