Volvían a estar sentados en el planeador, los tres en la parte delantera. Baley estaba nuevamente en medio, notando la presión de los robots a ambos lados. Se sentía agradecido por la atención que ambos le prestaban en todo instante, pese a que eran simples máquinas programadas e incapaces de desobedecer las instrucciones.
Entonces pensó: «¿Por qué discriminarlas con una mera palabra, máquinas?» Giskard y Daneel eran buenas máquinas en un universo de personas a veces malas. No tenía derecho a dar más importancia a la división, hombres/máquinas que a la diferenciación entre el bien y el mal. Además, Baley no podía considerar a Daneel como una máquina.
—Debo preguntárselo otra vez, señor —intervino Giskard—. ¿Se siente bien?
—Perfectamente, Giskard —aseguró Baley—. Me alegro de encontrarme aquí con vosotros dos.
El cielo aparecía en su mayor parte de un color blanco. Blanquecino, para ser más exacto. Soplaba una suave brisa y en el trayecto hasta el vehículo había sentido frío.
—Compañero Elijah —dijo Daneel—, he estado escuchando con atención tu conversación con la doctora Vasilia. No deseo hacer comentarios desagradables sobre lo que ha dicho la doctora, pero debo advertirte que, según mis observacio-nes, el doctor Fastolfe es un ser humano amable y cortés. Por lo que yo sé, nunca ha sido deliberadamente cruel y jamás, en lo que puedo valorar, ha supeditado el bienestar fundamental de un ser humano a las necesidades de su curiosidad.
Baley observó el rostro de Daneel, que de alguna manera daba la impresión de ser sincero.
—¿Podrías decir algo contra el doctor Fastolfe, aunque realmente fuera una persona cruel y despiadada? —preguntó al robot.
—Podría permanecer callado.
—¿Pero lo harías?
—Si diciendo una mentira pudiese perjudicar la credibilidad de la doctora Vasilia, provocando dudas injustificadas sobre su veracidad, o si permaneciendo callado pudiera perjudicar al doctor Fastolfe al añadir más detalles a unas acusaciones ciertas en su contra, y si el perjuicio ocasionado a ambos fuera, a mi entender, de parecida intensidad, entonces sería necesario que permaneciera en silencio. El perjuicio producido por una actitud activa supera, en general, al ocasionado por una actitud de pasividad; eso, siempre que las cosas sean razonablemente iguales.
—Entonces —dijo Baley—, aunque la Primera Ley establece que «ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano sufra daño», ¿las dos partes de la ley no son iguales? Una falta por comisión, según dices, es mayor que una por omisión, ¿no?
—El enunciado de la ley es una mera descripción aproximativa de las constantes variaciones en la fuerza positronomotriz a lo largo de las vías cerebrales robóticas, compañero Elijah. No sé lo suficiente para describirlo matemáticamente, pero conozco muy bien cuáles son mis tendencias.
—Y éstas son siempre preferir la no acción a la acción, si el perjuicio es aproximadamente el mismo en ambos casos, ¿no es así?
—En general. Y siempre elegir la verdad sobre la no verdad, si el daño es similar en ambas direcciones. En general, es así.
—En el presente caso, ya que hablas de refutar las palabras de la doctora Vasilia y con ello perjudicarla, eso sólo puede significar que la Primera Ley está suficientemente mitigada por el hecho de que estás diciendo la verdad.
—En efecto, compañero Elijah.
—Lo cierto es que tú dirías lo que acabas de decir, aunque fuera una mentira, si el doctor Fastolfe te hubiese programado con la suficiente intensidad para decir esa mentira cuando fuese necesario y para negarte a reconocer que habías sido programado para ello.
Hubo una pausa y a continuación Daneel dijo:
—Así es, compañero Elijah.
—Es un poco complicado, Daneel, pero ¿sigues creyendo que el doctor Fastolfe no asesinó a Jander Panell?
—Mi experiencia con él me dice que el doctor es sincero, compañero Elijah, y que no le causaría daño al amigo Jander.
—Y en cambio el propio Fastolfe ha descrito un fuerte motivo por el que él mismo podría haberlo hecho, mientras que la doctora Vasilia acaba de expresar un motivo totalmente distinto, tan poderoso como el anterior y más escandaloso todavía. —Hizo una corta pausa y añadió—: Si el público conociera cualquiera de ambos, el convencimiento de la culpabilidad del doctor Fastolfe se haría universal.
De pronto, Baley se volvió hacia Giskard.
—¿Qué opinas tú, Giskard? Tú conoces al doctor Fastolfe desde bastante antes que Daneel. ¿Estás de acuerdo con él en que el doctor Fastolfe no pudo haber cometido ese acto ni haber destruido a Jander, en base a lo que tú conoces del carácter del doctor?
—Sí, señor.
