Veracidad del autor. Su propósito de publicar esta obra. Su desaprobación de aquellos viajeros que se apartan de la verdad. El autor se absuelve de ningún fin siniestro al escribir. Respuesta a una objeción. Método para establecer colonias. Elogio de su país natal. Se justifica el derecho de la corona sobre los países descritos por el autor. Dificultad para conquistarlos. El autor se despide finalmente del lector, presenta su modo de vida para el futuro, da buen consejo y concluye.
Así, pues, amable lector, te he hecho fiel relación de mis viajes durante dieciséis años y siete meses largos, sin cuidar tanto el adorno como la verdad. Quizá, como hacen otros, podía haberte asombrado con episodios extraños e improbables; pero prefiero relatar el hecho escueto, en la manera y estilo más simples; porque mi propósito primero era informarte y no divertirte.
Nos resulta fácil, a quienes viajamos a países remotos que rara vez visitan los ingleses u otros europeos, describir animales maravillosos, sean marinos o terrestres. Sin embargo, el principal objeto del viajero ha de ser hacer a los hombres más sabios y mejores, y perfeccionar sus espíritus con malos y buenos ejemplos de lo que relatan acerca de lugares extraños.
Sinceramente me gustaría que se promulgara una ley que obligara a todo viajero a jurar ante el gran canciller, antes de publicar sus viajes, que todo lo que tienen intención de dar a la imprenta es absolutamente cierto hasta donde a él se le alcanza; porque de ese modo no se engañaría al mundo, como se hace habitualmente cuando algunos escritores, para que el público acepte mejor sus obras, hacen tragar al lector desavisado las falsedades más groseras. He leído con atención y enorme placer varios libros de viajes en mis tiempos jóvenes; pero como desde entonces he visitado muchísimas regiones del globo, y he podido desmentir por propia observación muchos relatos fabulosos, me produce un gran rechazo esta clase de lecturas, y cierta indignación ver cómo se abusa con el mayor descaro de la credulidad de los hombres. Así que, como mis amistades consideran que mis modestos esfuerzos pueden no ser inconvenientes para mi país, me he impuesto la máxima de no apartarme en ningún momento de la estricta verdad, ni caer en la más pequeña tentación de variarla, y tener a la vez presentes las lecciones y el ejemplo de mi noble amo y otros ilustres houyhnhnms, de quienes he tenido el honor de ser oyente mucho tiempo.
… Nec si miserum Fortuna Sinonem
Finxit, vanum etiam, mendacemque improba finget.
Sé muy bien qué poco renombre se alcanza con escritos que no requieren genio, ni saber, ni otro talento que el de una buena memoria o un diario preciso. Sé igualmente que los autores de libros de viajes, como los de diccionarios, se han hundido en el olvido por el peso y el volumen de los aparecidos después que los suyos, y por tanto se ha acumulado encima. Y es muy probable que los viajeros que en el futuro visiten los países que describo en esta obra, descubriendo mis errores —si los hay— y añadiendo multitud de descubrimientos hechos por ellos, me arrojen del mundo la moda y ocupen mi lugar, y hagan que el mundo olvide que una vez fui escritor. Esto desde luego sería demasiada humillación, si escribiese para ganar fama; pero como mi único objeto es el BIEN PÚBLICO, no puedo sentirme en absoluto defraudado. Porque ¿quién puede leer sobre las virtudes que he mencionado de los gloriosos houyhnhnms sin avergonzarse de sus propios vicios, cuando se considera un animal razonable y dominante en su país? No diré nada de esas naciones remotas en las que presiden los yahoos, de los que los menos corruptos son los brobdingnagianos, cuyas sabias máximas morales y de gobierno sería una dicha que observáramos. Pero renuncio a seguir disertando, y dejo al discreto lector que haga sus propias observaciones y saque sus enseñanzas.
No me alegra poco que esta obra mía no llegue a ser objeto de censura; porque ¿qué objeciones se pueden hacer a un escritor que refiere sólo hechos ciertos ocurridos en esos países distantes, en los que no tenemos el menor interés en lo que toca a comercio o tratados? He evitado escrupulosamente aquellos defectos de los que comúnmente se acusa con justicia a los autores de libros de viajes. Además, no me meto en absoluto con ningún partido, sino que escribo sin pasión, sin prejuicios y sin malevolencia hacia ningún hombre o grupo de hombres, sean de la clase que sean. Escribo con el más noble fin de informar e instruir a la humanidad, sobre la que, sin pecar de inmodestia, presumo de cierta superioridad por la ventaja que he tenido de conversar durante tanto tiempo con houyhnhnms acabados. Escribo sin la menor pretensión de ganar beneficios ni alabanzas. Nunca me he permitido deslizar una palabra que pueda tomarse como crítica, o pueda causar la más pequeña ofensa incluso a los más suspicaces. Así que confío en poder proclamarme en justicia un autor intachable, en el que las tribus de argumentadores, consideradores, observadores, reflexionadores, averiguadores y puntualizadores jamás lograrán encontrar materia en la que ejercitar su talento.
