Baley volvió al tema en un tono de voz un poco más grave del habitual.
—Señor Gremionis, hace un rato ha mencionado el nombre del jefe del Instituto de Robótica. ¿Podría repetirlo, por favor?
—Kelden Amadiro.
—¿Habría algún modo de localizarlo desde aquí?
—Bueno, sí y no —respondió Gremionis—. Puede ponerse en contacto con su telefonista o con su ayudante, pero dudo que pueda hablar con él personalmente. Es un hombre bastante reservado y con aires de superioridad, según me han dicho. Yo le he visto alguna que otra vez, pero nunca he hablado con él.
—Deduzco, entonces, que no tiene tratos con usted como diseñador de ropa o para cuidar su estética personal.
—No sé que los tenga con nadie y, por las pocas ocasiones en que le he visto, puedo decirle sinceramente que se nota a la legua. Aunque espero que no repita usted mi observación...
—Estoy seguro de que tiene usted razón, pero guardaré la confidencia —asintió Baley con toda seriedad—. Me gustaría intentar ponerme en contacto con él, pese a su fama de reservado. Si dispone usted de un triménsico, ¿le importaría que lo utilizara con este fin?
—Brundij puede llamarle por usted.
—No. Prefiero que lo haga mi compañero, Daneel. Esto es, si no le importa...
—No me importa en absoluto —dijo Gremionis—. El aparato está ahí dentro, así que, sígueme, Daneel. El código que has de marcar es 75-30-arriba-20.
—Gracias, señor —contestó Daneel con una inclinación de cabeza.
La sala donde estaba el triménsico estaba absolutamente vacía, salvo por un pequeño pilar situado a uno de los lados. El pilar llegaba hasta la altura de la cintura y terminaba en una superficie plana sobre la que descansaba una consola bastante complicada. El pilar estaba en el centro de un círculo marcado con un color gris neutro sobre el fondo verde claro del suelo. Cerca de él había otro círculo de idéntico tamaño y color, pero en este segundo no había pilar.
Daneel avanzó hasta el pilar y, al hacerlo, el círculo en el que se encontraba se iluminó con un leve resplandor blanquecino. El robot pasó la mano por la consola y sus dedos se movieron a tal velocidad que Baley no pudo apreciar claramente lo que hacían. Transcurrió apenas un segundo y el otro círculo se iluminó exactamente igual que el primero. En él apareció un robot, con aspecto tridimensional pero con una levísima fluctuación que ponía de manifiesto que se trataba de una imagen holográfica. Junto al robot se veía una consola igual a la que acababa de manipular Daneel, pero también ésta fluctuaba levemente, indicando que se trataba sólo de una imagen.
—Soy R. Daneel Olivaw —se presentó Daneel, haciendo un ligero énfasis en la «R.» para que el otro robot no le confundiera con un ser humano—, y represento a mi compañero Elijah Baley, detective del planeta Tierra. Mi compañero querría hablar con el maestro roboticista Kelden Amadiro.
—El maestro roboticista Amadiro está reunido. ¿Desea que le pase con el roboticista Cicis?
Daneel se volvió rápidamente hacia Baley. Éste asintió y Daneel contestó:
—Sí, está bien.
—Si el detective Baley es tan amable de ocupar su lugar, intentaré localizar el roboticista Cicis.
—Quizá sería mejor que primero... —empezó a decir Daneel. Sin embargo, Baley le interrumpió:
—Está bien, Daneel. No me importa esperar.
—Compañero Elijah —contestó Daneel—, como representante personal del maestro roboticista Han Fastolfe has asimilado su estatus social, al menos temporalmente. Y no corresponde a su posición tener que esperar a...
—Está bien, Daneel —insistió Baley, con suficiente énfasis para dar por terminada la conversación—. No deseo causar un retraso por una pequeña discusión sobre protocolo.
Daneel salió del círculo iluminado y Baley se adelantó hasta él. Al hacerlo, notó un hormigueo, quizá puramente imaginario, que desapareció en seguida.
La imagen del robot del otro círculo se difuminó hasta desaparecer. Baley aguardó pacientemente y, por fin, otra imagen fue formándose con su apariencia tridimensional.
—Aquí el roboticista Maloon Cicis —dijo la imagen con voz clara y un poco aguda. Lucía un cabello de color bronce muy corto que bastaba por sí solo para darle un aspecto que Baley consideró típico de un espacial, aunque el perfil de su nariz tenía una asimetría poco habitual en los espaciales.
—Soy el detective Elijah Baley, de la Tierra. Me gustaría halar con el maestro roboticista Kelden Amadiro.
—¿Está citado con él, detective?
—No, señor.
—Si desea usted verle, tendrá que concertar una cita con anterioridad, y me temo que no queda ni un momento libre esta semana ni la que viene.
—Repito que soy el detective Elijah Baley, de la Tierra...
