Ahora que Lyra tenía algo en que pensar, se sentía mucho mejor. Lo de ayudar a la señora Coulter había estado muy bien, pero Pantalaimon tenía razón. Ella allí no pintaba nada, no era más que una especie de perro faldero. En el barco de los giptanos, en cambio, podía trabajar de verdad, y ya se ocupaba Ma Costa de que así lo hiciera. Tenía que limpiar y barrer, pelar patatas, hacer el té, engrasar los cojinetes del eje de la hélice, mantener limpia de algas la trampilla de la misma, lavar los platos, abrir las compuertas, atar el barco en los postes de amarre. Al cabo de dos días se encontraba tan a gusto con aquella nueva vida como una giptana de nacimiento.
Lo que no advirtió fue que los Costa estaban constantemente atentos a cualquier signo de interés inusual que pudiera despertar Lyra entre la gente de la orilla. Aunque no lo supiera, ella era importante, y, con toda probabilidad, la señora Coulter y la Junta de Oblación la estarían buscando por doquier. En efecto, gracias a las habladurías de los bares que encontraban a lo largo de la ruta, Tony se enteró de que la policía había registrado casas, granjas, jardines y fábricas sin dar explicación alguna sobre su forma de proceder, aunque corrió la voz de que andaban buscando a una niña que había desaparecido, lo cual era bastante extraño teniendo en cuenta todos los niños desaparecidos a los que nadie buscaba. Tanto los giptanos como los lugareños estaban que echaban chispas y sumamente nerviosos, la verdad sea dicha.
Había otra razón para que los Costa estuvieran interesados en Lyra, aunque eso ella no lo sabría hasta unos días más tarde.
Adoptaron, pues, la costumbre de mantenerla escondida bajo cubierta cada vez que pasaban por delante de la cabina de algún vigilante de una esclusa o cuando entraban en una dársena del canal, como también siempre que era probable que encontrasen haraganes vagando por la orilla. En cierta ocasión atravesaron una ciudad donde la policía estaba registrando todas las embarcaciones que circulaban por el río, y había detenido el tráfico en ambas direcciones. Pero los Costa procedieron con igual cautela. Debajo de la litera de Ma había un compartimiento secreto, donde permaneció acurrucada Lyra durante dos horas mientras la policía revolvía todo el barco, por supuesto sin éxito alguno.
—Pero ¿por qué no me han encontrado sus daimonions? —preguntó Lyra después, a lo que Ma respondió mostrándole el revestimiento del espacio secreto: madera de cedro, que ejerce unos efectos soporíferos sobre los daimonions.
Pantalaimon, en efecto, había pasado el tiempo durmiendo plácidamente junto a la cabeza de Lyra.
Lentamente, con muchas paradas y rodeos, el barco de los Costa se fue acercando a los Fens, aquel espacio natural tan extenso que nunca se había acabado de trazar del todo, con enormes cielos e inacabables ciénagas, situado en la parte este de Anglia. El borde más alejado se confundía de forma indiferenciada con las caletas y ensenadas que formaba la marea en aquellos bajíos, mientras que por el otro lado el mar se mezclaba íntimamente con Holanda e incluso había zonas de los Fens que habían sido desecadas y rodeadas de diques por los holandeses, algunos de los cuales incluso se habían establecido en la zona. En consecuencia, la lengua de los Fens estaba entremezclada con el holandés. Había regiones, sin embargo, que no habían sido nunca desecadas, cultivadas ni habitadas y, en las zonas centrales más salvajes, donde culebreaban las anguilas y se congregaban las aves marinas, donde titilaban las misteriosas lucecillas de los pantanos y los merodeadores tentaban a los incautos viajeros encaminándolos a un destino fatal en los aguazales y marismas, los giptanos siempre se habían movido a placer.
Y ahora, a través de mil serpenteantes canales y caletas y arroyos, los barquitos giptanos iban haciendo camino hacia Byanplats, aquel único espacio de tierras ligeramente más elevadas en medio de centenares de kilómetros cuadrados de ciénagas y pantanos. Había allí un antiguo templo rodeado de viviendas permanentes, muelles, espigones y un mercado de anguilas. Cuando se convocaba un Byanroping, asamblea o reunión de giptanos, se congregaban tantas embarcaciones en aquellas aguas que se podía recorrer más de un kilómetro en cualquier dirección caminando por encima de las cubiertas, o eso decían los enterados. Los giptanos eran los amos de los Fens. Nadie más se atrevía a penetrar en ellos y, mientras los giptanos mantuvieran la paz y comerciaran razonablemente, los lugareños harían la vista gorda frente al incesante contrabando y las ocasionales reyertas. Si llegaba flotando a la costa el cadáver de un giptano o quedaba atrapado en la red de un pescador, ¡qué se le iba a hacer!, al fin y al cabo no era más que un giptano.
Lyra escuchaba fascinada las historias de los habitantes de los Fens, del gran perro fantasma Concha Negra, de los fuegos fatuos de las ciénagas que se desprendían de las burbujas del aceite de las brujas y, antes de llegar a los Fens, ya había empezado a considerarse giptana. Había olvidado su acento de Oxford y había empezado a adquirir el giptano, que completaba con palabras fen-holandesas. Ma Costa tuvo que refrescarle la memoria.
