Escena VII§

Los PRECEDENTES. ROSSE. ANGUS.

ROSSE:

Macbeth, tus altos hechos

ha sabido el monarca, y sus elogios,

al contemplar benigno tus trofeos,

no hay lengua que repita. El mismo día

venciste a los rebeldes; y acudiendo

a buscar de Noruega los pendones,

a su robusta hueste de escarmiento

y de espanto llenaste: combatías

impávido, cual sueles, sin recelo,

entre imágenes mil de cruda muerte

que tú mismo esculpías. Mensajeros

llegaban uno y otro hasta su alteza;

y absortos referían los portentos

é inmortales hazañas que acabaste

para honra tuya y salvación del reino.

ANGUS:

Del rey nuestro señor fieles heraldos,

en su nombre real agradecemos

tus ínclitas hazañas y pedimos

llevarte a su presencia.

ROSSE:

Mas primero

nos ha ordenado que en su augusto nombre

cual señor de Cawdor te saludemos.

BANQUO:

¿Y puede el diablo revelar verdades?

MACBETH:

Si aun vive el de Cawdor, ¿por qué de ajenos

ropajes me vestís?

ANGUS:

Pero su vida

la ley reclama con mortal proceso.

O bien al de Noruega socorriese;

o bien a los rebeldes en secreto;

o bien de ambas maneras se afanara

para mal de su patria, que aun inciertos

corren en este punto los rumores,

convicto se halla y de traición confeso.

MACBETH:

¡Señor de Glamis y Cawdor y aun queda

mas grande señorío! Gracias debo

a vuestra cortesía en el mensaje.

¿No piensas que tus hijos el imperio

lograrán una vez, pues que las magas

que de Cawdor el título me dieron

tanto bien a tu estirpe prometían?

BANQUO:

Sus palabras pudieran en deseos

de conseguir el trono enardecerte.

¡Cosa extraña! Los mismos instrumentos

que del genio del mal las acechanzas

en el mundo disponen, verdaderos

sucesos vaticinan con frecuencia

para ocultar la senda del infierno.

Nos fascinan con simples bagatelas;

mas no hacen traición en los sucesos

de principal cuantía. Una palabra

con vosotros, señores…

MACBETH:

Cual proemio

(Aparte)

del importante drama que me anuncia

el poder soberano, se cumplieron

dos de las profecías. —El mensaje,

señores, en el alma os agradezco—.

El mágico poder que lo predice

perverso no será… tampoco bueno.

Que malo, no sus obras principiara

diciendo la verdad. Mas ¿por qué cedo,

si santo fuere el numen que me inspira,

al execrable infando pensamiento

que eriza los cabellos en mi frente

y el firme corazón hincha en el pecho?

Los temores que agudos me atormentan,

mil visiones fantásticas, cruentos

abortos de la mente, tiranizan

con férrea mano el libre entendimiento…

Para mí solo hay ya lo que no hay.

BANQUO:

Qué absorto está Macbeth.

MACBETH:

Si fuere cierto

que coronarme rey place al destino,

sin que me mueva yo vendrá el imperio.

BANQUO:

Los recientes honores se despegan

cual de su molde los ropajes nuevos

hasta que el uso los asienta.

MACBETH:

Firme

lo que haya de venir esperar tengo;

que el tiempo y la ocasión al través pasan

del más acerbo día.

BANQUO:

Tus preceptos

esperamos, Macbeth.

MACBETH:

Perdón, señores;

la memoria perdida en sus recuerdos

antiguos se espaciaba. Bondadosos

magnates de la Escocia, vuestro obsequio

queda en mí registrado de manera

que cotidianamente he de leerlo.

Vamos a ver al rey. En lo ocurrido

piensa, Banquo, un instante y hablaremos

después los dos con militar franqueza.

BANQUO:

Lo haré como lo pides.

MACBETH:

Pues silencio,

y vamos a palacio.

BANQUO:

Vamos.

ROSSE:

Vamos.

(Vanse).