MACBETH. LADY MACBETH.
LADY MACBETH:
Esposo…
MACBETH:
Ya el hecho está consumado.
¿Rumores no oíste?
LADY MACBETH:
Silbo agudo oí
de lechuza lóbrega. ¿Y tú no has hablado?
MACBETH:
¿Al volver ahora?
LADY MACBETH:
¿Cuándo?
MACBETH:
Creo que sí.
Escucha: ¿quién duerme en este aposento?
LADY MACBETH:
Duerme… Donalbain.
MACBETH:
¡Ah triste visión! (Mirándose las manos).
LADY MACBETH:
¿Por qué triste ?
MACBETH:
El uno reía contento;
Y gritaba el otro «piedad, compasión».
Entrambos despiertan al mutuo ruido;
yo los observaba con firme mirar;
rezaron sus preces y en el blando olvido
de profundo sueño vuelven a quedar.
LADY MACBETH:
En la misma estancia entrambos dormían…
MACBETH:
«Dios nos de su gracia» con mustio clamor
el uno en sus sueños; y ambos respondían
«amen» cual si vieran hierro matador
en estas mis manos de verdugo fiero
amagar sus vidas, su ensueño amagar;
ni mi labio pudo al son lastimero
responder piadoso ni «amén» pronunciar.
LADY MACBETH:
Mi señor, no pienses con angustia tanta.
MACBETH:
¿Y por qué no pude «así sea» decir?
Orar yo quisiera, más de mi garganta
el santo vocablo no pudo salir.
LADY MACBETH:
Examen no sufren actos tan violentos;
o en él sucumbiera la débil razón.
MACBETH:
Yo pensé que oía fúnebres acentos
diciendo «¡despierta! ¡despierta! ¡traición!
Macbeth asesina al sueño inocente;
al sueño que trenza con piadoso afán,
las hebras confusas que en la humana mente
penas y cuidados marañando van.
Asesina al sueño, muerte cotidiana;
del trabajo duro baño calmador;
bálsamo que al alma contristada sana;
del festín de vida sabroso licor».
LADY MACBETH:
¿Pero qué pretendes?
MACBETH:
Y luego decía
la voz con más fuerza doblando el gemir,
«¡despierta! el de Glamis mató al que dormía
y el de Cawdor nunca podrá ya dormir».
Perpetua vigilia mantendrá en sus ojos…
LADY MACBETH:
¿Y quien así hablaba? ¿acaso no ves
que tus altos hechos hundes en abrojos
ilusión mintiendo que fingida es?
vé, señor, con agua lava de tus manos
ese testimonio asqueroso asaz.
De imágenes tristes recuerdos livianos
ahuyenta del alma; renazca la paz.
Lávate las manos: ¿por qué los puñales
trajiste contigo? Vuélvelos allí,
junto a los que duermen y los cabezales
de sangre salpica. Manchados así…
MACBETH:
No voy más… yo… tiemblo de ver esta hazaña;
yo mis propios hechos no puedo mirar.
LADY MACBETH:
Tu ilusión acerba[24], mi señor, te engaña,
el ánimo enfermo rindes al pesar;
el dormido, el muerto, ¿son más que pinturas
que solo amedrentan al ojo infantil?
Si sangre destilan aun las aberturas
que esculpió en su seno el hierro sutil,
rociaré con ella los guardas dormidos
que cual criminales han de aparecer. (Sale).