6
GLADIA

23

La mujer que estaba ante ellos dijo con una leve sonrisa:

—Sabía que cuando volviera a verte, Elijah, ésta sería la primera palabra que oiría.

Baley la miró fijamente. Había cambiado. Llevaba el cabelló más corto y su cara reflejaba incluso más inquietud que dos años antes y, por alguna razón, parecía más de dos años mayor. Sin embargo, seguía siendo inequívocamente Gladia. Aún tenía la cara triangular, con los pómulos pronunciados y la barbilla pequeña. Aún era baja, aún era delgada, aún tenía un aspecto vagamente infantil.

Había soñado a menudo con ella —aunque no de un modo abiertamente erótico— tras regresar a la Tierra. Sus sueños siempre giraban en torno a su incapacidad de alcanzarla del todo. Siempre estaba allí, un poco demasiado lejos para hablarle fácilmente. Nunca le oía cuando la llamaba. Nunca estaba más cerca aunque él se aproximara.

No era difícil comprender por qué los sueños habían sido así. Ella era una persona nacida en Solaria y, como tal, raramente estaba en la presencia física de otros seres humanos.

Elijah le había sido prohibido porque era humano —y aparte de eso (naturalmente) porque procedía de la Tierra—. Aunque las exigencias del caso de asesinato que estaba investigando les forzaron a encontrarse, ella se mantuvo cubierta a lo largo de sus relaciones, cuando estaban físicamente juntos, para evitar el contacto efectivo. Sin embargo, en su último encuentro y desafiando a todo buen sentido, le tocó fugazmente la mejilla con la mano desnuda. Sin duda sabía que eso podía contaminarla. Baley apreció más la caricia, pues todos los aspectos de su educación solariana contribuían a hacerla impensable.

Los sueños se habían desvanecido con el tiempo.

Baley dijo, bastante estúpidamente:

—Eras tú quien poseías el...

Hizo una pausa y Gladia terminó la frase en su lugar.

—El robot. Y hace dos años, era yo quien poseía el marido. Destruyo todo lo que toco.

Sin saber realmente lo que hacía, Baley alzó una mano para llevársela a la mejilla. Gladia pareció no advertirlo.

Dijo:

—Aquella primera vez acudiste en mi ayuda. Perdóname, pero tenía que recurrir nuevamente a ti... Entra, Elijah. Entre, doctor Fastolfe.

Fastolfe retrocedió para ceder el paso a Baley. Le siguió. Luego entraron Daneel y Giskard, y ellos, con la discreción característica de los robots, se dirigieron a unos huecos vacíos que había en la pared en lados opuestos y permanecieron silenciosamente en pie, de espaldas a la pared.

Por un momento, pareció que Gladia iba a tratarlos con la indiferencia que los seres humanos solían mostrar hacia los robots. Sin embargo, tras echar una ojeada a Daneel, se volvió y dijo a Fastolfe con voz ahogada:

—Ese. Por favor. Pídale que se marche.

Con un ligero movimiento de sorpresa, Fastolfe preguntó:

—¿Daneel?

—¡Es demasidado... demasiado parecido a Jander!

Fastolfe se volvió a mirar a Daneel y una expresión de evidente dolor le contrajo momentáneamente el rostro.

—Por supuesto, querida. Debes perdonarme. No se me había ocurrido... Daneel, ve a otra habitación y quédate allí mientras estemos aquí.

Sin una palabra, Daneel salió.

Gladia miró un momento a Giskard, como para ver si también él se parecía demasiado a Jander, y luego se volvió con un ligero encogimiento de hombros.

Dijo:

—¿Les apetece algún refresco? Tengo una excelente bebida de coco, natural y fría.

—No, Gladia —contestó Fastolfe—. Yo me he limitado a traer al señor Baley como te prometí que haría. No me quedaré mucho rato.

—Si puedo tomar un vaso de agua —pidió Baley—, no te molestaré con nada más.

Gladia levantó una mano. Indudablemente estaba siendo observada, pues al cabo de un momento apareció un robot con un vaso de agua en una bandeja y un plato de algo semejante a unas galletas con un bulto rosado sobre cada una.

Baley no pudo evitar tomar una, aunque no estaba seguro de lo que podía ser. Tenía que ser algo originario de la Tierra, pues no creía que en Aurora, él —o cualquier otro— comiera una porción de la escasa biota natural del planeta, o bien algo sintético. No obstante, los derivados de las especies alimenticias terrícolas podían cambiar con el tiempo, fuese a través de un cultivo deliberado o por la acción de un medio ambiente extraño, y el mismo Fastolfe lo había confirmado, a la hora del almuerzo, al declarar que la comida aurorana tenía un sabor al que había que estar acostumbrado.

Quedó agradablemente sorprendido. El sabor era fuerte y picante, pero lo encontró delicioso y casi en seguida cogió otra galleta. Dio las gracias al robot (que de lo contrario habría permanecido allí indefinidamente) y cogió todo el plato, así como el vaso de agua.

El robot salió.

La tarde tocaba a su fin y los rojizos rayos del sol entraban por las ventanas orientadas hacia el oeste. Baley tuvo la impresión de que aquella casa era más pequeña que la de Fastolfe, pero habría sido más alegre si la triste figura de Gladia no hubiese provocado un efecto desalentador.

Naturalmente, eso podía ser imaginación de Baley. La alegría, en todo caso, le parecía imposible en una estructura que pretendía ser una casa y proteger a los seres humanos y, sin embargo, permanecía expuesta al Exterior tras cada pared. Ni una sola pared, pensó, tenía el calor de la vida humana al otro lado. No podía mirarse en ninguna dirección en busca de compañía y comunidad. Tras cada una de las paredes exteriores, todos los lados, el suelo y el techo, estaba el mundo inanimado. ¡Frío! ¡Frío!

Y la frialdad envolvió al propio Baley cuando volvió a pensar en el dilema en que se encontraba. (Por un momento, la sorpresa de ver nuevamente a Gladia lo había alejado de su mente.)

Gladia dijo:

—Vamos. Siéntate, Elijah. Debes disculparme por no ser enteramente yo misma, Por segunda vez, soy el centro de una sensación planetaria... y la primera fue más que suficiente.

—Lo comprendo, Gladia. Te ruego que no te disculpes —contestó Baley.

—Y en cuanto a usted, querido doctor, le ruego que no se sienta obligado a marcharse.

—Bueno... —Fastolfe lanzó una mirada a la banda horaria de la pared—. Me quedaré un rato, pero luego, querida, tendré que volver al trabajo sin más dilaciones. Debo hacerlo, en especial si se me prohibe ejercer toda actividad profe-sional en un futuro próximo.

Gladia parpadeó con rapidez, como para contener las lágrimas.

—Lo sé, doctor Fastolfe. Se encuentra en una posición muy delicada por lo... lo que sucedió aquí y yo no parezco tener tiempo para pensar en nada más que mi propia... inquietud.

Fastolfe declaró:

—Haré todo lo posible para solucionar mi propio problema, Gladia, y no hay necesidad de que tú te sientas culpable por lo ocurrido... Quizás el señor Baley pueda ayudarnos a los dos.

Baley apretó los labios al oír estas palabras, y luego dijo con abatimiento:

—No sabía, Gladia, que estuvieras implicada de algún modo en este asunto.

—¿Cómo no iba a estarlo? —respondió ella con un suspiro.

—¿Es, era, Jander Panell de tu propiedad?

—No exactamente. El doctor Fastolfe me lo había prestado.

—¿Estabas con él cuando...? —Baley dudó respecto a la mejor manera de expresarlo.

—¿Cuándo murió? ¿No podríamos decir que murió? No, no estaba con él. Y antes de que lo preguntes, no había nadie más en la casa en aquel momento. Estaba sola. Estoy sola con frecuencia. Casi siempre. Es mi educación solariana, ¿recuerdas? Claro que no es obligatorio. Vosotros dos estáis aquí y a mí no me importa... mucho.