—Tú no eres giptana, Lyra. Con un poco de práctica, llegarías a pasar por giptana, pero hay muchas otras cosas aparte de la lengua. Dentro de nosotros hay honduras y poderosas mareas que son sólo nuestras. Nosotros somos gente de agua, mientras que tú, en cambio, eres de fuego. A lo que más te pareces es a una lucecita de las marismas, ése es el lugar que ocupas en el mundo giptano. Tienes aceite de hechicera en el alma. Eres engañosa, nena, eso es lo que eres.
Lyra se sintió ofendida.
—¡Pues nunca he engañado a nadie! Puedes preguntar…
Como era lógico, no había nadie a quien preguntar y Ma Costa se echó a reír, aunque, eso sí, con simpatía.
—Pero ¿es que no te das cuenta de que te hago un cumplido, patito mío? —le dijo. Y Lyra se sintió tranquilizada pese a no haberla entendido.
Llegaron al anochecer a los Byanplats, justo cuando el sol se ponía inundando de sangre el cielo. La isla baja y el Zaal mostraban su joroba a contraluz, al igual que los grupos de edificios de los alrededores; en el aire tranquilo se elevaban jirones de humo y de la multitud de embarcaciones que se apelotonaban en las inmediaciones salía olor a pescado frito, a humo de hoja de tabaco, a espíritu de jenniver.
Atracaron muy cerca del Zaal, en un punto de amarre que, según Tony explicó, había sido utilizado por la familia durante generaciones. En aquel momento Ma Costa tenía la sartén en el fuego y en ella chisporroteaban y siseaban un par de gruesas anguilas, y también se estaba calentando la olla para el puré de patatas. Tony y Kerim empezaron a untarse el cabello de grasa, después de lo cual se pusieron sus mejores chaquetas de cuero y se anudaron unos pañuelos azules de lunares al cuello. Con los dedos cargados de anillos de plata fueron a saludar a viejos amigos de los barcos vecinos y tomaron una o dos copas en la taberna más cercana. Regresaron con noticias importantes.
—Hemos llegado justo a tiempo. La Cuerda es esta noche. Y dicen en la ciudad, aunque no sé qué pensaréis de esto, dicen que la niña desaparecida está en un barco giptano y que aparecerá esta noche en la Cuerda.
Se echó a reír con estruendo, y revolvió los cabellos de Lyra. Cuanto más se iban adentrando en los Fens, de mejor humor estaba, como si aquella oscura adustez del rostro que mostraba no fuera más que una máscara. Lyra sintió que iba creciendo la excitación en su pecho, por lo que comió en un vuelo y lavó los platos antes de peinarse. Después se metió el aletiómetro en el bolsillo del abrigo y saltó a tierra junto con las demás familias que se disponían a subir la cuesta hasta el Zaal.
Se había figurado que Tony bromeaba, pero pronto hubo de descubrir que no era así o que ella tenía menos aspecto de giptana de lo que había creído, ya que muchas personas la miraban fijamente y los niños la señalaban con el dedo y, cuando llegaron a las grandes puertas del Zaal, caminaban solos, flanqueados a ambos lados por una multitud que se había apartado para observarlos y hacerles sitio.
Lyra comenzó a ponerse muy nerviosa. Se mantenía cerca de Ma Costa, y Pantalaimon se hizo todo lo grande que le fue posible y adoptó la forma de una pantera a fin de infundirle seguridad. Ma Costa subía trabajosamente la escalera, aunque con el aire digno de una persona a la que nada podría detener ni hacer marchar más aprisa, mientras Tony y Kerim caminaban orgullosamente, uno a cada lado de ella, igual que príncipes.
La sala estaba iluminada con lámparas de nafta, que brillaban esplendorosamente en los rostros y cuerpos de las personas que integraban la audiencia, pero dejaban en la sombra a los que estaban sentados en sitios más elevados. Los que iban entrando tenían que porfiar para hacerse lugar en el suelo, donde los bancos ya estaban llenos, pero las familias se comprimían para dejar espacio, los niños se sentaban en las rodillas de los mayores y los daimonions se acurrucaban a sus pies o se posaban fuera de la vista, sobre las ásperas paredes de madera.
En la parte frontal del Zaal había un estrado con ocho sillas de madera tallada. Cuando Lyra y los Costa encontraron espacio para permanecer de pie en un lado del vestíbulo (no quedaba sitio donde sentarse), surgieron ocho hombres de las sombras que había tras el estrado y se quedaron de pie delante de las sillas. Una oleada de excitación recorrió a la gente mientras se imponían mutuamente silencio y se empujaban para conseguir un sitio en el banco más próximo. Finalmente se hizo el silencio y siete de los hombres que estaban en el estrado se sentaron.
El que permaneció de pie aparentaba unos setenta años, aunque era alto y tenía un cuello fuerte y poderoso como un toro. Llevaba una chaqueta de lona lisa y una camisa a cuadros, como las que suelen llevar muchos giptanos y en él no había nada digno de destacar salvo su aire imponente de fuerza y autoridad. Si Lyra se dio cuenta de ello fue porque su tío Asriel también lo tenía, así como el rector del Jordan. El daimonion de este hombre era una corneja, muy parecida al cuervo del rector.
—Es John Faa, el señor de los giptanos de occidente —le murmuró Tony.
John Faa comenzó a hablar con voz profunda y lenta.