Baley observó al robot en actitud dubitativa. Giskard era menos avanzado que Daneel. ¿Hasta qué punto podía confiar en él como testigo? ¿No podía haber sido programado para mostrarse de acuerdo con Daneel en todo lo que éste decidiera?
—Y también conoces a fondo a la doctora Vasilia, ¿no es cierto?
—Antes la conocía muy bien —asintió Giskard.
—Y te gustaba, por lo que intuyo.
—La doctora estuvo a mi cargo durante muchos años y la tarea no me disgustó ni me causó problemas de ningún tipo.
—¿Pese a que jugueteó con tu programación?
—Lo hizo con mucha pericia.
—¿Mentiría la doctora acerca de su padre... del doctor Fastolfe, quiero decir?
Giskard titubeó.
—No, señor. No lo haría —dijo por último.
—Entonces, ¿aseguras que lo que me ha contado en nuestra entrevista es verdad?
—No exactamente, señor. Lo que digo es que ella cree que sus afirmaciones son la verdad.
—Pero, ¿por qué iba ella a creer que todas esas barbaridades acerca de su padre eran ciertas si, en realidad, él es una buena persona, tal como asegura Daneel?
—La doctora Vasilia se siente amargada por diversos hechos acaecidos en su juventud —dijo Giskard lentamente—. Unos hechos de los que considera responsable al doctor Fastolfe y de los que quizás éste fuera responsable involuntario... hasta cierto punto. Me parece que no era su intención que los hechos en cuestión tuvieran las consecuencias que luego tuvieron. Sin embargo, lo seres humanos no se rigen por las estrictas leyes de la robótica. Por lo tanto, es difícil juzgar la complejidad de las motivaciones humanas en la mayor parte de sus actuaciones.
—Eso es muy cierto —murmuró Baley.
—¿Considera imposible la tarea de demostrar la inocencia del doctor Fastolfe? —preguntó Giskard.
Baley juntó sus cejas en una expresión ceñuda.
—Puede ser. Tal como están las cosas, no veo salida. Además, si la doctora Vasilia habla, como ha amenazado hacer...
—Pero usted le ha ordenado permanecer callada, le ha explicado que sería peligroso para ella misma si lo hacía.
Baley movió la cabeza en señal de negativa y reconoció:
—No era verdad. Ya no sabía qué decir y...
—Entonces, ¿tiene intención de abandonar?
—¡No! —exclamó vigorosamente Baley—. Si sólo se tratara de Fastolfe, quizá lo hiciera. Después de todo, ¿qué daño físico le produciría? El roboticidio no es siquiera un delito, sino una falta. Como mucho, el doctor perdería influencia política y, quizá, se vería incapacitado para continuar su labor científica durante una temporada. Yo lamentaría mucho que tal cosa sucediera, pero si no puedo hacer nada más, no puedo hacer nada más.
»Y si sólo se tratara de mí, quizá también me rindiera. Quizás eso dañara mi reputación pero, ¿quién puede edificar una casa de ladrillos sin ladrillos? Regresaría a la Tierra deshonrado y me esperaría una vida triste e incalificable, pero ése es el riesgo que corren todos los terrícolas. Hombres mejores que yo han tenido que afrontar situaciones parecidas e igualmente injustas.
»Pero este asunto incumbe también a la Tierra. Si no tengo éxito, además de las lamentables consecuencias para el doctor Fastolfe y para mí mismo, quedará descartada toda esperanza de que los terrícolas puedan salir de su planeta y esparcirse por la galaxia. Por esa razón, no debo fallar y debo seguir adelante sea como sea, hasta que no me expulsen físicamente de este mundo.
Tras finalizar la explicación casi en un susurro, Baley levantó de pronto la mirada y dijo en tono malhumorado:
—¿Por qué estamos parados aquí, Giskard? ¿Tienes el motor en marcha sólo para divertirte?
—Con todo el respeto, señor —replicó Giskard—, no me ha dicho usted adonde desea ir.
—¡Es cierto! Te pido excusas, Giskard. Primero, llévame al Personal comunitario más próximo, de los que ha mencionado la doctora Vasilia. Vosotros dos podéis ser inmunes a tales cosas, pero yo tengo que vaciar mi vejiga. Después, búscame un lugar cercano donde pueda comer algo. También tengo un estómago que necesito llenar. Y después...
—¿Sí, compañero Elijah? —preguntó Daneel.
—A decir verdad, Daneel, no lo sé. Ya pensaré en algo cuando haya satisfecho esas necesidades puramente fisiológicas.
Baley deseó fervientemente poder creerse sus palabras.