—Creo haberle entendido perfectamente, pero eso no cambia las cosas.
—A petición del doctor Han Fastolfe, y con el permiso de la Asamblea Legislativa Mundial de Aurora, estoy aquí para investigar el asesinato del robot Jander Panell...
—¿El asesinato del robot Jander Panell? —repitió Cicis con gran educación, como para demostrar su desdén.
—Bien, si lo prefiere, llámelo roboticidio. En la Tierra, la destrucción de un robot no sería un asunto de gran importancia, pero aquí en Aurora, donde los robots son tratados más o menos como seres humanos, me pareció que podría utilizarse la palabra «asesinato».
—Bueno, sea asesinato, roboticidio o nada en absoluto, sigue siendo imposible que vea al maestro roboticista Amadiro —insistió Cicis.
—¿Puedo dejarle un mensaje?
—Adelante.
—¿Le será entregado inmediatamente? ¿Ahora mismo?
—Lo puedo intentar pero, como es lógico, no se lo garantizo.
—Es suficiente. Voy a enumerar una serie de puntos, y voy a dárselos por orden. Quizá será mejor que los anote.
—Creo que podré recordarlos —contestó Cicis con una leve sonrisa.
—Primero, donde hay un asesinato, hay un asesino, y querría darle al doctor Amadiro una posibilidad de hablar en su propia defensa...
—¡Cómo! —exclamó Cicis.
(Gremionis, que observaba desde el otro extremo de la sala, se quedó boquiabierto.)
Baley intentó imitar la leve sonrisa que, de pronto, había desaparecido de los labios de su interlocutor.
—¿Voy demasiado de prisa para usted? ¿Preferiría tomar notas, después de todo?
—¿Está acusando usted al maestro roboticista Amadiro de tener algo que ver en el asunto de Jander Panell?
—Al contrario, roboticista Cicis. Precisamente porque no quiero acusarle es por lo que debo verle. Me disgustaría mucho tener que considerar la posible relación entre el maestro roboticista y el robot desactivado en base a una información incompleta, cuando una sola palabra suya puede aclararlo todo.
—¡Usted está loco!
—Muy bien. Entonces dígale al maestro roboticista que un loco quiere tener una charla con él para evitar acusarle de asesinato. Hasta aquí el punto primero. Ahora el segundo. ¿Podría decirle que ese mismo loco acaba de efectuar un detallado interrogatorio al artista de la personalidad Santirix Gremionis, y que está llamando desde el establecimiento de éste? Y punto tercero..., ¿voy demasiado rápido para usted?
—¡No! ¡Termine!
—El punto tercero es el siguiente: puede que el maestro roboticista Amadiro, quien seguramente tiene en la cabeza muchos otros asuntos de mayor importancia, no recuerde quién es el artista de la personalidad Santirix Gremionis. En tal caso, haga el favor de indicarle que se trata de una persona que vive en terrenos del Instituto y que, durante el último año, ha realizado muchos y largos paseos con Gladia, una mujer de Solaria que actualmente vive en Aurora.
—No puedo hacerle llegar un mensaje tan ridículo y ofensivo, terrícola.
—En tal caso, ¿será tan amable de decirle que acudiré directamente a la Asamblea y que anunciaré que abandono la investigación porque un tal Maloon Cicis ha decidido por su cuenta y riesgo que el maestro roboticista Kelden Amadiro no colabore conmigo en la investigación sobre la destrucción del robot Jander Panell, ni se defienda de la acusación de ser responsable de dicha destrucción?
Cicis enrojeció.
—No se atreverá usted a hacer algo semejante.
—¿De veras? ¿Qué puedo perder con ello? Por otro lado, ¿cómo tomaría eso la opinión pública? Después de todo, los auroranos saben perfectamente que el doctor Amadiro es el segundo experto en robótica después del propio doctor Fastolfe y, si Fastolfe no es responsable del roboticidio... ¿es preciso que continúe?
—Ya sabrá, terrícola, que las leyes de Aurora contra la difamación son muy estrictas.
—Indudablemente, pero si el doctor Amadiro es realmente víctima de una difamación, su castigo será probablemente mayor que el mío. Escuche, ¿por qué no se limita a entregar ese mensaje ahora mismo? Después, si él puede explicar unos cuantos puntos de menor importancia, quizás evitemos todo eso de la difamación, la acusación y demás.
Cicis frunció el ceño y dijo con voz agitada:
—Transmitiré su mensaje al doctor Amadiro y le aconsejaré con todo vigor que se niegue a verle.
La imagen desapareció. De nuevo, Baley aguardó con paciencia mientras Gremionis gesticulaba exageradamente y decía:
—¡No puede hacer eso, Baley! ¡No puede hacerlo!
