21. LA BIENVENIDA DE LORD ASRIEL

Lyra iba montada en un oso joven y Roger en otro, mientras Iorek abría incansablemente la marcha y detrás los seguía un escuadrón armado con lanzallamas que protegía la retaguardia.

El camino era largo y pesado. El interior de Svalbard era muy accidentado, con toda una mezcolanza de picos y agudas crestas profundamente hendidos por quebradas y valles abruptos en los que reinaba un intensísimo frío. Lyra volvió a pensar en los trineos de los giptanos que se deslizaban suavemente camino de Bolvangar. ¡Qué rápido y cómodo le parecía ahora aquel avance! El aire aquí era de una frialdad tan penetrante como no la había experimentado nunca o tal vez se trataba de que el oso que cabalgaba no tenía los pies tan ligeros como Iorek o que el cansancio que sentía le penetraba hasta el alma. En cualquier caso, el avance resultaba desesperadamente difícil.

Le habría costado mucho decir hacia dónde se dirigían o a qué distancia se encontraban de su objetivo. Lo único que sabía era lo que le había contado aquel oso más viejo, Sy’ren Eisarson, mientras preparaban el lanzallamas. Se había visto involucrado en las negociaciones con lord Asriel acerca de las condiciones de su encarcelamiento y lo recordaba muy bien.

Explicó que, al principio, los osos de Svalbard veían a lord Asriel como a una persona que no se diferenciaba en nada de ninguno de los demás políticos, reyes o alborotadores desterrados a su desolada isla. Los prisioneros habían de ser importantes, ya que en caso contrario su propia gente los habría eliminado. Tal vez un día fueran valiosos para los osos, si cambiaba su destino político y volvían a conseguir el favor de los gobiernos de sus países. Por consiguiente, podía resultar beneficioso para los osos no tratarlos con crueldad ni falta de respeto.

Lord Asriel, pues, había encontrado en Svalbard unas condiciones que no eran mejores ni peores que las de tantos centenares de exiliados. Había ciertas cosas, sin embargo, que habían hecho que sus carceleros tuvieran con él más precauciones que con otros prisioneros. Subsistía aquel aire de misterio y de peligro espiritual que rodeaba todo cuanto tenía que ver con el Polvo; existía el pánico evidente que sentían aquellos que lo habían llevado hasta allí y también aquellos contactos personales de la señora Coulter con Iofur Raknison.

Por otra parte, los osos no habían encontrado nunca a una persona tan altanera y de carácter tan imperativo como lord Asriel. Llegó a dominar incluso a Iofur Raknison, discutía con él con energía y elocuencia, e incluso convenció al rey de los osos de que le dejara escoger el lugar donde moraría.

Según explicó, el primer sitio que le fue asignado estaba situado a un nivel excesivamente bajo. Él necesitaba un lugar alto, por encima del humo y del ajetreo de las minas de fuego y de las herrerías. Facilitó a los osos un dibujo del alojamiento que quería y les explicó dónde deseaba estar y hasta intentó sobornarlos dándoles oro y halagando e intimidando a Iofur Raknison y, con una voluntad un tanto confusa, los osos pusieron manos a la obra. No pasó mucho tiempo antes de que surgiera una casa en un promontorio orientado hacia el norte: un lugar amplio y sólido, provisto de chimeneas en las que ardían enormes bloques de carbón extraído de las minas, transportado por osos, y con grandes ventanales que tenían vidrios de verdad. Allí moraba un prisionero que actuaba como un rey.

Después se dispuso a reunir los materiales para poner en marcha un laboratorio.

Con obstinado empeño encargó libros, instrumentos, productos químicos y todo tipo de aparatos y equipo. En cualquier caso, los consiguió, algunos de manera abierta, otros pasados de contrabando por los visitantes a los que convencía de su derecho a disponer de ellos. Fuera como fuese, por mar, tierra o aire, lord Asriel había logrado reunir los materiales y, transcurridos seis meses de confinamiento, tenía a su disposición todo el equipo que necesitaba.

Esto le permitió trabajar, pensar, planificar, calcular, esperando hacerse con la única cosa que le faltaba para coronar aquella labor que aterraba hasta tal punto a la Junta de Oblación. Cada minuto que pasaba estaba más cerca de su objetivo.

La primera vez que Lyra vio la prisión donde estaba encerrado su padre fue cuando Iorek Byrnison se detuvo al pie de una loma para que los niños se movieran e hicieran un poco de ejercicio, ya que habían llegado a un límite peligroso de frío y entumecimiento.