El planeador no sobrevoló el terreno mucho rato. Cuando se detuvo, balanceándose ligeramente, Baley sintió el habitual nudo en el estómago. El leve movimiento le indicó que estaba en un vehículo e hizo desaparecer la sensación temporal de seguridad que le proporcionaba el estar entre paredes y entre robots. A través del cristal delantero y de los laterales (y a través del trasero, si volvía la cabeza) se divisaba la blancura del cielo y el verdor de la vegetación. Todo aquello formaba el Exterior, esto es, la nada. Tragó saliva, incómodo.
Se detuvieron frente a un pequeño edificio.
—¿Eso es el Personal comunitario? —preguntó Baley.
—Es el más próximo de los varios que están repartidos por los terrenos del Instituto, compañero Elijah.
—Lo habéis encontrado muy pronto. ¿Constan también estos edificios en el mapa que ha sido introducido en tu memoria?
—-Efectivamente, compañero Elijah.
—¿Está ocupado en este momento?
—Quizá, compañero Elijah, pero puede ser utilizado por tres o cuatro personas simultáneamente.
—¿Hay sitio para mí?
—Es muy probable, compañero Elijah.
—Bien, entonces dejadme salir. Iré a ver...
Los robots no se movieron.
—Señor —dijo Giskard—, nosotros no podemos entrar con usted.
—Sí, lo sé, Giskard.
—No podremos protegerle adecuadamente, señor.
Baley frunció el ceño. El robot inferior, naturalmente, debía de tener un cerebro más rígido y Baley advirtió de repente el peligro de que ambos robots no le permitieran, simplemente, quedar fuera de su vista y, por tanto, acudir al Personal. Se volvió hacia Daneel, de quien podía esperar una mayor comprensión de las necesidades humanas, y en tono de urgencia, dijo:
—Giskard, no puedo evitarlo, tengo que ir... Daneel, no puedo aguantar más. Dejadme bajar del vehículo.
Giskard miró a Daneel sin moverse y, durante un terrible instante, Baley pensó que el robot le sugeriría aliviarse en el campo próximo, al aire libre, como un animal.
El momento pasó. Daneel sentenció:
—Creo que debemos permitir que el compañero Elijah haga lo que necesita.
Ante esta intervención, Giskard cedió y dijo:
—Si puede resistir un momento, señor, investigaré primero el edificio.
Baley hizo una mueca. Giskard se apeó del vehículo y se encaminó despacio hacia el edificio. Después, metódicamente, dio una vuelta alrededor del mismo. Baley casi podía haber supuesto que, en cuanto Giskard desapareciera, la urgencia de hacer sus necesidades iba a aumentar.
Intentó distraer sus propias terminaciones nerviosas contemplando el panorama. Tras fijarse un poco, advirtió una serie de delgados cables aquí y allá, en el aire, como finos cabellos oscuros sobre el cielo blanquecino. Al principio, no se percató de ellos. Lo primero que divisó fue un objeto oval que se deslizaba bajo las nubes. Después reconoció que se trataba de un vehículo y advirtió que no flotaba, sino que estaba suspendido de un largo cable horizontal. Siguió con la mirada el cable, adelante y atrás, y se percató de que había otros similares. Entonces observó otro vehículo más lejos, y otro más aún. El más distante de los tres era una pequeña mancha sin rasgos apreciables que sólo reconoció porque antes había visto los otros, más próximos.
Indudablemente, se trataba de un teleférico para el transporte interno de una parte a otra del Instituto de Robótica.
Baley pensó en lo extensas que eran las instalaciones. Cuánto espacio inútil consumía el Instituto.
Y en cambio, aun así, no ocupaba toda la superficie. Los edificios estaban separados lo suficiente para que la vegetación pareciera no haber sido tocada y para que la vida animal y vegetal continuara (se imaginó Baley) como si de una zona silvestre se tratara.
Baley recordó Solaria. El planeta le había parecido vacío. Indudablemente, todos los mundos de los espaciales parecían vacíos. El mismo planeta Aurora lo parecía, pese a ser el más poblado y pese a que Baley se hallaba en la región más colonizada del globo. Por lo demás, también la Tierra parecía vacía, exceptuando las Ciudades.
Pero las Ciudades existían, y Baley sintió una intensa añoranza que se vio obligado a apartar de sí.
—¡Ah! —exclamó Daneel—. El amigo Giskard ha terminado su reconocimiento.
Giskard regresó al vehículo y Baley preguntó en tono áspero:
—¿Y bien? ¿Tienes la amabilidad de darme permiso...?
Se detuvo. ¿Por qué malgastar sarcasmo con aquel impenetrable pellejo de robot?
—Parece absolutamente seguro que el Personal no está ocupado.
—¡Bien! Entonces, apártate de mi camino.
Baley abrió impetuosamente la puerta del planeador y saltó a la grava de un estrecho sendero. Avanzó rápidamente, con Daneel pegado a los talones.
