12

Denison trataba de vencer su timidez. Una y otra vez hizo el mismo gesto inconsciente, como para subirse los pantalones que no llevaba. Su única vestimenta consistía en unas sandalias y en el más breve de los taparrabos, que le quedaba intolerablemente apretado. Claro que, además, llevaba una manta.

Selene, que iba ataviada del mismo modo, se rió.

—Vamos, Ben, no hay nada feo en tu cuerpo desnudo, a excepción de una ligera flaccidez. Está perfectamente adaptado a la moda de aquí. De hecho, puedes quitarte el taparrabos, si te molesta.

—¡No! —murmuró Denison.

Se envolvió con la manta para cubrirse el abdomen y ella se la quitó.

Le dijo:

—Venga, dame eso. ¿Qué clase de selenita vas a ser si conservas tu puritanismo terrestre? Sabes muy bien que la pudibundez es sólo una forma de la sensualidad. Las dos palabras tendrían que ser sinónimos en el diccionario.

—Tengo que acostumbrarme, Selene.

—Podrías empezar por mirarme de vez en cuando en lugar de hacer resbalar tu mirada por mi cuerpo como si lo tuviera untado de aceite. He observado que diriges miradas muy eficientes a las otras mujeres.

—Si te miro a ti…

—Parecerás demasiado interesado y te avergonzarás. Pero si me miras con atención, te acostumbrarás y dejarás de darle importancia. Verás, voy a quedarme quieta y tú me miras fijamente.

Denison gimió:

—Selene, estamos rodeados de gente y tú me haces hacer el ridículo más espantoso. Te ruego que sigas caminando y dejes que me acostumbre poco a poco.

—Está bien, pero espero que adviertas que la gente que pasa no nos mira.

—No te miran a ti, pero a mí sí. Es probable que nunca hayan visto a una persona tan vieja y mal formada.

—Probablemente no —convino Selene, sonriendo—, pero tendrán que acostumbrarse.

Denison siguió caminando lleno de desaliento, consciente de cada pelo gris de su pecho y de cada gramo de grasa de su barriga. Hasta que el corredor se estrechó y la gente empezó a escasear, no se sintió un poco aliviado.

Ahora miró en torno suyo con curiosidad, algo menos pendiente que antes de los pechos cónicos de Selene y de sus bien torneados muslos. El corredor parecía interminable.

—¿Cuánto hemos andado? —preguntó.

—¿Te cansas? —Selene tenía la voz contrita—. Podríamos haber tomado un coche. He olvidado que vienes de la Tierra.

—Espero que sigas haciéndolo. ¿No es el ideal para un inmigrante? No estoy nada cansado, es decir, casi nada. Lo que tengo es un poco de frío.

—Es imaginación tuya, Ben —discrepó Selene, con firmeza—. Crees que tienes que tener frío porque vas desnudo. Quítate la idea de la cabeza.

—Fácil de decir —suspiró él—. Espero estar andando bien.

—Muy bien. Pronto te enseñaré los saltos de canguro.

—Y a participar en las carreras de deslizamiento. Recuerda que soy de una edad ligeramente avanzada. Pero, dime: ¿cuánto hemos andado?

—Unos tres kilómetros y medio, más o menos.

—¡Dios mío! ¿Cuántos kilómetros de corredores tenéis?

—Siento no saberlo. Los corredores residenciales constituyen una pequeña parte del total. Están los corredores de las minas, los geológicos, los industriales, los micológicos… Estoy segura de que debe haber varios miles de kilómetros.

—¿Tenéis mapas?

—Por supuesto. No podemos ir a ciegas.

—Y tú, ¿llevas alguno?

—No, no necesito un mapa para este sector; lo conozco muy bien, desde que era una niña. Son corredores antiguos. La mayoría de los nuevos (y creo que construimos cuatro o cinco kilómetros al año, como término medio) están en el Norte. Por aquéllos no podría adentrarme sin un mapa, y quizá ni siquiera con él.