Baley le hizo un gesto para que se callara. Al cabo de unos cinco minutos (que a Baley le parecieron mucho más), Cicis reapareció con aspecto de estar enormemente irritado.
—El doctor Amadiro ocupará mi lugar dentro de unos minutos y hablará con usted. ¡Aguarde!
Baley respondió al instante:
—No tiene objeto que espere. Pasaré personalmente por el despacho del doctor Amadiro y me entrevistaré con él allí.
Se apartó del círculo gris e hizo un gesto enérgico a Daneel, quien rápidamente interrumpió la comunicación.
Con una especie de gemido ahogado, Gremionis protestó:
—¡No puede hablar de esta manera a los ayudantes del doctor Amadiro, terrícola!
—Pues acabo de hacerlo.
—Hará que le expulsen del planeta en menos de doce horas.
—Si no hago algún progreso en la resolución de este lío, seré expulsado de todos modos del planeta en ese plazo, así que...
—Compañero Elijah —intervino Daneel—, me temo que la alarma del señor Gremionis está justificada. La Asamblea Legislativa Mundial de Aurora no puede más que expulsarte del planeta, ya que no eres ciudadano de Aurora. Sin embargo, las autoridades de aquí pueden insistir en que seas castigado severamente en la Tierra, y allí sin duda accederían. En este caso, no podrían oponerse a la petición de Aurora. Y a mí no me gustaría que te sucediera nada semejante, compañero Elijah.
—Yo tampoco deseo que me castiguen, Daneel —respondió Baley con aire grave—. Sin embargo, debo correr ese riesgo. Señor Gremionis, lamento haber tenido que decirle a ese hombre que llamaba desde su establecimiento. Tenía que hacer algo para convencer a Amadiro de que me recibiera y he considerado que quizá le diera importancia a ese detalle. Después de todo, lo que le he dicho no es más que la verdad.
Gremionis meneó la cabeza antes de responder:
—Si hubiera sabido lo que se disponía a hacer, señor Baley, no le habría permitido llamar desde mi establecimiento. Estoy seguro de que voy a perder mi posición aquí, y —añadió con amargura— ¿cómo va a compensarme usted si eso sucede?
—Señor Gremionis, haré cuanto esté en mi mano para que no pierda su posición. Confío en que no tendrá usted ningún problema. No obstante, si no lo consigo, es usted libre de tacharme de loco, o de decir que le lancé tremendas acusaciones y que le atemoricé con amenazas de difamación hasta tal punto que se vio obligado a dejarme utilizar su aparato de triménsico. Estoy seguro de que el doctor Amadiro le creerá. Después de todo, ya le ha enviado usted un informe quejándose de que le he difamado, ¿no es cierto?
Tras decir estas palabras, Baley levantó la mano en señal de despedida.
—Adiós, señor Gremionis. Gracias de nuevo. No se preocupe y... recuerde lo que le he dicho acerca de Gladia.
Baley salió del establecimiento de Gremionis entre Giskard y Daneel, uno delante y el otro detrás. Apenas advirtió que, una vez más, estaba saliendo al Exterior.
De nuevo en el Exterior, las cosas cambiaron. Baley se detuvo y dirigió la mirada hacia lo alto.
—Qué extraño —dijo—. No creía que hubiese transcurrido tanto tiempo, incluso teniendo en cuenta que el día de Aurora es un poco más corto que el normal.
—¿A qué te refieres, compañero Elijah? —preguntó Daneel, solícito como siempre.
—El sol se ha puesto ya. Pensaba que era más temprano.
—No, señor. Todavía no se ha puesto —intervino Giskard—. Faltan casi dos horas para el crepúsculo.
—Es una tormenta que se está formando, compañero Elijah. Las nubes se están espesando, pero la tormenta no se desatará hasta dentro de un rato.
Baley se estremeció. La oscuridad por sí sola no le molestaba. De hecho, en el Exterior, la noche y su apariencia de recinto cerrado resultaba mucho más tranquilizadora que el día, que ensanchaba el horizonte y los espacios abiertos en todas direcciones.
El problema consistía en que ahora no era ni de día ni de noche.
Nuevamente, intentó recordar cómo había sido la otra ocasión en que había visto llover estando en el Exterior.
De pronto, se le pasó por la cabeza que nunca había estado al aire libre bajo una nevada, y que ni siquiera estaba seguro de cómo era una lluvia de agua sólida en forma de cristales. Las descripciones a base de palabras resultaban seguramente insuficientes. Los chiquillos salían a veces a patinar, o a jugar con trineos o cosas parecidas, y regresaban gritando de excitación. Sin embargo, siempre se alegraban de refugiarse nuevamente entre los muros de la ciudad. Ben había intentado cierta vez hacer un par de esquíes siguiendo las directrices del algún libro antiguo, y al final había terminado medio enterrado en el blanco manto. E incluso la descripción que Ben había hecho del aspecto y el tacto de la nieve resultaba inquietantemente vaga e insatisfactoria.