Cuando llegaron a la puerta del edificio, Daneel indicó sin palabras el contacto que la abriría. Daneel no se aventuró a tocar él mismo el pulsador. Probablemente, pensó Baley, haberlo hecho sin instrucciones específicas habría indicado intención de entrar, y ni siquiera la intención le estaba permitida.
Baley pulsó el contacto y entró, dejando atrás a los dos robots.
Hasta que no hubo entrado, no se le ocurrió que Giskard no había podido entrar en el Personal para comprobar si efectivamente el Personal estaba desocupado. El robot debía de haberlo juzgado así por lo que se apreciaba desde fuera, lo cual resultaba un procedimiento bastante dudoso, como mínimo.
Y Baley advirtió, con cierta intranquilidad, que por primera vez estaba aislado y separado de todos sus protectores, y que éstos, estando al otro lado de la puerta, no podrían entrar fácilmente si de pronto se encontraba en dificultades. ¿Y si en aquel momento no estaba solo en el Personal? ¿Y si Vasilia habla alertado a algún enemigo de que Baley buscaría un Personal cuando saliera de la entrevista? ¿Y si ese enemigo estaba oculto en el edificio en aquel mismo instante?
De pronto, Baley advirtió, inquieto, que estaba totalmente desarmado (lo cual no hubiera sucedido en la Tierra).
Ciertamente, el edificio no era muy grande. Había unos pequeños urinarios, uno junto a otro, en un total de media docena. También había otra media docena de lavabos, también uno al lado de otro. No había duchas, ni refrescadores de ropas, ni utensilios de afeitar.
Vio media docena de excusados, separados por unos tabiques y con una portezuela en cada uno. ¿No podía haber alguien en el ulterior de uno de ellos...?
Las portezuelas no llegaban al suelo. Avanzando lentamente, Baley se inclinó y miró por debajo de cada una, buscando la presencia de alguien. Después se acercó a cada puerta, probó si estaban cerradas y fue abriéndolas de golpe, dispuesto a cerrarlas inmediatamente al menor signo de movimiento en el interior y a salir corriendo por la puerta que daba al exterior.
Todos los excusados estaban vacíos.
Baley miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera otros rincones para esconderse.
No vio ninguno.
Volvió hasta la puerta que daba al Exterior y no encontró sistema alguno para cerrarla por dentro. Encontró lógico que no hubiera cerradura por dentro. El Personal era, evidentemente, para que varios hombres lo utilizaran simultáneamente. Las instalaciones podían permitir la entrada de otras personas mientras alguien se encontraba en el interior.
Sin embargo, no podía salir y buscar otro Personal, pues el peligro seguiría existiendo igual y, además, ya no podía aguantar más tiempo.
Por un instante, Baley se sintió incapaz de decidir cuál de la serie de urinarios utilizar. Podía acercarse y usar cualquiera. Igual que cualquier persona que entrara.
Se obligó a decidirse por uno y, consciente de la falta de intimidad que la serie de urinarios representaba, se vio incapaz de vaciar la vejiga. Seguía sintiendo la necesidad urgente de hacerlo, pero tuvo que aguardar impacientemente a que se le pasara la aprensión que sentía ante la posibilidad de que entrara alguien.
Ya no temía que entrara un enemigo, sino la mera presencia de otra persona.
Entonces pensó que los robots retrasarían, por lo menos, la entrada de cualquiera que se aproximara.
Intentó relajarse con ese pensamiento...
Ya habla terminado, muy aliviado, y se disponía a lavarse las manos cuando oyó una voz bastante tensa moderadamente aguda.
—¿Es usted Elijah Baley?
Baley se quedó helado. Después de tanta aprensión y de tantas precauciones, no se había dado cuenta de que alguien entraba. Al fin y al cabo, había estado concentrado por completo en el simple acto de vaciar la vejiga, algo que no debía haber ocupado ni una mínima fracción de su mente consciente. (¿Se estaría haciendo viejo?)
A decir verdad, la voz que acababa de oír no parecía en absoluto amenazadora. No había en ella el menor rastro de peligrosidad. Quizá se debía a que Baley seguía dando por seguro —y por tanto, sentía una plena confianza en ello— que, si no Giskard, al menos Daneel habría impedido que cualquiera que representara una amenaza pudiera entrar.
Lo que sobresaltó a Baley fue simplemente el hecho de que otra persona entrara. En toda su vida, ningún hombre se habla acercado siquiera a él —y mucho menos le había hablado— en un Personal. En la Tierra era el tabú que más rígidamente se seguía y en Solaria (y hasta aquel momento, en Aurora) siempre había utilizado Personales para una sola persona.
La voz insistió, impaciente.
—¡Vamos! ¡Usted tiene que ser Elijah Baley!
