Cuando Sam llegó al hospital preguntó directamente por Nicola Uldock. Tras consultarlo en el ordenador le indicaron en recepción que el doctor tenía que hablar con él.
Minutos después, el médico volvió a relatar lo sucedido. Sam se sumió en una espiral de dolor y rabia al conocer el resultado de lo ocurrido y la trágica muerte de Nicola y su madre. Su cuerpo se encogió de dolor. Conmocionado, no pudo ahogar un grito de desesperación y por un momento creyó que iba a perder el sentido. Sin embargo, el doctor, acostumbrado a situaciones tensas y horrorosas como la que estaba presenciando, reaccionó a tiempo, acompañándole hasta unas de las sillas.
El médico esperó pacientemente a que Sam reaccionara, y le pidió que identificara los cadáveres, a lo que asintió como pudo. Bajaron hasta las cámaras y sintió que las fuerzas le flaqueaban al identificar primero a Natasha y después a Nicole. Sam se derrumbó al verla y rompió a llorar mientras le agarraba por última vez la mano. Le prometió que cuidaría de los niños y después le dio un último beso en sus fríos labios y se marchó sin mirar atrás, roto de dolor.
Se dirigió hacia la habitación donde estaban los niños. Al entrar fue hacia Tommy y le acarició la manita. Era tan chiquitita. Solo tenía 20 meses y ya viviría toda su vida sin una mamá. Con ojos llorosos, miró a Sasha que solo tenía cuatro añitos. ¿Cómo iba a explicarle que mami no estaría nunca más? Horrorizado, se llevó las manos a la cabeza. Aquella mañana el frágil equilibrio de su mundo se había desmoronado ¿qué iba a hacer?
En la quietud de la habitación, rompió a llorar desconsolado, cuando de pronto la puerta de la habitación se entreabrió. Los ojos anegados de lágrimas de Kate le observaban, Sam se giró hasta que la vio. Asombrado primero e invadido por la desesperación y la angustia al verse atrapado, no pudo por menos que balbucear:
—Lo siento cariño… Lo siento. Solo te puedo pedir una y mil veces perdón.
Furiosa y trastornada por lo que estaba viviendo, entró en la habitación y, sin levantar en exceso la voz, se dirigió a él con tono tembloroso.
—¿Crees que te bastan las palabras para que te perdone?
—No sé qué decir y…
—En eso te entiendo, maldito mentiroso —respondió con dureza—. De pronto hoy me encuentro… Yo… yo… confiaba en ti. Nunca hubiera podido imaginar que fueras capaz… que llevaras una doble vida. ¡Nunca!
—Todo lo que me digas lo merezco. No intentaré defenderme ante ti. Te he fallado, lo sé.
Kate cerró los ojos, y tras contener las ganas de llorar susurró por fin:
—Nunca pensé que me harías pagar mi error de esta manera. Dijiste que me perdonabas y… y… ¡Maldito desgraciado! No solo me has fallado a mí… sino a tus hijas.
—Lo sé… lo sé… —Roto por la desesperación y el dolor que le oprimía, no sabía qué más decir.
Después de un momento tremendamente tenso entre los dos, donde Kate quiso gritar y maldecir hasta dejarse la voz, tomó aire y respiró profundamente. E intentando mantener la cabeza fría dijo señalando a aquellos niños.
—Tendrás que darles una explicación de tu doble juego a Cat y Ollie. ¿Cómo les vas a explicar que tienen dos hermanitos? ¿Cómo crees que se lo van a tomar?
—No lo sé. Tengo que pensar, pero… —murmuró Sam, abatido.
—Pues piensa rápido —le cortó—. Porque vas a ser tú quien se lo explique, no yo.
Una vez dijo aquello, Kate se dio la vuelta para marcharse pero notó como alguien le cogía de la mano. Al mirar, vio que la niña abría los ojitos y la miraba. Kate, aturdida, sin saber cómo reaccionar, miró a Sam, y este se levantó rápidamente para atenderla.
—Princesa ¿cómo estás? —preguntó Sam con voz temblorosa mientras se secaba las lágrimas de los ojos.
La niña, moviéndose incómoda en la cama, frunció el ceño y sin reparar en que le estaba dando la mano a una desconocida gimoteó.
