—¿A ti qué te parece todo esto? —dijo Paula. Gösta y ella habían comprado el almuerzo en el supermercado Konsum y estaban comiendo en la cocina de la comisaría.

—Pues extraño sí que es. —Gösta dio un bocado al gratén de pescado—. Nadie parece tener ni idea de la vida privada de Sverin. Aun así, todos le han tenido aprecio y dicen que era una persona abierta y extrovertida. No me cuadra.

—Mmm… Yo tengo la misma sensación. ¿Cómo se las arregla uno para mantener tan en secreto todo lo que no tiene que ver con el trabajo? En algún momento debió de salir a relucir algo, en un descanso, en el almuerzo, ¿no crees?

—Ya, bueno, tú tampoco es que hablaras mucho al principio.

Paula se sonrojó.

—No, desde luego, en eso tienes razón. Y a eso me refiero. Callaba porque había algo que no quería que trascendiera. No tenía ni idea de cómo ibais a reaccionar cuando os enterarais de que vivía con una mujer. La cuestión es, ¿qué querría ocultar Mats Sverin?

—Tarde o temprano nos enteraremos.

Paula notó un resoplido en la pierna. Ernst había acudido al olor de la comida y se le había sentado a los pies, esperanzado.

—Lo siento, amigo. Venir a mí es apostar por el caballo equivocado. Solo tengo una ensalada.

Pero Ernst siguió impertérrito, mirándola suplicante, y Paula comprendió que tendría que demostrárselo. Le enseñó una hoja de lechuga del plato al animal, que sacudió la cola golpeteando con ella el suelo, entusiasmado, pero después de olisquearla, le dio el trasero con la decepción en la mirada. Se dirigió entonces a Gösta, que alargó el brazo en busca de una galleta y se la dio medio a escondidas.

—No le haces ningún favor, si es eso lo que crees —dijo Paula—. Se pondrá gordo, pero también enfermo si Bertil y tú seguís dándole tanta comida. Si mi madre no lo sacara a todas horas para que haga ejercicio, hace mucho que habría muerto.

—Sí, ya lo sé. Pero es que te mira de una forma que…

—Ya. —Paula reprendió a Gösta con la mirada.

—Bueno, esperemos que Martin o Patrik hayan conseguido algo interesante —dijo Gösta, cambiando raudo de tema—. Porque lo que es nosotros, no sabemos hoy mucho más que ayer.

—Pues no, desde luego. —Paula guardó silencio unos segundos—. Si lo piensas, es terrible. Que lo maten a uno en su casa, en su hogar, donde más seguro debería sentirse.

—Yo creo que fue alguien a quien conocía. No habían forzado la puerta, así que él mismo debió de abrir al asesino.

—Pues peor aún —dijo Paula—. Que te mate en casa alguien a quien conoces.

—Bueno, no tiene por qué ser un conocido. Los periódicos llevan tiempo hablando de gente que llama a la puerta para preguntar si pueden hacer una llamada telefónica y luego te roban todo lo que tienes. —Gösta pinchó con el tenedor el último bocado de gratén.

—Ya, pero esos suelen atacar a personas mayores. No a un joven fuerte como Mats Sverin.

—Es verdad. Pero no se puede descartar.

—Tendremos que esperar hasta saber qué han averiguado Martin y Patrik. —Paula dejó los cubiertos y se levantó—. ¿Un café para terminar?

—Sí, gracias —dijo Gösta. Le dio a escondidas otra galleta a Ernst, que lo premió con un lametón.

—¡Ay, era lo que necesitaba! —Erling gemía en la camilla.

Vivianne estaba dándole un masaje con mano experta, y Erling sintió que la tensión empezaba a esfumarse. Era un reto enfrentarse a una responsabilidad tan grande como la suya.

—¿Es este el servicio que vamos a ofrecer? —preguntó con la cara en el agujero de la camilla de masaje.

—Este es el masaje clásico, así que se incluirá en la lista. Pero también tenemos masaje tailandés y tratamiento con piedras calientes. Además, los clientes podrán elegir entre masaje de cuerpo entero o de cintura para arriba. —Vivianne seguía a lo suyo, mientras le hablaba con voz meliflua y adormecedora.

—Maravilloso, sencillamente maravilloso.

—También habrá ofertas especiales aparte del repertorio básico. Friegas con sales y algas, terapia de luz, tratamiento facial con algas, y cosas así. Habrá de todo. Pero eso ya lo sabes, lo dice en el folleto.