—¡Giptanos! Bienvenidos a la Cuerda. Estamos aquí para escuchar y también para decidir. Todos sabéis por qué. Aquí hay muchas familias que han perdido un hijo y algunas incluso dos. Se los han robado. Por supuesto que también a los de tierra adentro les roban los hijos. Sobre este particular no tenemos enfrentamiento alguno con ellos.
»Han circulado rumores sobre una niña y una recompensa. Vamos a decir la verdad para poner fin a las habladurías. El nombre de la niña es Lyra Belacqua y quien la busca es la policía. Han fijado una recompensa de mil soberanos para quien la entregue. La niña es de tierra adentro y está bajo nuestra custodia y continuará estándolo. Si alguien se siente tentado por esos mil soberanos ya puede buscarse un sitio que no esté en la tierra ni en el agua. Nosotros no pensamos entregarla.
Lyra sintió que desde la raíz de los cabellos hasta las plantas de los pies la recorría una oleada de calor. Pantalaimon se convirtió de nuevo en mariposa nocturna para pasar más inadvertido. Todos los ojos se volvían hacia ellos y Lyra podía mirar solamente a Ma Costa, ya que ella era la única capaz de tranquilizarla.
Pero John Faa ya había vuelto a tomar la palabra:
—Por mucho que hablemos, no cambiaremos las cosas. Si queremos cambiarlas, tenemos que actuar. Hay un hecho que quiero exponeros: los zampones, esos ladrones de niños, llevan a sus prisioneros a una ciudad situada en el lejano norte, en el país de las tinieblas que está allá arriba. No sé qué harán con ellos en aquellas tierras. Hay quien afirma que los matan, pero también se dicen otras cosas. Lo cierto es que lo ignoramos.
»Lo que sí sabemos es que, hagan lo que hagan, cuentan con la ayuda de la policía y el clero. Todos los poderes de la tierra les echan una mano. Recordadlo: ellos saben lo que pasa y les ayudan siempre que pueden.
»Lo que os voy a proponer no es fácil y por eso necesito vuestra aprobación. Mi propuesta es que enviemos una cuadrilla de combatientes al norte para que rescaten a esos niños y nos los traigan vivos. Propongo también invertir nuestro oro en esta empresa, así como toda la habilidad y el valor que podamos reunir. ¿Qué pasa, Raymond van Gerrit?
Un hombre de la asamblea había levantado la mano y John Faa se sentó para dejarlo hablar.
—Te pido perdón, lord Faa. Hay niños giptanos y niños de tierra adentro que están cautivos. ¿Tenemos que rescatarlos a todos?
John Faa se levantó para hablar.
—Raymond, ¿quieres decir que debemos vencer todos los peligros que supone llegar hasta un grupo de niños asustados y que, cuando los encontremos, hemos de decirles a unos que se vayan a sus casas y a otros que se queden donde están? No, yo te tengo en mejor opinión que eso. ¿Cuento con vuestra aprobación, amigos?
La pregunta los había cogido por sorpresa, ya que hubo un momento de vacilación, pero de pronto se oyó una especie de rugido que llenó la sala y hubo un batir de palmas, se agitaron puños en el aire, se alzaron voces en excitado clamor. Los que estaban en el estrado del Zaal se estremecieron. Desde los lugares oscuros donde se habían posado, se levantaron en bandada pájaros adormecidos, asustados y batiendo alas. Y cayó una lluvia de polvo.
John Faa dejó que el alboroto se prolongara un momento y después levantó la mano para volver a imponer silencio.
—Necesitaremos algo de tiempo para organizarlo. Quiero que los cabezas de familia impongan un tributo y recojan un impuesto. Volveremos a encontrarnos dentro de tres días. Desde hoy hasta el momento que os digo hablaré con la niña que he mencionado antes y con Farder Coram e idearé un plan que os expondré cuando volvamos a reunirnos. Buenas noches a todos.
Su sola presencia, por su franqueza, su autoridad y su sencillez, bastaba para calmarlos. Así que la gente comenzó a cruzar las grandes puertas para adentrarse en el frío de la noche y dirigirse a sus barcas o a las atestadas tabernas de la pequeña población; Lyra preguntó a Ma Costa:
—¿Quién son los demás hombres del estrado?
—Los cabezas de las seis familias y el otro hombre es Farder Coram.
En seguida se echaba de ver quién era aquél al que se refería al decir el otro hombre, puesto que era el más viejo. Caminaba apoyándose en un bastón y durante el tiempo que permaneció sentado detrás de John Faa estuvo temblando como si tuviera tercianas.
—Ven —le dijo Tony—. Te llevaré junto a John Faa para que lo saludes. Llámale lord Faa. No sé qué te preguntará, pero dile la verdad.
Pantalaimon se había convertido ahora en gorrión y se posó, lleno de curiosidad, en el hombro de Lyra e hundió las uñas en la gruesa lana de su abrigo, mientras seguía a Tony a través de la multitud hasta el estrado.
Él la levantó. Sabiendo que todos los que quedaban en la sala la miraban con fijeza y consciente de aquellos mil soberanos que sabía que valía, de pronto Lyra se sonrojó y vaciló un momento. Pantalaimon se lanzó como una flecha sobre el pecho de Lyra y se convirtió en gato montés, acomodado en brazos de la niña y siseando levemente al tiempo que miraba a su alrededor.
