—Hola, Annika. Paula ha estado llamándome, pero ahora no la localizo. —Patrik estaba ante la puerta de Fristad, tapándose el oído izquierdo con el dedo mientras escuchaba por el derecho. Aun así, el ruido del tráfico se oía tanto que le costaba entender lo que le decía Annika.

»¿Cómo? ¿En la escuela? Espera, no te he oído bien… Cocaína. De acuerdo, comprendo. Ajá, en el hospital de Uddevalla.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Martin.

—Unos niños de primero de primaria de Fjällbacka han encontrado una bolsa de cocaína y la han probado. —Patrik parecía muy preocupado mientras se dirigían al coche.

—Joder. ¿Y cómo están?

—Ingresados en el hospital de Uddevalla pero, al parecer, fuera de peligro. Gösta y Paula están con ellos ahora mismo.

Patrik se sentó al volante y Martin a su lado. Se pusieron en marcha, Martin iba mirando por la ventanilla, reflexionando.

—Niños de primero. Y uno cree que estarán a salvo en la escuela, sobre todo en Fjällbacka. No es un barrio problemático de una gran ciudad, y aun así, no están seguros. No hace falta más para morirse de miedo.

—Lo sé. No es como en nuestra época, desde luego. O bueno, la mía… —dijo sonriendo a medias. Después de todo, él y Martin se llevaban bastantes años.

—Creo que se puede decir lo mismo de mis años de escuela —dijo Martin—. Aunque ya usábamos la calculadora en lugar del ábaco.

—Ja, ja, ja, muy gracioso.

—Todo era tan sencillo entonces… Jugábamos en el patio a las canicas o al fútbol. Éramos niños. Ahora parece que todo el mundo tiene demasiada prisa en llegar a la edad adulta. Tienen que follar y que fumar y que beber, y todo lo habido y por haber antes de empezar secundaria.

—Pues sí —dijo Patrik, y sintió una angustia enorme en el pecho. El tiempo pasaría como un suspiro y Maja empezaría la escuela; y sabía que Martin tenía razón. No era como en sus tiempos. No quería ni pensarlo. Quería que Maja fuera pequeña tanto como fuera posible, que se quedara en casa hasta que cumpliera los cuarenta—. Pero me parece que la cocaína no es lo más habitual —dijo, más que nada para consolarse.

—No, ha sido el colmo de la mala suerte. Menos mal que parece que están bien. Podrían haber acabado muy mal.

Patrik asintió.

—¿No vamos a ir al hospital? —preguntó Martin cuando Patrik tomó el acceso a la ciudad, en lugar de tomar la E6.

—Doy por hecho que Paula y Gösta se arreglarán solos. Llamaré a Paula para comprobarlo, pero me gustaría hablar con el actual inquilino del piso de Mats y con los demás vecinos, ya que estamos aquí. Es un poco absurdo tener que volver.

Martin escuchaba expectante mientras Patrik hablaba con Paula, que por fin había respondido. Al cabo de unos minutos, colgó el teléfono.

—Lo tienen controlado, así que podemos hacer lo que teníamos pensado. Podemos pararnos un momento en el hospital de camino a casa, si aún siguen allí.

—Bien. ¿Sabían algo de dónde la habían encontrado?

—En una papelera, delante del bloque de Mats Sverin.

Martin guardó silencio un instante.

—¿Tú crees que está relacionado?

—¿Quién sabe? —Patrik se encogió de hombros—. Como ya sabemos, en ese barrio viven unas cuantas personas que podían tener cocaína. Pero es curioso que la encontraran precisamente delante del portal de Sverin.

Martin se asomó un poco para leer los indicadores.

—Tienes que entrar por ahí. Erik Dahlbergsgatan. ¿Qué número era?

—Cuarenta y ocho. —Patrik frenó en seco al ver a una anciana que cruzaba el paso de cebra a paso de tortuga. Esperó impaciente hasta que la mujer pasara al otro lado, y salió derrapando.

—Oye, tómatelo con calma. —Martin se apoyó en la puerta.

—Ahí está —dijo Patrik impasible—. El número cuarenta y ocho.

—Pues esperemos que haya alguien en casa. Quizá deberíamos haber llamado antes.

—Bueno, llamamos, a ver si tenemos suerte.

Salieron del coche y se encaminaron al portal. Era un bonito edificio antiguo de piedra cuyos apartamentos seguramente tendrían molduras y suelos de madera.

—¿Cómo se llamaba el inquilino? —preguntó Martin.

Patrik sacó un papel del bolsillo.

—Jonsson, Rasmus Jonsson. Y es el primer piso.

Martin asintió y llamó al timbre del portero automático, junto al cual aún se leía el nombre de Sverin. Casi de inmediato, se oyó un carraspeo y una voz que preguntaba:

—¿Sí?

—Somos de la Policía. Nos gustaría hablar con usted. ¿Sería tan amable de abrirnos? —Martin habló lo más claro posible cerca del micrófono.

—¿Por qué?

—Se lo explicaremos arriba. ¿Tendría la bondad de abrirnos?

Oyeron que colgaba el telefonillo y, acto seguido, un zumbido en la puerta.

Subieron al primer piso y examinaron las placas con los nombres.

—Es aquí —dijo Martin, señalando la puerta de la izquierda.

Llamó al timbre y retrocedieron un poco al oír los pasos que se acercaban por el pasillo. Abrieron con la cadena de seguridad echada. Un joven de unos veinte años miraba suspicaz por la rendija.

—¿Eres Rasmus Jonsson? —preguntó Patrik.

—¿Quién pregunta?

—Como te hemos dicho, somos de la Policía. Se trata de Mats Sverin, el que te alquiló el apartamento.

—¿Ajá? —respondió con un tono rayano en la impertinencia, y seguía sin quitar la cadena.

Patrik notó que empezaba a irritarse y miró al joven con encono.

—O nos dejas entrar para que podamos hablar tranquilamente, o hago unas llamadas que supondrán un registro del apartamento y que te pases en comisaría el resto del día de hoy y quizá también parte de mañana.

Martin lo miró. No era propio de él andarse con amenazas vanas, no tenían ningún motivo ni para el registro ni para interrogar a Jonsson en comisaría.