—¿Y no hay ninguna duda de que estabas sola en el momento que Jander murió? ¿Es absolutamente seguro?

—Ya te lo he dicho —replicó Gladia, un poco irritada—. No, no importa, Elijah. Sé que debes cerciorarte de todos los detalles. Estaba sola. De veras.

—Sin embargo, habia robots presentes.

—Sí, por supuesto. Cuando digo «sola», me refiero a que no había otros seres humanos presentes.

—¿Cuántos robots tienes, Gladia? Sin contar a Jander.

Gladia hizo una pausa como si contara mentalmente. Al fin dijo:

—Veinte. Cinco en la casa y quince en el jardín. Los robots van y vienen libremente de mi casa a la del doctor Fastolfe, al igual que los suyos, de modo que no siempre es posible juzgar, cuando se ve rápidamente a un robot en cualquiera de los dos establecimientos, si es uno mío o uno de él.

—Ah —dijo Baley—, y ya que el doctor Fastolfe tiene cincuenta y siete robots en su establecimiento, eso significa que, entre los dos, hay un total de setenta y siete robots disponibles. ¿Hay otros establecimientos cuyos robots puedan mezclarse inadvertidamente con los vuestros?

Fastolfe contestó:

—No hay ningún otro establecimiento lo bastante cerca para eso. Y la práctica de mezclar robots no es muy corriente. Gladia y, yo somos un caso especial porque ella no es aurorana y porque yo me siento... responsable de ella.

—Aun así. Setenta y siete robots —dijo Baley.

—Sí —admitió Fastolfe—, pero ¿por qué se empeña en destacar este hecho?

Baley repuso:

—Porque significa que tienen hasta setenta y siete objetos móviles, todos ellos con forma vagamente humana, a los que están acostumbrados a ver de refilón y a los que no prestarían particular atención. ¿No es posible, Gladia, que si un verdadero ser humano se introdujera en la casa, con el propósito que fuera, tú no lo advertirías? Sería otro objeto móvil, de forma vagamente humana, y no le prestarías atención.

Fastolfe se rió entre dientes y Gladia, sin sonreír siquiera, meneó la cabeza.

—Elijah —dijo—, cualquiera puede ver que tú eres un terrícola. ¿Te imaginas que algún ser humano, incluso el doctor Fastolfe aquí presente, podría acercarse a mi casa sin que mis robots me informaran de ello? Yo podría pasar por alto una forma móvil, tomándola por un robot, pero un robot jamás lo haría. Ahora mismo estaba esperándoos cuando habéis llegado, pero sólo porque mis robots me habían informado de que os acercabais. No, no, cuando Jander murió, no había ningún otro ser humano en la casa.

—¿Excepto tú?

—Excepto yo. Igual que no había nadie en la casa excepto yo cuando mataron a mi marido.

Fastolfe intervino dulcemente:

—Hay una diferencia, Gladia. Tu marido fue asesinado con un objeto contundente. La presencia física del asesino era necesaria, y si tú eras la única persona que estaba presente, eso era muy grave. En este caso, Jander fue inutilizado por medio de un sutil programa hablado. La presencia física no era necesaria. El hecho de que estuvieras sola en la casa no significa nada, en especial porque no sabes bloquear la mente de un robot humaniforme.

Ambos se volvieron a mirar a Baley. Fastolfe con una expresión irónica, y Gladia con aire triste. (A Baley le irritó que Fastolfe, cuyo futuro era tan sombrío como el suyo propio, pareciese afrontarlo con humor.) «¿Qué tiene la situación de gracioso para hacer reír a alguien como un idiota?», pensó Baley con acritud.

—La ignorancia —declaró lentamente— puede no significar nada. Una persona puede no saber cómo ir a un cierto lugar y, sin embargo, puede darse la casualidad de que llegue a él andando a ciegas. Uno podría hablar con Jander y, sin saberlo, pulsar el botón del bloqueo mental.

Fastolfe preguntó:

—¿Y cuáles son las posibilidades de que eso ocurra?

—Usted es el experto, doctor Fastolfe, y supongo que me dirá que son muy pocas.

—Casi nulas. Una persona puede no saber cómo ir a un cierto lugar, pero si el único camino es una serie de cuerdas flojas tendidas en direcciones que cambian bruscamente, ¿qué posibilidades tiene de encontrarlo si anda a ciegas?

Las manos de Gladia temblaron con gran agitación. Apretó los puños, como si quisiera inmovilizarlas, y las bajó hasta apoyarlas en las rodillas.

—Yo no lo hice, accidentalmente o no. No estaba con él cuando sucedió. No estaba. Hablé con él por la mañana. Estaba bien, totalmente normal. Horas más tarde, cuando le llamé, no acudió. Fui a buscarle y estaba en su lugar habitual, con aspecto normal. Lo malo fue que no me respondió. No me respondió en absoluto. No ha vuelto a responder desde entonces.

Baley preguntó:

—¿No es posible que algo de lo que le habías dicho, totalmente de pasada, produjera el bloqueo mental después de que le dejaras... una hora después, por ejemplo?

Fastolfe intervino con viveza:

—Es completamente imposible, señor Baley. Si ha de producirse un bloqueo mental, se produce en seguida. Haga el favor de no importunar a Gladia de este modo. Ella es incapaz de originar deliberadamente un bloqueo mental, y es im-pensable que lo originara de modo accidental.

—¿No es impensable que fuera ocasionado por un desplazamiento positrónico, como usted dice que tuvo que ocurrir?

—No tanto.

—Ambas alternativas son sumamente improbables. ¿Cuál es la diferencia en improbabilidades?

—Muy grande. Me imagino que un bloqueo mental por desplazamiento positrónico tiene una probabilidad de 1 entre 1012; por inducción accidental, de 1 entre 10100. No es más que un cálculo, pero muy razonable. La diferencia es mayor que la existente entre un solo electrón y todo el Universo, y está a favor del desplazamiento positrónico.

Hubo un silencio.

Baley señaló:

—Doctor Fastolfe, antes ha dicho que no podría quedarse mucho rato.

—Ya me he quedado demasiado.

—Bien. Entonces, ¿por qué no se marcha?

Fastolfe empezó a levantarse, y luego preguntó:

—¿Por qué?

—Porque quiero hablar con Gladia a solas.

—¿Para importunarla?

—Debo interrogarla sin que usted intervenga continuamente. Nuestra situación es demasiado grave para preocuparnos por la cortesía.

Gladia declaró:

—No tengo miedo del señor Baley, querido doctor —añadió con meloncolía—: Mis robots me protegerán si su descortesía resulta excesiva.

Fastolfe sonrió y contestó:

—Muy bien, Gladia. —Se levantó y le alargó la mano. Ella se la estrechó brevemente. El dijo:

—Me gustaría que Giskard permaneciera aquí por razones de protección general... y Daneel continuará en la otra habitación, si no te importa. ¿Podrías prestarme uno de tus robots para que me escolte hasta mi establecimiento?

—Por supuesto —accedió Gladia, alzando los brazos—. Creo que ya conoces a Pandion.

—¡Naturalmente! Una escolta muy de fiar. —Salió, seguido de cerca por el robot.

Baley esperó, observando a Gladia, examinándola. Permanecía inmóvil, con los ojos fijos en las manos, que tenía unidas en el regazo.

Baley estaba seguro de que no se lo había dicho todo. Ignoraba cómo podría persuadirla a hablar, pero también estaba seguro de otra cosa. Mientras Fastolfe estuviera allí, no diría toda la verdad.

24

Finalmente Gladia levantó los ojos; y su rostro parecía el de una niña. Preguntó en voz baja:

—¿Cómo estás, Elijah? ¿Cómo te encuentras?

—Bastante bien, Gladia.

Ella añadió:

—El doctor Fastolfe me dijo que te traería aquí por el exterior y que procuraría hacerte esperar un rato en el peor lugar.

—¿Oh? ¿Con qué fin? ¿Por simple diversión?

