Capítulo X

Economía y vida plácida del autor entre los houyhnhnms. Su gran avance en virtud hablando con ellos. Sus conversaciones. El autor es avisado por su amo de que debe abandonar el país. La pena le ocasiona un desvanecimiento, pero se resigna. Planea y concluye una canoa con ayuda de un criado compañero, y sale a la ventura.

Había arreglado mi pequeña economía a mi entera satisfacción. Mi amo había mandado construir un aposento para mí, al estilo de ellos, a unas seis yardas de la casa; enlucí los lados y el piso con arcilla, que cubrí con esteras de junco que yo mismo confeccioné; había picado cáñamo, que allí crece silvestre, y había tejido con él una especie de terliz; lo llené de plumas de diversas aves que había cazado con lazos hechos con pelo de yahoo, y que eran un excelente alimento. Había tallado dos sillas con mi cuchillo, en la parte más tosca y trabajosa de las cuales me ayudó el rocín alazán. Cuando las ropas que llevaba se volvieron andrajosas me hice otras con pieles de conejo y de cierto hermoso animal del mismo tamaño, llamado nnuhnoh, que tiene un finísimo pelo. Con piel de este me hice también medias bastante pasables. Me puse suelas en los zapatos con madera que corté de un árbol, que adapté al cuero de la parte superior; y cuando se me gastó este lo sustituí por piel de yahoo secada al sol. A menudo obtenía miel de los árboles huecos, y la mezclaba con agua o me la untaba en el pan. Nadie ha podido confirmar mejor la verdad de estas dos máximas, la naturaleza se conforma con poco, y la necesidad es madre de la inventiva. Gozaba de una salud de cuerpo y una tranquilidad de ánimo perfectas; no sufría la traición o la inconstancia de ningún amigo, ni las ofensas de ningún enemigo secreto o declarado. No tenía que sobornar, adular o alcahuetear para ganarme el favor de ningún grande o de su favorito. No necesitaba de ningún parapeto contra el fraude y la opresión; aquí no había físicos que me destruyeran el cuerpo, ni abogados que me arruinaran la fortuna; ningún delator que acechase mis palabras y acciones, o fabricase acusaciones por encargo contra mí; aquí no había escarnecedores, criticadores, maledicentes, rateros, salteadores, atracadores, procuradores, alcahuetes, bufones, jugadores, políticos, chistosos, biliosos, pesados, polemistas, homicidas, ladrones, habilidosos; ni líderes o seguidores de partidos o facciones; ni incitadores al vicio mediante el ejemplo o la seducción; ni calabozos, hachas, horcas, rollos o picotas; ni tenderos y mecanismos estafadores; ni orgullo, vanidad ni afectación; ni pisaverdes, fanfarrones, borrachos, rameras ambulantes ni sífilis; ni esposas gritonas, lascivas o derrochadoras; ni pedantes estúpidos y fatuos; ni compañeros molestos, altaneros, iracundos, vociferantes, vanos, engreídos y mal hablados; ni sinvergüenzas salidos de la nada por sus vicios, ni nobleza hundida en ella por sus virtudes; ni lores, músicos, jueces ni maestros de baile.

Tenía el privilegio de ser admitido a la presencia de varios houyhnhnms que venían de visita o a comer con mi amo; ocasiones en que su señoría consentía graciosamente que estuviese presente en el comedor, y escuchase sus discursos. Tanto él como su compañía se dignaban hacerme preguntas y escuchar mis respuestas. A veces también tenía el honor de asistir a mi amo en las visitas que él hacia a otros. Nunca me atrevía a hablar, salvo para responder a una pregunta, y entonces lo hacía con pesar interior; porque significaba perder tiempo en perfeccionarme; pero disfrutaba infinitamente con mi condición de humilde oyente en esas conversaciones, en las que sólo trataban de cosas útiles, expresadas con el menor número palabras y las más significativas; donde —como ya he dicho— se observaba el más grande decoro, sin ninguna ceremonia; donde nadie hablaba si no era por gusto y para complacer a sus compañeros; donde no había interrupciones, aburrimiento, acaloramiento o diferencia de opinión. Tienen la idea de que cuando se reúne la gente, un breve silencio mejora mucho la conversación; y comprobé que era cierto; porque durante esos breves intervalos entre intervenciones acuden nuevas ideas al pensamiento, lo que animaba la tertulia. Sus temas son generalmente la amistad y la benevolencia, o el orden y la economía; unas veces sobre las acciones visibles de la naturaleza o las tradiciones antiguas; sobre los límites y fronteras de la virtud; sobre las normas infalibles de la razón, o sobre decisiones que había que adoptar en la siguiente asamblea general; y a menudo sobre diversas excelencias de la poesía. Puedo añadir, sin vanidad, que mi presencia daba a menudo materia suficiente para los discursos, porque proporcionaba a mi amo la ocasión de dar a conocer a sus amigos mi historia y la de mi país, lo que les permitía perorar de manera no muy favorable para el género humano; y por esa razón no voy a repetir lo que decían; baste sólo decir que su señoría, para gran admiración mía, parecía comprender la naturaleza de los yahoos mucho mejor que yo. Analizaba nuestros vicios y desatinos, y revelaba muchas cosas que yo nunca le había contado, infiriendo únicamente qué cualidades era capaz de desarrollar un yahoo de su país con una pequeña dosis de razón; y concluyó, con demasiada verosimilitud, cuán vil y miserable puede llegar a ser dicha criatura.

