EL MISMO. LADY MACBETH.
MACBETH:
Y bien, ¿qué nuevas, esposa?
LADY MACBETH:
Casi concluye la cena.
¿Por qué no vienes?
MACBETH:
¿Acaso nuestro huésped me espera?
LADY MACBETH:
¿Pues no lo sabes?
MACBETH:
Forzoso es que el hecho se suspenda;
que él me colma de favores y aun tengo en las sienes frescas
las guirnaldas que ha cortado mi espada en honrosa guerra.
Auríferas opiniones me ganaron mis proezas
de toda clase de gentes; y tan lozanas y nuevas
no las quiero desechar.
LADY MACBETH:
Y acaso ¿se hallaba ebria
la temeraria esperanza que a concebir te atrevieras?
Ebria se hallaba sin duda: durmió luego, ora despierta;
y con fatiga y espanto las grandes obras contempla
que engendrara en su alegría. Tu amor conozco… ¿no aciertas
a ser el mismo en los actos que eres, Macbeth, en ideas?
Las ventajas de la vida codicias; mas a perderlas
te resignas, si es preciso alcanzarlas con la fuerza.
¿Vivir quisieras cobarde allá en tu propia creencia?
Ves el fruto apetecido que tu ardiente gula anhela,
y le pierdes cual la zorra de fabulosa leyenda.
MACBETH:
Me atrevo a hacer cuanto cumple hacer a un hombre: el que intenta
hacer más que eso no es hombre.
LADY MACBETH:
¿Y qué alimaña o qué fiera
fue la que alzó el pensamiento hasta la augusta diadema?
¿No eras hombre cuando osado quisiste tú poseerla?
¿No eras hombre y no aspirabas a la celsitud suprema?
Ni el tiempo ni la ocasión propicios entonces eran;
y tú fabricar querías coyunturas lisonjeras
a tu capricho amoldadas: libres ahora se presentan;
y te espantas a su vistas y solo al mirarlas tiemblas.
Yo he sido madre, Macbeth; yo he sentido la terneza
de una madre por el hijo que a sus pechos alimenta;
mas de haberlo así jurado, cuando la frente serena
del risueño amado infante mi regazo sostuviera;
cuando con mayor dulzura sus ojos resplandecieran
y al mirar los ojos mios su blando pecho latiera,
el pezón le arrancaría entonce a la boca tierna;
entonces estrellaría su frente contra una piedra.
MACBETH:
Si se malogra el designio…
LADY MACBETH:
No es posible, no: concentra
y remacha y atornilla tu valor y le sujeta
en el punto decisivo. Cuando nuestro huésped duerma
(y no tardará el momento ya de que el sueño le venza)
el vino y la intemperancia también a sus centinelas
oprimirán de tal modo que humo su razón se vuelva
y la memoria su oficio olvide en vapor envuelta.
Aletargados así los que vigilar debieran,
¿quién defenderá al rey Duncan? ¿qué señales y qué muestras
no dispondré por la alcoba hacinando las sospechas
en ellos del parricidio?
MACBETH:
¡Hijos varones engendra;
tus indómitas entrañas no deben concebir hembras!
Y si los mismos puñales de sus guardas nos sirvieran
y mancháramos de sangre sus rostros ¿no se creyera
que fue suya la perfidia, suya la traición horrenda?
LADY MACBETH:
¿Y quién osara negarlo cuando oyese en nuestra lengua
el penetrante alarido con que el dolor se revela?
MACBETH:
Estoy pronto. El tiempo emboza en falaces apariencias.
Encubra el falaz aspecto con miradas placenteras
del corazón fementido la devastadora guerra.