—¿Hacia dónde nos dirigimos?

—Te he prometido algo fuera de lo corriente (no, no yo, o sea que no lo digas), y voy a cumplirlo. Es la mina más peculiar de la Luna y está completamente fuera del recorrido normal de los turistas.

—¡No vas a decirme que tenéis brillantes en la Luna!

—Mejor que eso.

Las paredes del corredor aquí no estaban pulidas; eran de roca gris, iluminadas, con suavidad pero de manera efectiva, por tramos de electroluminiscencia. La temperatura era agradable y fija, con un sistema de ventilación tan eficaz como silencioso; no se notaba ninguna corriente de aire. Aquí era difícil adivinar que a unos sesenta metros más arriba se hallaba una superficie sujeta alternativamente a un calor de ebullición y a un frío de congelamiento, durante el recorrido quincenal del sol de un horizonte al otro y alrededor de la otra cara.

—¿Es todo esto totalmente estanco? —preguntó Denison, que de improviso se acordó con inquietud de que no estaba muy por debajo del fondo de un océano ilimitado.

—¡Oh, sí! Estas paredes son impermeables y además, todas están aseguradas. Si la presión del aire disminuye tan sólo un diez por ciento en cualquier sección de los corredores, se organiza el mayor estruendo de sirenas que hayas oído jamás, y una cantidad increíble de flechas y de señales luminosas que indican las salidas de emergencia.

—¿Ocurre con frecuencia?

—No. No creo que nadie haya muerto por falta de aire durante los últimos cinco años —entonces, con repentina agresividad agregó—: Vosotros tenéis catástrofes naturales en la Tierra. Un gran terremoto o una inundación puede causar miles de víctimas.

—No lo discuto, Selene —levantó las manos—. Me rindo.

—Muy bien —dijo ella—. No era mi intención excitarme… ¿Oyes eso?

Se detuvo, en actitud de escucha.

Denison escuchó a su vez y movió la cabeza. De pronto miró a su alrededor.

—Reina un gran silencio. ¿Dónde está la gente? ¿Estás segura de que no nos hemos perdido?

—Esto no es una cueva natural con pasadizos desconocidos. Las tenéis en la Tierra, ¿verdad? He visto fotografías.

—Sí, la mayoría son cuevas de piedra caliza, formadas por el agua. Pero éste no puede ser el caso de la Luna, ¿verdad?

—Y por lo tanto, no podemos habernos perdido —repuso Selene, sonriendo—. Si estamos solos, achácalo a la superstición.

—¿A qué? —Denison pareció asustado y en su rostro apareció una mueca de incredulidad.

—No hagas eso —dijo ella—; te salen arrugas. Así, ahora tienes la piel lisa otra vez. ¿Sabes una cosa? Tienes mucho mejor aspecto que cuando llegaste. Gracias a la escasa gravedad y al ejercicio.

—Y a tratar de no decepcionar a las jovencitas desnudas que disfrutan de una gran cantidad de tiempo libre y de una extraña falta de cosas mejores que hacer que trabajar en sus días de asueto.

—Ahora vuelves a tratarme como si fuera una guía de turismo, aparte que no voy desnuda.

—En cuanto a eso, incluso la desnudez es menos temible que el intuicionismo… Pero ¿a qué te referías con lo de la superstición?

—Supongo que no es realmente superstición, pero la mayoría de la gente de la ciudad evita este sector de los corredores.

—Pero ¿por qué?

—Por lo que ahora voy a enseñarte —empezaron caminar de nuevo—. ¿Lo oyes ahora?

Volvió a detenerse y Denison escuchó con atención. Luego, dijo:

—¿Te refieres a ese golpeteo? Tap, tap… ¿Es eso?

Ella se le adelantó a pasos lentos y rítmicos, con el característico movimiento de los selenitas al acelerar el paso de modo imperceptible. El la siguió, tratando de imitarla.