Se hizo el silencio unos segundos. Hasta que el joven quitó la cadena.

—Fascistas de mierda. —Rasmus Jonsson se hizo a un lado en el recibidor para dejarles paso.

—Sabia decisión —dijo Patrik. Notó en el aire el olor denso del hachís y comprendió por qué el joven se había mostrado reacio a abrirle a la Policía. Cuando entraron en el salón y vieron las pilas de literatura anarquista y los carteles de la misma tendencia en las paredes, lo comprendió mejor aún. Era obvio que se encontraban en territorio enemigo.

—No os acomodéis demasiado. Estoy estudiando y no tengo tiempo que perder. —Rasmus se sentó junto a un escritorio no demasiado grande, atestado de libros y cuadernos.

—¿Qué estudias? —preguntó Martin. No solían encontrarse con muchos anarquistas en Tanumshede, y sentía verdadera curiosidad.

—Políticas —dijo Rasmus—. Para comprender mejor cómo hemos llegado a esta mierda, y cómo podríamos cambiar la sociedad. —Parecía que estuviera dando clase a los de primero, y Patrik lo miró divertido. Se preguntaba cómo influirían los años y la realidad en los ideales de aquel joven.

—¿Le alquilas el apartamento a Mats Sverin?

—¿Por qué? —dijo Rasmus. El sol entraba por la ventana del salón y Patrik cayó en la cuenta de que era la primera vez que conocía a un pelirrojo con el mismo tono que Martin. Pero Rasmus, además, tenía barba, así que la impresión era más intensa todavía.

—Repito, ¿le has alquilado el apartamento a Mats Sverin? —La voz de Patrik sonaba serena, pero sentía que estaba a punto de perder la paciencia.

—Sí, es verdad —dijo Rasmus muy a disgusto.

—Pues siento tener que comunicarte que Mats Sverin está muerto. Asesinado.

Rasmus se quedó perplejo.

—¿Asesinado? ¿Qué coño queréis decir? ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

—Nada, esperemos, pero estamos tratando de averiguar más datos sobre él y sobre su vida.

—Yo no lo conozco, así que no puedo ayudaros.

—Eso lo decidimos nosotros —dijo Patrik—. ¿Estaba amueblado el apartamento?

—Sí, todo lo que hay aquí es suyo.

—¿No se llevó nada?

Rasmus se encogió de hombros.

—No creo. Es verdad que embaló lo más personal, fotos y esas cosas, pero lo tiró todo en el contenedor. Quería deshacerse de toda la basura del pasado, me dijo.

Patrik miró a su alrededor. Allí había tan pocos objetos personales como en el apartamento de Fjällbacka. Aún ignoraba por qué, pero algo había impulsado a Mats Sverin a empezar de cero. Se volvió otra vez a Rasmus.

—¿Cómo encontraste el apartamento?

—Un anuncio. Quería quitárselo de encima rápidamente. Creo que le habían dado una tunda y quería largarse de aquí.

—¿Te contó algo más sobre ese asunto? —intervino Martin.

—¿Sobre qué?

—Lo de la tunda —insistió Martin armado de paciencia. La fuente del aire dulzón que flotaba en el ambiente no despertaba precisamente los sentidos del joven.

—Pues no, no exactamente. —Rasmus arrastraba las palabras, y Patrik notó que se reavivaba su interés.

—¿Pero?

—¿Cómo que pero? —Rasmus empezó a girar la silla de un lado a otro con movimientos tensos.

—Si sabes algo de la agresión a Mats, te agradeceríamos mucho que nos lo contaras.

—Yo no colaboro con la pasma. —Entornó los ojos como con rabia.

Patrik respiró hondo para calmarse. Aquel muchacho lo sacaba de quicio, desde luego.

—La oferta sigue en pie. O una conversación agradable con nosotros, o todo el repertorio de registro y visita a la comisaría.

Rasmus se quedó quieto en la silla. Suspiró.

—Yo no vi nada, así que no tenéis nada con lo que retenerme y marearme. Pero preguntadle al viejo Pettersson, el del piso de arriba. Él sí parece que vio más de una cosa.

—¿Y por qué no se lo contó a la Policía?

—Eso tendréis que preguntárselo a él. Yo solo sé que aquí todo el mundo va diciendo que él sabe algo. —Rasmus apretó los labios y comprendieron que no le sacarían nada más.

—Pues gracias por la ayuda —dijo Patrik—. Aquí tienes mi tarjeta, por si te acuerdas de algo.

Rasmus miró la tarjeta que Patrik le ofrecía, la sujetó entre el pulgar y el índice, como si apestase. Luego la dejó caer en la papelera con todo el descaro.

Patrik y Martin sintieron un gran alivio cuando salieron al rellano y dejaron el apartamento y el ambiente cargado de olor a porro.

—Menudo elemento —dijo Martin meneando la cabeza.

—Bueno, ya le enseñará la vida —dijo Patrik, con la esperanza de no haberse vuelto tan cínico como parecía.

Subieron al piso de arriba y llamaron a la puerta donde se leía «F. Pettersson». Un hombre mayor les abrió.

—¿Qué quieren? —Sonó tan irritado como Rasmus, el del piso de abajo. Patrik se preguntó si no habría algo en el agua del bloque que afectara al humor de los vecinos. Todos parecían haberse levantado con el pie izquierdo.

—Somos de la Policía y querríamos hacerle unas preguntas sobre el antiguo inquilino, Mats Sverin, el que vivía en el piso de abajo. —Patrik sintió que se le agotaba la paciencia con viejos cascarrabias y anarquistas malhumorados, y tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la calma.

—Mats, sí, era un buen muchacho —dijo el hombre sin hacer amago de dejarlos pasar.

—Le agredieron aquí fuera antes de que se mudara.

—La Policía ya estuvo aquí preguntando. —El hombre dio un golpe con el bastón en el suelo. Pero Patrik aprovechó un momento de vacilación para dar un paso adelante.

—Tenemos motivos para creer que sabe más de lo que le ha contado a la Policía hasta ahora.

Pettersson bajó la vista y señaló con la cabeza al apartamento.