—No, Elijah. Yo le había contado cómo reaccionabas al aire libre. ¿Recuerdas aquella vez que te desmayaste y te caíste al estanque?

Elijah meneó la cabeza rápidamente. No podía negar el suceso ni su recuerdo de él, pero tampoco aprobó la referencia. Dijo con aspereza:

—Ahora ya no soy así. He mejorado.

—Pero el doctor Fastolfe dijo que te sometería a una prueba. ¿Ha ido todo bien?

—Bastante bien. No me he desmayado. —Recordó el episodio a bordo de la astronave durante la aproximación a Aurora y los dientes le rechinaron levemente. Aquello fue distinto y no había necesidad de explicarlo.

Cambiando deliberadamente de tema, preguntó:

—¿Cómo te llamo aquí? ¿Cómo me dirijo a ti?

—Has estado llamándome Gladia.

—Quizá sea inadecuado. Podría llamarte señora Delmarre, pero tal vez hayas...

Ella se sobresaltó y le interrumpió vivamente:

—No he usado ese hombre desde que llegué aquí. No lo uses tú tampoco, por favor.

—Entonces, ¿cómo te llaman los auroranos?

—Gladia Solaria, pero eso es sólo para indicar que soy extranjera y tampoco me gusta. Soy simplemente Gladia. Un nombre. No es un nombre aurorano y dudo que haya otro en este planeta, de modo que es suficiente. Yo seguiré llamándote Elijah, si no te importa.

—No me importa.

Gladia dijo:

—Me gustaría servir el té. —Fue una aseveración y Baley asintió. Comentó:

—No sabía que los espaciales bebieran té.

—No es el té de la Tierra. Se trata de un extracto vegetal que es agradable pero no se considera perjudicial en ningún sentido. Lo llamanos té.

Levantó el brazo y Baley observó que la manga se mantenía ajustada a su muñeca y que unos finos guantes de color carne le recubrían las manos. Seguía exponiendo el mínimo de superficie corporal en su presencia. Seguía reduciendo al mínimo la posibilidad de infección.

Su brazo permaneció un momento en el aire y, al cabo de unos momentos, apareció un robot con una bandeja. Ese era incluso más primitivo que Giskard, pero distribuyó con eficiencia las tazas de té, los pequeños emparedados y las porciones individuales de pastel. Sirvió el té con gran desenvoltura.

Baley preguntó con curiosidad:

—¿Cómo lo haces, Gladia?

—¿Cómo hago qué, Elijah?

—Levantas un brazo siempre que quieres algo y el robot siempre sabe qué es. ¿Cómo ha sabido éste que querías el té?

—No es difícil. Cada vez que levanto el brazo, éste distorsiona un pequeño campo electromagnético que hay en la habitación. Las distintas posiciones de mi mano y mis dedos producen distintas distorsiones que mis robots pueden interpretar como órdenes. Sólo lo utilizo para órdenes sencillas: ¡Ven aquí! ¡Trae té!, y cosas por el estilo.

—No he observado que el doctor Fastolfe usara este sistema en su establecimiento.

—No es un sistema realmente aurorano. Es el que utilizamos en Solaria y yo estoy acostumbrada a él. Además, siempre tomo el té a esta hora. Borgraf lo espera.

—¿Este es Borgraf? —Baley miró al robot con cierto interés, consciente de que antes sólo le había echado una ojeada. La familiaridad daba paso rápidamente a la indiferencia. Otro día y ni siquiera se fijaría en los robots. Estos evolucionarían a su alrededor sin ser vistos y las tareas parecerían hacerse solas.

Sin embargo, no quería dejar de fijarse en ellos. Quería que ellos dejaran de estar allí. Dijo:

—Gladia, quiero estar solo contigo. Sin robots... Giskard, ve a reunirte con Daneel. Puedes montar guardia desde allí.

—Sí, señor —contestó Giskard, súbitamente alertado por el sonido de su nombre. Gladia parecía divertida.

—Los terrícolas sois muy extraños. Sé que tenéis robots en la Tierra, pero no pareces saber tratarlos. Les gritas las órdenes, como si fueran sordos.

Se volvió hacia Borgraf y dijo en voz baja:

—Borgraf, ninguno de vosotros tiene que entrar en la habitación hasta que os llamemos. No nos interrumpáis si no es en caso de una emergencia clara e inmediata.

Borgraf contestó:

—Sí, señora. —Retrocedió, echó una ojeada a la mesa como para asegurarse de que no había omitido nada, se volvió y salió de la habitación.

Ahora fue Baley quien se sintió divertido. Gladia había hablado en voz baja, pero su tono había sido tan tajante como el de un sargento mayor dirigiéndose a un recluta. Por otra parte, ¿de qué se sorprendía? Sabía muy bien que era más fácil ver las faltas de los demás que las propias.

Gladia dijo:

—Ya estamos solos, Elijah. Incluso los robots se han marchado.

Baley preguntó:

—¿No tienes miedo de estar sola conmigo?

Lentamente, ella meneó la cabeza, en señal negativa.

—¿Por qué iba a tenerlo? Un brazo levantado, un gesto, un grito de alarma, y varios robots se presentarían al momento. No hay ninguna razón para que nadie tema a otro ser humano en un mundo espacial. Esto no es la Tierra. De todos modos, ¿por qué lo preguntas?

—Porque hay otros temores aparte de los físicos. Yo no te sometería a ninguna clase de violencia ni te maltrataría físicamente de ninguna manera. Pero, ¿no temes mi intervención y lo que pueda descubrir acerca de ti? Recuerda que esto tampoco es Solaria. En Solaria me compadecí de ti y luché con todas mis fuerzas para demostrar tu inocencia.

Ella preguntó en voz baja:

—¿Y ahora no te compadeces de mí?

—Esta vez no se trata de un marido muerto. Tú no eres sospechosa de asesinato. Sólo se trata de un robot que ha sido destruido y, que yo sepa, no eres sospechosa de nada. Mi problema es el doctor Fastolfe. Es de la mayor importancia para mí, por razones que no vienen al caso, que pueda demostrar su inocencia. Si el proceso resulta ser perjudicial para ti, yo no podré evitarlo. No pienso desviarme de mi camino para ahorrarte sufrimientos. Es justo que te lo diga.

Ella irguió la cabeza y le miró a los ojos con arrogancia.

—¿Por qué iba a haber algo perjudicial para mí?

—Quizá logremos averiguarlo —respondió Baley fríamente—. Ahora que el doctor Fastolfe no está aquí para interferir. —Pinchó uno de los pequeños emparedados con un tenedor (no tenía objeto cogerlo con los dedos y privar quizás a Gladia de todos los demás), lo trasladó a su plato, se lo metió en la boca y luego tomó un sorbo de té.

Ella le imitó emparedado por emparedado, sorbo por sorbo. Si él iba a mostrarse frío, ella también, al parecer.

—Gladia —dijo Baley—, es importante que sepa, exactamente, la relación que existe entre tú y el doctor Fastolfe. Vives cerca de él y los dos formáis virtualmente una sola comunidad robótica. Él está preocupado por ti. No ha hecho ningún esfuerzo para defender su propia inocencia, aparte de declarar que es inocente, pero te defiende a ti con todas sus fuerzas en cuanto yo endurezco mi interrogatorio.

Gladia esbozó una sonrisa.

—¿Qué sospechas, Elijah?

Baley contestó:

—No me respondas con evasivas. No quiero sospechar. Quiero saber.

—¿Te ha mencionado el doctor Fastolfe a Fanya?

—Sí, en efecto.

—¿Le has preguntado si Fanya es su esposa o simplemente su compañera? ¿Si tiene hijos?

Baley se movió con desasosiego. Naturalmente, podría haber formulado dichas preguntas. Sin embargo, en las estrecheces de la superpoblada Tierra, la intimidad era muy apreciada, precisamente porque casi había perecido. En la Tierra era virtualmente imposible no conocer todos los hechos sobre los asuntos familiares de los demás, de modo que uno nunca preguntaba y simulaba ignorancia. Era un engaño mantenido universalmente.