—Aquí…, aquí…

La mirada de Denison siguió el índice de Selene, que señalaba con excitación.

—¡Dios mío! —exclamó—. ¿De dónde viene?

Era un reguero, evidentemente de agua. Caía gota a gota y resonaba sobre una pequeña artesa de cerámica, para desaparecer después en el interior de la roca.

—De las rocas. Porque en la Luna tenemos agua. La mayor parte la sacamos del yeso; la suficiente para nuestras necesidades, puesto que la conservamos muy bien.

—Lo sé, lo sé. Aún no he podido conseguir una ducha completa. No entiendo cómo hacéis para estar limpios.

—Ya te lo he explicado. Primero te mojas. Entonces cierras el grifo y te rocías con un poco de detergente. Entonces te friegas… ¡Oh, Ben!, no voy a repetírtelo una vez más. Aparte de que en la Luna no puedes ensuciarte mucho… Pero no estábamos hablando de esto. En uno o dos lugares tenemos realmente depósitos de agua, por lo general en forma de cielo, cerca de la superficie, en la ladera sombreada de una montaña. Si lo localizamos, vemos que gotea. Este ha estado goteando desde que fue excavado el corredor, hace ocho años.

—Pero ¿por qué la superstición?

—Pues verás: resulta obvio que el agua es el gran recurso material del que depende la Luna. La usamos para beber, lavarnos, cultivar nuestra comida, obtener el oxígeno, hacer que todo funcione. Es natural que el agua inspire mucho respeto. Cuando este depósito fue descubierto, se abandonaron los planes para prolongar los túneles en esta dirección, aplazándolos hasta que se extinguiera. Incluso dejaron sin terminar las paredes del corredor.

—Es cierto que suena como una superstición.

—Quizá una especie de respeto. No se esperaba que durase más de unos pocos meses; es lo normal. Pero cuando éste cumplió el primer aniversario, empezó a antojársenos eterno. Así es como se llama: «El Eterno». Incluso lo verás marcado así en los mapas. Naturalmente, la gente ha llegado a darle importancia; la sensación de que su agotamiento significará una especie de mal presagio.

Denison se rió.

Selene continuó, seducida por el tema.

—Nadie lo cree de verdad, pero sí a medias. Es evidente que no es eterno y que algún día se extinguirá. De hecho, el goteo ya es sólo un tercio de lo que era cuando fue descubierto, de modo que se está secando lentamente. Me imagino que la gente piensa que si se detiene cuando ellos están aquí, participarán de la mala suerte. Por lo menos, es la única explicación racional de su resistencia a venir aquí.

—Supongo que tú no sostienes esta creencia.

—Que lo crea o no carece de importancia. Además, estoy segura de que no se extinguirá tan de improviso como para que alguien se sienta culpable de ello. Irá goteando cada vez menos y nadie podrá saber el momento exacto en que se secó. Por lo tanto, ¿por qué preocuparse?

—Estoy de acuerdo contigo.

—Sin embargo —añadió ella, cambiando de tema con suavidad—, tengo otras preocupaciones y me gustaría discutirlas contigo mientras estamos solos —extendió la manta y se sentó en ella, con las piernas cruzadas.

—¿Y por eso me has traído aquí? —él se echó en el suelo, para apoyarse sobre la cadera y el codo, frente a ella.

—¿Ves? Ahora ya me miras con naturalidad. Te estás acostumbrando a mí… Y en realidad, es seguro que en la Tierra hubo épocas en que nadie se extrañaba de la desnudez.

—Épocas y lugares —convino Denison—, pero no después de la Crisis. En mi tiempo…

—Bueno, en la Luna, hacer lo que ves hacer a los selenitas es una buena regla de conducta.

—¿Por fin me vas a decir por qué me has traído hasta aquí? ¿O tengo que declararte sospechosa de planear mi seducción?