—Mira hacia arriba —le señaló él.

Una amplia y escarpada peña hecha de rocas y hielo desmoronados, a través de los cuales se había abierto laboriosamente un camino, conducía a un despeñadero que se perfilaba contra el cielo. No se veía la Aurora, pero brillaban las estrellas. El despeñadero era negro y sombrío, pero en la cima se levantaba un edificio espacioso del que irradiaba en todas direcciones luz abundante, no el fulgor inestable y humeante de las lámparas de grasa, ni tampoco la áspera blancura de los focos ambáricos, sino el suave y tenue resplandor de la nafta.

Los ventanales a través de los cuales se filtraba la luz demostraban también el extraordinario poder de lord Asriel. El vidrio era caro y los grandes paneles del mismo prodigaban el calor en aquellas latitudes extremas. Verlo allí, pues, testimoniaba una riqueza y una influencia muy por encima del vulgar palacio de Iofur Raknison.

Montaron en los osos por última vez y Iorek abrió la marcha cuesta arriba en dirección a la casa. Había un patio sepultado bajo la nieve, rodeado de una pared baja y, en el momento en que Iorek empujó la puerta para abrirla, se oyó sonar un timbre en algún lugar del edificio.

Cuando Lyra se apeó apenas podía tenerse en pie. Ayudó también a Roger a bajar y, sosteniéndose mutuamente, los niños avanzaron con dificultades a través de aquella nieve que les llegaba a las rodillas hasta llegar a los escalones que conducían a la puerta.

¡Oh, el calor de aquella casa! ¡Oh, la tranquilidad del descanso!

Lyra trató de alcanzar el timbre, pero antes de llegar a él se abrió la puerta. Se encontró ante un vestíbulo débilmente iluminado y de reducidas dimensiones con el fin de mantener el calor y, de pie bajo la lámpara, vislumbró una figura que reconoció: el criado de lord Asriel, Thorold, junto a su daimonion, el perro faldero Anfang.

Lyra se bajó cautelosamente la capucha.

—¿Quién es? —preguntó Thorold, y después, al reconocerla, prosiguió—: ¿No eres Lyra? ¿La pequeña Lyra? ¿No estaré soñando?

Se volvió para abrir la puerta que daba al interior.

Lo que vio fue un salón, una chimenea encendida y que tenía una base de piedra; una luz cálida de nafta que se proyectaba en las alfombras, en las butacas de cuero, en el suelo de madera bruñida… Lyra no había visto nada igual desde que abandonara el Jordan College, lo que le produjo una especie de sensación de sofoco.

El daimonion de lord Asriel, un irbis, rugió por lo bajo.

Allí estaba el padre de Lyra, con sus ojos oscuros antes orgullosos, triunfantes y ávidos y ahora descoloridos, unos ojos que el horror de reconocer a su hija agrandó aún más.

—¡No, no! —exclamó.

Se tambaleó y tuvo que agarrarse a la repisa de la chimenea. Lyra se sentía incapaz de moverse.

—¡Vete ahora mismo! —le gritó lord Asriel—. ¡Da media vuelta y sal de aquí en seguida! ¡Yo no te he llamado!

A Lyra le resultaba imposible hablar. Abrió la boca dos veces, tres veces y al final consiguió articular unas palabras:

—No, no, he venido porque…

Lord Asriel parecía aterrado y no cesaba de mover la cabeza y de levantar las manos como queriendo prevenirla. Lyra no comprendía su angustia.

Dio un paso hacia él dispuesta a tranquilizarlo y Roger se puso al lado de Lyra como haciéndose eco de su inquietud. Los daimonions de ambos se agitaban con el calor y, un momento después, lord Asriel se pasó una mano por la frente y pareció recobrarse ligeramente. Dio la impresión de que el color había vuelto a sus mejillas al contemplar a los dos niños.

—Lyra… —murmuró—. ¿Eres Lyra?

—Sí, tío Asriel —respondió ella, considerando que aquél no era el momento adecuado para hablar del parentesco auténtico que existía entre los dos—. He venido a entregarte el aletiómetro de parte del rector del Jordan.

—¡Claro, claro! —exclamó él—. ¿Y quién es éste?

—Es Roger Parslow —explicó ella—, el pinche de la cocina del Jordan, pero…

—¿Cómo has venido hasta aquí?