—Sí, pero me suena a música celestial de todos modos. ¿Y el personal? ¿Está ya todo el mundo preparado? —Empezaba a sentirse adormilado por el masaje; la luz y la voz de Vivianne se iban amortiguando.

—El personal no tardará en tener la preparación necesaria. De eso me he ocupado yo personalmente. Hemos conseguido gente estupenda, jóvenes entusiastas y ambiciosos.

—Maravilloso, maravilloso —repitió Erling exhalando un largo suspiro—. Será un éxito, lo presiento. —Hizo una mueca, pues Vivianne había presionado con más fuerza en un punto doloroso de la espalda.

—Tienes esta parte un poco tensa —dijo sin dejar de presionar la zona dolorida.

—Me duele —confirmó él despertándose en el acto.

—El dolor, con dolor se aplaca. —Vivianne presionó más fuerte aún, y Erling dejó escapar un lamento—. Qué barbaridad, cuánta tensión tienes acumulada.

—Seguramente se debe a lo que le ha ocurrido a Mats —dijo Erling, hablando con dificultad. Le dolía tanto que ya sentía las lágrimas en los ojos—. La Policía estuvo en el despacho esta mañana para hacerme unas preguntas, y es espantoso, la verdad.

Vivianne se detuvo en mitad de un movimiento.

—¿Qué te preguntaron?

Aliviado al ver que cesaba el dolor, al menos de forma transitoria, Erling aprovechó para respirar a gusto.

—Bueno, me preguntaron así, en general, cómo era Mats en el trabajo. Qué sabíamos de él y si cumplía con sus obligaciones.

—¿Y qué les dijiste?

Vivianne volvió manos a la obra. Gracias a Dios, se había apartado de la zona dolorida.

—Bueno, no había mucho que decir. Era tan reservado que nunca tuvimos muy claro quién era en realidad. Pero he estado revisando sus análisis económicos esta mañana y debo decir que lo tenía todo en orden. Lo cual me facilita un poco la tarea de supervisar la economía mientras encontramos a un sustituto.

—Lo harás de maravilla. —Vivianne empezó a masajearle la nuca de un modo que le erizó el vello de los brazos—. Entonces, ¿no ha dejado ningún interrogante, ninguna duda?

—No, por lo que he podido ver, todo estaba en orden. —Sintió que empezaba a adormilarse otra vez. Los dedos de Vivianne continuaron con su trabajo.

Dan miraba por la ventana sentado a la mesa de la cocina. La casa estaba en silencio. Los niños, en la escuela o la guardería. Y él había vuelto al trabajo poco a poco, pero hoy tenía el día libre. Aunque casi habría preferido trabajar. Últimamente empezaba a dolerle el estómago en cuanto emprendía el camino a casa, porque toda ella le recordaba lo que habían perdido. No solo al niño, sino también la vida que antes compartían. En el fondo, empezaba a pensar que tal vez se hubiese perdido para siempre y, de ser así, no sabía qué hacer. Aquella actitud le era impropia, pero en esos momentos sentía una impotencia absoluta, y era una sensación que detestaba.

Le dolía en el corazón pensar en Emma y Adrián. Ellos comprendían tan poco como él, si no menos aún, por qué su madre se pasaba los días en la cama, por qué no hablaba con ellos, por qué no los besaba ni miraba cuando le enseñaban los dibujos o manualidades que habían hecho. Sabían que había sufrido un accidente y que el hermanito estaba en el cielo. Sin embargo, no comprendían que eso la obligara a quedarse todo el día tumbada mirando por la ventana. Nada de lo que él dijera o hiciera podía colmarles el vacío que dejaba Anna. Los niños lo apreciaban, pero a su madre la querían.

A medida que pasaban los días, Emma se iba volviendo más taciturna, y Adrián cada vez más exagerado en sus respuestas. Los dos reaccionaban, cada uno a su modo. Lo habían llamado de la guardería para decirle que Adrián pegaba y mordía a los demás niños. Y el maestro de Emma también llamó, para hablar de lo cambiada que la notaba, lo callada que la veía en clase, cuando siempre había sido una niña despierta, alegre y curiosa. Pero ¿qué podía hacer él? Los niños no lo necesitaban a él, sino a Anna. A sus hijas sí las podía consolar. Acudían a él, le preguntaban y lo abrazaban. Estaban tristes y expectantes, pero no como Emma y Adrián. Además, sus tres hijas pasaban una de cada dos semanas con su madre, Pernilla. Y allí llevaban una vida desprovista de la tristeza que ahora pesaba como una capa fría que empañaba toda su existencia.