—Papi, papi, me duele.
Asustado y sin saber qué hacer, Sam salió en busca de un médico sin reparar en que Kate se quedaba a solas con sus hijos. Intentó no involucrarse. Aquel no era su problema. Pero al ver a la niña tan desvalida gimiendo de dolor, no se lo pensó dos veces y trató de consolarla.
—Venga Sasha —susurró con dulzura—. No llores, cariño.
La cría, asustada, la miró mientras de sus ojos brotaban ríos de lágrimas. ¿Quién era aquella mujer?
—¿Dónde está mi papi? ¿Y mi mami?
Exasperada, pero conmovida por las lágrimas de la niña, sin moverse de su lado Kate dijo en un hilo de voz.
—Ha ido a buscar al médico para que te vea la piernecita. ¿Te duele mucho?
La pequeña, mirándola con unos bonitos ojos azules, sollozaba.
—Sí, me duele… me duele mucho.
Con sentimientos encontrados, Kate se agachó y la abrazó. Aquella pobre niña no tenía la culpa de lo que el mentiroso de su padre hubiera hecho.
—No llores, tesoro. Verás como tu papi consigue que el médico venga y te quite ese dolor —trató de consolarla, dándole un beso en la mejilla.
—¿Dónde está mami? —preguntó la niña—. Quiero que venga mi mamá.
En ese momento entró Sam con gesto preocupado seguido por una enfermera y un médico. Rápidamente Kate se quitó de en medio para que atendieran a la chiquilla y le aliviaran el dolor. El calmante había dejado de surtir efecto y procedieron a ponerle otro para que pudiera descansar. Pero mientras atendían a la pequeña, el niño se despertó y comenzó a llorar.
Sam estaba desesperado. No sabía a quién atender. Por un lado Sasha le llamaba y por otro Tommy le echaba los bracitos. Le hubiera gustado dividirse pero era imposible. Kate, impasible, miraba la escena. Por su mente pasó irse y olvidarse de todo aquello, pero aquellos pobres niños no tenían la culpa de nada. Al final, soltó el bolso, se quitó la chaqueta y ordenó a su todavía marido.
—Sam, atiende tú a Sasha. Yo atenderé al niño.
Con una cálida sonrisa, Kate comenzó a entonarle a Tommy una canción para que se calmara y este rápidamente se metió el chupete en la boca y se quedó mirándola. Destrozada y abatida por todo lo ocurrido en las últimas horas, Kate rompió a llorar. Gruesos lagrimones empezaron a cubrirle las mejillas, aunque ella procuraba secárselos. No era momento de llorar, todavía no. Le acarició el rostro con dulzura y el niño se relajó. Instantes después apareció de nuevo la enfermera y tras pinchar algo en el suero del niño este cerró los ojitos y se durmió cogido de la mano de Kate.
—¿Se ha dormido mi hermanito? —preguntó Sasha.
Abatido, Sam se había quedado sin habla, así que fue Kate quien, tras soltar la manita de Tommy y recoger su chaqueta y su bolso, contestó.
—Sí, bonita. Se ha vuelto a quedar dormidito.
Con ojos somnolientos, la pequeña la siguió con la mirada y volvió a preguntar:
—¿Cómo te llamas?
—Kate.
Con una triste sonrisa la pequeña bostezó.
—Me gusta tu nombre y eres muy guapa. ¿Eres amiga de mis papis?
Kate y Sam se miraron aturdidos.
—Cierra los ojos y duerme, Sasha —murmuró él.
Pero Kate, incapaz de obviar la mirada de la pequeña contestó.
—Tu papá y yo nos conocemos desde hace tiempo —y al notar que las lágrimas de nuevo pugnaban por salir prosiguió—: Me tengo que ir.
—¿Vendrás a vernos mañana? —preguntó la niña.
Kate no podía más. ¿Cómo podía preguntar tantas cosas? Pero intentó no ser brusca con ella y respondió.
—No creo, bonita. Tengo mucho trabajo.
Sam consciente de lo que aquello estaba suponiendo para su mujer, tocó con mimo la frente de la pequeña y murmuró.
—Princesa, Kate tiene mucho trabajo y no creo que pueda venir. Pero, tranquila, papi estará aquí contigo.