Lyra sintió que una mano la empujaba y se adelantó en dirección a John Faa. Su aspecto era severo e imponente pero inexpresivo, más columna de piedra que hombre, aunque se agachó y le tendió la mano a Lyra. La de ésta casi desapareció entre las suyas.
—Bienvenida, Lyra —la saludó.
Al oírla tan cerca, aquella voz le sonó a Lyra como si toda la tierra retumbase. De no haber sido por Pantalaimon, se habría puesto muy nerviosa, aunque también contribuyó a que no lo estuviera el hecho de que la expresión pétrea de John Faa se dulcificara un poco. La trataba con extraordinaria gentileza.
—Gracias, lord Faa —respondió Lyra.
—Ven a la salita y hablaremos un poco —añadió él—. ¿Los Costa te dan buena comida?
—¡Oh, sí! Hemos comido anguilas para cenar.
—Espero que fuesen anguilas auténticas del Fen.
La salita era una habitación muy cómoda y en ella había una gran chimenea encendida, varios aparadores cargados de plata y porcelana y una mesa maciza y oscura, bruñida por el paso de los años, con doce sillas alrededor.
Los demás hombres del estrado habían desaparecido, pero se había quedado con ellos el viejo temblón. John Faa lo ayudó a acomodarse a la mesa.
—Siéntate a mi derecha —dijo John Faa a Lyra, mientras él se sentaba a la cabecera.
Lyra estaba enfrente de Farder Coram. Le asustaba un poco aquella cara suya de calavera y su continuo temblor, pero su daimonion era un hermoso gato de un color otoñal, de dimensiones macizas, que se paseó majestuosamente por la mesa con el rabo tieso e inspeccionó elegantemente a Pantalaimon, cuya nariz tocó un momento antes de aposentarse en el regazo de Farder Coram con los ojos entrecerrados y ronroneando suavemente.
De entre las sombras salió una mujer en quien Lyra no había reparado. Trajo una bandeja con vasos y la dejó junto a John Faa, hizo una reverencia y salió. John Faa vertió jenniver de una vasija de barro en unos vasitos pequeños para él y Farder Coram, y vino en otro para Lyra.
—O sea que te escapaste, ¿verdad, Lyra? —le preguntó John Faa.
—Sí.
—¿Y quién era la señora de la que escapaste?
—La llamaban señora Coulter y a mí me parecía simpática pero descubrí que era una zampona. Oí que alguien explicaba qué eran los zampones, los llamaban la Junta General de Oblación, pero ella era la que los mandaba, la idea había salido de su cabeza. Todos estaban trabajando en un plan, no sé muy bien cuál, pero tenían pensado que yo les ayudase a conseguir niños. Pero ellos no sabían…
—¿Qué es lo que no sabían?
—En primer lugar, no sabían que yo conocía a algunos de los niños que habían secuestrado: mi amigo Roger, que era el pinche del Jordan College, y Billy Costa y una niña que desapareció del mercado cubierto de Oxford. Y otra cosa más… hablaban de mi tío, lord Asriel. Oí que hablaban de sus viajes al norte, aunque yo no creo que él tenga nada que ver con los zampones. Yo había espiado al rector y a los licenciados del Jordan, me había escondido en el salón reservado, donde sólo pueden entrar ellos, y oí que hablaban de la expedición de mi tío al norte y de aquel Polvo que vio, y además él se había traído la cabeza de Stanislaus Grumman, en la que los tártaros habían hecho un agujero. Y ahora resulta que los zampones lo tienen encerrado no sé dónde y los que lo guardan son los osos acorazados. Y lo que yo quiero es rescatarlo.
Manifestaba tal aire de porfía y de decisión, y parecía tan pequeña comparada con el respaldo tallado del sillón donde estaba sentada, que los dos hombres no pudieron por menos de sonreír. Pero mientras la sonrisa de Farder Coram reflejaba una expresión vacilante, brillante, compleja, que aleteaba en su rostro como cuando el sol despeja las sombras de un día ventoso de marzo, la sonrisa de John Faa era despaciosa, cálida, sencilla y afable.
—Mejor que nos expliques lo que le oíste decir a tu tío aquella noche —la instó John Faa—. Y no te guardes nada, cuéntanoslo todo.
Así lo hizo Lyra, aunque más prolijamente que cuando se lo había referido a los Costa, y también con mayor sinceridad. Temía a John Faa y lo que más temía era su amabilidad. Cuando terminó, Farder Coram habló por vez primera. Tenía una voz rica y musical, con tantos matices como colores en la pelambrera de su daimonion.
—¿No le dieron ningún otro nombre a ese Polvo, Lyra? —preguntó.
—No, sólo lo llamaron Polvo. La señora Coulter me explicó de qué estaba formado, me dijo que eran partículas elementales, pero le dio el mismo nombre.
—¿Y ellos creen que haciendo lo que sea que hagan con los niños pueden descubrir más cosas sobre él?
—Sí, aunque no sé cuáles. Mi tío sí lo sabe… Me había olvidado de decirte una cosa. Cuando les mostró las filminas con el proyector les enseñó una que era la Rora…
—¿La qué? —preguntó John Faa.
—La Aurora —precisó Farder Coram—. ¿No es eso, Lyra?