—Entren —dijo, y echó a andar pasillo adelante, arrastrando los pies. Aquel apartamento no solo era más luminoso que el de abajo, sino también más agradable, decorado con muebles clásicos y cuadros en las paredes.

»Siéntense —dijo señalando con el bastón el sofá de la sala de estar.

Patrik y Martin se sentaron y se presentaron. El hombre les explicó que la «F» de la puerta era de Folke.

—No tengo nada que ofrecerles —dijo Folke, con un tono mucho más dócil.

—No importa; de todos modos, tenemos un poco de prisa —dijo Martin.

—Bueno, como le decíamos, —Patrik carraspeó un poco—, por lo que nos han dicho, usted sabe mucho de lo que ocurrió cuando agredieron a Mats Sverin.

—Bueno, mucho no sé yo… —dijo Folke.

—Es importante que nos diga la verdad. Mats Sverin ha muerto asesinado.

Patrik experimentó cierta satisfacción mezquina al ver la expresión consternada del hombre.

—No es posible.

—Pues sí, por desgracia, y si tiene algo más que contar sobre el ataque que sufrió, se lo agradecería mucho.

—Ya, lo que pasa es que uno no quiere inmiscuirse. A saber qué puede ocurrírsele a esa gente —dijo Folke, y dejó el bastón en el suelo, a sus pies. Cruzó las manos en las rodillas; de repente, parecía viejo y cansado.

—¿A qué se refiere al decir «esa gente»? Según la información que el propio Mats aportó a la Policía, le atacó una pandilla de jóvenes.

—¡Jóvenes! —resopló Folke—. Desde luego, jóvenes no eran. No, era gente con la que más vale no tener trato. No me explico cómo un buen muchacho como Mats se relacionaba con ellos.

—¿A quién se refiere? —dijo Patrik.

—Moteros.

—¿Moteros? —Martin miró desconcertado a Patrik.

—Sí, los que aparecen en los periódicos. Los Hells Angels y Banditerna y todos esos.

—Se llaman Bandidos —lo corrigió Patrik sin pensarlo, mientras empezaba a darle vueltas a la cabeza—. Vamos a ver si he entendido, a Mats no le agredió una pandilla de chicos, sino una pandilla de moteros, ¿no?

—Pues sí, eso es lo que he dicho, ¿es que está sordo, muchacho?

—¿Y por qué mintió a la Policía y dijo que no había visto nada? Según me informaron, ninguno de los vecinos vio nada. —Patrik se sintió embargado por una amarga frustración. Si hubieran sabido aquello desde el principio…

—Hay que andarse con cuidado y no tener nada que ver con esa gente —insistió Folke—. Yo no tenía nada que ver con eso, y no hay que inmiscuirse en los asuntos de los demás.

—¿Y por eso dijo que no había visto nada? —Patrik no pudo ocultar el desprecio en la voz. Era una de las cosas que más le costaba aceptar, la gente que lo veía todo y que luego se encogía de hombros aduciendo que lo que habían presenciado no era asunto suyo.

—No hay que tener tratos con esa gente —repitió Folke, sin mirarlos a los ojos.

—¿Vio algo que pueda darnos una pista de quiénes eran? —preguntó Martin.

—Llevaban un águila en la espalda. Una gran águila amarilla.

—Gracias —dijo Martin, y le estrechó la mano. Al cabo de un instante de vacilación, Patrik hizo lo mismo.

Poco después iban camino de Uddevalla, absortos cada uno en sus pensamientos.

Erica era incapaz de esperar más. En cuanto se serenó un poco, llamó a Kristina y, al oír que se cerraba la puerta del coche delante de la casa, se puso la cazadora, se subió a su coche y se dirigió a Falkeliden. Una vez allí, se quedó un buen rato dentro, pensando. Quizá debería mantenerse apartada un tiempo y dejarlos solos. El breve mensaje de Anna no lo decía todo, seguramente. Y ella podría haberlo malinterpretado.

Erica se aferraba al volante con el motor apagado. No quería equivocarse y meter la pata. Anna la había acusado de eso alguna vez, de ser irrespetuosa e inmiscuirse en su vida. Y muchas veces tenía razón. Cuando eran pequeñas, Erica quería compensar lo que ella interpretaba como falta de amor por parte de su madre. Ahora pensaba de otra manera, y Anna también. Elsy las quería, pero no fue capaz de demostrarlo. Y los lazos entre Erica y Anna se habían estrechado en los últimos años, sobre todo, después de lo de Lucas.

Pero ahora no estaba segura. Anna tenía a su familia, Dan y los niños. Puede que solo necesitaran estar solos. De repente atisbó la figura de su hermana a través del cristal de la cocina. Pasó por delante rauda como un espectro, luego volvió a la ventana y miró hacia el coche donde estaba Erica. Levantó la mano y le hizo una seña para que entrase.

Erica abrió la puerta del coche y se apresuró a subir la escalinata. Dan le abrió antes de que le diera tiempo a llamar.

—Adelante —le dijo. Erica vio miles de sentimientos en su semblante.

—Gracias. —Cruzó despacio el umbral, se quitó la cazadora y entró en la cocina con una extraña sensación de solemnidad.

Anna estaba sentada a la mesa. Erica la había visto otras veces levantada desde el accidente, pero como si no estuviera allí. Ahora sí.

—He oído tu mensaje. —Erica se sentó en una silla frente a Anna.

Dan sirvió tres tazas de café y se fue discretamente con la suya al salón, donde los niños jugaban dando gritos, para que las dos hermanas pudieran hablar tranquilamente.

A Anna le temblaba la mano ligeramente cuando se llevó la taza a los labios. Parecía transparente. Frágil. Pero tenía la mirada firme.

—Estaba tan asustada —dijo Erica, y sintió que las lágrimas acudían sin remedio.

—Lo sé. Yo también tenía miedo. De volver.

—¿Por qué? Quiero decir, comprendo, sé que… —Luchaba por encontrar las palabras exactas. ¿Cómo iba a ponerle palabras al dolor de Anna, cuando lo cierto era que ni comprendía ni sabía nada?

—Estaba oscuro. Y dolía menos quedarse en esa oscuridad que salir aquí, con vosotros.