En Aurora, por supuesto, no regían las costumbres de la Tierra y, sin embargo, Baley se había guiado automáticamente por ellas. ¡Estúpido!

Baley confesó:

—Aún no lo he preguntado. Dímelo.

Gladia explicó:

—Fanya es su esposa. Ha estado casado varias veces, consecutivas, claro, aunque el matrimonio simultáneo para alguno o ambos sexos no es algo inaudito en Aurora. —El leve desagrado con que lo dijo dio paso a una defensa igualmente leve—. En Solaria lo es.

»Sin embargo, el actual matrimonio del doctor Fastolfe probablemente se disolverá pronto. Entonces ambos serán libres de contraer nuevas uniones, aunque es frecuente que alguna o ambas partes no espere a la disolución para hacerlo... No digo que comprenda esta manera indiferente de tratar la cuestión, Elijah, pero así es cómo los auroranos establecen sus relaciones. Por lo que yo sé, el doctor Fastolfe es bastante escrupuloso. Siempre mantiene un matrimonio u otro y no busca nada fuera de él. En Aurora esto se considera anticuado y bastante tonto.

Baley asintió.

—Había deducido algo así por mis lecturas. Tengo entendido que el matrimonio tiene lugar cuando hay la intención de tener hijos.

—En teoría es así, pero hoy en día apenas nadie se toma eso en serio. El doctor Fastolfe ya tiene dos hijos y no puede tener más, pero se vuelve a casar y solicita un tercero. Naturalmente se lo deniegan, y él lo sabe. Algunas personas ni siquiera se molestan en solicitarlo.

—Entonces, ¿por qué molestarse en casarse?

—El matrimonio implica ciertas ventajas sociales. Es bastante complicado y, como no soy aurorana, no estoy segura de comprenderlo.

—Bueno, no importa. Háblame de los hijos del doctor Fastolfe.

—Tiene dos hijas de dos madres distintas. Ninguna de las madres fue Fanya, por supuesto. No tiene hijos varones. Cada una de las hijas fue incubada en el seno materno, como es costumbre en Aurora. Ahora ya son adultas y tienen sus propios establecimientos.

—¿Está unido a sus hijas?

—No lo sé. Nunca habla de ellas. Una es roboticista y supongo que él tiene que estar en contacto con su trabajo. Creo que la otra ha presentado su candidatura para un puesto en el concejo de una de las ciudades o que ya lo ha conseguido. No lo sé exactamente.

—¿Sabes si existen tensiones familiares?

—Me parece que no, pero eso no quiere decir nada, Elijah. Que yo sepa, está en buenas relaciones con todas sus esposas anteriores. Ninguna de las disoluciones se llevó a cabo con malos modos. En primer lugar, el doctor Fastolfe no es esa clase de persona. No me lo imagino acogiendo algo con nada más extremo que un bondadoso suspiro de resignación. Bromeará en su lecho de muerte.

Eso, al menos, tenía visos de ser cierto, pensó Baley. Dijo:

—Y las relaciones del doctor Fastolfe contigo. La verdad, por favor. No estamos en situación de esquivar la verdad para evitarnos turbaciones.

Ella levantó los ojos y le miró serenamente. Declaró:

—No hay ninguna turbación que evitar. El doctor Fastolfe es amigo mío, un buen amigo.

—¿Muy bueno, Gladia?

—Como he dicho... muy bueno.

—¿Estás esperando la disolución de su matrimonio para convertirte en su próxima esposa?

—No —respondió ella con calma.

—Entonces, ¿sois amantes?

—No.

—¿Lo habéis sido?

—No... ¿Te sorprende?

—Sólo necesito información —alegó Baley.

—Entonces, déjame contestar a tus preguntas de un modo coherente, Elijah, y no me las hagas a quemarropa como si esperaras sorprenderme para confesarte algo que, de otro modo, mantendría en secreto. —Lo dijo sin ira aparente. Casi fue como si aquello la divirtiera.

Baley, enrojeciendo ligeramente, estuvo a punto de decir que ésta no era en absoluto su intención, pero, naturalmente, lo era y no ganaría nada negándolo. Dijo en un sordo gruñido:

—Bueno, sigamos adelante.

Los restos del té permanecían sobre la mesa situada entre ellos. Baley se preguntó si, en circunstancias normales, ella no habría levantado el brazo y lo habría doblado un poco, y si el robot, Borgraf, no habría entrado silenciosamente y des-pejado la mesa.

¿Molestaba aquel desorden a Gladia, impulsándola a contestar con menos dominio de sí misma? En ese caso, tanto mejor... pero Baley tenía sus dudas, pues no veía que Gladia diera muestras del más leve desasosiego.

Gladia había vuelto a bajar los ojos y su cara pareció ensombrecerse y adquirir una cierta dureza, como si estuviera recordando un pasado que habría preferido borrar.

Dijo:

—Tú sabes la vida que llevaba en Solaria. No era una vida feliz, pero yo no conocía otra. Hasta que experimenté un poco de felicidad no me di cuenta de hasta qué punto, y cuan intensamente, mi vida anterior no había sido feliz. Obtuve el primer indicio a través de ti, Elijah.

—¿A través de mí? —exclamó Baley, sorprendido.

—Sí, Elijah. Nuestro último encuentro en Solaria, espero que lo recuerdes, Elijah, me enseñó algo. ¡Te toqué! Me quité el guante, uno parecido al que llevo ahora, y te toqué la mejilla. El contacto no duró mucho. No sé lo que significó para ti... no, no me lo digas, no es importante... pero para mí significó mucho.

Levantó los ojos, sosteniendo la mirada de Baley con expresión desafiante.

—Para mí lo significó todo. Cambió mi vida. Recuerda, Elijah, que hasta entonces, tras mis pocos años de infancia, nunca había tocado a un nombre, a ningún ser humano, en realidad, a excepción de mi marido. Y a mi marido le tocaba muy raramente. Como es lógico, había contemplado a hombres en triménsico, y así me había familiarizado con todos los aspectos físicos de los varones, absolutamente todos. En cuanto a eso, no tenía nada que aprender.

»Pero no tenía motivos para pensar que el tacto de un hombre podía ser muy diferente al de otro. Conocía el tacto de la piel de mi marido, conocía el tacto de sus manos cuando se decidía a tocarme, conocía el... todo. No tenía motivos para pensar que los demás hombres podían ser diferentes en algo. No había ningún placer en el contacto con mi marido, pero ¿por qué iba a haberlo? ¿Produce algún placer particular en el contacto de mis dedos con esta mesa, excepto en el sentido de que puedo apreciar su suavidad física?

»El contacto con mi marido formaba parte de un ritual esporádico que él ejercía porque se consideraba obligado y, como buen solariano, lo llevaba a cabo según el calendario y el reloj, y la duración y el modo prescrito por la buena educación. Sólo que, en otro sentido, no fue buena educación, pues aunque el estricto propósito de ese contacto periódico eran las relaciones sexuales, mi marido no había solicitado tener un hijo y creo que no le interesaba concebir uno. Y yo le temía demasiado para solicitarlo por mi propia iniciativa, a lo cual tenía derecho.

»Cuando lo recuerdo, veo que la experiencia sexual era rutinaria y mecánica. Nunca tuve un orgasmo. Ni una sola vez. Deduje que existía tal cosa por algunas de mis lecturas, pero las descripciones únicamente me desconcertaron y, como sólo podían encontrarse en libros importados, ya que los libros solarianos jamás abordaban el tema del sexo, no podía fiarme de ellas. Pensé que sólo eran metáforas exóticas. »Tampoco pude experimentar, satisfactoriamente, al menos, el autoerotismo. Creo que masturbación es el término vulgar. Al menos, he oído usar esa palabra en Aurora. Como es natural, en Solaria jamás se habla de ningún aspecto del sexo, ni se usa ninguna palabra relacionada con el sexo entre la gente educada... Y claro, en Solaria no hay otra clase de gente.