Confieso que me dijeron confidencialmente que, como súbdito de Inglaterra, debía haber entregado una memoria al secretario de estado, nada más llegar; porque, sean cuales sean las tierras que un súbdito descubra, pertenecen a la corona. Pero dudo que nuestras conquistas de los países a los que me he referido fueran tan fáciles como las de Hernán Cortés sobre los americanos indefensos. Respecto a los liliputienses, creo que no vale la pena enviar una flota y un ejército para reducirlos; y dudo que fuera prudente o seguro atacar a los brobdingnagianos, ni si el ejército inglés se sentiría tranquilo con la Isla Volante cerniéndose sobre sus cabezas. Los houyhnhnms, desde luego, no están muy bien preparados para la guerra, ciencia de que la que son completamente ignorantes, sobre todo en lo que se refiere a armas arrojadizas. Con todo, si yo fuese ministro de estado, jamás aconsejaría invadirlos. Su prudencia, su unanimidad, su ignorancia de lo que es el miedo, y su amor a su país, suplirían ampliamente sus carencias en el arte militar. Imaginad a veinte mil houyhnhnms irrumpiendo en mitad de un ejército europeo, confundiendo sus filas, volcando sus carruajes, machacándoles la cara a los guerreros con las coces terribles de sus pezuñas traseras; porque bien se merecen la reputación atribuida a Augusto: Recalcitrat undique tutus. Sino que, lejos de proponer la conquista de tan magnánima nación, quisiera que tuviese esta capacidad o deseo de enviar suficiente número de habitantes para civilizar Europa enseñándonos los principios primeros del honor, la justicia, la templanza, el civismo, la fortaleza, la castidad, la amistad, la benevolencia y la fidelidad. Aún perduran los nombres de estas virtudes en la mayoría de nuestras lenguas, y topamos con ellos tanto en autores antiguos como modernos; como puedo confirmar por mis limitadas lecturas.
Pero yo tenía otro argumento que me hacía menos partidario de ensanchar los dominios de su majestad con mis descubrimientos. A decir verdad, me habían asaltado escrúpulos con relación a la justicia distributiva de los príncipes en situaciones así. Por ejemplo, un temporal empuja a una tripulación pirata no saben adónde; finalmente un grumete descubre tierra desde la gavia; bajan a tierra a robar y a saquear; encuentran gente inofensiva, y son acogidos con amabilidad; ponen nuevo nombre a este país; toman posesión formal de él en nombre de su rey; erigen una tabla carcomida o una piedra a modo de monumento; matan a dos o tres docenas de nativos, se llevan a una pareja como muestra, regresan a casa, y obtienen el perdón. Y comienza aquí un nuevo dominio, adquirido con un título por derecho divino. Se envían barcos a la primera ocasión; los nativos son expulsados o exterminados; sus príncipes, torturados, revelan dónde tienen oro; se concede licencia para todos los actos de inhumanidad y lujuria, la tierra rezuma sangre de sus habitantes; y esa execrable tripulación de carniceros embarcada en tan piadosa expedición es una colonia moderna que se envía a convertir y civilizar a un pueblo bárbaro e idólatra.
Pero declaro abiertamente que esta descripción no señala en absoluto a la nación británica, que puede ser ejemplo para el mundo entero por su buen criterio, cuidado y justicia para establecer colonias; por sus generosas dotaciones para el progreso de la religión y el saber; por su selección de pastores devotos e inteligentes para propagar el cristianismo; por su cuidado en poblar sus provincias con personas de la madre patria de vida y conversación discretas; por vigilar escrupulosamente la aplicación de la justicia, proveer la administración civil de sus colonias con funcionarios capacitados y totalmente limpios de corrupción; y como remate de todo, por enviar a los gobernadores más vigilantes y virtuosos, que no tienen otras miras que la felicidad del pueblo que presiden, y el honor del rey su señor.
