Alargó el brazo buscándolo. Igual que antes. Se le antojaba como si solo hiciera unos días desde la última vez que estuvieron juntos en aquella cama. Pero ahora eran adultos. Él era más anguloso, tenía más vello, y cicatrices que no le había visto antes, tanto por fuera como por dentro. Ella se había pasado un buen rato tumbada con la cabeza apoyada en su pecho, recorriéndole las marcas con el dedo. Sintió deseos de preguntarle, pero en el fondo sabía que todo era aún demasiado frágil como para resistir las indagaciones sobre los años transcurridos.
La cama ya estaba vacía. Tenía la boca seca y se sentía exhausta. Sola. La mano seguía buscando por las sábanas y la almohada, pero Matte no estaba. Como si hubiera descubierto que le habían arrebatado una parte del cuerpo durante la noche, así se sentía. Enseguida se le reavivó la esperanza. ¿Estaría abajo? Contuvo la respiración y aguzó el oído, pero no percibió el menor ruido. Annie se enrolló bien el edredón alrededor del cuerpo y puso los pies en los listones desgastados del suelo. Con mucho cuidado, de puntillas, se acercó a la ventana que daba al muelle y echó una ojeada. El barco había desaparecido. La había dejado allí sin decirle adiós. Se fue deslizando por la pared hasta quedar sentada en el suelo y notó que empezaba el dolor de cabeza. Tenía que beber algo.
Se vistió a duras penas. Se sentía como si no hubiera pegado ojo en toda la noche, pero no era así. Se había dormido en sus brazos, y hacía años que no descansaba tan bien. A pesar de todo, le retumbaba la cabeza.
En el piso de abajo reinaba el silencio y se asomó a ver a Sam. Estaba despierto, pero seguía tumbado, en silencio. Sin decir nada, Annie lo llevó en brazos a la cocina. Le acarició el pelo y fue a poner café y a buscar algo de beber. Tenía tanta sed… Apuró dos grandes vasos de agua antes de que desapareciera la sensación de sequedad en la boca. Se la limpió con el dorso de la mano. El cansancio se hizo más patente, más acuciante, ahora que había apagado la sed. Pero Sam tenía que comer algo, y ella también. Coció unos huevos, preparó pan con mantequilla y unos cereales para Sam. Todo con movimientos mecánicos. Miró de reojo el cajón de la entrada. Ya no le quedaba mucho. Era importante racionarlo bien. Pero el cansancio y la visión del bote solitario en el muelle la impulsaron a dar unos pasos raudos hacia la entrada y abrir el último cajón de la cómoda. Tanteó ansiosa con la mano debajo de la ropa interior, pero los dedos no encontraban nada. Buscó una vez más por el cajón y al final sacó toda la ropa. No había nada. Quizá no recordaba bien en qué cajón lo había puesto. Abrió los otros dos cajones y los vació en el suelo, pero nada. Sintió una oleada de pánico y de repente comprendió por qué la mano no halló nada al recorrer las sábanas cuando se despertó. De repente, comprendió por qué se había ido Matte, y por qué no se había despedido.
Se derrumbó en el suelo y se encogió abrazada a las rodillas. Oyó que el agua hirviendo se salía de la olla en la cocina.
—Deja en paz al chico. —Gunnar ni siquiera levantó la vista del Bohusläningen al decir la misma frase que llevaba repitiendo todo el día.
—Ya, pero puede que quiera venir a cenar esta noche, ¿no? —La voz de Signe sonaba ansiosa.
Gunnar dejó escapar un suspiro desde detrás del periódico.
—Seguro que tiene otras cosas que hacer el fin de semana. Es un hombre adulto. Si quiere venir, llamará o se pasará por aquí. No puedes dedicarte a perseguirlo. Estuvo cenando con nosotros la otra noche.
—Bueno, yo creo que voy a llamarlo de todos modos. Solo por saber cómo está. —Signe estiró el brazo para alcanzar el teléfono, pero Gunnar se lo impidió.
—Déjalo —dijo con énfasis.
Signe retiró la mano, aunque le dolía todo el cuerpo de tantas ganas como tenía de llamar al móvil de Matte, oír su voz y cerciorarse de que todo estaba en orden. Después de la agresión, se preocupaba mucho más que antes. Aquel suceso le había confirmado lo que siempre supo, que el mundo era un lugar peligroso para su hijo.
Desde un punto de vista lógico, sabía que debía ceder, pero ¿de qué valía, si todo su interior le pedía a gritos que lo protegiera? Era adulto. Y ella lo sabía. Aun así, no podía dejar de preocuparse.
Signe se dirigió silenciosamente al pasillo y descolgó el teléfono que tenían allí. Pero al oír la voz de Matte en el contestador, colgó enseguida. ¿Por qué no contestaba?
—No sé qué voy a hacer.
Erica estaba cabizbaja. De repente, reinaba una paz insólita en medio del caos. Los tres niños se habían dormido, y ellos se sentaron a la mesa de la cocina a comerse un bocadillo y a hablar sin que los interrumpieran constantemente. Pero a Erica le costaba apreciar el momento. El recuerdo de Anna no le permitía ni un segundo de paz.
—No hay mucho más que puedas hacer, solo estar ahí por si te necesita. Y tiene a Dan… —Patrik se inclinó sobre la mesa y le acarició la mano.
—¿Tú crees que me odia? —preguntó con un hilo de voz y con el llanto a flor de piel.
—¿Por qué iba a odiarte?
—Porque yo tengo dos y ella ninguno.
—Pero tú no puedes hacer nada para remediar eso. Es…, no sé cómo llamarlo. El destino, quizá. —Patrik le acariciaba el dorso de la mano.
—¿El destino? —Erica lo miraba dudosa—. Anna ya ha tenido bastante destino en su vida. Por fin comenzaba a ser feliz, y habíamos empezado a llevarnos bien. Pero ahora…, terminará odiándome, lo sé.
—¿Cómo la viste ayer?
Habían tenido tanto jaleo que no les había dado tiempo a hablar hasta aquel momento. Patrik había encendido una vela y el aleteo de la llama iluminaba a ratos la cara de Erica, que a veces quedaba en sombras.
—Estaba dormida. Me quedé con ella un rato. Se la veía tan indefensa…
—¿Qué decía Dan?
—Parecía desesperado. En estos momentos lleva sobre sus hombros una carga muy pesada, de eso me di cuenta, aunque trataba de fingir que todo iba bien. Emma y Adrián no paran de preguntar. Quieren saber adónde se ha ido el bebé que su madre tenía en la barriga, y por qué ella se pasa la vida durmiendo. Y Dan dice que no sabe qué responder.
—Saldrá de esta también, ya verás. Ha demostrado su fortaleza en otras ocasiones. —Patrik dejó la mano de Erica y volvió a los cubiertos.
—No lo sé. ¿Cuánto puede aguantar una persona antes de romperse del todo? Me temo que eso es lo que le ha pasado a Anna. —Se le quebró la voz.
—Lo único que podemos hacer es esperar. Y estar ahí para lo que haga falta. —Patrik oyó que sus palabras resonaban vacías en el aire de la cocina. Pero no tenía nada mejor que decir. Él tampoco sabía qué hacer. ¿Cómo se protege uno del destino? ¿Cómo se sobrevive a la pérdida de un hijo?
Un dúo de gritos procedente del piso de arriba los sobresaltó. Subieron juntos para atender cada uno a un gemelo. Ese era su destino. Y sentía culpa, pero también gratitud.