—Sí, eso es. Y en las luces de la Rora se veía una cosa que parecía una ciudad: torres, iglesias, cúpulas y muchas más cosas. Se parecía un poco a Oxford, por lo menos fue ésa la impresión que me dio a mí. A tío Asriel le interesaba más esto, creo yo, pero el rector y los demás licenciados estaban más interesados en el Polvo, como la señora Coulter y lord Boreal y ellos.
—Ya entiendo —afirmó Farder Coram—. Todo esto es muy interesante.
—Y ahora, Lyra —dijo John Faa—, voy a decirte una cosa. Este Farder Coram que aquí ves es un hombre sabio, un vidente, él ya había anunciado lo que ocurriría con el Polvo y los zampones y lord Asriel y todo lo demás y también lo que pasaría contigo. Cada vez que los Costa o media docena de otras familias, ya que viene a ser lo mismo, iban a Oxford, volvían con alguna noticia. Alguna noticia sobre ti, nena. ¿Lo sabías?
Lyra negó con la cabeza. Comenzaba a estar asustada. Pantalaimon rezongaba muy por lo bajo y por eso no lo oía nadie, pero Lyra lo notaba porque tenía las yemas de los dedos hundidas entre su pelaje.
—¡Oh, sí! —continuó John Faa—, todo lo que tú hacías llegaba a oídos de Farder Coram.
A Lyra aquello no le cabía en la cabeza.
—¡Nosotros no lo estropeamos! ¡En serio! ¡No era más que un poco de barro! Y no llegamos nunca muy lejos…
—Pero ¿de qué estás hablando, si se puede saber? —preguntó John Faa.
Farder Coram se echó a reír. Cuando reía, dejaba de temblar, se le iluminaba el rostro y parecía más joven.
Pero Lyra no se reía y, con los labios temblorosos, respondió:
—Aunque encontramos el tapón, no llegamos a sacarlo. No fue más que una broma. Jamás lo habríamos hundido, ¡jamás!
John Faa también soltó una carcajada. Descargó con su manaza un puñetazo tan fuerte en la mesa que los vasos tintinearon, sus macizos hombros se estremecieron y tuvo que secarse las lágrimas que le resbalaban de los ojos. Lyra no había visto nunca cosa parecida, jamás había oído un bramido como aquél. Era como la risa de una montaña.
—¡Oh, sí! —exclamó cuando pudo volver a hablar—, también oímos comentar eso, pequeña. Me parece que desde entonces los Costa no han estado en parte alguna en la que no hubiera alguien que se lo recordara. La gente solía decirles: ten cuidado, Tony, vigila tu barco porque por estos andurriales hay niñas muy traviesas. La voz corrió por todos los Fens, nena. Pero no vamos a castigarte por eso. ¡Ni hablar! Puedes estar tranquila.
John Faa miró a Farder Coram y los dos viejos volvieron a echarse a reír, aunque esta vez de forma más moderada. En cuanto a Lyra, se sintió satisfecha y segura.
Al final John Faa movió la cabeza de un lado a otro y volvió a ponerse serio.
—Lo que yo quería contarte, Lyra, es que te conocemos desde niña, desde que eras muy chiquitina. Ahora has de saber todo lo que nosotros sabemos. Ignoro qué te contarían en el Jordan College sobre tu origen, pero lo cierto es que ellos desconocen la verdad de la historia. ¿Te han dicho alguna vez quiénes fueron tus padres?
Lyra, ahora, estaba completamente desorientada.
—Sí —respondió—, me dijeron que yo estaba… me dijeron que… me dijeron que lord Asriel me había llevado allí porque mi padre y mi madre habían muerto en un accidente de aviación. Eso fue lo que me dijeron.
—¡Ah! ¿Así que te contaron eso? Pues mira, nena, voy a decirte la pura verdad. Y sé que lo es porque a mí me lo contó una giptana y los giptanos nunca mienten a John Faa y a Farder Coram. O sea que ahora vas a saber la verdad sobre ti, Lyra. Tu padre no murió en un accidente de aviación, porque tu padre es lord Asriel.
Lyra se quedó con la boca abierta.
—La cosa ocurrió de la manera siguiente —prosiguió John Faa—. Cuando Lord Asriel era joven hizo un viaje de exploración al norte y regresó de allí con una inmensa fortuna. Era un hombre lleno de vida, tan dado a enfurecerse como propenso a la pasión.
»Tu madre también era una mujer apasionada, pero no había nacido en cuna tan encumbrada como tu padre, lo que no quita que fuera una mujer inteligente. Parece que había seguido estudios universitarios y los que tuvieron ocasión de verla dicen también que era muy hermosa. Tu padre y ella se enamoraron en cuanto se conocieron.
»El problema es que tu madre ya estaba casada. Su marido era un político, miembro del partido del rey, y uno de sus consejeros más íntimos, un hombre de alcurnia.
»Y resultó que cuando tu madre descubrió que esperaba un hijo, tuvo miedo de decirle a su marido que el niño no era suyo y, así que nació, o mejor dicho así que naciste tú, se vio claramente que no había nada en tu aspecto que pudiese recordar a su marido, y sí a tu verdadero padre, por lo que tu madre consideró oportuno esconderte y decir que habías muerto.
