Escena IV§

MACBETH.

MACBETH:

Un puñal agudo mi vista persigue,

el puño a la mano viene sin cesar;

llega… Mas si es sombra lo que el ojo sigue,

si nunca mi brazo te puede alcanzar,

¿Acaso no eres, puñal homicida,

tan sensible al tacto como a la visión?

¿O eres de la mente imagen fingida

y de seso enfermo enferma creación?

Tan palpable forma tienes todavía

cual estotra daga que puedo yo asir.

(Desnuda su daga).

De estrella me sirves y ominosa guía.

mostrando el camino que dudo seguir.

A tí asemejaba el fiero instrumento

que aun antes de verte pensaba escoger.

Tal vez de la vista con juego violento

los otros sentidos burlan el poder.

O quizá la vista superior a ellos

la verdad descubre y avisa leal.

¡Aun vibras! Y sangre vierten los destellos

que antes no lanzabas de tu hoja fatal.

¿Será todo sueño… mera fantasía?

Del acto nefando letal precursor,

los ojos deslumbra, la mente extravía,

derrama en el pecho insólito horror.

Es la hora en que muerta sobre medio mundo

parece natura vasto panteón;

siniestros ensueños de terror profundo

el dormir asedian e infausta ilusión.

A Hécate holocaustos rinden a esta hora

las impuras magas con lúgubre voz;

y adusta y marchita se levanta ahora

del asesinato la imagen atroz.

Y al aullar del lobo, cual espectro leve,

clandestino paso comienza a mover;

y en torno a su presa furtiva se mueve

la sangre buscando que anhela verter.

Tú, tierra, asentada en firmes cimientos,

no sientas la huella de mi triste andar;

ni oigas de mis pasos ecos macilentos

que tus piedras luego puedan imitar.

En silencio escucha el horror presente

propio de la hora en que se abortó…

Mientras yo amenazo él vive y no siente;

el hálito es frio que al pecho quedó.

Frio es el aliento que vanas razones

lanzan en el rostro del activo obrar.

(Suena una campana).

La campana… acudo. No sus vibraciones,

Soñoliento Duncan, quieras escuchar.

Por ti dobla fúnebre el férreo badajo;

el infierno se abre o el cielo por ti.

(Vase).