—Pero ahora… —A Erica le temblaba la voz—. Ahora estás aquí, ¿no?

Anna asintió despacio y tomó otro trago de café.

—¿Dónde están los gemelos?

Erica no sabía qué decir, pero Anna se dio cuenta. Sonrió.

—Tengo tanta curiosidad por conocerlos. ¿A quién se parecen? ¿Y se parecen entre sí?

Erica la miró, aún insegura de cómo reaccionaría su hermana.

—Pues la verdad es que no se parecen mucho. Ni siquiera en la forma de ser. Noel es más gritón, siempre sabes cuándo quiere algo y es resuelto y tozudo como él solo. Anton, en cambio, es prácticamente su opuesto. No se altera por nada y casi todo en la vida le parece estupendo. Está satisfecho, simplemente. Pero no sé a quién se parecen.

Anna dibujó una amplia sonrisa.

—¿Estás de broma? Básicamente, acabas de describiros a Patrik y a ti. Y no eres tú la que está satisfecha, diría yo.

—Pero… —comenzó Erica, y se calló en el acto al comprender que Anna tenía razón. Acababa de describirse a sí misma y a Patrik, aunque sabía que él no siempre se mantenía tan sereno en el trabajo como en casa.

—Me encantaría conocerlos —dijo Anna otra vez, y miró con convicción a Erica—. No tiene nada que ver, Erica, y tú lo sabes. Vuestros hijos no han sobrevivido a costa del mío.

—Puedo traerlos cuando quieras. En cuanto te sientas con fuerzas.

—¿No puedes ir a por ellos ahora? Si no es mucho engorro, claro —dijo Anna. Empezaba a volverle el color a las mejillas.

—Puedo llamar a Kristina y preguntarle si quiere traerlos.

Anna asintió, y al cabo de unos minutos Erica lo había arreglado para que su suegra les llevase a los niños.

—Aún me cuesta —dijo Anna—. Las tinieblas siguen ahí, muy cerca.

—Sí, pero al menos ya estás con nosotros. —Erica le dio la mano—. Venía a verte cuando estabas tumbada ahí arriba y era horrible. Como si no quedara de ti más que la concha vacía.

—Y así era, seguramente. Casi me entra pánico al pensar que ahora me siento igual, en cierto modo. Me siento como una concha hueca, y no sé cómo rellenarme otra vez. Siento un vacío tan grande… Aquí. —Se puso la mano en el vientre y lo acarició despacio.

—¿Recuerdas algo del entierro?

—No. —Anna meneó la cabeza—. Recuerdo que era importante que lo celebráramos, sentía que era necesario, pero no recuerdo nada de la ceremonia.

—Fue bonito —dijo Erica y se levantó para poner más café.

—Dan dijo que fue idea tuya lo de turnarse para estar tumbados conmigo.

—Bueno, no del todo. —Erica volvió a sentarse y le contó lo que le había dicho Vivianne.

—Pues salúdala de mi parte y dale las gracias. Creo que habría seguido como estaba, de no ser por eso, y quizá incluso habría caído más en el abismo. Tanto, que no habría sido capaz de volver.

—Se lo diré.

Llamaron a la puerta y Erica se retrepó en la silla y giró la cabeza para ver el recibidor.

—Será Kristina con los niños.

En efecto, era su suegra, a la que Dan acababa de abrir la puerta. Erica se levantó para ir a ayudarle y constató satisfecha que los gemelos estaban despiertos.

—Se han portado como dos angelitos —dijo Kristina mirando de reojo a la cocina.

—¿Quieres pasar? —preguntó Dan, pero Kristina negó con la cabeza.

—No, creo que me voy a ir a casa. Será mejor que os quedéis solos un rato.

—Gracias —dijo Erica, y le dio un abrazo a Kristina. Aunque a aquellas alturas le tenía muchísimo cariño a su suegra, no podía decirse que ese tipo de detalles fueran su fuerte.

—De nada, de nada. Ya sabes que puedes contar conmigo. —Se fue enseguida y Erica entró en la cocina con una hamaquita en cada mano.

—Aquí tenéis a la tía Anna —dijo, y los dejó despacio en el suelo, junto a la silla de Anna—. Y estos son Noel y Anton.

—No cabe duda de quién es el padre de las criaturas, desde luego. —Anna se sentó en el suelo, a su lado, y Erica hizo lo mismo.

—Sí, la gente dice que se parecen a Patrik. Pero nosotros no lo vemos.

—Son preciosos —dijo Anna. Le tembló ligeramente la voz y Erica se sintió un poco insegura de pronto y se preguntó si habría hecho bien en llevar a los niños para que los viera su hermana. Quizá fuera demasiado pronto, quizá debería haberse negado.

»No pasa nada —la calmó Anna, como si hubiera oído los pensamientos de Erica—. ¿Puedo?

—Pues claro —respondió Erica. No lo veía, pero sentía la presencia de Dan a su espalda. Debía de estar conteniendo la respiración, igual que ella, y pensando como ella si aquello sería bueno o malo.

—Bueno, pues primero a la MiniErica —dijo Anna con una sonrisa, y sacó a Noel de la hamaquita—. Así que tú eres tozudo como tu madre, ¿eh? Pues ya tendrá que vérselas tu madre contigo cuando te hagas mayor.

Lo abrazó y le olisqueó el cuello. Luego dejó a Noel y le tocó el turno a Anton, e hizo lo mismo, pero se lo quedó en brazos.

—Son maravillosos, Erica. —Anna miró a su hermana, aún con Anton en el regazo—. Son sencillamente maravillosos.

—Gracias —dijo Erica—. Gracias.

—¿Habéis averiguado algo más? —Patrik sonaba ansioso cuando Martin y él entraron en la sala de espera del hospital.

—Pues no mucho, ya te contamos la mayor parte por teléfono —dijo Paula—. Los chicos encontraron la bolsa con polvo blanco en una papelera cercana a los bloques de alquiler, los que dan a Tetra Pak.

—Vale, ¿tenemos controlada la bolsa? —preguntó Patrik tomando asiento.