Baley se volvió, lentamente. Vio a un hombre de estatura media, elegantemente vestido con ropas en diversos tonos de azul. El hombre tenía la piel clara, el cabello rubio y un pequeño bigote ligeramente más oscuro que el cabello de la cabeza. Baley se descubrió a sí mismo contemplando fascinado la franja de pelo sobre el labio. Era la primera vez que veía a un espacial con bigote.
—Sí, soy Elijah Baley —respondió (lleno de vergüenza por el hecho de hablar en un Personal). Su voz le sonó, incluso a sí mismo, como un susurro áspero y nada convincente.
El espacial, desde luego, pareció encontrar poco convincente la información. Entrecerró los ojos y, mirándole fijamente, continuó:
—Los robots de ahí fuera me han dicho que Elijah Baley estaba aquí dentro, pero usted no se parece en nada al Baley que salió en el programa de hiperondas. No se parece en absoluto.
¡Aquel estúpido programa!, pensó Baley, furioso. Hasta el fin de sus días no podría conocer a nadie que antes no hubiera sido intoxicado con aquel maldito programa. Nadie le tomaría de entrada por un ser humano normal, falible y, cuando su fabilidad quedara al descubierto, todo el mundo le consideraría un estúpido y le rechazaría.
Se volvió otra vez hacia el lavabo, con aire resentido. Se enjuagó las manos y luego las agitó en el aire con un gesto vago, preguntándose dónde estaría el aparato de aire caliente para secarlas. El espacial tocó un pulsador y pareció surgir de la nada una toallita de pelusilla absorbente.
—Gracias —dijo Baley, recogiéndola—. El que aparecía en el programa de hiperondas no era yo. Era un actor.
—Ya lo sé, pero podían haber escogido a alguien que se pareciera un poco más a usted, ¿no cree? —La frase parecía contener una cierta protesta—. Quiero hablar con usted.
—¿Cómo ha podido librarse de mis robots?
Aparentemente, la frase tenía también un cierto tono de protesta.
—Por poco no lo consigo —dijo el espacial—. Han intentado detenerme y yo sólo traía conmigo un robot. Me he visto obligado a simular que era muy urgente que entrara, y ellos me han registrado. Literalmente, me han puesto las manos encima para ver si llevaba algo que pudiera resultar peligroso. Podría ponerle a usted un pleito si no fuera terrícola. No deben darse a los robots órdenes que puedan molestar a un ser humano.
—Lo lamento —dijo Baley con voz tensa—, pero no soy yo quien les ha dado las órdenes. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Quiero hablar con usted.
—Ya está haciéndolo... ¿quién es usted?
Su interlocutor pareció titubear y, por último, dijo:
—Gremionis.
—¿Santirix Gremionis?
—Exacto.
—¿Por qué quiere hablar conmigo?
Gremionis se quedó mirando a Baley un instante, aparentemente desconcertado. Después murmuró:
—Bueno, ya que estoy aquí... si no le importa..., yo también querría... —y avanzó hacia la línea de urinarios.
Baley comprendió lo que el espacial pretendía hacer y sintió fuertes náuseas. Se volvió de espaldas a él inmediatamente y murmuró:
—Le esperaré fuera.
—No, no se vaya —exclamó Gremionis en tono desesperado, casi en un graznido—. Esto no me llevará más que un segundo. ¡Por favor!
Baley también deseaba con igual desesperación hablar con Gremionis, y no quería hacer nada que pudiera ofender a éste, haciéndole volverse atrás. De no haber sido así, no habría accedido a tal solicitud.
Se mantuvo de espaldas a Gremionis, con los ojos casi cerrados en una especie de reflejo horrorizado. Sólo cuando Gremionis volvió a acercarse a él con las manos envueltas en otra toallita de pelusilla, pudo Baley relajarse otra vez.
—¿Por qué quiere hablar conmigo? —volvió a preguntar.
—Gladia, la mujer de Solaria... —Gremionis pareció titubear y se detuvo.
—Conozco a Gladia —dijo Baley en tono frío.
—Gladia ha hablado conmigo, por triménsico, sabe, y me ha dicho que usted le había hecho preguntas acerca de mí. También me ha preguntado si yo había manipulado para algo un robot que ella poseía, un robot de aspecto humano como uno de los que están ahí fuera...
—¿Y lo ha hecho usted, señor Gremionis?
—¡No! Ni siquiera sabía que Gladia tuviera un robot así hasta que... ¿Le dijo usted que había sido yo?
—Sólo le hice unas preguntas, señor Gremionis.
Gremionis había cerrado el puño derecho y lo apretaba ahora contra la palma de la mano izquierda. Con voz nerviosa, prosiguió:
—No quiero ser acusado falsamente de algo, y en especial si tal acusación falsa puede afectar a mi relación con Gladia.
—¿Cómo me ha localizado usted? —dijo Baley.
—Gladia me ha preguntado por ese robot y me ha dicho que usted había preguntado por mí. Yo ya sabía que usted había sido llamado a Aurora por el doctor Fastolfe para solucionar este... este problema del robot. Salió en el noticiario de hiperondas. Y...