—Ahora iba a explicártelo. Ahí fuera está Iorek Byrnison, que nos ha traído hasta aquí. Ha venido conmigo desde Trollesund, tendimos una trampa a Iofur…

—¿Quién es Iorek Byrnison?

—Un oso acorazado. Él nos ha traído hasta aquí.

—¡Thorold! —llamó a su criado—, prepara un baño caliente para estos niños y algo de comida. Después tendrán que dormir. Llevan la ropa muy sucia, quiero que les encuentres alguna cosa decente para ponerse encima. Hazlo en seguida y entretanto hablaré con el oso.

Lyra tenía la impresión de que la cabeza le daba vueltas. No sabía si era a causa del calor o del alivio que sentía. Vio que el criado hacía una reverencia y que salía de la estancia. Lord Asriel se dirigió al vestíbulo, cerró la puerta tras él y después se desplomó prácticamente en la butaca más próxima.

Le pareció que apenas había transcurrido un segundo cuando Thorold volvió y dijo a Lyra:

—Sígame, señorita.

Lyra se levantó y, acompañada de Roger, se dispuso a tomar un baño caliente en un lugar con suaves toallas colgadas de una barandilla calentada y una bañera llena de agua que humeaba bajo la luz de nafta.

—Pasa tú primero —indicó Lyra—. Yo esperaré fuera y entretanto hablaremos.

Roger, pues, dando un respingo y jadeando debido al intenso calor, entró y se lavó. Muchas veces habían nadado desnudos, retozando en el Isis o en el Cherwell junto a otros compañeros, pero en un cuarto de baño la cosa era diferente.

—A mí tu tío me da miedo —dijo Roger entreabriendo la puerta—. Quiero decir tu padre.

—Mejor que sigas llamándolo mi tío. También a mí me da miedo a veces.

—Cuando llegamos, a mí ni me vio siquiera, sólo te miraba a ti. Y estaba aterrado… hasta que me vio a mí. Después se calmó en seguida.

—No, es que se llevó un susto, nada más —explicó Lyra—; a cualquiera que no esperase ver a una determinada persona le habría ocurrido lo mismo. La última vez que me vio fue en el salón reservado. Es lógico que haya tenido una impresión mayúscula.

—No —puntualizó Roger—, es más que esto. A mí me miraba como un lobo o como quien hace sus cálculos.

—¡Bah, imaginaciones tuyas!

—No lo son. Si quieres que te diga la verdad, me da más miedo él que la señora Coulter.

Se sumergió en el agua y Lyra sacó el aletiómetro.

—¿Quieres que consulte el lector de símbolos y vea qué responde? —preguntó Lyra.

—Pues no sé qué decirte. Hay cosas de las que prefiero no enterarme. Tengo la impresión de que todo lo que he sabido desde que los zampones vinieron a Oxford es malo. Lo que se encuentra a más de cinco minutos de distancia no me interesa. Tal como están las cosas, este baño es estupendo y tengo a mano una toalla suave y caliente a menos de cinco minutos de distancia. Cuando me haya secado, quizá tendré ganas de comer algo, pero no miro más lejos. Y cuando haya comido, quizá me plantearé echar un sueñecito en una cama confortable. Pero después ya no sé, Lyra. Hemos visto cosas terribles, ¿no te parece? Y es probable que nos esperen otras. O sea que me parece que lo mejor es no contemplar el futuro y ceñirse al presente.

—Sí —asintió Lyra con voz cansada—. Yo a veces también me siento así.

Aunque retuvo el aletiómetro unos momentos más en sus manos, sólo lo hizo como consuelo. No giró las manecillas y la aguja osciló ante ella. Pantalaimon la observaba en silencio.

Así que hubieron terminado de lavarse, comido un poco de pan y queso y bebido algo de vino y agua caliente, el criado Thorold dijo:

—Ahora el niño tiene que ir a la cama. Le enseñaré dónde está. Su Señoría ha dicho que usted se reúna con él en la biblioteca, señorita Lyra.

Lyra encontró a lord Asriel en una habitación cuyos espléndidos ventanales daban al mar helado que se extendía abajo. En una amplia chimenea ardía un fuego de carbón y la estancia estaba iluminada por una lámpara de nafta de escasa intensidad, por lo que eran pocas las cosas que distraían a los ocupantes del salón del desolado panorama que, bajo la luz de las estrellas, se extendía al otro lado de las ventanas. Lord Asriel, recostado en una gran butaca a un lado de la chimenea, hizo un ademán a Lyra, que se sentó en la otra butaca situada frente a él.

