Escena XIV§

EL MISMO. LADY MACBETH.

MACBETH:

Y bien, ¿qué nuevas, esposa?

LADY MACBETH:

Casi concluye la cena.

¿Por qué no vienes?

MACBETH:

¿Acaso nuestro huésped me espera?

LADY MACBETH:

¿Pues no lo sabes?

MACBETH:

Forzoso es que el hecho se suspenda;

que él me colma de favores y aun tengo en las sienes frescas

las guirnaldas que ha cortado mi espada en honrosa guerra.

Auríferas opiniones me ganaron mis proezas

de toda clase de gentes; y tan lozanas y nuevas

no las quiero desechar.

LADY MACBETH:

Y acaso ¿se hallaba ebria

la temeraria esperanza que a concebir te atrevieras?

Ebria se hallaba sin duda: durmió luego, ora despierta;

y con fatiga y espanto las grandes obras contempla

que engendrara en su alegría. Tu amor conozco… ¿no aciertas

a ser el mismo en los actos que eres, Macbeth, en ideas?

Las ventajas de la vida codicias; mas a perderlas

te resignas, si es preciso alcanzarlas con la fuerza.

¿Vivir quisieras cobarde allá en tu propia creencia?

Ves el fruto apetecido que tu ardiente gula anhela,

y le pierdes cual la zorra de fabulosa leyenda.

MACBETH:

Me atrevo a hacer cuanto cumple hacer a un hombre: el que intenta

hacer más que eso no es hombre.

LADY MACBETH:

¿Y qué alimaña o qué fiera

fue la que alzó el pensamiento hasta la augusta diadema?

¿No eras hombre cuando osado quisiste tú poseerla?

¿No eras hombre y no aspirabas a la celsitud suprema?

Ni el tiempo ni la ocasión propicios entonces eran;

y tú fabricar querías coyunturas lisonjeras

a tu capricho amoldadas: libres ahora se presentan;

y te espantas a su vistas y solo al mirarlas tiemblas.

Yo he sido madre, Macbeth; yo he sentido la terneza

de una madre por el hijo que a sus pechos alimenta;

mas de haberlo así jurado, cuando la frente serena

del risueño amado infante mi regazo sostuviera;

cuando con mayor dulzura sus ojos resplandecieran

y al mirar los ojos mios su blando pecho latiera,

el pezón le arrancaría entonce a la boca tierna;

entonces estrellaría su frente contra una piedra.

MACBETH:

Si se malogra el designio…

LADY MACBETH:

No es posible, no: concentra

y remacha y atornilla tu valor y le sujeta

en el punto decisivo. Cuando nuestro huésped duerma

(y no tardará el momento ya de que el sueño le venza)

el vino y la intemperancia también a sus centinelas

oprimirán de tal modo que humo su razón se vuelva

y la memoria su oficio olvide en vapor envuelta.

Aletargados así los que vigilar debieran,

¿quién defenderá al rey Duncan? ¿qué señales y qué muestras

no dispondré por la alcoba hacinando las sospechas

en ellos del parricidio?

MACBETH:

¡Hijos varones engendra;

tus indómitas entrañas no deben concebir hembras!

Y si los mismos puñales de sus guardas nos sirvieran

y mancháramos de sangre sus rostros ¿no se creyera

que fue suya la perfidia, suya la traición horrenda?

LADY MACBETH:

¿Y quién osara negarlo cuando oyese en nuestra lengua

el penetrante alarido con que el dolor se revela?

MACBETH:

Estoy pronto. El tiempo emboza en falaces apariencias.

Encubra el falaz aspecto con miradas placenteras

del corazón fementido la devastadora guerra.