Erling estaba presa del pánico. Vivianne había desaparecido. Nadie la había visto desde la fiesta del sábado, y el coche tampoco estaba. Tenía que haberle ocurrido algo.

Descolgó el auricular y llamó una vez más a la comisaría.

—¿Alguna novedad? —dijo en cuanto oyó la voz de Mellberg, que volvió a responder con una negativa. Erling no pudo contenerse más—. ¿Pero estáis haciendo algo para encontrar a mi prometida? Ha tenido que pasarle algo, estoy seguro. ¿Habéis dragado en el muelle? Sí, ya sé que el coche también ha desaparecido, pero ¿tenemos pruebas de que no lo hayan arrojado al agua, con Vivianne dentro, tal vez? —preguntó con voz chillona, y recreó mentalmente la imagen de Vivianne hundiéndose poco a poco—. Exijo que utilicéis todos vuestros recursos para encontrarla.

Colgó bruscamente el auricular. Unos golpecitos discretos en la puerta lo hicieron saltar de la silla. Gunilla asomó la cabeza y lo miró horrorizada.

—¿Sí? —Él solo quería que lo dejaran en paz. Se había pasado el domingo buscando a Vivianne, y aquella mañana llegó a la oficina solo porque tenía la esperanza de que tratara de localizarlo allí.

—Han llamado del banco. —Gunilla parecía más angustiada que de costumbre.

—Ahora no tengo tiempo para esas cosas —dijo con la vista clavada en el teléfono. Vivianne podía llamar en cualquier momento.

—Parece ser que hay algo raro en la cuenta de Badis. Quieren que los llames.

—Te digo que no tengo tiempo —le soltó Erling. Pero, para su sorpresa, Gunilla insistió.

—Quieren que los llames de inmediato —repitió Gunilla, y se escabulló hacia su despacho.

Erling lanzó un suspiro, descolgó el auricular y llamó a su contacto en el banco.

—Soy Erling, al parecer hay algún problema.

Trató de parecer eficaz. Quería concluir la conversación cuanto antes para que la línea no estuviera ocupada si ella llamaba. Escuchaba al empleado del banco un tanto distraído, pero al cabo de unos instantes, se irguió en la silla.

—¿Cómo que no hay dinero en la cuenta? Ya podéis mirarlo otra vez. Hemos ingresado varios millones, y más que van a llegar esta misma semana de Vivianne y Anders Berkelin. Sé que hay muchos proveedores esperando cobrar, pero dinero hay, desde luego. —Entonces guardó silencio y prestó atención un momento—. ¿Estáis totalmente seguros de que no es un error?

Erling se aflojó el cuello de la camisa. De repente, le costaba respirar. Cuando concluyó la conversación, empezó a pensar febrilmente. El dinero había desaparecido. Vivianne había desaparecido. Y no era tan tonto como para no saber sumar dos y dos. Aun así, no quería creerlo.

Erling había marcado los tres primeros números de la Policía cuando apareció Anders en la puerta. Se lo quedó mirando. El hermano de Vivianne parecía agotado y estragado. Primero se quedó un rato en silencio, luego se acercó a la mesa de Erling y abrió la mano. La luz que entraba por la ventana se reflejó en el objeto que le mostraba en la palma y lanzó destellos sobre la pared que Erling tenía detrás. Era el anillo de prometida de Vivianne.

En ese instante se despejaron todas sus dudas. Como si estuviera anestesiado, marcó el número de la Policía de Tanumshede. Anders se sentó a esperar. El anillo brillaba en la mesa.