—La tengo ahí. —Paula señaló un sobre de papel marrón que había en la mesa—. Y antes de que me preguntes, sí, hemos sido muy cuidadosos. Pero por desgracia, ya había pasado por varias manos antes de que llegara a las nuestras. Los niños, los profesores y el personal del hospital.

—Bueno, tendremos que procesarlo con cuidado. Procura que llegue cuanto antes al laboratorio, así tendremos las huellas de todos los que la han tocado. Empieza por pedir permiso a los padres para que les tomemos las huellas a los niños.

—Claro —dijo Gösta.

—¿Cómo están? —preguntó Martin.

—Según los médicos, han tenido una suerte loca. La cosa habría podido acabar fatal pero, afortunadamente, no tomaron grandes cantidades. Solo lo probaron un poco. De lo contrario, no habríamos estado aquí ahora, sino más bien en el depósito.

Estuvieron en silencio un buen rato. Era una idea espantosa.

Patrik miró el sobre de reojo.

—Deberíamos procurar que cotejaran las huellas de Mats Sverin con las que obtengan de la bolsa.

—¿Creéis que el asesinato está relacionado con drogas? —Paula frunció el entrecejo y se retrepó en el sofá, que era bastante incómodo. No lograba encontrar una postura lo bastante cómoda y no tardó mucho en incorporarse otra vez—. ¿Averiguasteis en Gotemburgo algo en ese sentido?

—No, no lo creo. Tenemos otra información con la que seguir trabajando, pero pensaba exponerlo luego en la comisaría, cuando celebremos la reunión. —Se levantó—. Martin y yo nos vamos a Fjällbacka y trataremos de localizar a alguno de los profesores. ¿Mandas tú el sobre al laboratorio, Paula? Diles que nos corre mucha prisa.

Paula sonrió.

—Vale, así sabrán que el mensaje es tuyo.

Annie había experimentado un punto de preocupación desde la visita de Erica y Patrik. Quizá debería pedirle al médico que fuera, después de todo. Sam no había pronunciado una palabra desde que llegaron a la isla, pero ella estaba convencida de que su instinto no la engañaba. Lo único que Sam necesitaba era tiempo. Tiempo para que sanaran las heridas del alma, no las del cuerpo, que era lo único que podría examinar el médico.

Ella era incapaz de pensar en aquella noche. Era como si el cerebro se cerrase a cal y canto cuando se acercaba el recuerdo de tanto miedo y tanto horror. De modo que, ¿cómo iba a pedirle al pobrecillo que lo superase? Ella y Sam habían compartido el mismo miedo. Y se preguntaba si aún compartían el mismo miedo a que todo lo ocurrido los alcanzase en la isla. Trataba de serenarlo, decirle que allí estaban seguros. Que los malos no podían encontrarlos. Pero ignoraba si su tono de voz contenía el mismo mensaje que sus palabras. Porque ella misma no se lo creía del todo.

Si Matte… Le tembló la mano al pensar en él. Él habría podido protegerlos. No quiso contárselo todo la noche que pasaron juntos. Pero algo le desveló, lo bastante para que comprendiera que ya no era la misma. Sabía que le habría contado el resto también. Si hubieran tenido más tiempo, habría podido confiarse a él.

Sollozó y respiró hondo para tratar de dominarse. No quería que Sam notara su desesperación. Necesitaba sentirse seguro. Era lo único que podría erradicar de su memoria el ruido de los disparos, lo que podría borrar el recuerdo de la sangre, de su padre, y era su deber que todo volviera a la normalidad. Matte no podía ayudarle.

Les llevó un rato reunir todas las huellas dactilares que necesitaban. Aún les faltaban dos. El personal de la ambulancia había salido y tardarían en volver. Pero Paula tenía la sensación de que era una pérdida de tiempo recoger todas esas huellas. Algo le decía que era más importante comprobar si entre ellas se encontraban las de Mats, y que la respuesta llegara lo antes posible.

Paula llamó discretamente a la puerta.

—Adelante. —Torbjörn Ruud levantó la vista cuando la oyó entrar.

—Hola, Paula Morales, de la Policía de Tanum. Nos hemos visto unas cuantas veces. —Se sintió un tanto insegura de pronto. Ella sabía muy bien cuál era el procedimiento, y lo que pensaba hacer ahora era pedirle a Ruud que se saltara las reglas y los procedimientos. No era algo a lo que estuviera acostumbrada. Las reglas estaban para cumplirlas, pero a veces había que actuar con cierta flexibilidad, y aquella era, seguramente, una de esas ocasiones.

—Sí, te recuerdo. —Torbjörn le indicó que se sentara—. ¿Cómo va lo vuestro? ¿Habéis tenido ya noticias de Pedersen?

—No, nos enviará el informe el miércoles. Por lo demás, no tenemos mucho con lo que trabajar, y no hemos avanzado tanto como esperábamos…

Guardó silencio, respiró hondo y reflexionó sobre cómo exponer la pregunta.

—Pero hoy ha ocurrido algo, y aún ignoramos si guarda o no relación con el asesinato —dijo finalmente, y dejó el sobre marrón en la mesa.

—¿Qué es? —dijo Torbjörn alargando la mano.

—Cocaína —respondió Paula.

—¿Dónde la habéis encontrado?

Paula lo puso al corriente de lo acontecido aquella mañana y de lo que les habían contado los niños.

—Este no es el procedimiento normal, que me pongan un sobre de cocaína encima del escritorio —dijo Torbjörn mirando a Paula.

—Lo sé —respondió ella sonrojándose—. Pero ya sabes cómo funciona esto, si lo enviamos al laboratorio tendremos que esperar una eternidad hasta que lleguen los resultados. Y tengo el presentimiento de que esto es importante, así que había pensado que, por esta vez, podríamos ser un poco flexibles con el procedimiento. Si me ayudas a comprobar una hipótesis, yo me encargaré del papeleo. Y, por supuesto, me hago responsable de todo.

Torbjörn estuvo un buen rato sin decir nada.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó al fin, aunque aún no parecía del todo convencido.

Paula le explicó lo que quería, y él asintió.

—Por esta vez. Pero si hay algún problema, será responsabilidad tuya. Y tú te encargas de que todo esté correcto.