Pernilla había sido un gran apoyo. No fue la suya una separación sin fricciones pero, desde el accidente, se había portado de maravilla. Y en gran medida gracias a eso les había ido tan bien a Lisen, Belinda y Malin. Emma y Adrián no tenían a nadie más. Y sí, Erica lo había intentado, pero ella estaba más que ocupada con los gemelos, y no le resultaba fácil sacar tiempo. Dan era consciente de ello y apreciaba su esfuerzo.

En resumidas cuentas, quienes se encontraban en casa, solos con el miedo de lo que le ocurriría a Anna eran él, Emma y Adrián. A veces se preguntaba si se pasaría el resto de la vida mirando por aquella ventana. Si los días se convertirían en semanas y estas en años, mientras que Anna seguía allí, envejeciendo paulatinamente. Los médicos le habían dicho que terminaría saliendo de la depresión, que necesitaba tiempo. El problema era que Dan no los creía. Habían pasado ya varios meses desde el accidente, y tenía la sensación de que Anna iba alejándose cada vez más.

Al otro lado de la ventana, unos pajarillos picoteaban las bolas de sebo que las niñas se habían empeñado en colgar, pese a que casi era verano. Los siguió con la mirada y pensó lleno de envidia en la vida tan despreocupada que llevaban. No tener que trabajar más que por lo básico: comer, dormir, reproducirse. Ni sentimientos ni relaciones complejas. Ni tristeza.

De pronto, pensó en Matte. Erica lo había llamado y le había contado lo ocurrido. Dan conocía bien a sus padres. Él y Gunnar habían pasado muchos ratos contándose hazañas en el barco, y Gunnar siempre hablaba de su hijo con tanto orgullo… Dan también conocía a Matte. Estaban en el mismo curso, en la clase de Erica, aunque nunca fueron amigos. Gunnar y Signe debían de sentir una tristeza inenarrable. La idea lo hizo ver su propio dolor desde otra perspectiva. Si dolía tanto perder a un hijo al que no habías conocido, ¿qué desgarro no sentiría quien pierde a un hijo cuya vida ha visto transcurrir?

Los pajarillos levantaron el vuelo de pronto. Pero no todos en la misma dirección, sino hacia los cuatro puntos cardinales. Dan comprendió enseguida por qué se habían dispersado de un modo tan repentino. El gato del vecino se había acercado sigilosamente, y se había plantado allí en medio a otear el árbol. En esta ocasión, no se daría ningún festín.

Se levantó. No podía quedarse sin hacer nada. Tenía que intentar hablar con Anna otra vez, conseguir que se despertara y que resucitara de entre los muertos. Muy despacio, fue subiendo las escaleras.

—¿Qué tal ha ido, Martin? —Patrik se retrepó en la silla. Otra vez se encontraban reunidos en la cocina.

Martin meneó la cabeza.

—No muy bien. He localizado a la mayoría de los que no estaban ayer, pero ninguno ha visto ni oído nada. Salvo quizá… —Dudó un instante.

—¿Sí? —preguntó Patrik, y todas las miradas se centraron en Martin.

—No sé si es interesante. El viejo no está bien de la cabeza.

—Cuéntanos.

—Vale. Este hombre, se llama Grip, vive en el mismo piso que Sverin. Ya os digo que parece un poco chiflado, —Martin se llevó el dedo a la sien—, y tiene una cantidad asquerosa de gatos en el apartamento… —Respiró hondo al recordarlo—. Grip dijo que uno de sus gatos había visto un coche la mañana del sábado, muy temprano. O sea, a la misma hora a la que un ruido, que bien podía ser de un disparo, despertó al vecino Leandersson.

Gösta soltó una risita.

—¿Que el gato vio un coche?

—Calla, Gösta —dijo Patrik—. Continúa, ¿qué más dijo?

—Solo eso. No me lo tomé totalmente en serio, ya digo que el hombre no estaba muy en sus cabales.

—Los locos y los niños dicen la verdad —murmuró Annika mientras anotaba en el bloc.

Martin se encogió de hombros, desanimado.