—Tu amigo Iorek Byrnison está descansando fuera —la informó lord Asriel—. Él prefiere el frío.

—¿Te ha hablado de su pelea con Iofur Raknison?

—No me ha dado detalles, pero tengo entendido que ahora el rey de Svalbard es él. ¿No es así?

—Por supuesto que es así. Iorek no miente nunca.

—Parece que se ha adjudicado la función de guardián tuyo.

—No, John Faa le encargó que cuidara de mí y por esto lo hace. Sigue órdenes de John Faa.

—¿Cómo es que John Faa se ha metido en este asunto?

—Te lo diré si tú me dices una cosa —respondió Lyra—. Tú eres mi padre, ¿no es verdad?

—Sí, ¿qué pasa?

—Pues pasa que habrías debido contármelo antes. Son cosas que no se deben ocultar porque después, cuando una se entera, se siente como una tonta. Y esto es muy cruel. ¿Qué habría importado que yo hubiera sabido que era hija tuya? Me lo podrías haber dicho hace años. Podrías habérmelo explicado encargándome que guardara el secreto y, pese a ser una niña, yo lo habría hecho por el simple hecho de que me lo habías pedido tú. Si me hubieras pedido que guardara el secreto, me habría sentido tan orgullosa de la confianza que no habría hablado por nada del mundo. Pero tú no me dijiste nada. Lo sabían todos, menos yo.

—¿Quién te lo reveló?

—John Faa.

—¿Y te informó también de quién es tu madre?

—Sí.

—Entonces ya me queda poco que decirte. No me gusta que una niña insolente me interrogue y me condene. Lo único que quiero saber es qué has visto y qué has hecho durante el viaje hasta aquí.

—Te he traído el maldito aletiómetro, ¿no? —le espetó Lyra, a punto de romper en llanto—. Me he ocupado de él desde que salí del Jordan, lo he tenido escondido, lo he guardado como un tesoro, a pesar de todo lo que nos ha sucedido, y he aprendido a servirme de él y lo he llevado encima a lo largo de todo este condenado viaje cuando lo fácil habría sido desprenderme de él y quedarme tan fresca; y que yo sepa, no me has dado las gracias siquiera, ni tampoco has demostrado que estuvieras contento de volver a verme. No sé ni por qué lo he hecho, pero lo he hecho y basta, lo guardé incluso cuando estaba en el apestoso palacio de Iofur Raknison, con todos aquellos osos a mi alrededor… y a él lo engañé para que luchara con Iorek y así poder encontrarte… Y en cambio tú, al verme, poco ha faltado para que te desmayaras, como si yo fuera un ser horrible al que no quisieras volver a ver nunca más. No eres humano, lord Asriel. Tú no eres mi padre. Mi padre no me trataría como me tratas tú. Se da por sentado que los padres aman a sus hijos, ¿no es así? Tú a mí no me quieres, de la misma manera que yo tampoco te quiero, no hay que darle más vueltas. A quien quiero yo es a Farder Coram, a Iorek Byrnison, quiero más a un oso acorazado que a mi propio padre. Y me juego lo que quieras a que Iorek Byrnison me quiere más que tú.

—Tú misma me has dicho que él no había hecho otra cosa que obedecer las órdenes de John Faa. Si piensas ponerte sentimental, no quiero perder más tiempo hablando contigo.

—Pues mira, aquí tienes tu maldito aletiómetro, yo me voy con Iorek.

—¿Adónde?

—Al palacio. Iorek es capaz de luchar con la señora Coulter y con la Junta de Oblación en cuanto aparezcan. Si pierde, moriré con él. No me importa. Y si gana, buscaremos a Lee Scoresby, me embarcaré en su globo y…

—¿Quién es Lee Scoresby?

—Un aeronauta. Nos trajo hasta aquí y nos estrellamos. Aquí tienes, quédate con el aletiómetro. Está en perfectas condiciones.

Pero lord Asriel no hizo movimiento alguno para cogerlo, por lo que Lyra lo dejó sobre el guardafuego de bronce que protegía la chimenea.

—Supongo que debo decirte que la señora Coulter viene hacia Svalbard, y cuando se entere de lo que le ha ocurrido a Iofur Raknison se presentará aquí. Viaja en un zepelín y lleva un cortejo completo de soldados que nos matarán a todos por orden del Magisterio.

—No podrán llegar hasta aquí —repuso él con calma.