—Te lo prometo —aseguró Paula con un cosquilleo de expectación. Ella estaba en lo cierto. Sabía que estaba en lo cierto. Y ahora solo faltaba constatarlo.

—Ven conmigo —dijo Torbjörn, y se levantó. Paula lo siguió. Cuando hubiese terminado, su deuda con él sería enorme.

—Espero que no te tomaras a mal lo de esta mañana —dijo Erling. No se atrevía a mirarla a los ojos.

Vivianne removía la comida con el tenedor y no le contestó. Como siempre que caía en desgracia con ella, sentía que todo el cuerpo se le retorcía de desesperación. Desde luego, no debería haber mencionado lo que dijo Bertil. No se explicaba cómo se le había ocurrido. Vivianne sabía lo que hacía, y él no debería inmiscuirse.

—Cariño, no estarás enfadada conmigo, ¿verdad? —Le acarició la mano.

Ella no respondió, y Erling no sabía qué hacer. Por lo general sabía ganársela, pero Vivianne llevaba de un humor de perros desde aquella conversación.

—¿Sabes?, parece que vendrá mucha gente a la fiesta de inauguración del sábado. Todos los famosos de Gotemburgo han confirmado su asistencia. Los famosos de verdad, no los de segunda clase como el Martin, el de Supervivientes. Además, he conseguido que venga a cantar el grupo Arvingarna.

Vivianne frunció el ceño.

—Yo creía que venía Garage.

—Tendrán que ser teloneros. No podemos decirles que no a los Arvingarna, como comprenderás. Menudo éxito de público son siempre… —Erling empezó a olvidarse de su abatimiento. Ese era el efecto que siempre surtía en él el Proyecto Badis.

—Nosotros no recibimos el dinero hasta el miércoles de la semana que viene. Espero que lo hayas tenido en cuenta. —Vivianne levantó la vista del plato; parecía más suave.

Erling continuó encantado por ese camino.

—No pasa nada. El ayuntamiento lo adelantará por ahora, y la mayoría de los proveedores han aceptado esperar un poco con las facturas, dado que nosotros figuramos como garantes. Así que de eso no tienes que preocuparte.

—Menos mal. Pero el que se encarga de todo eso es Anders, así que me figuro que él estará al corriente.

Lo dijo esbozando una sonrisa, y Erling sintió un cosquilleo en el estómago. Después del almuerzo se sintió muy angustiado por su metedura de pata, y un plan empezó a cobrar forma en su cabeza. No comprendía cómo no se le había ocurrido antes. Pero por suerte, él era un hombre de acción, y sabía cómo hacer que todo saliera a pedir de boca sin grandes preparativos.

—Cariño —dijo.

—Mmm… —respondió Vivianne, llevándose a la boca una cucharada del guiso vegetariano que había preparado.

—Llevo un tiempo queriendo preguntarte una cosa…

Vivianne dejó de masticar y levantó la vista despacio. Por un instante, Erling creyó ver un atisbo de temor en sus ojos, pero desapareció enseguida y supuso que habrían sido figuraciones suyas. Los nervios, sin duda.

Torpemente, se arrodilló junto a la silla de Vivianne y sacó una cajita del bolsillo de la chaqueta. «Joyería y Relojería Nordholm», decía en la tapa, de modo que no era preciso tener mucha imaginación para adivinar lo que contenía.

Erling carraspeó un poco. Era un momento decisivo. Con la mano de Vivianne entre las suyas, le dijo con voz solemne:

—¿Querrías concederme el honor de darme tu mano? —Aquella pregunta que tan elegante le había sonado en la cabeza, resonó ahora ridícula. Así que lo intentó de nuevo—. O sea, estaba pensando que podríamos casarnos.

No quedó mucho mejor, y Erling oyó cómo le martilleaba el corazón en el pecho mientras esperaba en silencio su respuesta. En realidad, no abrigaba la menor duda de cuál sería, pero claro, nunca se sabe. Las mujeres son tan caprichosas…

Vivianne estuvo callada más rato de la cuenta, y a Erling empezaban a dolerle las rodillas. La cajita le temblaba en la mano, y ya notaba un tirón desagradable en la zona lumbar.

Finalmente, Vivianne respiró hondo y respondió:

—Pues claro, Erling, claro que vamos a casarnos.

Erling sacó aliviado el anillo de la cajita y se lo puso en el dedo. No era particularmente caro, pero Vivianne no era muy dada a esas cosas tan mundanas, así que ¿por qué malgastar una gran suma en un anillo? Además, se lo habían dejado a buen precio, pensó satisfecho. Y, por si fuera poco, pensaba sacarle partido esa misma noche. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que empezaba a ser preocupante, pero esa noche iban a celebrarlo.

Se levantó y le crujieron los huesos cuando se sentó otra vez. Alzó triunfal la copa y brindó con Vivianne. Por un instante, creyó advertir de nuevo aquella expresión extraña en sus ojos, pero desechó la idea y tomó un trago de vino. Aquella noche no pensaba dormirse.

—¿Están todos reunidos? —preguntó Patrik. Era una pregunta retórica, desde luego. No eran tantos como para no poder contarlos de una rápida ojeada, y solo trataba de acallar el murmullo que había en la cocina.

—Sí, estamos todos —dijo Annika.

—Bueno, pues tenemos unas cuantas cosas que repasar. —Patrik sacó el gran bloc en el que iban anotándolo todo en las reuniones—. En primer lugar: los niños siguen mejorando y parece que no habrá secuelas.

—Gracias a Dios —dijo Annika, visiblemente aliviada.

—Estaba pensando que podemos dejar el asunto del hallazgo de la cocaína para el final y ver primero todo lo demás que ha ocurrido durante el día. ¿Qué sabemos del contenido del maletín?

—Todavía no sabemos nada en concreto —respondió Paula rápidamente—. Pero esperamos tener algo pronto.

—Había un montón de documentos financieros —explicó Gösta mirando a Paula—. Y como no los entendemos, se los hemos dejado a Lennart, el marido de Annika, que les echará un vistazo antes de que los enviemos a nuestros expertos.

—Bien —dijo Patrik—. ¿Cuándo podrá Lennart darnos alguna información?