Sinceramente confieso que los pocos conocimientos que poseo de algún valor los adquirí en las lecciones que recibí de mi amo, y en los discursos que les oí a él y a sus amigos, a los que me enorgullecería escuchar más que disertar a la más grande asamblea de Europa. Admiraba la fuerza, la gracia y la velocidad de los habitantes; y tal constelación de virtudes, en personas tan amables, inspiraban en mí la más grande veneración. Al principio, desde luego, no sentía ese temor natural que los yahoos y los demás animales sienten ante ellos; pero poco a poco me fue naciendo, mucho antes de lo que habría podido imaginar, una mezcla de respetuoso amor y gratitud de que condescendiesen en distinguirme del resto de mi especie.

Cuando pensaba en mi familia, en mis amigos, en mis compatriotas, o en la especie humana en general, los consideraba como lo que realmente eran, yahoos tocante a figura y disposición, quizá algo más civilizados, y dotados del don de la palabra; pero que no hacían uso de la razón sino para perfeccionar y multiplicar aquellos vicios de los que sus hermanos de este país sólo poseían la parte que la naturaleza les había asignado. Cuando por casualidad contemplaba mi propia imagen reflejada en un lago o en un manantial, apartaba los ojos con horror y aversión hacia mí mismo; y soportaba mejor la visión de un yahoo corriente que la de mi propia persona. Conversando con los houyhnhnms, y observándolos con complacencia, acabé imitando su ademán y su paso, lo que ahora se ha vuelto un hábito en mí; mis amigos me dicen con rudeza que troto como un caballo; lo que tomo, sin embargo, como un gran cumplido. Tampoco negaré que al hablar tengo tendencia a adoptar la voz y la manera de los houyhnhnms; y oigo que se burlan de mí por eso sin que me cause la más ligera mortificación.

En medio de toda esta felicidad, y cuando me consideraba instalado de por vida, mi amo me mandó llamar una mañana, un poco antes de la hora habitual. Noté en su expresión cierto embarazo, y que no sabía cómo empezar. Tras un breve silencio, me dijo que ignoraba cómo me tomaría lo que iba a decirme; que en la última asamblea, al abordarse el asunto de los yahoos, los representantes habían considerado ofensivo que él tuviera un yahoo (refiriéndose a mí) en su familia al que trataba más como un houyhnhnm que como un bruto. Que era sabido que conversaba a menudo conmigo, como si encontrase alguna ventaja o placer en mi compañía; que semejante práctica no se acordaba con la razón ni con la naturaleza, ni era algo que se hubiera visto jamás entre ellos. Así que la asamblea le exhortaba, bien a emplearme como al resto de la especie, o bien a mandarme que volviese nadando al lugar de donde había venido. Que el primero de estos expedientes había sido rechazado por los houyhnhnms que me habían visto en su casa o en la de ellos; porque dado que poseía cierto rudimento de razón, alegaban, sumada a la natural maldad de esos animales, era de temer que los atrajera a las regiones boscosas y montañosas del país, y los condujera nocturnamente en manadas para destruir el ganado de los houyhnhnms, dado que eran naturalmente de carácter voraz, y contrarios a trabajar.

Mi amo añadió que diariamente era apremiado por los houyhnhnms de la vecindad para que cumpliese las exhortaciones de la asamblea, y que no podía demorarlo mucho más. Él dudaba que pudiera llegar nadando a ningún país; y por tanto me dijo que debía construirme algún vehículo del tipo de los que le había descrito, que pudiera llevarme por mar, en cuyo trabajo tendría la ayuda de sus criados, así como la de los criados de los vecinos. Concluyó que, por su parte, le habría gustado conservarme a su servicio mientras viviese; porque encontraba que me había curado de ciertos hábitos y disposiciones, esforzándome, hasta donde mi naturaleza inferior era capaz, en imitar a los houyhnhnms.

Aquí debo señalar al lector que el decreto de la asamblea general de este país se designa con la palabra hnhloayn, que significa exhortación, que es lo más exactamente que la puedo traducir; porque no tienen la menor noción de cómo obligar a una criatura racional, sino sólo aconsejarla o exhortarla; porque nadie puede desobedecer a la razón sin renunciar al derecho a ser una criatura racional.