Pero como a estos países que he descrito no creo que les haga ninguna gracia ser conquistados y esclavizados, asesinados o expulsados por colonizadores; ni abundan en oro, plata, azúcar ni tabaco, humildemente supuse que no eran en absoluto objeto adecuado de nuestra codicia, nuestra intrepidez, o nuestro interés. Sin embargo, si aquellos a quienes pueda concernir opinan de otro modo, estoy dispuesto a declarar, cuando se me demande legalmente, que ningún europeo ha visitado jamás esos países antes que yo. Es decir, si hay que creer a sus habitantes; a menos que se plantee disputa sobre los dos yahoos que dicen que fueron vistos hace muchísimos años en la montaña de Houyhnhnmlandia, de los que se cuenta que desciende la raza de esos brutos; que por lo que sé, quizá fueron ingleses, cosa que efectivamente me hacen sospechar las facciones de los semblantes de sus descendientes, aunque bastante deformados. Pero hasta dónde representa esto un derecho, lo dejo a los entendidos en legislación colonial.
En cuanto a la formalidad de tomar posesión en nombre de mi soberano, jamás me vino al pensamiento; y de habérseme ocurrido, según era entonces mi situación, seguramente por prudencia y por instinto de conservación lo habría dejado para otro momento.
Una vez contestada la única objeción que se me podría hacer como viajero, me despido ahora, por última vez, de mis amables lectores, y vuelvo a gozar de mis propias especulaciones en mi jardincito de Redriff; a poner en práctica esas excelentes lecciones de virtud que aprendí entre los houyhnhnms; a instruir a los yahoos de mi propia familia, en la medida en que pueda encontrarlos animales maleables; a contemplar de vez en cuando mi imagen en el espejo, y así, con el tiempo, si es posible, acostumbrarme a tolerar la visión de una criatura humana; a lamentar la condición de brutos de los houyhnhnms de mi país, pero tratar siempre sus personas con respeto, por mi noble amo, su familia, sus amigos, y la raza houyhnhnm entera, a los que los nuestros tienen el honor de parecerse en todo, aunque su intelecto haya degenerado.
La semana pasada empecé a dejar a mi esposa sentarse a comer conmigo, al otro extremo de una larga mesa; y que conteste —aunque lo más brevemente posible— a las pocas preguntas que le hago. Sin embargo, como el olor a yahoo me sigue resultando muy desagradable, llevo siempre la nariz taponada con hojas de ruda, lavanda o tabaco. Y aunque resulte duro para un hombre en la última etapa de su vida abandonar viejos hábitos, no he perdido la esperanza de poder soportar, con el tiempo, la presencia de un yahoo sin que me asalte el temor que aún me producen sus dientes y sus garras.
Podría no ser difícil mi reconciliación con la especie yahoo en general si se contentasen con esos vicios y desatinos con que la Naturaleza los ha adornado. No me irrita en absoluto la visión de un abogado, un coronel, un loco, un lord, un tahúr, un político, un chulo de putas, un físico, un testigo, un sobornador, un procurador, un traidor, o algún personaje por el estilo; eso es algo totalmente conforme con el curso de las cosas; pero cuando veo la deformidad y la enfermedad en el cuerpo y el espíritu, hinchados de orgullo, al punto se desbordan todas las medidas de mi paciencia, y jamás comprenderé cómo puede emparejarse semejante vicio con semejante animal. Los sabios y virtuosos houyhnhnms, que poseen en abundancia todas las excelencias que pueden adornar a un ser racional, no tienen para este vicio un nombre en su lengua, que carece de términos para expresar nada malo, salvo aquellos que designan las cualidades detestables de sus yahoos, entre las que no es posible distinguir el orgullo por falta de una comprensión cabal de la naturaleza humana, como se revela en otros países donde preside dicho animal. Pero yo, que tengo más experiencia, puedo percibir claramente cierto atisbo de dicho vicio en los yahoos salvajes.
Pero los houyhnhnms, que viven bajo el gobierno de la razón, no estarían más orgullosos de las buenas cualidades que poseen de lo que estaría yo de que no me faltaba una pierna o un brazo, cosa de la que nadie en sus cabales se jactaría, aunque sí se sentiría desdichado sin esos miembros. Me extiendo más sobre este asunto por el deseo que tengo de hacer por cualquier medio que la sociedad de un yahoo inglés no sea insoportable; así que advierto a los que tengan el más pequeño asomo de ese vicio absurdo, que no se atrevan a ponérseme a la vista.
FINIS