Las palabras iban surgiendo una tras otra, como si cada una de ellas le costara un esfuerzo terrible.
—Prosiga —dijo Baley.
—He creído que tenía que hablar con usted para explicarle que no tuve nada que ver con ese robot. ¡Nada! Gladia no sabía dónde podía estar usted, pero he pensado que el doctor Fastolfe conocería su paradero.
—¿Así que le ha llamado?
—Oh, no. Yo... yo no creo que tenga valor para... El doctor es un científico muy importante. Sin embargo, Gladia le ha llamado por mí. Gladia es de este tipo de persona. El doctor le ha dicho que usted había salido a ver a su hija, la doctora Vasilia Aliena. Ha sido una suerte, porque yo conozco a la doctora.
—Sí, ya sé que la conoce —asintió Baley. Gremionis pareció algo inquieto.
—¿Cómo es que...? ¿También a ella le ha preguntado por mí? —Su inquietud pareció degenerar hasta convertirse en aflicción—. Por último, he llamado a la doctora Vasilia y me ha dicho que acababa usted de marcharse y que probablemen-te le encontraría en algún Personal comunitario. Este es el más próximo al establecimiento de la doctora, y he pensado que no debía de haber ninguna razón para que acudiera a otro más lejano. ¿Por qué iba a hacerlo?, me he dicho.
—Ha razonado usted muy acertadamente, pero ¿cómo ha conseguido llegar tan pronto?
—Trabajo en el Instituto de Robótica y mi establecimiento está situado en terrenos del Instituto. Mi motosilla me ha traído aquí en unos minutos.
—¿Ha venido solo?
—Sí. Sólo con un robot. La motosilla es biplaza, ¿sabe?
—¿Y el robot le está esperando fuera?
—Sí.
—Dígame otra vez por qué quiere hablar conmigo.
—Tengo que asegurarme de que usted no piense que tuve algo que ver con ese robot. Yo no había oído hablar siquiera de él hasta que el asunto apareció en los noticiarios. Y bien, ¿puedo hablarle ahora?
—Sí, pero no aquí —dijo Baley con firmeza—. Salgamos.
Baley pensó en lo extraño que resultaba sentirse tan agradecido de dejar atrás los muros del edificio y salir al Exterior.
En aquel Personal había algo que le resultaba mucho más extraño que cualquier otro objeto o lugar de Solaria o de Aurora. Más desconcertante aún que el hecho de su uso indiscriminado en todo el planeta, había sido el horror de que alguien le hablara allí dentro, abierta y despreocupadamente. Aquélla era una conducta que impedía diferenciar el Personal, y el uso del mismo, de cualquier otro lugar y propósito.
Las peliculas-libro que había visionado no decían nada de aquello. Evidentemente, como había señalado Fastolfe, no se habían escrito para terrícolas sino para auroranos y, en menor medida, para posibles turistas de los otros cuarenta y nueve mundos espaciales. Al fin y al cabo, los terrícolas casi nunca viajaban a los mundos espaciales, y menos aún a Aurora. Allí no eran bien recibidos. ¿Por qué, entonces, habían de mencionarse las diferencias en el uso del Personal?
Y sin embargo, ¿aquel comportamiento no se contradecía con el nombre que recibía el edificio? Pese a todo, Baley no pudo evitar pensar en los Personales para mujeres de la Tierra donde, como frecuentemente le había contado Jessie, las mu-jeres charlaban sin parar, sin sentir el menor malestar por ello. ¿Por qué las mujeres, y no los hombres? Baley nunca había pensado seriamente en ello, sino que lo había aceptado como una mera costumbre, una costumbre inmutable. Y sin embargo, si las mujeres lo hacían, ¿por qué los hombres no?
No importaba. El pensamiento sólo afectó a su intelecto, y no a la parte de su mente que le hacía sentir un abrumador e inextirpable desagrado ante la mera idea.
—Salgamos —repitió.
—Pero ahí fuera están sus robots —protestó Gremionis.
—En efecto. ¿Y qué?
—Considero que éste es un asunto que deberíamos tratar en privado, de hombre a... hombre —tartamudeó al terminar la frase.
—Supongo que quiere usted decir de espacial a terrícola.
—Si lo prefiere así...
—Mis robots son necesarios —afirmó Baley—. Son mis colegas en la investigación.
—Pero esto no tiene que ver con la investigación. Es precisamente lo que estoy intentando decirle.
—Eso ya lo decidiré yo —insistió Baley con firmeza, saliendo del Personal.
Gremionis titubeó y, a continuación, salió tras él.