—Pasado mañana —respondió Paula—. En cuanto al móvil, no contenía nada interesante. El ordenador lo tienen los técnicos, pero sabe Dios cuándo podrán decirnos algo.

—Es muy frustrante, pero no podemos hacer nada. —Patrik se cruzó de brazos. Lennart, miércoles, anotó en el bloc con letras mayúsculas.

—¿Y qué dijo el antiguo amor de Sverin? ¿Tenía algo interesante que contarnos? —preguntó Mellberg. Todos se sobresaltaron y Patrik lo miró sorprendido. Pensaba que Mellberg no tenía la más remota idea de por dónde iba el desarrollo de la investigación.

—Mats fue a verla el viernes, pero se marchó en algún momento de la noche —dijo, y anotó en el bloc la fecha y la hora—. Lo que limita el marco temporal del asesinato. Tuvo que ocurrir, como muy pronto, la noche del sábado, lo que coincide con el ruido que oyó el vecino. Esperemos que la información de Pedersen nos permita establecer la hora exacta.

—¿Y os pareció sospechosa? ¿Nada de viejos trapos sucios? —prosiguió Mellberg. Ernst, que estaba tumbado a sus pies, reaccionó al tono de voz del amo y levantó la cabeza lleno de curiosidad.

—Yo no describiría a Annie como sospechosa, aunque un poco ausente, quizá. Ahora vive en la isla con su hijo, y parecía que Mats y ella llevaban años sin saber el uno del otro, eso coincide con la versión de sus padres. Supongo que esa noche estuvieron reviviendo viejos tiempos.

—¿Y por qué se iría en plena noche? —dijo Annika, y se volvió automáticamente a Martin, que la miró ofendido. En la actualidad, él era un padre de familia decente, pero hubo un tiempo en que tuvo una vida amorosa de lo más activa, cuyos objetivos cambiaban todas las semanas, razón por la que aún tenía que aguantar alguna que otra broma. Desde que Pia apareció en su vida, le dio la espalda a todo aquello y no se había arrepentido jamás.

Ahora se sentía fatal cuando recordaba aquella época.

—A mí no me parece tan raro, ¿no? A veces uno prefiere evitar la charla de la mañana, una vez que ha conseguido lo que quería. —Todos lo miraban sonrientes, y Martin se encogió de hombros—. ¿Qué pasa? Los tíos son como son. —Se sonrojó y parecía que se le hubieran encendido las pecas de la cara.

Patrik no pudo evitar sonreír también, pero se puso serio enseguida.

—Con independencia de los motivos, ahora sabemos que se fue a casa la noche del viernes. Así que nos queda la cuestión de adónde habrá ido a parar el bote. Tuvo que volver en él.

—¿Habéis mirado en «Blocket.se», el portal de ventas? —Gösta alargó el brazo en busca de una galleta, que mojó en el café.

—Yo estuve mirando ayer en varios sitios web de anuncios, pero no encontré nada —dijo Patrik—. Hemos denunciado la desaparición y he avisado a Salvamento Marítimo para que estén atentos.

—A mí me parece una coincidencia muy extraña que haya desaparecido ahora, precisamente.

—Pues sí, ¿y hemos examinado el coche? —Paula se irguió en la silla y miró a Patrik.

—Sí, Torbjörn y sus hombres lo han revisado. Estaba en el aparcamiento, delante del portal de Mats. No han encontrado nada.

—Vaya —dijo Paula, y se recostó de nuevo en la silla. Creía que se les había escapado, pero al parecer, Patrik lo tenía todo bajo control.

—¿Qué habéis averiguado en Gotemburgo? —dijo Mellberg, y le pasó una galleta a Ernst.

Patrik y Martin se miraron.

—Pues sí, ha resultado ser un viaje muy productivo. ¿Quieres hablarles tú de la reunión en la oficina de Asuntos Sociales, Martin?

Su decisión de darle más protagonismo a su joven colega surtió un efecto inmediato. A Martin se le iluminó la cara. Informó con claridad de lo que habían averiguado acerca de Fristad en su conversación con Sven Barkman, y sobre cómo funcionaba su colaboración. Tras una mirada inquisitiva a Patrik, continuó con la visita a las oficinas de Fristad.

—Por ahora, no sabemos si había contra Mats alguna amenaza a consecuencia del trabajo que realizaba en la asociación. La responsable de Fristad nos aseguró que no tenía conocimiento de ninguna amenaza, pero veamos la documentación que tenemos sobre las mujeres a las que ayudó la asociación durante el último año en que Sverin trabajó con ellos. Son unas veinte.

Patrik asintió animándolo, y Martin continuó.

—Sin más información, es imposible saber si será interesante seguir indagando en alguno de ellos. Tomamos notas y escribimos los nombres de las mujeres cuya persona de contacto era Mats, y tendremos que seguir investigando. Pero no os podéis imaginar lo deprimente que ha sido leer los documentos de todas aquellas carpetas. Muchas de esas mujeres han vivido un infierno que no podemos ni concebir… En fin, es difícil describirlo. —Martin guardó silencio, un tanto turbado, pero Patrik lo comprendía perfectamente. A él también lo había conmovido la historia de las mujeres cuyo destino había atisbado someramente.

»Nos preguntábamos si no deberíamos hablar con el resto de los empleados. Y quizá también con alguna de las mujeres a las que ayudó Fristad cuando Mats trabajaba allí. Pero puede que no sea necesario. Tenemos la declaración de un testigo que puede ayudarnos a avanzar. —Hizo una pausa para aumentar la tensión y comprobó que todos estaban atentos a la continuación—. El asunto de la agresión me ha parecido extraño desde el principio. Así que Martin y yo fuimos a la casa donde vivía Mats en Gotemburgo. El incidente tuvo lugar delante del portal, como sabéis, y bastó una charla con uno de los vecinos para averiguar que no fue una pandilla de chicos, como declaró Mats. Según el vecino, testigo del suceso, se trataba de una pandilla bastante más madura. Moteros, fue la palabra que empleó.

—Joder —dijo Gösta—. Pero ¿por qué iba a mentir Sverin sobre eso? ¿Y por qué no lo dijo antes el vecino?