—Bueno, pues eso es lo único que he averiguado.

—De todos modos, buen trabajo —dijo Patrik alentador—. Las rondas entre los vecinos no son fáciles. O han oído o han visto más de la cuenta, o nada en absoluto.

—Sí, no cabe duda de que este trabajo sería más fácil sin testigos —protestó Gösta.

—¿Y cómo os ha ido a vosotros? —Patrik se volvió hacia Gösta y Paula, que estaban sentados el uno junto al otro.

Paula meneó la cabeza.

—Tampoco demasiado bien, por desgracia. Mats Sverin no parece haber tenido vida privada, si damos crédito a sus compañeros de trabajo. Al menos, no que ellos supieran. Nunca hablaba de aficiones, de amigos ni de novias. Aun así, lo describen como a un hombre agradable y comunicativo. Resulta difícil de conjugar.

—¿Les contó algo acerca de sus años en Gotemburgo?

—No, nada. —Gösta negó con la cabeza—. Tal y como ha dicho Paula, no parece que hablara nunca de nada que no fuese el trabajo y temas generales.

—¿Sabían algo de la agresión? —Patrik se levantó y empezó a servir cafés.

—Pues no, no exactamente —dijo Paula—. Mats les había dicho que se cayó de la bicicleta y que estuvo ingresado en el hospital. Y claro, esa no era toda la verdad.

—¿Y con respecto a su forma de trabajar? ¿Alguna observación? —Patrik volvió a dejar en su sitio la jarra del café.

—Al parecer, hacía muy bien su trabajo. Se los veía muy satisfechos con él. Pensaban que habían tenido un golpe de suerte al poder contar con un economista con experiencia adquirida en Gotemburgo. Además, estaba vinculado a la región. —Gösta se llevó la taza a los labios, pero se quemó la lengua—. ¡Mierda!

—O sea, que ahí no hay ninguna pista que podamos seguir, ¿no?

—Pues no, al menos, no que nosotros detectáramos —respondió Paula, tan desanimada como Martin hacía unos minutos.

—Bueno, pues por ahora tendremos que conformarnos con eso. Estoy seguro de que habrá ocasión de volver a interrogarlos. Yo he estado hablando con los padres de Mats, más o menos con el mismo resultado. Ni siquiera con ellos parecía ser muy abierto. Pero al menos he averiguado que una antigua novia suya se encuentra en Gråskär, en el archipiélago, y Gunnar cree que Mats pensaba ir a verla. Voy a llamarla. —Patrik dejó en la mesa las fotografías del Sahlgrenska—. Y además, me dieron esto.

Se fueron pasando las fotos.

—¡Por Dios bendito! —exclamó Mellberg—. Le dieron una buena paliza.

—Sí, a juzgar por las fotos, se trata de una agresión grave. Naturalmente, no tiene por qué guardar relación con el asesinato, pero yo había pensado que, de todos modos, podríamos indagar más en ello, pedir al hospital la historia clínica, a ver qué dice, y la posible denuncia en la Policía. Además, tenemos que hablar con el personal de la asociación donde trabajaba Mats. El hecho de que ayudasen a mujeres amenazadas es interesante. Puede que ahí encontremos un móvil, ¿no? Lo mejor será ir a Gotemburgo y preguntar directamente.

—¿Tú crees que es necesario? —intervino Mellberg—. No hay nada que indique que le hayan disparado por nada relacionado con Gotemburgo. Lo más verosímil es que se trate de un asunto local.

—Teniendo en cuenta la escasa información de que disponemos, y lo reservado que parece haber sido Sverin acerca del tiempo que pasó allí, yo creo que está más que justificado.

Mellberg frunció el ceño y se puso a reflexionar. La decisión parecía hallarse en lo más profundo de su ser.

—Mmm, bueno, está bien —dijo al fin—. Pero será mejor que saquemos algo en claro de ello. Te obligará a estar fuera la mayor parte del día de mañana.

—Nos esforzaremos al máximo. Ah, y había pensado que me acompañara Paula —aclaró Patrik.

—¿Qué hacemos nosotros mientras tanto? —preguntó Martin.

—Tú y Annika podéis comprobar qué hay en los registros públicos sobre Mats Sverin. ¿Algún matrimonio o divorcio secreto? ¿Tiene hijos? ¿Alguna propiedad? ¿Alguna condena? Todo lo que se os ocurra.