Daneel y Giskard aguardaban fuera, impasibles, inexpresivos y pacientes. Baley creyó adivinar en el rostro de Daneel lo que podía ser un asomo de preocupación, pero recordó que sólo su imaginación podía descubrir emociones en aquellos rasgos inhumanamente humanos. Giskard, con su apariencia menos humana, no mostraba ninguna expresión en sus rasgos, ni siquiera para el más voluntarioso e imaginativo de los hombres propensos a personificar a los robots.
Un tercer robot aguardaba junto a ellos. Sin duda, se trataba del que acompañaba a Gremionis. Era más sencillo incluso que Giskard y todo él tenía un aire desharrapado. Resultaba evidente que Gremionis no era muy rico.
Daneel, con una voz que Baley tomó automáticamente por cálida y aliviada, le saludó:
—Me alegro de ver que estás bien, compañero Elijah.
—Estoy perfectamente. Sin embargo, siento curiosidad por una cosa. Si me hubierais oído pedir auxilio desde ahí dentro, ¿habríais entrado?
—Al instante, señor —dijo Giskard.
—¿Aunque estéis programados para no entrar en el Personal?
—La necesidad de proteger a un ser humano, especialmente a usted, señor, habría prevalecido.
—Así es, compañero Elijah —dijo Daneel.
—Me alegro de saberlo —dijo Baley—. Este es Santirix Gremionis. Señor Gremionis, éste es Daneel y éste, Giskard.
Los dos robots inclinaron la cabeza solemnemente. Gremionis se limitó a mirarles y a levantar una mano en señal de indiferente saludo. No se molestó siquiera en presentar a su robot.
Baley miró a su alrededor. La luz era claramente más mortecina, el aire era más frío y el sol estaba totalmente oculto por las nubes. En los alrededores se apreciaba un resplandor que no pareció afectar a Baley, quien seguía encantado de haber salido del Personal. Le producía una gran euforia la sorpresa de experimentar una sensación de agrado en el Exterior. Reconocía que se trataba de una situación muy especial, pero era un principio y no pudo evitar considerarlo un triunfo.
Baley estaba a punto de volverse hacia Gremionis para reanudar la conversación cuando sus ojos, captaron algo que se movía. Una mujer, acompañada de un robot, se acercaba hacia ellos cruzando el césped. Era evidente que se dirigía hacia el Personal.
Baley extendió una mano en dirección a la mujer, como para detenerla, aunque ella todavía se encontraba a más de treinta metros, y murmuró:
—¿Y esa mujer? ¿No sabe que esto es un Personal para hombres?
—¿Cómo? —exclamó Gremionis.
La mujer siguió acercándose mientras Baley la observaba, absolutamente perplejo. Por último, el robot de la mujer se hizo a un lado y aguardó mientras la mujer entraba en el edificio.
—¡Pero ella no puede entrar ahí! —exclamó Baley, incrédulo.
—¿Por qué no? Es un Personal comunitario —dijo Gremionis.
—¡Pero es para hombres!
—Es para personas —le corrigió Gremionis, con aire de total incomprensión.
—¿Para ambos sexos? Estoy seguro de que se refería a eso, ¿verdad?
—Sí. Es para todos los seres humanos, naturalmente. ¡Por supuesto que me refería a eso! ¿Cómo pretende usted que fuera, si no? No le comprendo.
Baley se volvió de espaldas. Hasta hacía apenas unos minutos, había creído que mantener una conversación en un Personal era el colmo del mal gusto, de las «cosas que no deben hacerse».
Si hubiera querido pensar en algo aún peor, no se le habría ocurrido ni por casualidad la posibilidad de encontrar a una mujer en un Personal. Los convencionalismos de la Tierra exigían hacer caso omiso de la presencia de otros hombres en los grandes Personales comunitarios de ese planeta, pero ni siquiera todos los convencionalismos inventados jamás le habrían impedido reconocer si la persona que pasaba frente a él era un hombre o una mujer.
¿Y si mientras él estaba en el Personal hubiera entrado una mujer como la que acababa de hacerlo, con aquel aire tan despreocupado e indiferente? Peor aún, ¿y si él hubiera entrado en el Personal y hubiese encontrado allí a una mujer?
No pudo estimar cuál habría sido su reacción. Nunca había sopesado tal posibilidad, ni mucho menos sé había encontrado en tal situación, pero la idea le resultó absolutamente intolerable.
Y las películas-libro tampoco le habían dicho nada al respecto.
Había estudiado todas aquellas películas para no iniciar la investigación ignorando totalmente el sistema de vida de Aurora, y ahora resultaba que ignoraba por completo las costumbres más importantes.
¿Cómo podía, entonces, resolver aquel enrevesadísimo rompecabezas de la muerte de Jander, si a cada paso que daba se descubría sumido en la ignorancia?
Un instante antes, había considerado un triunfo una pequeña conquista sobre el terror que sentía por el Exterior, pero ahora tenía que afrontar la sensación de ser un absoluto ignorante, un ignorante incluso de la naturaleza de su ignorancia.