—Podría seducirte muy cómodamente en mi casa, gracias. Esto es diferente. La superficie hubiera sido mejor, pero los preparativos para subir a la superficie hubiesen llamado demasiado la atención. Venir aquí ha sido más discreto, y éste es el único lugar de la ciudad donde podemos tener la garantía casi plena de no ser interrumpidos —Selene titubeó.

—¿Y bien? —la animó Denison.

—Barron está enfadado. Mejor dicho, muy enfadado.

—No me sorprende. Te advertí que se enfadaría cuando se enterase de que sé que eres una intuicionista. ¿Por qué creíste tan necesario decírselo?

—Porque es difícil ocultar las cosas por mucho tiempo a mi… compañero. Aunque es probable que él ya no me considere como tal.

—Lo siento.

—¡Oh!, de todos modos, ya nos estábamos distanciando. Ha durado demasiado. Me preocupa más (mucho más) que se niegue violentamente a aceptar tu interpretación de los experimentos que hiciste con el pionizador después de las observaciones en la superficie.

—Ya te dije que pasaría.

—Dijo que ha visto tus resultados.

—Les echó una mirada y gruñó.

—Es muy decepcionante. ¿Es que nadie cree más de lo que quiere creer?

—No, mientras les sea posible.

—¿Y qué me dices de ti?

—¿Te refieres a si soy humano? Pues claro. No creo ser realmente viejo. Me considero muy atractivo. Creo, que buscas mi compañía porque me encuentras adorable, incluso aunque insistas en llevar la conversación hacia la física.

—¡No! ¡Estoy hablando en serio!

—Pues bien, sospecho que Neville te dijo que mis datos no eran importantes más allá del margen del error, lo cual los hace dudosos, y esto es cierto… Y pese a ello, yo prefiero creer que tienen el significado que les atribuí desde el principio.

—¿Sólo porque quieres creerlo así?

—No sólo por eso. Míralo de esta manera: supón que no hay peligro en la Bomba, pero que yo insisto en pensar que sí lo hay. En este caso, será evidente que soy un imbécil y mi reputación de científico sufrirá un descalabro. Pero el hecho es que ya soy imbécil a los ojos de las personas que cuentan y carezco de reputación científica.

—¿Por qué esto último, Ben? Lo has insinuado varias veces. ¿No me puedes contar toda la historia?

—Te sorprenderá lo poco que hay que contar. A la edad de veinticinco años, yo era todavía tan niño que tuve que divertirme insultando a un imbécil por la sencilla y única razón de que era un imbécil. Mi insulto le catapultó hasta unas cumbres que nunca hubiera escalado de otro modo…

—¿Estás hablando de Hallam?

—Sí, claro. Y cuando él subió, yo me caí. Y al final, he ido a parar a… la Luna.

—¿Es eso tan malo?

—No, creo que es bastante bueno. Digamos, por lo tanto, que me hizo un favor, un favor a largo plazo… Y ahora volvamos a lo que te decía. Acabo de explicarte que aunque me equivoque al creer que la Bomba es peligrosa, no puedo perder nada. Por el contrario, si me equivoco al creer que la Bomba es inofensiva, estaré ayudando a destruir el mundo. Naturalmente, ya he vivido gran parte de mi vida y supongo que puedo llegar a convencerme a mí mismo de que no tengo grandes motivos para amar a la humanidad. Sin embargo, sólo me han perjudicado unas cuantas personas, y si me vengara de modo tal que perjudicase a todo el mundo, cometería una injusticia imperdonable.

»Además, si quieres una razón menos noble, Selene, consideremos a mi hija. Poco antes de que yo saliera hacia la Luna, ella había pedido permiso para tener un hijo. Es probable que se lo concedan, y dentro de poco tiempo, yo seré (si no te importa que lo diga) un abuelo. Creo que me gustaría saber que mi nieto podrá disfrutar de una larga vida. Por consiguiente, prefiero creer que la Bomba es peligrosa y actuar según mi creencia.