»Por cosas que leí de vez en cuando, tenía una idea aproximada de lo que había que hacer para masturbarse y en varias ocasiones intenté hacer lo que se describía. No pude llevarlo a término. El tabú de tocar carne humana hacía que incluso la mía me pareciese prohibida y desagradable. Podía pasarme la mano por el costado, cruzar una pierna sobre la otra, sentir la presión de un muslo contra el otro, pero eran contactos accidentales, no deliberados. Convertir el contacto en un instrumento de placer deliberado era distinto. Todas las fibras de mi ser sabían que no debía hacerse y, como yo lo sabía, no conseguía sentir placer.

»Y nunca se me ocurrió, ni una sola vez, que el contacto podía producir placer en otras circunstancias. ¿Por qué iba a ocurrírseme? ¿Cómo podía ocurrírseme?

»Hasta que te toqué aquella primera vez. Por qué lo hice, no lo sé. Sentí una oleada de afecto hacia ti porque me habías salvado de ser una asesina. Y además, no estabas totalmente prohibido. No eras un solariano. No eras, perdóname, enteramente un hombre. Eras una criatura de la Tierra. Eras humano en apariencia, pero tu corta vida y tu propensión a las infecciones te convertían en algo semihumano, como mucho.

»Por lo tanto, ya que me habías salvado y no eras realmente un hombre, podía tocarte. Y por encima de todo esto, tú no me mirabas con la hostilidad y repugnancia de mi marido, o la indiferencia cuidadosamente disciplinada de alguien que me contemplara por triménsico. Te encontrabas allí mismo, eras palpable, y tus ojos reflejaban cordialidad e interés. Incluso temblaste cuando acerqué la mano a tu mejilla. Lo vi.

»Por qué ocurrió, no lo sé. Fue un contacto muy fugaz y no había razón para que la sensación física fuera distinta de lo que habría sido si hubiera tocado a mi marido o a cualquier otro hombre, o quizás incluso a una mujer. Pero hubo algo más que la sensación física. Estaba allí, lo acogiste con agrado, me diste muestras de lo que yo interpreté como... afecto. Y cuando nuestras pieles, mi mano y tu mejilla, entraron en contacto, fue como si hubiera tocado un fuego que subió instantáneamente por mi mano y mi brazo y me inflamó por completo.

»No sé cuánto duró, no pudo ser más de un momento, pero el tiempo se detuvo para mí. Me sucedió algo que jamás me había sucedido antes y, al recordarlo mucho después, cuando había aprendido algo acerca de ello, comprendí que casi había experimentado un orgasmo.

»Intenté no demostrarlo...

(Baley, sin atreverse a mirarla, meneó la cabeza.)

—Bueno, entonces no lo demostré. Dije, «Gracias, Elijah». Lo dije por lo que habías hecho por mí en relación con la muerte de mi marido. Pero lo dije mucho más por iluminar mi vida y enseñarme, sin siquiera saberlo, qué había en la vida; por abrir una puerta; por revelar un camino; por señalar un horizonte. El acto físico no fue nada en sí mismo. Sólo un contacto. Pero supuso el principio de todo.

Su voz fue desvaneciéndose y, por un momento, no dijo nada, sumida en sus recuerdos. Luego levantó un dedo.

—No. No digas nada. Aún no he terminado.

»Había tenido fantasías antes, cosas muy vagas e inciertas. Un hombre y yo haciendo lo que hacía con mi marido, pero distinto de algún modo, ni siquiera sabía de qué modo, y sintiendo algo distinto, algo que ni siquiera podía imaginar cuando fantaseaba con todas mis fuerzas. Podría haber pasado toda mi vida tratando de imaginar lo inimaginable y podría haber muerto como deben de morir la mayoría de las mujeres de Solaria, y también los hombres, sin saber, incluso después de tres o cuatro siglos. Sin saber. Teniendo hijos, pero sin saber.

»Pero con sólo rozar tu mejilla, Elijah, lo supe. ¿No es sorprendente? Tú me enseñaste lo que podía imaginar. No la mecánica, no la remisa aproximación de cuerpos, sino algo que yo nunca habría relacionado con ello. La expresión de una cara, el brillo de unos ojos, la sensación de... dulzura... bondad... algo que ni siquiera puedo describir... aceptación.., el derrumbamiento de la terrible barrera entre los individuos. Amor, supongo; una palabra adecuada para abarcar todo eso y más.

»Sentí amor por ti, Elijah, porque pensé que tú podrías sentir amor por mí. No digo que me amaras, sino que me pareció que podrías hacerlo. Era algo que yo nunca había experimentado y, aunque en la literatura antigua se hablaba de ello, sabía tan poco a qué se referían como cuando los hombres de esos mismos libros hablaban de "honor" y se mataban unos a otros por su causa. Acepté la palabra, pero nunca descifré su significado, y aún no lo he hecho. Y eso mismo me ocurrió con la palabra "amor", hasta que te toqué.

»Después de eso pude imaginar... y vine a Aurora recordándote, y pensando en ti, y hablándote mentalmente, y pensando que en Aurora encontraría un millón de Elijahs.»

Se detuvo, sumida en sus propios pensamientos por unos instantes, y luego prosiguió de repente:

—No fue así. Aurora, a su modo, resultó tan mala como Solaria. En Solaria, el sexo estaba mal. Era odiado y todos nos apartábamos de él. No podíamos amar por el odio que el sexo despertaba.

»En Aurora el sexo era aburrido. Se aceptaba con indiferencia, con naturalidad... con tanta naturalidad como respirar. Si uno sentía ese impulso, se acercaba a cualquiera que pareciese adecuado y, si esa persona adecuada no estaba entonces ocupada en algo que no podía dejar, se producía el contacto sexual en la forma más conveniente. Como respirar... Pero, ¿qué éxtasis hay en respirar? Si uno estuviera ahogándose, es posible que el primer aliento tras la privación de aire constituyera un inmenso deleite y alivio. Pero, ¿y si uno no se ahogaba nunca?

»¿Y si uno pasaba de buena gana sin el sexo? ¿Y si se enseñaba a los niños igual que la lectura y la programación? ¿Si los niños debían experimentarlo como algo rutinario, y se esperaba que los niños mayores les ayudaran?

»El sexo, permitido y libre, no tiene nada que ver con el amor en Aurora, como el sexo, prohibido y objeto de vergüenza, no tiene nada que ver con el amor en Solaria. En ambos casos, los niños son pocos y sólo pueden tenerse después de presentar una solicitud formal. Y entonces, si se concede el permiso, ha de haber un interludio sexual destinado únicamente a la concepción, tedioso y desagradable. Si, después de un tiempo razonable, no hay fecundación, el espíritu se rebela y se recurre a la inseminación artificial.

»Con el tiempo, igual que en Solaria, no habrá más que ectogénesis, de modo que la fertilización y el desarrollo fetal tendrán lugar en genotaria, y el sexo quedará reducido a una forma de interacción social y a un juego que no tendrá más que ver con el amor que el polo espacial.

»No pude adaptarme a la actitud aurorana, Elijah. Mi educación me lo impidió. Con terror, había buscado contactos sexuales y nadie rehusó... y nadie le dio importancia. Los ojos de los hombres eran inexpresivos cuando yo me ofrecía y continuaban inexpresivos cuando ellos aceptaban. Una más, decían, ¿qué importa? Estaban dispuestos, pero no mucho más que dispuestos.

»Y tocarles no significaba nada. Podría haber estado tocando a mi marido. Aprendí a llegar hasta el final, a seguir su pauta, a aceptar su guía... y siguió sin significar nada. Ni siquiera logré sentir la necesidad de hacerlo para mí misma y por mí misma. La sensación que tú me habías proporcionado no volvió a producirse y, con el tiempo, renuncié.