»Así pues, te llevaron a Oxfordshire, donde tu padre tenía propiedades, y te confiaron a los cuidados de una nodriza giptana. Pero alguien le contó al marido de tu madre la verdad, lo que hizo que el hombre se pusiera inmediatamente en camino y revolviera la casita donde la giptana te había criado, sólo que ésta ya se había marchado a la casa grande. El marido, en un arrebato de pasión asesina, siguió sus pasos.
»Tu padre estaba ausente porque había salido de caza, pero fueron a informarle y regresó de inmediato con el tiempo justo para detener a aquel hombre, que ya estaba al pie de la gran escalinata. Si hubiera llegado un momento más tarde, habría forzado la puerta del minúsculo cuarto donde se escondía la giptana contigo, pero lord Asriel lo desafió, lucharon y lord Asriel lo mató.
»La giptana lo oyó y vio todo, Lyra, por eso lo sabemos.
»A consecuencia de todo esto hubo un importante pleito. Tu padre no es del tipo de hombres capaces de negar u ocultar la verdad y dejó en manos de los jueces la resolución del caso. Él había matado a un hombre, había derramado sangre, pero lo había hecho para defender su casa y a su hija contra un intruso. Por otro lado, la ley autoriza a un hombre a vengar la violación de su esposa, y los abogados del difunto alegaron que esto era precisamente lo que había hecho.
»Las deliberaciones se prolongaron durante semanas y se expusieron razones por uno y otro lado. Al final los jueces castigaron a lord Asriel, confiscaron sus propiedades y sus tierras y lo desposeyeron de todos sus bienes. ¡A él, que un día había sido más rico que un rey!
»En cuanto a tu madre, no quiso saber nada del asunto, ni tampoco de ti. Te volvió la espalda. La nodriza giptana me contó que en más de una ocasión se quedó impresionada al ver cómo te trataba, y que era una mujer altiva y desdeñosa. Igual la trataba a ella.
»Pero estabas tú. De haber ido las cosas de diferente manera, Lyra, es posible que hubieras sido criada como una giptana, ya que la nodriza te reclamó a los tribunales porque quería quedarse contigo, pero nosotros, los giptanos, tenemos poco predicamento ante la ley. El tribunal de justicia decidió que fueses recluida en un priorato, lo que se hizo: el de las Hermanas de la Obediencia, de Watlington. Pero tú de eso ya no te acuerdas.
»Sin embargo, lord Asriel no estaba conforme con la decisión. Resultaba que él odiaba a los priores, monjes y monjas y, como era un hombre que tenía la costumbre de saltarse las leyes, se presentó un buen día en el priorato y te sacó de allí. Su intención no era quedarse contigo ni tampoco entregarte a los giptanos; lo que hizo fue llevarte al Jordan College y desafiar a la ley a deshacer el entuerto.
»La ley, por fin, dejó las cosas tal como estaban. Lord Asriel volvió a dedicarse a sus exploraciones y tú te educaste en el Jordan College. La única cosa que dijo tu padre, es decir, la única condición que puso, fue que tu madre no volviera a verte jamás. Si alguna vez lo intentaba, había que avisarlo inmediatamente, ya que ahora todo el odio que anidaba en su naturaleza se había vuelto contra ella. El rector le prometió solemnemente que lo obedecería y así fue pasando el tiempo.
»Después surgió toda esta ansiedad despertada por el Polvo. En todo el país, en todo el mundo, hombres y mujeres sabios empezaron a preocuparse por la cuestión. A nosotros, los giptanos, aquel asunto nos traía sin cuidado, hasta que empezaron a quitarnos a los niños. A partir de entonces comenzó a interesarnos. Conseguimos conexiones en lugares que no llegarías a imaginar, entre ellos el Jordan College. Tú no lo sabías, pero había una persona que no te perdía de vista y que nos mantuvo informados durante todo el tiempo que estuviste allí. Esto lo hicimos porque estábamos interesados en todo lo tuyo y la giptana que te había cuidado no dejó un solo momento de preocuparse de ti.
—¿Y quién era esa persona que me vigilaba? —preguntó Lyra.
De pronto se sentía terriblemente importante, a la vez que le extrañaba que todo lo concerniente a ella fuera objeto de curiosidad a tanta distancia.
—Un criado que trabajaba en la cocina, el repostero Bernie Johansen. Era medio giptano, estoy seguro de que no te lo habrías figurado nunca.
Bernie era un hombre amable y solitario, una de esas raras personas cuyo daimonion era del mismo sexo que el del humano al que acompañaba. Fue a Bernie a quien se fue a lamentar y en quien Lyra volcó su desesperación cuando secuestraron a Roger. ¡Y Bernie informaba de todo a los giptanos! Lyra estaba maravillada.
—En fin —continuó John Faa—, cuando te fuiste del Jordan College lo supimos inmediatamente. Ocurrió en un momento en que, por estar lord Asriel encarcelado, no pudo evitarlo. Pero nos acordamos de lo que le había hecho prometer al rector y también de que el hombre con quien había estado casada tu madre, el político al que mató lord Asriel, se llamaba Edward Coulter.
—¿La señora Coulter? —preguntó Lyra, estupefacta—. ¿Es mi madre?
—Lo es. Y si tu padre hubiera estado en libertad, ella jamás se habría atrevido a desafiarlo y tú seguirías en el Jordan, sin haberte enterado de nada. Pero que el rector te dejase marchar del college constituye para nosotros un misterio que no nos explicamos, puesto que precisamente él debía encargarse de tu custodia. Supongo que esa mujer debe de tener algún poder sobre él.