Lo vio tan tranquilo y con un talante tan despreocupado que a Lyra se le pasó parte de la rabia.

—¿Y tú cómo lo sabes? —le espetó Lyra, desconfiada.

—Lo sé.

—¿Acaso tienes otro aletiómetro?

—No necesito aletiómetro para saberlo. Y ahora quiero que me cuentes tu viaje hasta aquí, Lyra, pero empezando desde el principio. Cuéntamelo todo.

Así pues, Lyra lo hizo. Comenzó hablando del día en que se había escondido en el salón reservado, después explicó lo de los zampones que habían secuestrado a Roger, la temporada que había pasado con la señora Coulter y todo cuanto había ocurrido después.

Fueron unas explicaciones muy largas y, cuando terminó, Lyra añadió:

—Hay algo que quiero saber y que supongo que tengo el derecho de saber, de la misma manera que tenía el derecho de saber quién era yo en realidad. Ya que no me lo dijiste cuando correspondía, ahora, para compensar, deberás contestarme. La pregunta es ésta: ¿qué es el Polvo?, ¿por qué la gente le tiene tanto miedo?

Lord Asriel la miró como si estuviese tratando de adivinar si comprendería lo que le iba a explicar. Lyra pensó que nunca la había mirado con tanta seriedad como en aquel momento; hasta entonces siempre la había tratado como la persona mayor que perdona una travesura a una niña, pero ahora tuvo la impresión de que ya la veía como una persona preparada para comprender lo que le quería decir.

—El Polvo es lo que hace funcionar el aletiómetro —le explicó.

—¡Ah… ya me lo figuraba! Pero ¿qué más? ¿Cómo lo descubrieron?

—En cierto modo, la Iglesia lo ha sabido siempre. Hace siglos que hace sermones sobre el Polvo, aunque le da otro nombre.

»Hace unos años, un moscovita llamado Boris Mijailovitch Rusakov descubrió una nueva clase de partícula elemental. ¿Has oído hablar de electrones, fotones, neutrinos y de cosas parecidas? Se llaman partículas elementales porque no se pueden descomponer. No se componen de nada más que de sí mismas.

»Pues bien, este nuevo tipo de partícula también era elemental, aunque resultaba muy difícil de medir porque no reaccionaba de la manera habitual. Lo que más le costó entender a Rusakov era por qué la nueva partícula parecía acumularse allí donde había seres humanos, como si se sintiera atraída por ellos. Y la atracción se producía especialmente con las personas adultas. Los niños también la atraían, pero no tanto, o hasta que sus daimonions habían adoptado una forma fija. Durante los años de la pubertad comienzan a atraer el Polvo con más fuerza, que se instala en ellos igual que se instala en los adultos.

»Ahora bien, todos los descubrimientos de esta clase, como tienen que ver con las doctrinas de la Iglesia, deben ser anunciados a través del Magisterio de Ginebra. Este descubrimiento de Rusakov era tan curioso y tan extraño que el Inspector del Tribunal Consistorial de Disciplina sospechó que Rusakov podía estar afectado de posesión diabólica. Realizó un exorcismo en el laboratorio, interrogó a Rusakov de acuerdo con las normas de la Inquisición, pero al final tuvieron que aceptar el hecho de que Rusakov no mentía ni pretendía engañarlos, sino que el Polvo existía realmente.

»Esto les dejó el problema de decidir qué era y, dada la naturaleza de la Iglesia, tan sólo pudieron optar por una cosa. El Magisterio decidió que el Polvo era la evidencia física del pecado original. ¿Sabes qué es el pecado original?

Lyra hizo un mohín con los labios. Le parecía estar de nuevo en el Jordan y que le preguntaban algo que sólo sabía por encima.

—Más o menos —respondió.

—No, no lo sabes. Ve al estante que está detrás del escritorio y tráeme la Biblia.

Lyra así lo hizo y llevó el libro grande y negro a su padre.

—¿Recuerdas la historia de Adán y Eva?

—Por supuesto que sí —repuso ella—. Resulta que ella no podía comer una fruta y la serpiente la tentó y ella se la comió.

—¿Y entonces qué ocurrió?

—¡Huy…! ¡Ah, sí, que los echaron! Dios echó del jardín a Adán y Eva.

—Dios les había dicho que no comieran la fruta, porque de lo contrario morirían. Recuérdalo, estaban desnudos en el jardín, eran como niños, sus daimonions adoptaban la forma que querían. Pero esto fue lo que ocurrió.