Tampoco en aquella ocasión había nadie en el Exterior mientras caía la nieve, cosa muy distinta a encontrar los copos ya en el suelo, formando una capa. Baley se dijo, al llegar a aquel punto, que el único dato en que todo el mundo estaba de acuerdo era que sólo nevaba cuando hacía mucho frío. Ahora no hacía mucho frío, sólo hacía fresco. La presencia de aquellas nubes no significaba que fuera a nevar. De todos modos, eso sólo le proporcionó un mínimo consuelo.
Aquello no era como los días nublados que Baley había visto algunas veces en la Tierra. En su planeta las nubes eran más ligeras, pensó. Y su color era blanco grisáceo, incluso cuando cubrían todo el firmamento. En Aurora, en cambio, la luz —o lo que quedaba de ella— tenía un tono bilioso, un terrible color amarillento pizarra.
Quizá se debía a que el sol de Aurora era más anaranjado que el de la Tierra.
—¿No es un poco... raro el color del cielo?
Daneel levantó la mirada hacia las nubes y respondió:
—No, compañero Elijah. Es la tormenta que se acerca.
—¿Son habituales estas tormentas?
—En esta época del año, sí. Se producen algunas tormentas eléctricas. El pronóstico meteorológico de ayer, y también el de esta mañana ya la anunciaban, así que no viene de sorpresa. Mañana por la mañana ya habrá pasado y los campos aprovecharán el agua caída. Últimamente el promedio de precipitaciones ha estado un poco por debajo de lo normal.
—¿Y el frío? ¿También es normal?
—Sí, claro... Pero entremos en el planeador, compañero Elijah. Ahí disponemos de calefacción.
Baley asintió y se encaminó hacia el planeador, que estaba posado sobre la hierba en el mismo lugar donde había tomado tierra antes del almuerzo. Antes de subir, Baley se detuvo.
—Un momento. Me he olvidado de preguntarle a Gremionis la dirección del establecimiento de Amadiro. O quizás es su despacho, lo ignoro.
—No es necesario, compañero Elijah —contestó al instante Daneel, poniendo su mano en el codo de Baley y empujándole suave pero inequívocamente hacia adelante—. El amigo Giskard tiene en su memoria un plano detallado del Instituto y nos llevará al edificio de Administración. Es muy probable que el doctor Amadiro tenga su despacho allí.
—Mis informaciones son, en efecto, que el despacho del doctor Amadiro está en el edificio de Administración —asintió Giskard—. Y si, por casualidad, el doctor no está allí sino en su establecimiento, no hay problema porque queda muy cerca.
Baley se encontró nuevamente apretado en el asiento delantero entre los dos robots. Agradeció especialmente la proximidad de Daneel, con su calor corporal semejante al de los seres humanos. Aunque la cubierta exterior de Giskard, confeccionada con un material parecido a la tela, era aislante y no resultaba tan fría al tacto como el metal desnudo, resultaba menos atractiva que la de Daneel, dado lo muy aterido que Baley se encontraba.
Estuvo a punto de pasar un brazo por los hombros del robot humaniforme, buscando un poco más de calor acurrucándose junto a él. Algo confuso, dejó caer el brazo al costado.
—No me gusta nada el aspecto de ahí fuera —comentó.
Daneel, esforzándose quizá por apartar la atención de Baley del Exterior que se veía al otro lado de los cristales, preguntó:
—Compañero Elijah, ¿cómo sabías que la doctora Vasilia había inducido a Gremionis a interesarse por la señorita Gladia? No he visto que tuvieras ninguna prueba al respecto...
—En efecto, no la tenía —contestó Baley—, pero estaba tan desesperado que he decidido echarme un farol o, mejor, apostar por una posibilidad poco probable. Gladia me había dicho que Gremionis era la única persona que estaba lo bastante interesada en ella como para ofrecérsele repetidamente, y he pensado que él podía haber matado a Jander por celos. No creía posible que Gremionis supiera lo suficiente de robótica para hacerlo, pero a continuación me he enterado de que Vasilia, la hija de Fastolfe, también era roboticista y que, además, se parecía físicamente a Gladia. Entonces me he preguntado si Gremionis, a quien sabía fascinado por Gladia, no se habría sentido igualmente fascinado por Vasilia con anterioridad... y si el asesinato no podría ser el resultado de una conspiración ideada por ambos. Ha sido precisamente una referencia indirecta a la existencia de tal conspiración lo que me ha permitido convencer a Vasilia de que me recibiera.
—Pero la conspiración de que hablas no existió, compañero Elijah —replicó Daneel—. Al menos, por lo que se refiere a la desactivación de Jander. Vasilia y Gremionis no hubieran podido llevarla a cabo, aun en el caso de haber trabajado juntos.