—Claro —dijo Annika mirando a Martin.

—Y Gösta… —Patrik pensó un instante—. Llama a Torbjörn y pregúntale si puedes entrar en el apartamento de Sverin a echar un vistazo. Aprémialo un poco con la investigación técnica. Es tan escaso el material con el que contamos para trabajar que necesitamos esos resultados cuanto antes.

—Por supuesto —dijo Gösta sin mayor entusiasmo.

—¿Bertil? ¿Tú seguirás defendiendo el fuerte?

—Sin ninguna duda —respondió Mellberg irguiéndose en la silla—. Estoy listo para la invasión.

—Bien. Pues mañana empezamos con renovadas fuerzas.

Patrik se levantó para indicar que la reunión había concluido. Sentía un cansancio infinito.

Annie se sobresaltó. Algo la había despertado. Se había adormilado en el sofá y había soñado con Matte. Aún podía sentir el calor de su cuerpo y recordar la sensación de tenerlo dentro, oír su voz, la de siempre, que tanta confianza le infundía. Pero él no parecía abrigar los mismos sentimientos, y lo comprendía. Matte había querido a la Annie que fue. La de ahora lo había decepcionado.

Ya no temblaba ni le dolían las articulaciones. Pero allí estaba el desasosiego. Le hormigueaba en las piernas y los brazos y la impulsaba a deambular de un lado a otro de la casa mientras Sam la miraba con los ojos como platos.

Si hubiera podido explicarle a Matte cómo se torció todo… Le había contado una parte cuando estuvieron charlando en la cocina. Le confió aquello que era capaz de formular en voz alta. Pero no tuvo fuerzas para contarle las peores humillaciones. Las cosas que se había visto obligada a hacer y que habían cambiado su esencia.

Ya no era la misma, ella lo sabía. Matte se dio cuenta, vio hasta qué punto estaba podrida y destrozada por dentro.

Annie se incorporó. Sintió como si le costara respirar. Flexionó las piernas, apoyó el mentón en las rodillas y se las rodeó con los brazos. Todo estaba en silencio, pero de repente algo rebotó contra el suelo. Una pelota, la de Sam. Se quedó mirándola mientras rodaba hacia ella. Sam no había jugado una sola vez desde que llegaron a la isla. ¿Estaba ya despierto y se había puesto a jugar? El corazón le latió esperanzado, hasta que comprendió que era imposible. La puerta del dormitorio de Sam estaba a su derecha, y la pelota había salido de la izquierda, de la cocina.

Muy despacio, se levantó y se dirigió allí. La asustaron por un momento las sombras que se movían por techos y paredes, pero luego el miedo se esfumó tan pronto como había aparecido. Una gran calma se apoderó de ella. Allí no había nadie que quisiera hacerle daño. Lo notaba perfectamente, pese a que no podía explicar cómo ni por qué.

Se oyó una risita procedente de los oscuros rincones de la cocina. Miró hacia allí y alcanzó a atisbarlo. Un niño. Pero, sin darle tiempo a ver más, el niño se movió otra vez. Echó a correr hacia la puerta y ella lo siguió sin pensar. Abrió la puerta, notó el viento en la cara pero sabía que él quería que lo siguiera.

El niño corría en dirección al faro. A veces se volvía, como para cerciorarse de que ella iba detrás. El viento le alborotaba el pelo rubio, el mismo viento que casi la asfixiaba mientras corría.

La puerta del faro era pesada, pero el niño había ido corriendo hasta allí, y ella tenía que entrar. Annie subió la escalera a toda prisa, oía al niño moverse allá arriba, oía sus risitas.

Pero cuando llegó, se encontró con que la habitación circular estaba vacía. Quienquiera que fuese aquel niño, había vuelto a desaparecer.

—¿Qué tal os va? —Erica se acercó un poco más a Patrik en el sofá.

Había llegado a casa a tiempo para cenar, y los niños ya estaban dormidos. Con un bostezo, Erica estiró las piernas y las colocó encima de la mesa.

—¿Cansada? —preguntó Patrik. Le acariciaba el brazo sin apartar la vista del televisor.

—Muerta.

—Pues vete a la cama, cariño. —La besó en la mejilla con expresión ausente.

—Sí, eso debería hacer, pero no quiero. —Levantó la vista—. Necesito pasar algún tiempo con adultos, algo de Patrik, algo de noticias, para contrarrestar los pañales de caca, el vómito de las camisitas y los gorjeos.