Selene preguntó, con mucha intensidad en la voz:

—Esta es la cuestión. ¿Es o no es peligrosa la Bomba? Me refiero a la verdad, y no a lo que todo el mundo quiere creer.

—Y debería preguntártelo a ti. Tú eres la intuicionista. ¿Qué dice tu intuición?

—Pues esto es lo que me preocupa, Ben. No puedo llegar a una certeza en ningún sentido. Tiendo a creer que la Bomba es peligrosa, pero tal vez sea porque quiero creerlo.

—Muy bien. Supongamos que quieres creerlo. ¿Por qué?

Selene sonrió sin alegría y se encogió de hombros.

—Sería divertido que Barron se equivocase. Cuando cree estar seguro, lo está de un modo insultante.

—Comprendo. Quieres ver su cara cuando le obligues a tragar su error. Sé muy bien lo intenso que puede ser este deseo. Por ejemplo, si la Bomba fuera peligrosa y yo pudiera probarlo, seguramente sería proclamado el salvador de la humanidad y, no obstante, juro que me interesaría más la expresión del rostro de Hallam. No estoy orgulloso de este sentimiento, así que sospecho que lo que haré será insistir en que Lamont comparta mi gloria, de la cual es muy merecedor, por otra parte, y limitar mi satisfacción a mirar la cara de Lamont cuando él mire la cara de Hallam. De este modo, la mezquindad será un grado menor… Pero estoy empezando a decir tonterías. ¡Selene!

—¿Sí, Ben?

—¿Cuándo descubriste que eras una intuicionista?

—No lo sé con exactitud.

—Me imagino que estudiarías física en la universidad.

—Sí, claro, y también matemáticas, aunque nunca me gustaron. Ahora que lo pienso, tampoco era muy brillante en física. Solía adivinar las respuestas cuando estaba desesperada; adivinar lo que debía hacer para dar las respuestas correctas. Me salía bien muy a menudo y entonces me pedían que explicara por qué había respondido así, pero aquello ya no lo hacía tan bien. Sospechaban que recurría a alguna trampa, pero nunca pudieron probarlo.

—¿No sospecharon que se trataba de intuicionismo?

—No lo creo. Y yo tampoco. Hasta que… bueno, uno de mis primeros amantes era físico. De hecho, fue el padre de mi hijo, suponiendo que la muestra de esperma fuese realmente suya. Tenía un problema de física y me lo contó cuando estábamos en la cama, supongo que para hablar de algo. Y yo le dije: «¿Sabes cómo lo haría?» y se lo expliqué. Él lo probó para divertirse, según confesó, y salió bien. De hecho, fue el primer paso del pionizador, que tú dices que es mucho mejor que el protón sincrotrón.

—¿Quieres decir que fue idea tuya? —Denison puso un dedo bajo el chorro de agua y se detuvo cuando iba a llevárselo a los labios—. ¿Es potable este agua?

—Es perfectamente estéril —repuso Selene—, y va a parar al depósito general para ser tratada. Está saturada de sulfatos, carbonatos y otros elementos. No te gustará el sabor.

Denison se secó el dedo con el taparrabos.

—¿Tu inventaste el pionizador?

—No lo inventé; tuve el concepto original. Se precisaron muchas fases de desarrollo, y Barron realizó la mayoría.

Denison meneó la cabeza.

—Selene, eres un fenómeno asombroso. Tendrías que estar bajo observación de los biólogos moleculares.

—¿De veras? No es mi idea de cómo divertirse.

—Hace medio siglo, la tendencia hacia la mutación artificial genética alcanzó su punto álgido…

—Ya lo sé. Fracasó y fue abandonada. Ahora, este tipo de estudio es ilegal, en la medida que puede ser ilegal un trabajo de investigación. Conozco a gente que ha seguido trabajando en ello.