—Es cierto pero, a pesar de ello, Vasilia se ha mostrado muy nerviosa ante la sugerencia de que existiese una relación entre ella y Gremionis. ¿Por qué razón? Cuando Gremionis ha reconocido que primero se había sentido atraído por Vasilia, y luego por Gladia, me he preguntado si la relación entre Vasilia y Gremionis no sería más indirecta, si Vasilia no le habría incitado a trasladar sus sentimientos a Gladia por alguna razón relacionada más indirectamente, pero relacionada de todos modos, con la muerte de Jander. Después de todo, tenía que haber alguna relación entre Vasilia y Gremionis: la reacción de Vasilia ante mi primera sugerencia en ese sentido lo demostraba.
»Mis sospechas eran acertadas. Vasilia había hecho que Gremionis pasara de una mujer a la otra. Gremionis se ha quedado asombrado de que yo lo supiera y eso también me ha sido muy útil pues, si esa relación fuera completamente inocente, no habría razón alguna para mantenerla en secreto, y es evidente que en secreto la mantenían. Recordarás que Vasilia no ha hecho la menor mención a haber impulsado a Gremionis a volcar sus sentimientos en Gladia. Y cuando yo he afirmado que Gremionis se había ofrecido a Gladia, Vasilia ha reaccionado como si fuera la primera vez que oyera hablar de ello.
—Pero, compañero Elijah, ¿qué importancia tiene eso?
—Ya lo descubriremos. Me ha parecido que ni Gremionis ni Vasilia le han dado demasiada. Por lo tanto, si la tiene, puede que haya una tercera persona involucrada. Y si el asunto guarda relación con la muerte de Jander, entonces debe de tratarse de un roboticista más experto incluso que Vasilia. Y esa persona puede ser Amadiro. Por eso, cuando le he llamado, he dejado entrever que conocía la existencia de una conspiración señalando deliberadamente que acababa de interro-gar a Gremionis y que estaba llamando desde su establecimiento. Y como habrás podido ver, mi treta ha dado resultado.
—Sin embargo, sigo sin comprender qué significa todo eso, compañero Elijah.
—Yo tampoco lo comprendo, pero he hecho algunas conjeturas. Quizá saquemos algo en claro de Amadiro. Nuestra situación es tan mala que no tenemos nada que perder aventurándonos y dejándonos llevar por intuiciones.
Durante este diálogo, el planeador se había elevado gracias a sus turbinas y había alcanzado una altura considerable. Tras salvar una barrera de arbustos, el aparato aceleró ahora sobre la zona cubierta de césped y de senderos empedrados. Baley advirtió que, en las zonas donde la hierba era más alta, el césped se inclinaba hacia un lado por efecto del viento, como si por encima de él estuviera pasando un planeador invisible y mucho mayor que el suyo.
—Giskard —preguntó Baley—, supongo que habrás grabado las conversaciones que han tenido lugar en tu presencia, ¿verdad?
—Sí, señor.
—¿Y puedes reproducirlas a voluntad?
—Sí, señor.
—¿Puedes localizar y reproducir fácilmente una frase en concreto, pronunciada por una persona determinada?
—En efecto, señor. No es necesario que escuche toda la grabación.
—Y si te necesitara, ¿podrías actuar de testigo en un tribunal?
—¿Yo, señor? No, señor —Giskard mantenía la mirada fija en el suelo—. Dado que se puede hacer mentir a un robot, programándole una orden con la suficiente habilidad, y dado que ni todas las exhortaciones o amenazas de un juez pueden impedirlo, la ley considera muy acertadamente que un robot no es un testigo competente.
—Pero entonces, ¿para qué sirven esas grabaciones?
—Eso, señor, es otra cosa distinta. Una grabación, una vez efectuada, no puede ser alterada mediante una simple orden, aunque puede ser borrada. Por lo tanto, la grabación sí puede admitirse como prueba. No obstante, no existen antecedentes sólidos al respecto y su admisión o rechazo como prueba en un juicio depende de cada caso y de cada juez en particular.
Baley no fue capaz de distinguir si las palabras de Giskard le resultaban deprimentes por ellas mismas, o si ello se debía a la luminosidad mortecina y desagradable que bañaba el paisaje.
—¿Ves lo suficiente para pilotar sin problemas, Giskard?
—Desde luego, señor, pero no es necesario. El planeador va equipado con un radar computerizado que le permite salvar los obstáculos por sí solo, incluso en el caso de que, por algún extraño motivo, yo sufriera un fallo en el pilotaje. Este fue el sistema que utilizamos ayer por la mañana, cuando volamos con toda tranquilidad pese a que todas las ventanas estaban cerradas.
—Compañero Elijah —intervino de nuevo Daneel, cambiando de conversación para apartar a Baley del inquietante recuerdo de la tormenta que se aproximaba—, ¿tienes alguna esperanza de que el doctor Amadiro resulte de alguna utilidad?