Lyra comprendió de pronto el extraño comportamiento del rector aquella mañana en que abandonó el college.
—Él no quería… —intervino Lyra, como intentando recordar exactamente lo ocurrido—. Él… bueno, yo tuve que ir a verlo aquella mañana antes de hacer ninguna otra cosa, sin decírselo a la señora Coulter… como si él quisiera protegerme de la señora Coulter…
Se quedó callada y miró fijamente a los dos hombres; de pronto decidió contarles toda la verdad de lo ocurrido en el salón reservado.
—Miren, además hay otra cosa. Aquella tarde que me escondí en el salón reservado descubrí que el rector quería envenenar a lord Asriel. Vi que echaba unos polvos en el vino y se lo advertí a mi tío, por lo que él volcó expresamente la licorera y así se derramó todo el vino. O sea que le salvé la vida. No entiendo por qué el rector quería envenenarlo si siempre fue tan amable con él. Después, la mañana que me fui del college, el rector me mandó recado de que fuese a verlo a su estudio y de que lo hiciera en secreto sin contárselo a nadie y dijo… —Lyra se calló, estaba devanándose los sesos para recordar exactamente qué le había dicho el rector, aunque no le sirvió de nada y al final acabó por mover negativamente la cabeza—. Lo único que entendí fue que él me daba algo y que tenía que guardarlo en un sitio secreto y no enseñárselo a la señora Coulter. Supongo que no importa que os lo cuente a vosotros…
Se tentó el bolsillo del abrigo de lana gruesa y sacó el paquetito envuelto en terciopelo. Lo dejó en la mesa y notó al momento que la curiosidad simple pero inmensa de John Faa se sumaba a la viva aunque vacilante inteligencia de Farder Coram para centrarse, juntas, sobre el paquete igual que proyectores de luz.
Farder Coram fue el que habló primero cuando Lyra retiró el envoltorio del aletiómetro.
—No habría imaginado nunca que pudiese volver a posar los ojos en otro igual. Es un lector de símbolos. Oye, niña, ¿te explicó algo el rector acerca del aparato?
—No. Sólo me dijo que debería aprender yo sola a utilizarlo y que se llamaba aletiómetro.
—¿Y eso qué significa? —preguntó John Faa, volviéndose a su amigo.
—Es una palabra griega. Supongo que procede de alétheia, que significa verdad. Este aparato mide la verdad. ¿Has aprendido a servirte de él? —dijo dirigiéndose a Lyra.
—No. Lo único que he conseguido ha sido que las tres manecillas cortas señalen diferentes dibujos, pero no sé qué hacer con la larga. Gira en redondo. A veces, sin embargo, cuando estoy muy concentrada, consigo que la aguja larga vaya hacia un lado u otro ordenándoselo mentalmente.
—¿Cómo está hecho, Farder Coram? —preguntó John Faa—. ¿Y de qué modo se lee?
—Todos estos dibujos que ves alrededor del borde —respondió Farder Coram, sosteniendo delicadamente el aparato ante los ojos de John Faa, que lo miraba intensa y fijamente—, son símbolos y cada uno representa todo un conjunto de cosas. Mira, por ejemplo, el áncora. Su primer significado es esperanza, porque la esperanza es algo que te sujeta con fuerza igual que un áncora, a fin de que no cedas. El segundo significado es constancia. El tercer significado es un obstáculo inesperado, por tanto, prevención. El cuarto significado es mar. Y así sucesivamente hasta diez, doce, o a veces una serie interminable de significados.
—¿Y tú los conoces todos?
—Conozco algunos, pero para poder leer de verdad lo que indican necesito el libro. Yo he visto el libro y sé dónde está, pero no lo tengo.
—Volvamos a esto, pues —sugirió John Faa—. Sigamos con tu manera de leerlo.
—Dispones de tres manecillas que puedes mover a tu antojo —explicó Farder Coram— y que utilizas para hacer una pregunta. Señalando con ellas tres símbolos, puedes hacer cualquier pregunta que se te ocurra, porque hay diferentes niveles para cada una. Una vez establecida la pregunta, la otra aguja gira en redondo y señala otros símbolos, que te dan la respuesta.
—Pero ¿cómo sabe el aparato el nivel en que estás pensando cuando haces la pregunta?
—El aparato por sí solo no lo sabe. Únicamente funciona si la persona que hace la pregunta retiene los niveles en la mente. Debes conocer en primer lugar todos los significados y los hay a millares o más. A continuación tienes que ser capaz de retenerlos en la mente de manera serena, sin forzar la respuesta, y esperar a que la aguja se pare después de haberse estado moviendo un rato. Cuando haya recorrido todo su espacio, conocerás la respuesta. Tengo una idea de cómo funciona porque una vez vi a un sabio de Uppsala que manejaba el aparato, pero fue una sola vez. ¿Sabes que son rarísimos?
—Según me dijo el rector, sólo hay seis —precisó Lyra.
—Sea cual sea el número, la verdad es que hay pocos.
—¿Y no le dijiste nada a la señora Coulter, tal como te recomendó el rector? —preguntó John Faa.