—Estoy seguro. ¿Sobre intuicionismo?

—No, no lo creo.

—¡Ah!, pues yo me refería a eso. En el momento cumbre de la mutación artificial, se produjo una tentación de estimular el intuicionismo. Casi todos los grandes científicos paseen capacidad intuitiva, naturalmente, y se creía que ésta era la única y auténtica llave de la facultad creadora. Se especulaba con que una capacidad superior para la intuición era el producto de una determinada combinación de genes y hubo muchas conjeturas respecto a esa determinada combinación.

—Sospecho que debe haber muchos tipos posibles que resultarían satisfactorios.

—Y yo sospecho que si esto te lo dicta tu intuición, estás en lo cierto. Pero también hubo quien insistió en que un solo tipo de genes, o un pequeño grupo de ellos era de particular importancia para la combinación, hasta el punto de poder hablar de un Gen Intuitivo… Entonces, la investigación se detuvo.

—Como te he dicho.

—Pero antes de detenerse —prosiguió Denison—, hubo tentativas de alterar los genes para intensificar el intuicionismo, y se afirmó que se había conseguido cierto éxito. Estoy seguro de que los genes alterados se mezclaron con el resto, y si por casualidad tú has heredado… ¿Estuvo implicado en el programa alguno de tus parientes?

—No, que yo sepa —replicó Selene—, pero no puedo excluir la posibilidad. Quizá uno de ellos… Si no te importa, no pienso investigar el asunto. No quiero saberlo.

—Tal vez es mejor. Todo aquel estudio se granjeó la más terrible hostilidad entre la masa del público, y cualquiera que pudiese ser considerado el producto de la mutación artificial no sería precisamente bien acogido… Por ejemplo, decían que el intuicionismo era inseparable de ciertas características indeseables.

—Pues, muchas gracias.

—Lo decían. Poseer intuición equivale a inspirar envidia y enemistad. Incluso un intuicionista tan amable y bondadoso como Michael Faraday despertó la envidia y el odio de Humphry Davy. ¿Quién puede afirmar que no es precisa cierta imperfección de carácter para despertar envidia? Y en tu caso…

Selene preguntó:

—Supongo que no despierto tu envidia y tú odio, ¿no?

—No lo creo. Pero ¿qué hay de Neville?

Selene guardó silencio.

Denison dijo:

—Me imagino que cuando conociste a Neville ya eras muy conocida como intuicionista.

—Muy conocida, no. Sé que algunos físicos lo sospechaban. Sin embargo, aquí, al igual que en la Tierra, no les gusta renunciar al éxito, y supongo que se convencieron a sí mismos de que cuanto yo les había dicho eran meras conjeturas sin importancia. Pero Barron lo sabía, por supuesto.

—Comprendo —murmuró Denison.

Selene hizo una mueca.

—No sé por qué tengo la sensación de que quieres decir: «¡Ah!, ése es el motivo de que te haga caso».

—No, claro que no, Selene. Eres lo bastante atractiva para ser deseada por ti misma.

—Eso creo yo, pero todo influye, y es natural que Barron estuviese interesado por mi intuicionismo. ¿Por qué no había de estarlo? Pero insistió en que conservase mi empleo como guía de turismo. Dijo que yo era un importante recurso natural de la Luna y que no quería que la Tierra me monopolizase como monopoliza el sincrotrón.

—Una idea extraña. Pero quizá se debió a que cuanto más reducido fuera el número de personas que conocieran tu intuicionismo, menos fácil sería que sospechasen tu contribución en algo que quería atribuirse sólo él.

—¡Ahora tú hablas como Barron!

—¿De veras? Y es posible que sienta resentimiento hacia ti cuando tu intuicionismo trabaja especialmente bien.

Selene se encogió de hombros.