Giskard detuvo el planeador sobre un amplio césped frente a un edificio grande, aunque no muy alto, cuya fachada, esculpida de modo recargado, era indudablemente muy reciente aunque pretendía imitar algún estilo muy antiguo.
Baley supo que se trataba del edificio de Administración antes de que nadie se lo dijera.
—No, Daneel —respondió a la anterior pregunta del robot—, sospecho que Amadiro será demasiado inteligente para darnos la menor posibilidad de pillarle.
—Y si es así, ¿qué piensas hacer a continuación?
—No lo sé —contestó Baley con la abrumadora sensación de haber pasado anteriormente por aquella misma situación—. No lo sé, pero ya pensaré en algo.
Cuando Baley entró en el edificio de Administración, su primera sensación fue de alivio al dejar atrás la inquietante luminosidad del Exterior. La segunda fue de irónica complacencia.
En Aurora, los establecimientos —es decir, las viviendas privadas— eran todos estrictamente auroranos. Sentado en la sala de estar de Gladia, o desayunando en el comedor de Fastolfe, o charlando en la sala de trabajo de Vasilia, o frente al aparato de triménsico de Gremionis, a Baley le había sido imposible sentirse, aunque sólo fuera por un instante, en la Tierra. Cada uno de los establecimientos que había visitado era distinto de los demás, pero todos ellos tenían ciertos rasgos comunes, totalmente diferentes a los de aquellos apartamentos subterráneos de la Tierra.
El edificio de Administración, en cambio, olía a burocracia y aquello, al parecer, trascendía la normal variedad de gustos de la humanidad. No pertenecía al mismo género arquitectónico que las viviendas auroranas, del mismo modo que los edificios de la ciudad donde vivía Baley no se parecían a los pisos de los barrios residenciales. Sin embargo, los edificios oficiales de ambos mundos, pese a las grandes diferencias que existían entre Aurora y la Tierra, eran extrañamente similares.
Aquél fue el primer lugar de Aurora donde Baley, por un instante, pudo imaginarse que se hallaba en la Tierra. Los mismos pasillos largos, desnudos y fríos, y el mismo mínimo común denominador en el diseño y la decoración, con todos los puntos de luz pensados especialmente para irritar a las menos personas posibles, y para complacer a no muchas más.
Había algunos detalles que no se habrían encontrado en la Tierra; por ejemplo, las plantas, en macetas suspendidas del techo, que crecían con la luz que les llegaba y que estaban provistas de aparatos para el riego automático y controlado, creyó adivinar Baley. Aquel detalle natural no existía en la Tierra, y su presencia no le gustó. Aquellas macetas podían caer sobre la cabeza de alguien, o podían rezumar agua. Y seguramente atraían a los insectos.
Baley también echaba de menos otros detalles. En la Tierra, cuando uno estaba en una ciudad, siempre estaba rodeado por el inmenso y cálido murmullo de la multitud y de las máquinas, incluso en el más frío de los edificios oficiales. Era el «animado zumbido de la fraternidad», según la frase popularizada entre los políticos y periodistas de la Tierra.
En Aurora, por el contrario, todo era silencioso. Baley no había apreciado especialmente el silencio de los establecimientos que había visitado aquel día y la víspera, pues todo cuanto le había rodeado le había parecido tan raro que una cosa extraña más le había pasado inadvertida. De hecho, había prestado más atención al sordo susurro de los insectos del Exterior o al murmullo del viento en la vegetación que a la ausencia del constante «zumbido de la humanidad» (otra frase popular).
En cambio, en aquel edificio que parecía un rincón del planeta Tierra, la ausencia del «zumbido» resultaba tan desconcertante como el matiz claramente anaranjado de la luz artificial, que resaltaba todavía más en el tono blanquecino de las desnudas paredes que entre la recargada decoración habitual de los establecimientos de Aurora.
Baley no pudo seguir soñando mucho tiempo. Se encontraban justo en el interior de la entrada principal y Deneel acababa de extender el brazo para detener a sus dos compañeros. Transcurrieron treinta segundos antes de que Baley, hablando automáticamente en un susurro ante el imponente silencio del lugar, se atreviera a preguntar:
—¿Por qué estamos esperando?
—Porque es aconsejable hacerlo así, compañero Elijah.
—respondió Daneel—. Tenemos delante un campo de hormigueo.
—¿Un qué?
—Un campo de hormigueo, compañero Elijah. En realidad, el nombre es un eufemismo. Es un campo que estimula las terminaciones nerviosas y produce un dolor bastante agudo. Los robots pueden pasar, pero los seres humanos, no. Naturalmente, sea robot o humano el que lo cruce, se dispara una alarma.
—¿Cómo puedes saber que hay un campo de hormigueo? —preguntó Baley.