»En todo esto, el doctor Fastolfe fue mi amigo. Sólo él, en toda Aurora, sabía todo lo que sucedió en Solaria. Al menos, eso creo. Ya sabes que no se hizo pública toda la historia y ciertamente no apareció en ese horrible programa de hiperondas sobre el que he oído hablar... Yo me negué a verlo.

»El doctor Fastolfe me protegió de la falta de comprensión por parte de los auroranos y de su desprecio general por los solarianos. También me protegió de la desesperación que se adueñó de mí al cabo de un tiempo.

»No, no fuimos amantes. Yo me habría ofrecido, pero cuando se me ocurrió que podría hacerlo, ya no creía que la sensación que tú habías despertado, Elijah, pudiera volver a producirse. Pensé que tal vez fuese una jugarreta de la memoria y me di por vencida. No me ofrecí. El tampoco lo hizo. No sé por qué. Quizá vio que mi desesperación era producto de mi fracaso en encontrar algo útil en el sexo y no quiso acentuar la desesperación repitiendo el fracaso. Sería una muestra de bondad típica de él velar por mí de este modo... así que no fuimos amantes. Únicamente fue mi amigo en un momento en que yo necesitaba eso mucho más.

»Eso es todo, Elijah. Tienes la respuesta completa a las preguntas que me has hecho. Querías saber cuáles eran mis relaciones con el doctor Fastolfe y has dicho que necesitabas información. Ya la tienes. ¿Estás satisfecho?»

Baley intentó ocultar su aflicción.

—Siento mucho, Gladia, que la vida haya sido tan dura para ti. Me has dado la información que necesitaba. Me has dado más información de la que, tal vez, tú misma crees.

Gladia frunció el ceño.

—¿En qué sentido?

Baley no contestó directamente. Dijo:

—Gladia, me alegro de que tu recuerdo de mí haya significado tanto para ti. No pensé ni por un momento cuando estaba en Solaria que estuviera impresionándote tanto y, aunque lo hubiera pensado, no habría intentado... Tú lo sabes.

—Lo sé, Elijah —admitió ella, ablandándose—. Y tampoco te habría servido de nada intentarlo. Yo no habría podido hacerlo.

—Lo sé muy bien... Y tampoco ahora tomo lo que me has dicho como una invitación. Un contacto, un momento de penetración sexual, no necesitan ser más que eso. Es muy probable que nunca pueda repetirse y no debemos malograr esa experiencia única intentando resucitarla. Esta es una de las razones por las que ahora no... me ofrezco. El hecho de que no lo haga no debe interpretarse como un nuevo fracaso para ti. Además...

—Sí.

—Como he dicho antes, quizá me hayas revelado más de lo que crees. Me has revelado que la historia no termina con tu desesperación.

—¿Por qué dices eso?

—Al hablarme de la sensación que te produjo el contacto con mi mejilla, has dicho algo así como «al recordarlo mucho después, cuando había aprendido algo acerca de ello comprendí que casi había experimentado un orgasmo». Pero luego has explicado que tus relaciones sexuales con los auroranos nunca fueron satisfactorias, y supongo que tampoco entonces experimentaste el orgasmo. Sin embargo, tienes que haberlo hecho, Gladia, si reconociste la sensación que experimentaste aquella vez en Solaria. No podrías recordarla e identificarla si no hubieras aprendido a amar satisfactoriamente. En otras palabras, has tenido un amante y has experimentado el amor. Si debo creer que el doctor Fastolfe no es ni ha sido tu amante, he de deducir que algún otro lo es... o lo ha sido.

—¿Y si fuera así? ¿En qué te concierne eso, Elijah?

—No sé si me concierne o no, Gladia. Dime quién es y, si resulta que no me concierne, no volveremos a hablar de ello.

Gladia guardó silencio. Baley declaró:

—Si no me lo dices, Gladia, tendré que decírtelo yo. Antes te he advertido que no estoy en situación de ahorrarte ningún sufrimiento.

Gladia siguió callada, y las comisuras de sus labios emblanquecieron a causa de la presión.

—Tuvo que haber alguien, Gladia, y tu dolor por la pérdida de Jander es extremo. Has hecho salir a Daneel porque su cara te recordaba tanto a Jander que no soportabas mirarle. Si me equivoco al suponer que fue Jander Panell... —Hizo una pausa, y luego añadió con aspereza—: Si el robot, Jander Panell, no era tu amante, dilo.

Y Gladia murmuró:

—Jander Panell, el robot, no era mi amante. —Luego, en voz alta y firme, dijo—: ¡Era mi marido!

25

Los labios de Baley se movieron silenciosamente, pero fue como si articularan la exclamación tetrasílaba.

—Sí —dijo Gladia—. ¡Jehoshaphat! Estás sorprendido. ¿Por qué? ¿Lo desapruebas?

Baley contestó con voz apagada:

—No soy quién para aprobarlo o desaprobarlo.

—Lo cual significa que lo desapruebas.

—Lo cual significa que sólo busco información. ¿Cómo se distingue un amante de un marido en Aurora?

—Si dos personas viven juntas en el mismo establecimiento durante un período de tiempo, pueden referirse uno al otro como «esposa» o «marido», más que como «amante».

—¿Durante qué período de tiempo?

—Eso varía de una región a otra, según la opción local. En la ciudad de Eos, el período de tiempo es de tres meses.

—¿Se requiere también que durante ese período de tiempo uno se abstenga de tener relaciones sexuales con otros?

Gladia enarcó las cejas con asombro.

—¿Por qué?

—Es una simple pregunta.

—La exclusividad es algo impensable en Aurora. Marido o amante, no hay diferencia. Uno tiene relaciones sexuales cuando quiere.

—¿Quisiste tú mientras estuviste con Jander?

—No, no quise, pero eso no significa nada.

—¿Se ofrecieron otros?

—De vez en cuando.

—¿Y tú rehusaste?

—Siempre puedo rehusar si quiero. Es parte de la no exclusividad.

—¿Pero rehusaste o no?

—Sí, lo hice.

—¿Sabían aquellos a quienes rechazaste por qué rehusabas?

—¿A qué te refieres?

—¿Sabían que tenías un marido-robot?

—Tenía un marido. No le llames marido-robot. Esa expresión no existe.

—¿Lo sabían?

Ella hizo una pausa.

—No sé si lo sabían.

—¿Se lo dijiste tú?

—¿Por qué razón iba a decírselo.

—No contestes mis preguntas con preguntas. ¿Se lo dijiste tú?

—No.

—¿Cómo pudiste evitarlo? ¿No crees que habría sido natural dar una explicación a tu negativa?

—Nunca es necesario dar una explicación. Una negativa es simplemente una negativa y se acepta siempre. No te comprendo.

Baley hizo un alto para ordenar sus pensamientos. Gladia y él no estaban en pugna, seguían caminos paralelos.

Empezó de nuevo.

—¿Habría parecido natural tener un robot por marido en Solaria?

—En Solaria habría sido impensable y yo jamás habría pensado en dicha posibilidad. En Solaria todo era impensable... Y en la Tierra también, Elijah. ¿Habría tomado tu esposa un robot por marido?

—Eso no viene al caso, Gladia.

—Tal vez, pero tu expresión ha sido respuesta suficiente. Quizá no seamos auroranos, tú y yo, pero estamos en Aurora. Yo llevo dos años viviendo aquí y acepto sus costumbres.

—¿Quieres decir que las relaciones sexuales entre humanos y robots son corrientes en Aurora?

—No lo sé. Sólo sé que se aceptan porque se acepta todo lo relacionado con el sexo, todo lo que sea voluntario, dé satisfacción mutua y no cause un daño físico a nadie. ¿Qué le importa a nadie cómo encuentra satisfacción un individuo o una combinación de individuos? ¿Se preocuparía alguien de los libros que visiono, de la comida que tomo, de la hora en que me voy a dormir o me despierto, de si me gustan los gatos o me desagradan las rosas? El sexo también es objeto de indiferencia... en Aurora.