—Barron es un hombre suspicaz. Todos tenemos nuestros defectos.

—Entonces, ¿es prudente que estés sola conmigo?

Selene replicó con brusquedad.

—No te enfades porque le defiendo. En realidad no sospecha la posibilidad de relaciones sexuales entre nosotros. Tú eres de la Tierra. De hecho, no tengo inconveniente en decirte que desea nuestra amistad. Cree que puedo aprender cosas de ti.

—¿Y has aprendido algo? —preguntó Denison fríamente.

—Sí… Pero aunque ésta puede ser su razón principal para desear nuestra amistad, no es la mía.

—¿Cuál es la tuya?

—Como sabes muy bien —dijo Selene—, y como quieres oírme decir, me gusta tu compañía. De otro modo, podría conseguir lo que quiero en muchísimo menos tiempo.

—Está bien, Selene. ¿Amigos?

—¡Amigos! Absolutamente.

—Entonces, dime qué has aprendido de mí. ¿Puedo saberlo? .

—Tardaría mucho tiempo en explicártelo. Sabes que el motivo por el cual no podemos instalar en ninguna parte una Estación de la Bomba es que nos resulta imposible localizar el parauniverso, aunque ellos pueden localizarnos a nosotros. Ello podría deberse a que son mucho más inteligentes o a que están mucho más avanzados tecnológicamente…

—Dos cosas que pueden no ser la misma —murmuró Denison.

—Lo sé, por eso he puesto la «o». Pero también puede ser que nosotros no seamos tan estúpidos ni estemos tan atrasados. Podría ser algo tan sencillo como el hecho de que ellos ofrezcan un blanco más difícil. Si la interacción nuclear fuerte es más intensa en el parauniverso, es probable que tengan soles mucho más pequeños y, también, planetas más pequeños. Su mundo individual sería más difícil de localizar que el nuestro.

Ahora bien —continuó—, supón que lo que detectan es el campo electromagnético. El campo electromagnético de un planeta es mucho mayor que el planeta en sí y mucho más fácil de localizar. Y esto significaría que, aunque puedan detectar la Tierra, no pueden detectar la Luna, que tiene un escaso campo electromagnético. Tal vez por eso hemos fracasado en la instalación de una Estación de la Bomba en la Luna. Y si sus pequeños planetas carecen de un campo electromagnético importante, nosotros no podemos localizarlos.

Denison dijo.

—Es una idea atractiva.

—Ahora considera el intercambio interuniversal de propiedades que sirve para debilitar su interacción nuclear fuerte, enfriando sus soles, mientras que refuerza, calienta y hace explotar los nuestros. ¿Qué puede implicar esto? Supón que pueden absorber energía sin nuestra ayuda, pero sólo en cantidades ruinosamente bajas. En circunstancias normales, esto sería impracticable. Necesitarían nuestra ayuda para dirigir la energía concentrada hacia su dirección, suministrándoles el tungsteno-186 y aceptando nosotros a cambio el plutonio-186. Pero supón que nuestra franja galáctica explota y se convierte en un quásar. Esto produciría una concentración de energía en la vecindad del sistema solar enormemente mayor que la actual, la cual podría persistir por más de un millón de años.

»Una vez formado el quásar, incluso una energía ruinosamente baja resulta suficiente. Por lo tanto, a ellos no les importaría que nosotros nos destruyéramos. De hecho, podría decirse que su situación sería más segura si explotásemos. Hasta entonces, es posible que detengamos la Bomba por cualquiera de entre una gran variedad de razones y, entonces, ellos no podrían volver a ponerla en marcha. Después de la explosión, serían independientes; nadie podría intervenir… Y por esto, la gente que dice: “Si la Bomba es tan peligrosa, ¿por qué no la detienen esos superdotados parahombres?”, no saben de lo que están hablando.

—¿Te ha dado Neville este argumento?

—Sí.

—Pero el parasol continuaría enfriándose, ¿verdad?