Aquellas últimas palabras «papi estará aquí contigo» se le clavaron en el corazón a Kate y antes de salir por la puerta se despidió diciendo apenas en un hilo de voz:
—Adiós Sasha. Cuídate y cuida de tu hermanito también.
Cuando Kate salió al pasillo se derrumbó. ¿Cómo podía estar pasándole aquello? Se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas y comenzó a andar hacia el ascensor cuando sintió que alguien le agarraba de la muñeca para detenerla. Era Sam.
—Gracias Kate…
Ella fue incapaz de mirarle. Le apartó la mano y en un tono cortante siseó:
—No quiero que vuelvas a casa. Quiero el divorcio y te exijo que hables con las niñas sobre lo que ha ocurrido lo antes posible.
—Kate, escúchame —le dijo desesperado—. Haré todo como tú quieras, hablaré con nuestras hijas, lo solucionaremos todo, pero, por favor, dame tiempo. Tengo que quedarme aquí con los niños, en el hospital.
Aquello la hizo reaccionar y, mirándole con furia, gritó:
—¡¿Cómo?! ¿Me estás pidiendo que sea indulgente contigo y con tus problemas? Oh no… Sam. Eso sí que no. Me importa una mierda tus sentimientos y cómo te sientas. Quiero solucionar toda esta locura cuanto antes. ¿Me has entendido? ¡Cuánto antes!
Sam se quedó aturdido al ver su angustia y su furia. Ella no se merecía todo aquello, pero en aquel momento no podía hacer otra cosa.
—Kate, por favor, te lo suplico, te estoy diciendo que haré todo lo que quieras. No pondré objeciones a nada de lo que me pidas. Pero ahora mismo tengo un gran problema y…
—Te equivocas, tienes muchos problemas.
Sabía que ella tenía razón, pero roto por las circunstancias tan solo logró musitar:
—No conozco a nadie en Filadelfia que se pueda hacer cargo de los niños en el hospital mientras yo voy a casa a hablar con las niñas. Sasha y Tommy solo me tienen a mí, a nadie más. Y soy incapaz de marcharme y dejarles solos y asustados aquí. Kate, por favor… por favor, entiéndeme, no te pido nada más.
Incapaz de creer lo que estaba oyendo, Kate insistió.
—No me jodas, Sam. ¿Acaso la madre de los niños no tenía familia aquí?
—A nadie a excepción de su madre y ha muerto con ella. —Y mirándole a los ojos suplicó—. Por favor. Sé que en estos momentos soy la última persona a la que querrías hacer un favor, pero no puedo marcharme y dejar a los niños solos porque soy lo único que tienen.
Kate le miró apesadumbrada. El hombre al que tenía en un pedestal, al que adoraba, aquel que en un momento de su vida supo entender que ella le estaba pidiendo tiempo… Deseó decirle que no. Ser mala con él, se lo merecía. Pero conocía a Sam, o, por lo menos, creía conocerle hasta el momento, y sabía por su mirada que se lo estaba pidiendo de corazón. Turbada, asintió y caminando hacia el ascensor dijo sin dirigirle la mirada:
—De acuerdo, Sam, esperaré. Adiós.
Abatido por la tristeza y sintiéndose el hombre más cruel del mundo, la vio alejarse y susurró:
—Adiós, Kate.
Y cuando ella no le oyó por su boca salió un triste y lánguido «Te quiero».
Kate, dentro del ascensor, se derrumbó de nuevo. Comenzó a llorar sin consuelo mientras las personas a su alrededor la observaban con tristeza imaginándose que acababa de perder a un ser querido. Y no se equivocaban.
Aquella noche, Sam, en la soledad de la habitación, también lloró como un niño. Lloró por la muerte de Nicole. Una buena chica que le quería y había aceptado aquella vida, a pesar de saber que Sam nunca se divorciaría de su mujer. Lloró por sus hijos, por todos sus hijos. Por el sufrimiento que iba a provocar a todos ellos. Y lloró por Kate. La mujer a la que siempre había amado y que había perdido. Aquella noche, Sam se acurrucó en el sillón de la habitación y cerró los ojos intentando olvidarse del ahora para sumergirse en un pasado que ya nunca regresaría.