Patrik se volvió hacia ella.

—¿Va todo bien?

—Sí —dijo Erica—. No es como con Maja, desde luego, pero a veces es demasiado de todos modos.

—Después del verano me encargaré yo, así podrás empezar a escribir.

—Ya, ya lo sé. Además, está todo el verano de por medio. Tranquilo, es solo que ha sido un día muy duro. Y lo de Matte es horrible. En realidad, yo no lo conocía mucho, pero después de todo, estuvimos en la misma clase un montón de años. Tanto en la escuela como en el instituto. —Guardó silencio un instante—. ¿Cómo lleváis la investigación? No me has dicho nada.

—Mal. —Patrik lanzó un suspiro—. Hemos hablado con los padres de Mats y con varias personas del trabajo, pero parece que era un lobo estepario. Nadie tenía nada interesante que contarnos sobre él. O bien era el hombre más aburrido del mundo, o bien…

—¿O bien? —preguntó Erica.

—O bien hay cosas que todavía ignoramos.

—Pues a mí no me parecía aburrido cuando íbamos al instituto. Al contrario, era muy extrovertido y alegre. Tenía mucho éxito. Uno de esos chicos con pinta de ir a triunfar en la vida, hiciera lo que hiciera.

—Ah, por cierto, su novia también estaba en la misma clase, ¿no? —preguntó Patrik.

—¿Annie? Sí. Pero ella… —Erica buscaba la palabra adecuada—. Daba la impresión de creerse mejor que los demás. No encajaba del todo, la verdad. A ver si me explico, o sea, ella también tenía mucho éxito y los dos formaban la pareja perfecta. Pero yo tenía la sensación de que, ¿cómo te lo diría?, de que él iba detrás como un cachorro. Moviendo la cola feliz y agradecido por tantas atenciones. Nadie se sorprendió cuando Annie decidió irse a Estocolmo y dejar aquí a Matte. Se quedó destrozado, creo, pero seguramente tampoco a él le extrañaría mucho. Annie no parecía ser de las chicas que uno puede conservar. ¿Comprendes, o te estoy confundiendo?

—No, lo entiendo.

—¿Por qué preguntas por Annie? Estuvieron juntos en el instituto. Y por poco que me guste reconocerlo, de eso hace ya una eternidad.

—Porque está en la comarca.

Erica lo miró atónita.

—¿En Fjällbacka? Pero si lleva no sé cuántos años sin venir por aquí.

—Ya, pero según los padres de Mats, ha venido con su hijo y está en la isla de la familia.

—¿En la Isla de los Espíritus?

Patrik asintió.

—Sí, así la llaman, pero creo que dijeron que tiene otro nombre.

—Gråskär —dijo Erica—. Aunque la mayoría de los de por aquí la llaman la Isla de los Espíritus. Dicen que los muertos…

—… nunca abandonan la isla —terminó Patrik con una sonrisa—. Gracias, sí, ya he oído la versión supersticiosa de la región de Bohuslän.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro de que es superstición? Nosotros dormimos allí una noche y la mitad de la clase y yo acabamos convencidos de que había fantasmas de verdad. Reinaba un ambiente de lo más extraño, y vimos y oímos unas cosas como para no querer volver a dormir allí nunca más.

—Bah, fantasías de adolescentes, no les tengo mucho respeto.

Erica le dio un codazo.

—No seas tan soso. Unos cuantos fantasmas le animan la vida a uno.

—Ya, claro, también se puede ver así. En cualquier caso, tengo que hablar con Annie. Los padres de Mats creían que pensaba ir a verla, pero no saben si llegó a hacerlo. Aunque hayan pasado muchos años desde que estuvieron juntos, puede que a ella le contara más… —Hablaba como si pensara en voz alta.

—Pues yo voy contigo —dijo Erica—. Avísame cuando quieras ir para que le pida a tu madre que haga de canguro. A ti Annie no te conoce —añadió antes de que Patrik empezase a protestar—, pero ella y yo fuimos compañeras de clase, aunque no fuéramos amigas. Puede que consiga hacerla hablar.

—Vale —consintió Patrik, aunque a disgusto—. Pero mañana tengo que ir a Gotemburgo, así que tendrá que ser el viernes.

—Hecho —dijo Erica, y se acurrucó junto a él.