—No, pero el daimonion de ella solía meterse en mi cuarto y estoy segura de que descubrió el aparato.
—Ya comprendo. Mira, Lyra, no sé si alguna vez conoceremos toda la verdad, pero a mi modesto entender creo que pasó lo siguiente. El rector recibió el encargo de lord Asriel de cuidar de ti y de mantenerte fuera del alcance de tu madre. Y eso fue lo que hizo por espacio de diez años o más. Después, los amigos que tenía la señora Coulter en la Iglesia la secundaron en la fundación de la Junta de Oblación, cuya finalidad ignoramos pero que le confiere tanto poder en su medio como pueda tener lord Asriel en el suyo. Tus padres son fuertes en su mundo y son también ambiciosos, mientras que el rector del Jordan te mantenía a ti en equilibrio entre los dos.
»Ahora el rector tiene un montón de cosas de que ocuparse. Su preocupación primordial es el college y el cuadro de profesores. En consecuencia, si ve que algo puede amenazar ese aspecto, tiene que actuar forzosamente para protegerlo. Por otra parte, en los últimos tiempos, Lyra, la Iglesia se ha vuelto mucho más autoritaria. Está constantemente metida en concilios y, Dios no lo quiera, pero incluso ya se está hablando de volver a implantar el Oficio de la Inquisición. Por eso el rector tiene que moverse con gran cautela entre todas estas potencias. Tiene que mantener el Jordan College al lado de la Iglesia, de otro modo no podría sobrevivir.
»Otra de las preocupaciones del rector eres tú, querida niña. Bernie Johansen fue siempre muy claro en este aspecto. Tanto el rector como los licenciados del Jordan te querían como si fueras hija suya. Habrían hecho cualquier cosa para mantenerte a salvo, no sólo porque se lo habían prometido a lord Asriel, sino porque era algo que salía espontáneamente de ellos. Así pues, si el rector te entregó a la señora Coulter después de haber prometido a lord Asriel que no lo haría, seguramente fue porque pensó que estarías más segura con ella que en el Jordan College a pesar de todas las apariencias. Y si quiso envenenar a lord Asriel, probablemente fue porque debió de pensar que lo que éste intentaba hacer no sólo pondría en peligro a los del college sino quizás a todos nosotros, me estoy refiriendo a todo el mundo. Me doy cuenta de que el rector es un hombre que se ve obligado a tomar decisiones terribles. Sean cuales sean, siempre perjudicarán a alguien aunque, si escoge lo adecuado, tal vez el daño será menor que si no lo hace. Que Dios me guarde de tener que tomar estas opciones.
»Por eso, cuando se vio forzado a dejarte marchar, te dio el lector de símbolos y te recomendó que lo guardases en lugar seguro. No sé qué debió de pensar que podías hacer con él. Teniendo en cuenta que no sabes leerlo, no comprendo cuáles eran sus intenciones.
—Me dijo que hacía años que tío Asriel había regalado el aletiómetro al Jordan College —explicó Lyra esforzándose en recordar—. Iba a añadir algo más cuando de pronto alguien llamó con los nudillos a la puerta y se vio obligada a callar. Me figuro que quizá quería mantenerme también apartada de lord Asriel.
—O quizá lo contrario —apuntó John Faa.
—¿A qué te refieres? —preguntó Farder Coram.
—Que quizá tenía el proyecto de pedir a Lyra que volviese junto a Lord Asriel, como para compensarlo por haber intentado envenenarlo. A lo mejor consideraba que lord Asriel ya no entrañaba ningún peligro. O que lord Asriel podía conseguir un cierto discernimiento a través de este instrumento que lo indujese a renunciar a sus propósitos. Si lord Asriel estaba prisionero, tal vez esto serviría para liberarlo. Mira, Lyra, mejor será que conserves este lector de símbolos y lo guardes en sitio seguro. Si has conseguido guardarlo hasta ahora, no me preocupa dejarlo en tus manos. Es posible que llegue un momento en que necesitemos consultarlo y deduzco que entonces será la ocasión de pedírtelo.
Dobló el terciopelo sobre él y se lo devolvió, deslizándolo sobre la mesa. Lyra habría querido hacerle un montón de preguntas, pero de pronto se sintió tímida ante aquel hombre imponente de ojillos penetrantes pero afables, hundidos entre los pliegues y arrugas de su piel.
Sin embargo, había una cosa que sí quería preguntarle.
—¿Quién fue la giptana que me crió?
—La madre de Billy Costa, por supuesto. Si no te lo ha dicho es porque yo no quería que lo supieses, pero ella sabe de lo que estamos hablando, o sea que no hay nada que ocultar.
»Y ahora mejor que vuelvas con ella. Tienes mucho en que pensar, niña. Dentro de tres días celebraremos otra Cuerda y entonces discutiremos todo lo que hay que hacer. Pórtate bien y buenas noches, Lyra.
—Buenas noches, lord Faa. Buenas noches, Farder Coram —dijo con toda cortesía, apretando el aletiómetro contra su pecho con una mano y recogiendo a Pantalaimon con la otra.
Los dos viejos la miraron con una amable sonrisa. Fuera, en la puerta de la sala de juntas, la estaba esperando Ma Costa y, como si no hubiera pasado el tiempo desde que naciera Lyra, la mujer la acogió entre sus poderosos brazos y la besó antes de dejarla en la cama.