Fue entonces, mientras luchaba por no imaginarse a la mujer recorriendo el mismo espacio físico que él había ocupado minutos antes, cuando alcanzó un grado de desesperación casi absoluto.
Giskard intervino nuevamente (y de un modo que permitía reconocer su preocupación, si no en el tono de voz, al menos en sus palabras).
—¿No se encuentra bien, señor? ¿Necesita ayuda?
—No, no. Me encuentro bien —murmuró Baley—. Pero apartémonos un poco. Estamos en medio del camino de las personas que desean utilizar esa instalación.
Se encaminó rápidamente hacia el planeador, que descansaba en el terreno abierto al otro lado del camino de grava. Más allá había un pequeño vehículo de dos ruedas con dos asientos, uno detrás del otro. Baley reconoció la motosilla de Gremionis.
Se sentía deprimido y amargado, y advirtió que su malestar se veía aumentado por el hecho de tener hambre. Ya hacía mucho que había pasado la hora del almuerzo y todavía no había probado bocado. Se volvió hacia Gremionis y le dijo:
—Está bien, hablemos. Pero, si no le importa, hagámoslo mientras comemos. Esto es, si no ha almorzado usted todavía... y si no le importa comer conmigo.
—¿Dónde va a comer?
—No lo sé. ¿Dónde se puede comer, aquí en el Instituto?
—En el comedor comunitario, no, desde luego —dijo Gremionis—. Allí no podríamos hablar.
—¿Hay alguna alternativa?
—Venga a mi establecimiento —se ofreció Gremionis de inmediato—. No es de los más bonitos de por aquí, pues no soy uno de los altos ejecutivos. Aun así, tengo algunos robots a mi servicio y creo que podremos preparar una comida decente. Vamos a ver: yo iré en la motosilla con Brundij, el robot, y usted puede seguirme con los suyos en el planeador. Tendrá que ir despacio, pero no estoy a más de un kilómetro de aquí. Apenas tardaremos un par o tres de minutos.
Gremionis se alejó al trote. Baley le observó y pensó que parecía haber en él una especie de desmañada juventud. No resultaba sencillo juzgar su edad a primera vista, naturalmente; los espaciales no reflejaban en su físico el paso de los años y Gremionis podía fácilmente tener más de cincuenta, pero actuaba como un joven, casi como lo que un terrícola tomaría por adolescente. Baley no estaba seguro de qué tenía Gremionis para que le diera aquella impresión. Se volvió de pronto hacia Daneel y le preguntó:
—¿Conocías a Gremionis, Daneel?
—No le habia visto nunca, compañero Elijah.
—¿Y tú, Giskard?
—Le había visto una vez, pero sólo al pasar.
—¿Sabes algo de él, Giskard?
—Nada que no se aprecie a simple vista, señor.
—¿Sabes su edad? ¿Conoces su personalidad?
—No, señor.
—¿Preparados? —gritó Gremionis. Su motosilla rugía bastante ruidosamente. Era evidente que el vehículo no iba asistido por chorros de aire, y que sus ruedas no se levantarían del suelo. Brundij tomó asiento detrás de Gremionis.
Giskard, Daneel y Baley subieron de nuevo al planeador, rápidamente.
Gremionis empezó a avanzar en la motosilla, describiendo un amplio círculo. El viento le agitaba el cabello, y Baley tuvo una repentina sensación de cómo debía de notarse el viento cuando uno viajaba en un vehículo abierto como la motosilla. Agradeció estar totalmente encerrado en el planeador, que de pronto le pareció un medio de transporte mucho más civilizado.
La motosilla enderezó el rumbo y avanzó rauda con un sordo rugido mientras Gremionis les hacía un gesto con la mano indicando que le siguieran. El robot que iba sentado detrás mantenía el equilibrio con una facilidad casi negligente y sin asirse a la cintura de Gremionis, como Baley estaba seguro de que hubiera tenido que hacer cualquier ser humano.
El planeador siguió al otro vehículo. Aunque el suave avance de la motosilla parecía ser una gran velocidad, aparentemente ello se debía a la ilusión que creaba su pequeño tamaño. El planeador tuvo ligeras dificultades en mantener una velocidad lo bastante baja para no echarse encima del otro vehículo.
—Hay algo —dijo Baley en actitud pensativa— que sigue preocupándome.
—¿De qué se trata, compañero Elijah? —preguntó Daneel.
—Vasilia se ha referido a ese Gremionis despreciativamente, llamándole «peluquero». Al parecer, ese hombre se ocupa del cuidado del cabello, del vestuario y de otros asuntos de embellecimiento personal. ¿Cómo es, entonces, que tiene un establecimiento en los terrenos del Instituto de Robótica?