—En Aurora —repitió Baley—. Pero tú no naciste en Aurora y no fuiste educada según sus normas. Hace un rato me has dicho que no pudiste adaptarte a esta misma indiferencia hacia el sexo que ahora ensalzas. Antes has expresado tu aver-sión por los matrimonios múltiples y la promiscuidad fácil. Si no explicaste a quienes rechazaste por qué los rechazabas, debió de ser porque, en el fondo de ti misma, te avergonzabas de tener a Jander por marido. Tenías que saber, o sospechar, o quizá sólo suponer, que era algo insólito, insólito incluso en Aurora, y te avergonzabas.

—No, Elijah, no lograrás hacerme confesar que me avergonzaba de ello. Si tener un robot por marido es insólito incluso en Aurora, se debe a que los robots como Jander son insólitos. Los robots que hay en Solaria, o en la Tierra, o en Aurora, a excepción de Jander y Daneel, no están diseñados para dar más que una satisfacción sexual muy primitiva. Quizá puedan usarse como instrumentos masturbatorios, como un vibrador mecánico, pero no mucho más. Cuando se propaguen los nuevos robots humaniformes, también se propagarán las relaciones sexuales entre humanos y robots.

Baley preguntó:

—¿Cómo llegó Jander a tu poder, Gladia? Sólo existían dos, ambos en el establecimiento del doctor Fastolfe. ¿Te dio él uno de ellos, la mitad del total, sin más?

—Sí.

—¿Porqué?

—Por simple bondad, me imagino. Yo estaba sola, desilusionada, triste; era una extraña en tierra extraña. Me dio a Jander para que me hiciera compañía y nunca podré agradecérselo bastante. Sólo duró medio año, pero ese medio año ha sido el mejor de mi vida.

—¿Sabía el doctor Fastolfe que Jander era tu marido?

—Nunca aludió a ello, de modo que no lo sé.

—¿Aludiste tú a ello?

—No.

—¿Por qué no?

—No vi la necesidad... Y no, no fue porque estuviese avergonzada.

—¿Cómo ocurrió?

—¿Que no viera la necesidad?

—No. Que Jander se convirtiera en tu marido.

Gladia se envaró. Contestó con voz hostil:

—¿Por qué tengo que explicarte eso?

Baley argüyó:

—Gladia, se está haciendo tarde. No me pongas las cosas más difíciles de lo que son. ¿Te apena que Jander se haya... se haya ido?

—¿Necesitas preguntarlo?

—¿Quieres descubrir lo que sucedió?

—Otra vez, ¿necesitas preguntarlo?

—Pues ayúdame. Necesito toda la información que pueda conseguir si quiero empezar, sólo empezar, a hacer progresos en la resolución de un problema aparentemente insoluble. ¿Cómo se convirtió Jander en tu marido?

Gladia se arrellanó en la butaca y los ojos se le llenaron súbitamente de lágrimas. Empujó el plato de migas que antes fueran pasteles y dijo con voz ahogada:

—Los robots ordinarios no llevan ropa, pero están diseñados para dar la impresión de que sí la llevan. Habiendo vivido en Solaria, conozco muy bien a los robots y tengo un cierto talento artístico...

—Recuerdo tus obras —dijo Baley suavemente. Gladia asintió.

—Hice unos cuantos diseños para nuevos modelos que, en mi opinión, tendrían más estilo y más interés que algunos de los que se utilizaban en Aurora. Algunas de mis pinturas, basadas en estos diseños, están colgadas en las paredes de esta habitación. Hay otras en otros lugares del establecimiento.

Baley desvió los ojos hacia las pinturas. Las había visto. Representaban robots, sin duda alguna. No eran naturalistas, sino que parecían alargadas y anormalmente curvadas. Observó que las deformaciones estaban destinadas a poner de relieve, de un modo muy efectivo, aquellas porciones que, ahora que las miraba desde una nueva perspectiva, sugerían ropa. Por alguna razón, le recordaron unos trajes de criados que había visionario una vez en un libro dedicado a la Inglaterra victoriana de la época medieval. ¿Estaba Gladia al corriente de esas cosas, o sólo se trataba de una similitud casual? Probablemente era una cuestión insignificante, pero no algo (quizá) que debiera olvidarse.

Al fijarse en ellas por primera vez, había pensado que Gladia deseaba rodearse de robots a imitación de la vida en Solaria. Ella decía que odiaba aquella vida, pero eso sólo era un producto de su mente racional. Solaria había sido el único hogar que realmente había conocido y eso es algo difícil de olvidar... quizás imposible. Y quizá seguía siendo un factor en su pintura, aunque su nueva ocupación le diera un motivo más plausible.

Ella estaba hablando.

—Tuve éxito. Varias empresas de fabricación de robots me pagaron bien los diseños y hubo numerosos casos de robots existentes que fueron remodelados según mis directrices.

Eso me produjo una cierta satisfacción que, en alguna medida, compensó el vacío emocional de mi vida.

»Cuando el doctor Fastolfe me dio a Jander, yo tenía un robot que, naturalmente, llevaba ropa corriente. El querido doctor extremó su amabilidad hasta el punto de darme varias mudas de ropa de Jander.

»Toda ella era muy poco imaginativa y a mí me divirtió comprar lo que consideré más apropiado. Eso significó tomar sus medidas exactas, ya que mi intención era mandar hacer mis diseños... y para eso tuve que hacerle quitarse la ropa por etapas.

»Así lo hizo... y sólo cuando estuvo completamente desvestido me di cuenta de lo humano que era. No faltaba nada y las partes eréctiles eran, efectivamente, eréctiles. Realmente, estaba bajo lo que, en un humano se llamaría control consciente. Jander podía alcanzar la tumefacción y destumefacción a voluntad. Eso me lo dijo cuando le pregunté si su pene era funcional en este aspecto. Sentí curiosidad y me lo demostró.

»Debes comprender que, por mucho que pareciera un hombre, yo sabía que era un robot. Como sabes, tengo ciertos escrúpulos en tocar a los hombres, y es indudable que eso ha contribuido a mi incapacidad para tener relaciones sexuales satisfactorias con los auroranos. Pero aquél no era un hombre y yo había estado con robots toda mi vida. Podía tocar libremente a Jander.

»No tardé en darme cuenta de que me gustaba tocarle, y Jander no tardó en darse cuenta de ello. Era un robot muy perfeccionado que obedecía escrupulosamente las Tres Leyes. No dar placer cuando podía hacerlo habría sido desilusionar. La desilusión podía ser considerada como un daño y él no podía dañar a un ser humano. Por lo tanto, tuvo un cuidado infinito en darme placer y, como yo vi en él el deseo de dar placer, algo que nunca había visto en los hombres auroranos, realmente experimenté placer y, al fin, descubrí, plenamente, creo yo, lo que es un orgasmo. Baley preguntó:

—Así pues, ¿fuiste completamente feliz?

—¿Con Jander? Por supuesto. Completamente.

—¿Nunca os peleasteis?

—¿Con Jander? ¿Acaso habría sido posible? Su única meta, la única razón de su existencia, era complacerme.

—¿No te sentías molesta por ello? Sólo te complacía porque tenía que hacerlo.

—¿Qué motivo tenemos para hacer algo más que, por una u otra razón, tener que hacerlo?

—¿Y nunca experimentaste la necesidad de intentarlo de veras... de intentarlo con los auroranos después de haber aprendido a tener un orgasmo?

—Habría sido un sustituto insatisfactorio. Yo sólo quería a Jander... ¿Entiendes ahora lo que he perdido?

La expresión normalmente grave de Baley se intensificó hasta la solemnidad. Repuso:

—Lo entiendo, Gladia. Si antes te he hecho sufrir, perdóname, porque entonces no lo entendía del todo.

Pero Gladia estaba llorando y él esperó, incapaz de decir nada más, incapaz de encontrar el modo de consolarla.

Finalmente ella meneó la cabeza y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. Murmuró:

—¿Hay algo más?

Baley contestó en tono de disculpa:

—Unas cuantas preguntas sobre otro tema y luego dejaré de molestarte. —Añadió cautelosamente—: Por ahora.