Pasó al capítulo tres del Génesis y leyó:

Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto comemos.

Mas del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, porque no muráis.

Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis. Mas sabe Dios que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses sabiendo el bien y el mal.

Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.

Y fueron abiertos los ojos de entrambos y vieron la verdadera forma de sus daimonions y hablaron con ellos.

Pero cuando el hombre y la mujer conocieron a sus daimonions, supieron que ellos habían sufrido un gran cambio, ya que hasta aquel momento parecía que iban al unísono con todas las criaturas de la tierra y del aire, y no había diferencia entre ellos:

Y vieron la diferencia y supieron del bien y del mal; y sintieron vergüenza y cosieron hojas de higuera para cubrir su desnudez…

Cerró el libro.

—Y así fue como el pecado entró en el mundo —explicó él—, el pecado, la vergüenza y la muerte. Llegó en el momento en que sus daimonions adoptaron una forma fija.

—Pero… —Lyra porfiaba para encontrar las palabras que quería decir—, pero esto no es verdad… me refiero a que no es una verdad como las de la química o la ingeniería, no es ese tipo de verdad. Adán y Eva no han existido de verdad. El licenciado Cassington me dijo que esto era como una especie de cuento de hadas.

—La cátedra de Cassington se da tradicionalmente a los librepensadores y tiene como finalidad desafiar la fe de los licenciados. ¡Claro que te dijo lo que te dijo! Pero tienes que pensar en Adán y Eva como un número imaginario, como la raíz cuadrada de menos uno. No hay ninguna prueba concreta de que exista pero, si la incluyes en tus ecuaciones, puedes calcular todo tipo de cosas y este cálculo no lo podrías hacer sin ella.

»De todos modos, es lo que viene enseñando la Iglesia desde hace miles de años. Y cuando Rusakov descubrió el Polvo, hubo por fin una prueba física de que algo cambiaba cuando la inocencia se transformaba en experiencia.

»Dicho sea de paso, la Biblia también nos dio a nosotros el nombre de Polvo. Al principio lo llamaban Partículas Rusakov, pero al cabo de un tiempo alguien indicó un curioso versículo hacia el final del tercer Capítulo del Génesis, donde Dios maldice a Adán por haber comido el fruto.

Abrió la Biblia de nuevo e indicó a Lyra algo que ésta leyó:

En el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado, pues polvo eres y al polvo serás tornado…

Lord Asriel comentó:

—Los eruditos de la Iglesia siempre se han sentido muy confundidos a la hora de traducir este versículo. Hay quien dice que no debe entenderse como «al polvo serás tornado», sino «serás sujeto al polvo» y hay quien dice que todo el versículo es una especie de juego verbal con las palabras «tierra» y «polvo», y que lo que significa realmente es que Dios admite que su propia naturaleza es en parte pecaminosa. En esto nadie ha llegado a un acuerdo. No es posible estarlo, porque el texto está corrompido, pero es una palabra demasiado buena para desperdiciarla y ésta es la razón de que se diera a aquellas partículas el nombre de Polvo.

—¿Y en cuanto a los zampones? —preguntó Lyra.

—Es la Junta General de Oblación… la banda de tu madre. Ha sido inteligente al detectar la posibilidad de establecer sus propias bases de poder, pero me atrevería a asegurar que ya te habrás dado cuenta de que es una mujer inteligente. Conviene al Magisterio que florezcan todo tipo de organismos diferentes. Así pueden hacer que se enfrenten. Si uno sale triunfador, hacen como que ellos ya lo han estado apoyando; si fracasa, los presentan como un equipo de renegados que no dispuso nunca de las licencias adecuadas.

»Ya sabes que tu madre siempre ha ambicionado el poder. Al principio quiso conseguirlo a través de métodos normales, por ejemplo el matrimonio, pero la cosa no funcionó, como supongo que ya te habrás enterado. Así pues, tuvo que dirigirse a la Iglesia. Por supuesto que no podía emprender el mismo camino que un hombre, como el sacerdocio o cosa parecida, había de ser un camino no ortodoxo, tenía que fundar su propia orden, disponer de sus propios canales de influencia y trabajar en este sentido. Constituyó una buena iniciativa especializarse en el Polvo. Todos se asustaron, nadie sabía qué hacer y, cuando se ofreció a dirigir una investigación, el Magisterio se sintió tan aliviado que le proporcionó dinero y recursos de todo tipo.

