Capítulo 7

En Filadelfia, en la comisaría sesenta y tres al ver que Samuel Malcovich no se ponía en contacto con ellos, volvieron a llamar a su casa. En esa ocasión Teresa, la mujer de servicio, les proporcionó el teléfono del despacho.

—Buenos días, despacho Dallet & Malcovich, ¿con quién desea hablar?

—Buenos días, con el señor Samuel Malcovich por favor.

Tras esperar unos instantes, una nueva voz contestó.

—Dígame.

—Preguntaba por el señor Samuel Malcovich.

—¿De parte de quién?

—Peter Crowne, de la comisaría sesenta y tres de Filadelfia.

—Un momento, por favor.

Elora, la secretaria de Sam, le llamó por el teléfono interno. Justo en ese momento Sam se disponía a salir hacia el despacho.

—Pídele que te deje su teléfono. Luego le llamaré.

Sam cogió su carpeta y mientras ordenaba los papeles que quería llevar al juicio sonó de nuevo el teléfono.

—Disculpe, señor Malcovich —dijo Elora—. Pero el señor Crowne insiste que se trata de un tema importante. Algo sobre el accidente de un Mitsubishi.

A Sam se le heló la sangre, se quedó paralizado pero respondió con decisión.

—De acuerdo, pásamela —y sentándose contestó con un hilo de voz—. Buenos días, Samuel Malcovich al habla.

—Buenos días, señor Malcovich, mi nombre es Peter Crowne —repitió por cuarta vez aquella mañana—. Le llamaba porque su coche ha sufrido un accidente. Le hemos podido localizar gracias a los papeles que estaban a su nombre.

—Por favor, dígame ¿qué ha pasado? ¿Están Nicole y los niños bien? —preguntó nervioso.

Sin querer revelarle más de la cuenta el hombre indicó:

—Sería mejor que viniese aquí a Filadelfia. Solo puedo decirle que están en el Hospital Meison.

A Sam le invadió una angustia atroz. Un calor terrible le entró por el cuerpo y sin poder evitarlo insistió.

—De acuerdo, iré, pero por favor respóndame ¿están bien?

El señor Crowne sabía por experiencia que era mejor no alarmar, así que se limitó a repetir.

—Sinceramente no lo sé, señor Malcovich. Solo sé que debe venir cuanto antes.

Con las manos temblorosas Sam consiguió decir:

—Cogeré el primer vuelo. Iré directamente al hospital.

Al colgar el teléfono todo él temblaba. ¿Qué les habría pasado a Nicole y los niños? En ese momento la puerta de su despacho se abrió y entró Michael.

—Vamos, Sam. Salimos para los juzgados.

—No puedo ir. Salgo para Filadelfia ahora mismo —replicó en un hilo de voz, totalmente desconcertado.

Michael le miró extrañado.

—¿Filadelfia? Pero ¿no tenías que ir mañana?

Sam apenas podía responder, mientras se apresuraba a enfundarse la chaqueta.

—Michael, no te puedo contestar… ahora no. Ocúpate de mis juicios, por favor. Si tú no puedes, por favor, díselo a Jonathan o a Shalma… yo… tengo que irme.

—Espera ¿qué ocurre? —le detuvo Michael, asustado al verle así.

—No tengo tiempo de contarte ahora, ya te contaré a la vuelta —contestó desesperado y sin querer hablar más de la cuenta.

Sin más, se precipitó hacia la salida y cogió un taxi que le llevó directo al aeropuerto. Cuando volaba hacia Filadelfia, no pudo evitar derramar unas lágrimas aún sin llegar a entender lo mucho que iba a cambiar su vida en adelante.