—Porque puede verse si uno sabe lo que tiene que mirar, compañero Elijah. El aire parece oscilar ligeramente y la pared situada detrás del campo tiene un color levemente verdoso en comparación con las demás paredes.
—Sigo sin estar seguro de distinguirlo —insistió Baley, indignado—. ¿Qué impide que yo, o cualquier visitante inocente, lo cruce inadvertidamente y sea sometido a esa agonía?
—Los miembros del Instituto —explicó Daneel— llevan un aparato para neutralizar el campo. Los visitantes son atendidos casi siempre por uno o más robots que son perfectamente capaces de detectar el campo de hormigueo.
Al otro lado del campo, un robot se aproximaba hacia ellos por un pasillo. (El parpadeo del campo era más fácil de apreciar contra su bruñida superficie metálica.) El robot pareció hacer caso omiso de Giskard pero, durante un instante, titubeó mirando a Daneel, se dirigió a Baley. (Este pensó que quizá Daneel parecía demasiado humano para ser humano.)
—¿Su nombre, señor? —preguntó el robot.
—Soy el detective Elijah Baley, de la Tierra. Me acompañan dos robots del establecimiento del doctor Han Fastolfe, Daneel Olivaw y Giskard Reventlov.
—¿Identificación, señor?
El número de serie de Giskard destacó con cifras levemente fosforescentes en el costado izquierdo de su pecho.
—Respondo por los otros dos, amigo —dijo Giskard.
El robot estudió el número un momento como si estuviera comparándolo con el archivo de sus bancos de memoria. Después asintió y dijo:
—Número de serie aceptado. Pueden pasar.
Daneel y Giskard avanzaron de inmediato, pero Baley lo hizo muy lentamente. Extendió un brazo hacia adelante, como para probar si sentía algún dolor.
—El campo está desconectado, compañero Elijah —le informó Daneel—. Volverá a conectarse cuando lo hayamos cruzado.
«Más vale prevenir que curar», pensó Baley. Continuó avanzando poco a poco hasta que se encontró bastante más allá de donde podia haber estado la barrera electrónica.
Los robots no mostraron el menor signo de impaciencia o de censura y aguardaron a que los temerosos pasos de Baley les alcanzaran.
Ya juntos, los tres se encaminaron a una rampa helicoidal que apenas permitía el paso de dos personas a la vez. El robot de recepción fue delante, solo; Baley y Daneel subieron tras él, uno al lado del otro (la mano de Daneel descansaba ligera, pero casi posesivamente, en el codo de Baley); por último, Giskard cerraba la marcha.
Baley advirtió que sus zapatos apuntaban hacia arriba de modo un tanto incómodo, y sintió vagamente que resultaría bastante fatigoso subir esa rampa tan empinada y tener que inclinarse hacia adelante para evitar un mal resbalón. Hubiera sido preferible que las suelas de sus zapatos, o bien el piso de la rampa (o ambos), tuvieran estrías para agarrarse bien al suelo. Sin embargo, ni unas ni otro las tenían.
—Señor Baley —dijo el robot que encabezaba el grupo, como si quisiera prevenirle de algo, y su mano apretó visiblemente el pasamanos del que estaba asida.
Al instante, la rampa se dividió en secciones que se doblaron unas sobre otras formando escalones. Inmediatamente después, la rampa entera empezó a subir de forma automática. Dio una vuelta completa pasando a través del techo, una parte del cual se había retirado para permitir el paso y, cuando la rampa dejó de ascender, se encontraron en lo que (probablemente) era el segundo piso. Los escalones desaparecieron y los cuatro se apearon de la rampa.
Baley miró hacia atrás con expresión de curiosidad.
—Supongo que esa rampa también servirá para los que quieran bajar, pero ¿qué sucede si durante un rato son más los que quieren subir que quienes desean bajar? Al final, la rampa terminaría por quedarse medio kilómetro en el aire, o bajo el suelo, en el caso opuesto.
—Es una rampa doble. Esta es la espiral de subida, y hay otra distinta de bajada —le informó Daneel en voz baja.
—Pero ¿cómo vuelve a descender la de subida? Porque ha de descender, ¿verdad?
—Se pliega en la parte superior, o en la inferior, según de cual se trate y, durante los períodos en que no se utiliza se desenrolla, por decirlo de alguna manera. Esta espiral de subida está descendiendo ahora.
Baley miró a su espalda. La pulida superficie de la rampa quizás estuviera bajando, pero no mostraba ninguna marca o irregularidad cuyo movimiento pudiera advertirse.
—¿Y si alguien quisiera utilizar la rampa cuando esta ha subido hasta su tope máximo?
—Entonces hay que esperar a que se desenrolle, lo cual lleva menos de un minuto. También hay escaleras normales, compañero Elijah, y la mayoría de los auroranos no es reacia a utilizarlas. Los robots casi siempre usan las escaleras pero, dado que eres un visitante, han tenido la cortesía de ofrecerte la espiral.