La más grande aflicción y desesperación me asaltó al oír las palabras de mi amo; e incapaz de soportar la angustia que me embargaba, caí desvanecido a sus pies; cuando me recobré, dijo que pensaba que había muerto —porque esta gente no está sujeta a tales debilidades de la naturaleza—. Contesté con voz desfallecida que la muerte habría sido una gran ventura para mí; que aunque no podía censurar la exhortación de la asamblea, ni el apremio de sus amigos, según mi flaco y corrompido juicio, opinaba que habría podido ser conforme con la razón una decisión menos rigurosa. Que era incapaz de hacer una legua a nado, y probablemente el país más cercano estaba a más de cien; que muchos de los materiales necesarios para construir una pequeña nave con la que irme eran inexistentes; en su país, sin embargo, lo intentaría, en obediencia y gratitud a su señoría, aunque tenía el convencimiento de que iba a ser imposible, y por tanto me consideraba ya destinado a perecer; que la perspectiva cierta de una muerte no natural era el menor de mis males; porque suponiendo que escapase con vida por alguna extraña casualidad, ¿cómo podía pensar serenamente en pasar mis días entre yahoos, y caer de nuevo en mis antiguas corrupciones por falta de ejemplos que me guiasen y mantuviesen en el camino de la virtud?; que demasiado bien conocía las sólidas razones en que se fundaba la decisión de los sabios houyhnhnms, para que las hiciesen tambalear argumentos como los míos, los de un miserable yahoo. Así que después de expresarle mi humilde agradecimiento por ofrecerme la ayuda de sus criados para la construcción de una nave, y solicitarle un plazo razonable para tan difícil trabajo, le dije que me esforzaría en preservar una vida tan desdichada; y si alguna vez llegaba a Inglaterra, no sería sin la esperanza de ser útil a mi propia especie, haciendo el elogio de los renombrados houyhnhnms, y proponiendo sus virtudes para imitación de la humanidad.

Mi amo, en pocas palabras, me dio una respuesta de lo más amable: me concedió el espacio de dos meses para terminar el bote; y ordenó al rocín, mi compañero de servicio —porque así me permito considerarlo desde esta distancia—, que siguiese mis instrucciones; porque le dije a mi amo que me bastaría su ayuda, y sabía que me tenía afecto.

Acompañado por él, mi primera tarea fue dirigirme a la parte de la costa donde me había desembarcado mi rebelde tripulación. Subí a un altozano y, mirando a un lado y a otro del mar, me pareció divisar una pequeña isla al noreste; saqué el catalejo, y con él pude distinguirla con claridad a unas cinco leguas, según calculé; aunque al rocín alazán le parecía sólo una nube azulenca, porque no tenía idea de que existiese ningún país además del suyo; de manera que no tenía tanta práctica en distinguir objetos remotos en el mar como nosotros, familiarizados como estamos con dicho elemento.

Tras descubrir esta isla no lo pensé más, sino que resolví que era el primer lugar al que me exiliaría, si era posible, dejando lo además a la fortuna.

Volví a casa, y tras consultar con el rocín alazán, nos dirigimos a un bosquecillo no lejano, donde yo con el cuchillo y él con una piedra de sílex afilada, hábilmente atada como hacen ellos, a un mango de madera, cortamos varias varas de roble, del grueso de un bastón, y ramas algo más grandes. Pero no aburriré al lector con una descripción detallada de mis trabajos; baste decir que a las seis semanas, con la ayuda del rocín alazán, que se encargó de lo más engorroso, terminé una especie de canoa india, aunque mucho más grande, forrada con pieles de yahoo, bien cosidas unas con otras con hilo de cáñamo que yo mismo había hilado. La vela la compuse también con pieles del mismo animal; pero hice uso de los más jóvenes que pude conseguir, ya que la de los viejos era gruesa y dura; asimismo me proveí de cuatro pagayas. Me abastecí de carne cocida, de conejo y de ave; y embarqué dos recipientes, uno lleno de leche, y el otro con agua.

Probé la canoa en una gran charca cercana a la casa de mi amo, y le corregí los defectos, calafateando las costuras con sebo de yahoo, hasta que la encontré totalmente estanca, y capaz de cargar mi peso y el de la carga. Y cuando estuvo todo lo acabada que pude hacerla, la mandé transportar en un carruaje, muy despacio, tirado por yahoos, hasta la costa, bajo la conducción del rocín alazán y otro criado.

Cuando estuvo todo dispuesto, y llegó el día de mi partida, me despedí de mi amo y su señora, así como de toda la familia, con los ojos arrasados y el corazón agobiado de pena. Pero su señoría, por curiosidad, y quizá —si se me permite decirlo sin vanidad— en parte por afecto también, decidió verme en la canoa; y logró que le acompañasen varios vecinos amigos. Tuve que aguardar más de una hora debido a la marea; y entonces, al notar que el viento empezaba a soplar favorablemente hacia la isla a la que tenía intención de dirigir el rumbo, me despedí por segunda vez de mi amo; y cuando iba a postrarme para besarle la pezuña me hizo el honor de levantármela amablemente hasta la boca. No ignoro que se me ha criticado por referir este último detalle. A los detractores les agrada considerar improbable que tan ilustre personaje se dignase tener esa distinción con una criatura tan inferior como yo. Tampoco olvido la inclinación de algunos viajeros a presumir de extraordinarios favores recibidos. Pero si estos criticadores conociesen mejor la noble y cortés disposición de los houyhnhnms, cambiarían pronto de opinión.

Presenté mis respetos al resto de los houyhnhnms que acompañaban a su señoría, subí luego a la canoa y la alejé de la orilla.