—Pero es que ellos practicaban unos cortes… —Lyra se sentía incapaz de pronunciar las palabras, se le quedaban ahogadas en la garganta—. ¡Tú sabes lo que hacían! ¿Cómo es que la Iglesia permitía tal cosa?

—Existía un precedente. Ya había ocurrido algo parecido con anterioridad. ¿Sabes qué significa la palabra «castración»? Quiere decir amputar los órganos sexuales de un niño para que así no llegue a desarrollar los rasgos propios de un hombre. El castrato conserva la voz atiplada toda su vida. Hubo castrati que fueron grandes cantantes y maravillosos artistas, aunque muchos no pasaron de ser unos medio hombres, gordos e impotentes. También los hubo que murieron a consecuencia de la operación. Comprenderás que la Iglesia no iba a oponerse a la idea de un pequeño corte. Ya existía un precedente. Y además, sería mucho más higiénico que los antiguos métodos, cuando no se usaba anestesia ni vendajes esterilizados ni se contaba con enfermeras experimentadas. Comparado con lo antiguo esto era coser y cantar.

—¡Pues no es así! —protestó Lyra con rabia—. ¡En absoluto!

—No, por supuesto que no. Por eso tuvieron que esconderse en el lejano norte y ampararse en la oscuridad y las tinieblas. ¿Sabes por qué a la Iglesia le gusta contar con una persona como tu madre que se encargue de este cometido? Pues porque nadie va a dudar de una mujer tan encantadora como ella, tan bien relacionada, tan agradable y sensata. Pero como se trataba de un tipo de operación tan poco clara y nada oficial, ella era alguien que el Magisterio podía repudiar en caso necesario.

—Pero ¿de quién fue, en principio, la idea de realizar este corte?

—La idea fue de tu madre. Según ella, en la adolescencia ocurren dos cosas que pueden estar relacionadas: el cambio que puede experimentar el daimonion que tiene todo ser humano y el hecho de que el Polvo comience a fijarse. Tal vez, si el daimonion estuviera separado del cuerpo, no estaríamos nunca sujetos al Polvo, al pecado original. Se trataba de averiguar si era posible separar el daimonion del cuerpo del ser humano sin matar a éste último. Pero ella ha viajado a muchos sitios y ha visto todo tipo de cosas. Ha estado en África, para citar un ejemplo. Los africanos conocen un procedimiento para hacer de un hombre un esclavo al que llaman zombi. Es un ser sin voluntad propia, que trabaja de día y de noche y que no se escapa ni se queja nunca. Su aspecto es el de un cadáver…

—¡O sea una persona que no tiene daimonion!

—Exactamente. Así pues, ella descubrió que existía la posibilidad de separar al ser humano de su daimonion.

—Tony Costa me habló de horribles fantasmas que tienen en los bosques árticos. Supongo que podrían ser algo parecido.

—Eso mismo. De todos modos, la Junta General de Oblación surgió de ideas como ésta y de la obsesión de la Iglesia por el pecado original.

El daimonion de lord Asriel agachó las orejas y él dejó descansar la mano sobre su hermosa cabeza.

—Pero cuando practicaban el corte ocurría algo más —prosiguió—, algo que ellos no veían. La energía que une el cuerpo con el daimonion es inmensamente poderosa y, cuando se lleva a cabo el corte, toda esta energía se disipa en una fracción de segundo. Ellos no lo advertían, imaginaban que era resultado de la conmoción, de una sensación de repugnancia, de afrenta moral y procuraban mostrarse indiferentes frente a aquel hecho. O sea que se les escapaba lo que podían hacer y no se les ocurría sacarle partido…

Lyra no podía seguir sentada tranquilamente. Se levantó y se acercó a la ventana, contempló la inmensa y desolada oscuridad con ojos incapaces de penetrarla. ¡Qué espantosa crueldad! Por muy importante que fuera descubrir algo relacionado con el pecado original, lo que habían hecho con Tony Makarios y con los demás era de una crueldad que superaba todos los límites y no tenía justificación posible.

—¿Y qué hacías tú? —preguntó Lyra—. ¿También tú te encargabas de realizar esos cortes?

—Mi interés se centra en algo completamente diferente. En mi opinión, la Junta de Oblación no llega hasta dónde debe llegar. Yo quiero ir hasta la fuente misma del Polvo.

—¿La fuente? ¿El sitio de dónde sale, quieres decir?

—Sí, ese otro universo que podemos ver a través de la Aurora.