—¿Qué importa eso? —replicó Selene con impaciencia—. Con la Bomba, no dependería para nada de su sol.

Denison inspiró profundamente.

—No es posible que tú lo sepas, Selene, pero en la Tierra corrió el rumor de que Lamont había recibido un mensaje de los parahombres al efecto de que la Bomba era peligrosa pero que ellos no podían detenerla. Como es natural, nadie lo tomó en serio, pero supón que sea cierto. Supón que Lamont recibió este mensaje. ¿No puede significar que algunos de los parahombres eran lo bastante humanitarios como para no desear destruir un mundo que contenía inteligencias comparables a las suyas, pero que fueron vencidos por la oposición de la mayoría, siempre mucho más práctica?

Selene asintió:

—Supongo que entra dentro de lo posible… Yo sabía todo esto, o, mejor dicho, lo intuía, antes de que tú llegases. Pero entonces, tú dijiste que nada tenía sentido entre el uno y el infinito, ¿lo recuerdas?

—Por supuesto.

—Muy bien. Las diferencias entre el parauniverso y el nuestro están tan condicionadas por la interacción nuclear fuerte que hasta ahora no se han realizado estudios ulteriores. Pero hay más de una interacción: hay cuatro. Además de la nuclear intensa, está la electromagnética, la nuclear débil y la gravitacional, con oscilaciones de intensidad entre 130:1:10-10:10-42. Pero si hay cuatro, ¿por qué no un número infinito, y todos los otros demasiado débiles para ser detectados o para influir de algún modo en nuestro universo?

Denison dijo:

—Si la interacción es demasiado débil para ser detectada, o para ejercer cualquier clase de influencia, entonces no existe, según cualquier definición matemática.

—En este universo —concretó Selene—. ¿Quién sabe lo que puede o no existir en los parauniversos? Con un número infinito de posibles interacciones, cada una de las cuales puede variar infinitamente en intensidad, comparada con cualquiera de ellas que se tome como patrón, el número de posibles universos diferentes que pueden existir es infinito.

—Posiblemente la infinidad de lo continuo; alfa-uno en lugar de alfa-cero.

Selene frunció el ceño.

—¿Qué significa esto?

—Nada importante; sigue.

Selene continuó.

—Entonces, en vez de trabajar con el único universo que se nos ha puesto delante, y que puede no adaptarse en absoluto a nuestras necesidades, ¿por qué no intentamos localizar, entre las infinitas posibilidades, el universo que más nos convenga y que más facilidades nos ofrezca? ¿Por qué no proyectar un universo y buscarlo? Al fin y al cabo, cualquier cosa que proyectemos ha de existir.

Denison sonrió.

—Selene, yo había pensado exactamente lo mismo. Y puesto que ninguna ley afirma que estoy equivocado por completo, es muy poco probable que alguien tan inteligente como yo pueda estarlo cuando alguien tan inteligente como tú llega a una conclusión idéntica de manera independiente… ¿Sabes una cosa?

—¿Qué? —preguntó Selene.

—Me está empezando a gustar tu maldita comida selenita. O estoy empezando a habituarme a ella. Volvamos a casa, comamos y demos comienzo a nuestros planes… ¿Y quieres saber otra cosa?

—¿Qué?

—Ya que vamos a trabajar juntos, ¿qué opinarías de un beso, entre un investigador y una intuicionista?

—Supongo que ambos hemos besado y hemos sido besados muchas veces. ¿Por qué no hacerlo como hombre y mujer?

—Creo que esto no me será difícil. Pero ¿cómo hacerlo sin parecer torpe? ¿Qué reglas rigen en la Luna respecto al beso?

—Obedece a tu instinto —dijo Selene en tono casual.

Cuidadosamente, Denison se puso las manos en la espalda y se inclinó hacia Selene. Después, al cabo de un rato, la rodeó con sus brazos.