—En cuanto al vecino, por lo de siempre. No quería inmiscuirse, tenía miedo. Falta de conciencia ciudadana, en otras palabras.

—¿Y Sverin? ¿Por qué no dijo la verdad? —insistió Gösta.

Patrik meneó la cabeza.

—No lo sé. Quizá fuera sencillamente porque él también tenía miedo. Pero estas pandillas no suelen atacar a la gente en plena calle, así que tiene que haber algo más.

—¿Pudieron identificarlos? —preguntó Paula.

—Un águila —respondió Martin—. El vecino dijo que llevaban un águila en la espalda. Así que no debería ser muy difícil averiguar quiénes son.

—Habla con los colegas de Gotemburgo, seguro que ellos pueden facilitarnos esa información —dijo Mellberg—. Es lo que vengo diciendo desde el principio, un tío nada de fiar, el tal Sverin. Si estaba metido en algún negocio con esos tipos, no me extraña que acabara en el depósito con la cabeza llena de plomo.

—Bueno, yo no iría tan lejos —dijo Patrik—. No tenemos ni idea de si Mats tenía algo que ver con ellos, ni de cómo. Y hasta ahora nada indica que haya estado involucrado en algo delictivo. Yo había pensado que empezáramos por preguntar en Fristad si allí conocen a esa banda y si han tenido contacto con ellos. Y, como dice Bertil, hablaremos con los colegas de Gotemburgo para ver qué saben. Sí, ¿Paula?

Paula tenía la mano en alto.

—Verás —dijo vacilante—, es que hoy he acelerado un poco el asunto… No envié el sobre al laboratorio, sino que se lo llevé a Torbjörn Ruud. Ya sabéis cuánto tardamos en recibir los resultados si les mandamos algo; lo ponen a la cola y…

—Sí, lo sabemos. Continúa —atajó Patrik.

—Estuve hablando con Torbjörn y puede decirse que le he pedido un favor. —Paula se retorció en la silla, insegura de la acogida que tendría su iniciativa—. Sencillamente, le he pedido que haga una comparación rápida entre las huellas de la bolsa y las de Mats —dijo, y exhaló un suspiro.

—Continúa —dijo Patrik.

—Coinciden. Ha encontrado las huellas de Mats en la bolsa de cocaína.

—Lo sabía —dijo Mellberg con un gesto triunfal—. Drogas y relación con bandas delictivas. Ya tenía yo la sensación de que no era trigo limpio.

—Bueno, yo sigo pensando que debemos tranquilizarnos un poco —insistió Patrik, aunque parecía preocupado.

No paraba de darle vueltas a la cabeza y trató de encontrar alguna lógica en todo aquello. Hasta cierto punto, se veía obligado a reconocer que Mellberg tenía razón, pero ante todo, sentía deseos de protestar enérgicamente por la descripción que hacía de Mats Sverin. Sencillamente, no era esa la idea que se había formado de él cuando habló con sus padres, con Annie y con los compañeros de trabajo. Aunque siempre había tenido la sensación de que había algo raro, no podía creerse aquella nueva imagen de Mats.

—¿Torbjörn estaba totalmente seguro?

—Sí, segurísimo. Naturalmente, vamos a enviar el material al laboratorio, hay que confirmarlo oficialmente, pero Torbjörn podía garantizar que Mats Sverin tuvo la bolsa en sus manos.

—Bueno, eso cambia un poco las cosas. Tendremos que interrogar a los drogodependientes conocidos de la zona, por si han tenido algo que ver con Mats. Pero debo insistir en que a mí no me parece… —Patrik meneó la cabeza.

—Bobadas —resopló Mellberg—. Estoy convencido de que si empezamos a tirar de ese hilo, no tardaremos en dar con el asesino. No creo que resolver este caso suponga ningún reto. Probablemente habrá engañado a alguien y se habrá quedado con su dinero.

—Mmm… —dijo Patrik—. Pero ¿por qué iba a tirar la bolsa delante de su casa? ¿O la tiraría otra persona? En cualquier caso, hay que comprobarlo. Martin y Paula, ¿podríais hablar mañana con los clientes habituales?

Paula asintió y Patrik lo anotó en el bloc. Sabía que Annika siempre tomaba notas durante las reuniones, pero le daba la sensación de que escribir él también le ayudaba a controlar la situación.

—Gösta, tú y yo hablamos con los compañeros de trabajo de Mats, esta vez haremos preguntas más específicas.

—¿Específicas?

—Sí, si oyeron o notaron algo que pueda explicar por qué tuvo en sus manos una bolsa de cocaína.

—¿Vamos a preguntarles si sabían que tomaba drogas? —Gösta no parecía entusiasmado con la misión.

—Eso todavía no lo sabemos —dijo Patrik—. Hasta pasado mañana no recibimos el informe de Pedersen, y hasta entonces no sabremos qué sustancias había en el cadáver de Mats.

—¿Y los padres? —dijo Paula.

Patrik tragó saliva. Se resistía a la idea, pero sabía que Paula tenía razón.

—Sí, tenemos que hablar con ellos también. Gösta y yo iremos a verlos.

—¿Y qué hago yo? —dijo Mellberg.

—Pues te agradecería que, en tu calidad de jefe, mantuvieras esto bajo control —respondió Patrik.

—Sí, será lo mejor. —Mellberg se levantó, visiblemente aliviado, y Ernst fue tras él pisándole los talones—. Bueno, pues nada, necesitamos un sueño reparador. Mañana nos espera mucho trabajo, pero pronto lo habremos resuelto. Lo presiento. —Mellberg se frotó las manos, aunque no halló demasiado apoyo entre sus subordinados.

—Ya habéis oído lo que ha dicho Bertil. A casa a dormir, mañana lo retomamos con más fuerza.

—¿Qué hacemos con la pista de Gotemburgo? —preguntó Martin.

—Ahora empezaremos por esto, luego acordamos un plan, cuando sepamos más. Pero si no mañana, el miércoles tendremos que hacer un viaje a Gotemburgo.

Terminaron la reunión y Patrik se encaminó al coche. Fue absorto en sus pensamientos todo el camino.