Estaban recorriendo nuevamente un pasillo en dirección a una puerta más adornada que las demás.
—¿Así que están tratándome con cortesía? —dijo Baley—. Bien, es una señal esperanzadora.
Quizá fuera otra señal esperanzadora el que un aurorano apareciese en aquel instante por la puerta a la que se dirigía. Era un hombre alto, por lo menos ocho centímetros más que Daneel, quien ya sobrepasaba en unos cinco centímetros a Baley. El recién aparecido también era corpulento, un tanto pesado y tenía un rostro redondo, una nariz un poco bulbosa, cabello oscuro y rizado y la tez morena. Sus labios esbozaban una sonrisa.
Era una sonrisa realmente notable. Amplia y aparentemente nada forzada, mostraba unos dientes prominentes, blancos y bien formados.
—¡Ah, si es el señor Baley, el famoso detective de la Tierra que ha venido a nuestro pequeño planeta a demostrar que soy un terrible criminal! —exclamó el hombre—. Entre, entre. Bienvenido. Lamento que mi buen ayudante, el roboticista Maloon Cicis, le haya dado la impresión de que yo era inaccesible, pero es un hombre muy meticuloso y se preocupa más de mi tiempo que yo mismo.
Se hizo a un lado cuando Baley entró y le dio unos golpecitos en la espalda con la palma de la mano mientras pasaba ante él. A Baley le pareció un gesto amistoso como no los había experimentado todavía en Aurora.
Con precaución (pues no quería dar nada por supuesto), Baley murmuró:
—Supongo que es usted el maestro roboticista Kelden Amadiro.
—Exacto, exacto. El hombre que intenta destruir a Han Fastolfe como fuerza política en este planeta... aunque espero convencerle de que eso no me convierte realmente en un criminal. Después de todo, no intento demostrar que el criminal es el propio Fastolfe sólo por el estúpido acto de vandalismo que cometió en la estructura mental de su propia criatura, el pobre Jander. Digamos solamente que voy a demostrarle que el doctor Fastolfe está... equivocado.
Cuando la puerta se cerró, Amadiro hizo un gesto lleno de jovialidad señalando a Baley un sillón magníficamente tapizado, al tiempo que, con admirable economía, indicaba con la otra mano a Daneel y Giskard dos nichos en la pared.
Baley advirtió que Amadiro observaba con momentánea avidez a Daneel y que, en aquel preciso instante, su sonrisa desaparecía y en su rostro se formaba una expresión casi depredatoria. La tranformación apenas duró unos instantes, y pronto volvió a sonreír como antes. Baley se preguntó si aquel momentáneo cambio de expresión no habría sido fruto de su propia imaginación.
—Dado que parece que vamos a tener un tiempo bastante desagradable, creo que será mejor prescindir de la poca luz natural con que estamos dudosamente bendecidos en el día de hoy.
Baley no pudo seguir exactamente los movimientos que Amadiro hizo en el panel de control que tenía en el escritorio, pero a consecuencia de ellos las ventanas se volvieron opacas y las paredes se iluminaron hasta bañar el despacho con una luminosidad semejante a la de un día soleado.
La sonrisa de Amadiro pareció ensancharse todavía más.
—En realidad, usted y yo no tenemos mucho de qué hablar, señor Baley. He tomado la precaución de ponerme en contacto con el señor Gremionis mientras usted venía hacia aquí. Y a la vista de lo que él me ha dicho, he decidido llamar también a la doctora Vasilia. Al parecer, señor Baley, les ha acusado a ambos, más o menos, de complicidad en la destrucción de Jander. Por otro lado, si le he comprendido bien, también me acusa a mí de ese hecho.
—Yo sólo les he hecho unas preguntas, doctor Amadiro. Igual que pienso hacer ahora.
—Sin duda, pero es usted terrícola y, por tanto, no tiene plena conciencia de la enormidad de sus actos. Por eso lamento de veras que, pese a ello, tenga que sufrir las consecuencias. Quizás esté enterado de que Gremionis me ha remitido un memorándum informándome de que ha intentado usted calumniarle.
—Me ha dicho que lo había hecho, pero creo que malinterpretó mi actitud. Yo no pretendía calumniarle.
Amadiro apretó los labios como si estuviera valorando las palabras de Baley.
—Me atrevería a decir que tiene usted razón desde su punto de vista, señor Baley, pero creo que no ha comprendido la definición aurorana de esa palabra. Me he visto obligado a enviar el memorándum de Gremionis el Presidente de la Asamblea Legislativa y, en consecuencia, es muy probable que se le ordene abandonar el planeta mañana por la mañana. Lo lamento mucho, por supuesto, pero me temo que su investigación está a punto de terminar.