—¿De qué se trata? —Parecía muy cansada.

—¿Sabes que algunas personas parecen creer que el doctor. Fastolfe fue responsable de la muerte de Jander?

—Sí.

—¿Sabes que el mismo doctor Fastolfe admite que sólo él tiene la experiencia necesaria para matar a Jander en la forma que le mataron?

—Sí. El querido doctor me lo dijo él mismo.

—Pues bien, Gladia, ¿crees tú que el doctor Fastolfe mató a Jander?

Ella alzó los ojos hacia él, repentina y vivamente, y luego dijo con ira:

—Claro que no. ¿Por qué iba a hacerlo? En primer lugar, Jander era su robot y significaba mucho para él. Tú no conoces al querido doctor como yo, Elijah. Es una buena persona que no haría daño a nadie y jamás haría daño a un robot. Suponer que mataría a uno es como suponer que una roca puede caer hacia arriba.

—No tengo nada más que preguntarte, Gladia, y lo único que me queda por hacer aquí, de momento, es ver a Jander, lo que queda de Jander, si tú me lo permites.

Ella volvió a mostrarse recelosa, hostil.

—¿Por qué? ¿Por qué?

—¡Gladia! ¡Por favor! No espero que sirva de nada, pero debo ver a Jander aun sabiendo que verle no servirá de nada. Haré todo lo posible para no herir tu sensibilidad.

Gladia se levantó. Su vestido, sencillo hasta el punto de no ser más que una ajustada funda, no era negro (como habría sido en la Tierra) sino de un color opaco que carecía totalmente de brillo. Baley, sin ser un experto en vestimenta, se dio cuenta de que representaba muy bien el luto.

—Ven conmigo —murmuró ella.

26

Baley siguió a Gladia a través de varias habitaciones, cuyas paredes despedían un ligero resplandor. En una o dos ocasiones advirtió un leve movimiento y dedujo que era un robot alejándose rápidamente, ya que tenían órdenes de no estorbar.

Luego atravesaron un pasillo y subieron un corto tramo de escaleras hasta llegar a una pequeña habitación en la que una parte de una pared brillaba como un foco.

La habitación contenía un catre y una silla; ningún otro mueble.

—Esta era su habitación —dijo Gladia. Luego, como en respuesta a los pensamientos de Baley, añadió—: Era todo lo que necesitaba. Yo le dejaba solo tanto como podía; a veces, todo el día. No quería cansarme nunca de él. —Meneó la cabeza—. Ahora lamento no haber pasado cada segundo en su compañía. No sabía que dispondríamos de tan poco tiempo... Ahí está.

Jander estaba tendido en el catre y Baley le miró gravemente. El robot había sido cubierto con un material suave y reluciente. La pared luminosa alumbraba la cabeza de Jander, que era suave y casi inhumana de tan serena. Los ojos estaban abiertos, pero eran opacos y mates. Se parecía lo bastante a Daneel para justificar el malestar de Gladia ante la presencia de aquél. Su cuello y sus hombros desnudos estaban al descubierto.

Baley preguntó:

—¿Le ha examinado el doctor Fastolfe?

—Sí, concienzudamente. Acudí a él desesperada y, si huhieras visto con qué rapidez vino, la inquietud que sentía, el dolor, el... el pánico, no pensarías que pudo haber sido responsable. No le fue posible hacer nada.

—¿Está desvestido?

—Sí. El doctor Fastplfe tuvo que quitarle la ropa para examinarle. No tenía objeto volver a ponérsela.

—¿Me permitirías que levantara la cubierta, Gladia?

—¿Es necesario?

—No quiero que me acusen de haber pasado algo por alto.

—¿Qué puedes encontrar que el doctor Fastolfe no haya visto?

—Nada, Gladia, pero debo saber que no hay nada que encontrar. Te ruego que cooperes.

—De acuerdo, adelante, pero haz el favor de poner la cubierta tal como está ahora cuando hayas terminado.

Se volvió de espaldas a él y Jander, puso el brazo izquierdo contra la pared y apoyó la cabeza en él. No emitió ningún sonido, no hizo ningún movimiento, pero Baley comprendió que estaba llorando de nuevo.

El cuerpo no era, quizás, totalmente humano. Los contornos musculares habían sido simplificados y resultaban un poco esquemáticos, pero todo estaba allí: pezones, ombligo, pene, testículos, vello púbico y todo lo demás. Incluso algo de vello en el pecho.

¿Cuántos días habían transcurrido desde la muerte de Jander? Baley cayó en la cuenta de que no lo sabía, pero había sucedido antes de que él emprendiera su viaje a Aurora. Había transcurrido más de una semana y no había señales de descomposición, ni visual ni olfativamente. Una clara diferencia robótica.

Baley titubeó y luego pasó un brazo por debajo de los hombros de Jander y el otro por debajo de sus caderas, extendiéndolos hasta el otro lado. No pensó en pedir ayuda a Gladia, eso sería imposible. Tomó aliento y, con cierta dificultad, dio la vuelta a Jander sin tirarlo fuera del catre.

El catre crujió. Gladia debía de saber lo que estaba haciendo, pero no se volvió. Aunque no se ofreció a ayudarle, tampoco protestó.

Baley retiró los brazos. Jander estaba tibio. Probablemente la unidad motriz seguía haciendo algo tan simple como mantener la temperatura, incluso con el cerebro inoperante. El cuerpo también se notaba firme y elástico. Probablemente no pasaba por una etapa análoga al rigor mortis.

Uno de los brazos le colgaba ahora fuera del catre de un modo muy humano. Baley lo movió un poco y lo soltó. El brazo se balanceó ligeramente de delante a atrás hasta detenerse. Le dobló una pierna por la rodilla e inspeccionó el pie; luego hizo lo mismo con la otra. Las nalgas estaban perfectamente formadas e incluso tenia ano.

Baley no pudo dejar de sentir cierto desasosiego. La idea de que estaba violando la intimidad de un ser humano le obsesionaba. Si hubiera sido un cadáver humano, su frialdad y rigidez le habrían despojado de humanidad.

Pensó con inquietud: «El cadáver de un robot es mucho más humano que un cadáver humano.»

Pasó nuevamente los brazos por debajo de Jander, lo levantó y le dio la vuelta.

Alisó la sábana lo mejor que pudo, luego volvió a colocar la cubierta tal como la había encontrado y la alisó igualmente. Retrocedió y juzgó que estaba igual que al principio... o casi.

—He terminado, Gladia —anunció.

Ella se volvió, miró a Jander con ojos húmedos y dijo:

—¿Podemos irnos, entonces?

—Sí, naturalmente, pero Gladia...

—Dime.

—¿Vas a conservarle de este modo? Me imagino que no se descompondrá.

—¿Importa que lo haga?

—En ciertos aspectos, sí. Tienes que darte una oportunidad para recobrarte. No puedes pasar tres siglos de luto. Lo pasado pasado está. —(Sus propias palabras le sonaron huecas y sentenciosas. ¿Cómo debían de sonarle a ella?)

Gladia dijo:

—Sé que tus intenciones son buenas, Elijah. Me han pedido que conserve a Jander hasta que la investigación haya terminado. Entonces solicitaré que sea desintegrado.

—¿Desintegrado?

—Sometido a la acción de una antorcha plasmática y reducido a sus elementos, como los cadáveres humanos. Yo tendré hologramas de él... y recuerdos. ¿Estás satisfecho?

—Naturalmente. Ahora debo regresar a casa del doctor Fastolfe.

—Sí. ¿Has averiguado algo por el cuerpo de Jander?

—No esperaba averiguar nada, Gladia.

Ella le miró de frente.

—Y Elijah, quiero que descubras quién hizo esto y por qué. Debo saberlo.

—Pero Gladia...

Ella sacudió violentamente la cabeza, como para apartar de sí algo que no estaba dispuesta a oír.

—Sé que puedes hacerlo.