Lyra dio media vuelta. Su padre estaba recostado en la butaca, indolente pero poderoso, sus ojos eran tan fieros como los de su daimonion. Lyra no lo amaba, no podía confiar en él, pero no podía por menos de admirarlo, como admiraba también todo aquel lujo extravagante que había reunido en aquellas tierras desoladas y admiraba igualmente la fuerza de su ambición.

—¿Qué es ese otro universo? —le preguntó ella.

—Uno más de los innumerables billones de mundos paralelos. Hace siglos que las brujas tienen noticia de ellos, pero los primeros teólogos que demostraron su existencia de forma matemática fueron excomulgados hace cincuenta años o más. Pese a todo, es verdad; no hay forma posible de negarlo.

»Pero nadie había considerado jamás la posibilidad de transitar de un universo a otro. Nos figurábamos que era una violación de las leyes fundamentales. Pues bien, estábamos equivocados; aprendimos a ver el mundo de arriba. Si la luz puede atravesarlo, ¿por qué no hemos de poder hacerlo nosotros? Pero tuvimos que aprenderlo, Lyra, de la misma manera que también tú has aprendido a usar el aletiómetro.

»Ahora bien, este mundo, como otro universo cualquiera, es resultado de la posibilidad. Tomemos el ejemplo de una moneda: la arrojamos al vuelo y el resultado puede ser cara o cruz. Antes de que toque el suelo ignoramos de qué lado caerá. Si el lado es cara, significa que la posibilidad de que fuera cruz ha quedado eliminada. Pero hasta ese momento las posibilidades eran las mismas.

»Sin embargo, en otro mundo podría ser cruz. Cuando ocurre tal cosa, los dos mundos se separan. Utilizo el ejemplo de arrojar una moneda para que resulte más claro. En realidad, estos fallos de lo posible ocurren al nivel de las partículas elementales, pero se producen de la misma manera: en un momento determinado son posibles varias cosas, un momento después ocurre una sola y las restantes dejan de ser posibles… salvo que hayan surgido otros mundos donde podrían serlo.

»Yo iré a ese mundo que está más allá de la Aurora —prosiguió lord Asriel—, porque creo que es de allí de donde procede todo el Polvo de este universo. Tú viste las filminas que mostré a los licenciados del salón reservado. Viste el Polvo que caía sobre este mundo desde la Aurora. También viste aquella ciudad. Si la luz puede atravesar la barrera entre los universos, si el Polvo puede hacerlo, si podemos ver esa ciudad, entonces significa que podemos tender un puente que salve esa distancia. Para eso se precisa una explosión fenomenal de energía. Sin embargo, yo puedo conseguirla. En algún punto está el origen de todo el Polvo, toda la muerte, el pecado, la desgracia, la destrucción del mundo. El ser humano no es capaz de ver nada sin sentir la necesidad de destruirlo, Lyra. Esto es el pecado original. Y yo voy a destruirlo. Voy a matar la muerte.

—¿Por eso te han metido aquí?

—Sí, porque están aterrados… y no les falta razón.

Lord Asriel se levantó y también se levantó su daimonion, lleno de orgullo, hermoso y mortífero. Pero Lyra se quedó sentada. Su padre, al que admiraba profundamente, le dio miedo, pensó que estaba loco de remate. Pero ¿quién era ella para juzgarlo?

—Ve a la cama —le aconsejó su padre—. Thorold te dirá dónde puedes dormir.

Lord Asriel se dispuso a abandonar la sala.

—Te olvidas del aletiómetro —le dijo Lyra.

—Sí, claro, pero la verdad es que no me hace falta —respondió—. Sin los libros no me sirve de nada. ¿Quieres que te diga una cosa? Creo que a quien se lo dio el rector del Jordan fue a ti. ¿En serio que te pidió que me lo entregaras?

—¡Claro que sí! —respondió ella.

Pero un momento después, al pensarlo mejor, recordó que el rector no se lo había pedido y que ella se había limitado a darlo por sentado. Pero ¿por qué iba a entregárselo a ella?

—No —rectificó Lyra—, la verdad es que no lo sé. Me había figurado…

—Pues bien, yo no lo quiero. Tuyo es, Lyra.

—Pero…

—Buenas noches, nena.

Sin habla, demasiado confundida para expresar de viva voz una sola de la docena de preguntas urgentes que se le agolpaban en la cabeza, cogió el aletiómetro y lo envolvió en el terciopelo negro. Acto seguido se sentó junto al fuego y miró a lord Asriel que salía de la habitación.