A las tres y media de la tarde, hora de Honolulu, Terry cogía un taxi para dirigirse hacia el despacho. Sam, antes de despedirse le informó que seguro que encontraría a Michael allí. Nerviosa, le dio al taxista la dirección y minutos después el taxi se detuvo un par de números antes de llegar a su destino. En ese momento Terry dudó.
Sola, en aquella concurrida calle no sabía qué hacer. Finalmente optó por llamar por teléfono al despacho y una mujer le indicó que Michael no estaba pero que regresaría en pocos minutos. Sorprendida pensó en quién sería aquella mujer. Pero logró serenarse y se dirigió al despacho con la intención de esperarle dentro.
Vaitere estaba pasando al ordenador un recurso y al verla entrar, rápidamente la reconoció. Aquella era la chica de la foto de Michael, pero disimuló.
—Buenas tardes, señora —saludó mirándola con curiosidad—. ¿Qué desea?
Quitándose las gafas de sol y echándose el pelo hacía atrás consiguió decir.
—Buenas tardes. Quería ver a Michael Talaua.
—Ha salido. Pero no tardará en regresar.
Terry asintió y Vaitere preguntó:
—Es usted la señorita Terry, ¿verdad?
—¿Me conoce? —preguntó extrañada.
Dándole la mano, con una encantadora sonrisa se presentó.
—Soy Vaitere. Trabajo en el despacho con Sam y Michael.
Al escuchar aquel nombre Terry la recordó. Era la mujer que había estado en el hospital. La madre de Thais. Sonriéndole con candor le tendió la mano.
—Encantada de conocerte. ¿Ya te encuentras mejor?
Al saber que conocía de su existencia encantada asintió.
—Estupendamente, muchas gracias.
Las mujeres se miraron con afecto y, en ese momento, Vaitere vio a través de la cristalera del despacho que Michael se acercaba y se dejó llevar por su instinto.
—Terry, no nos conocemos de nada pero me gustaría decirte una cosa —y rápidamente soltó—. Michael es un buen hombre que se merece que le quieras. Él te quiere con toda su alma. No permitas que vuestro amor se acabe. Él vale mucho.
—¿Cómo dices?
Pero Vaitere no pudo responder. En ese momento, la puerta de la calle se abrió y Michael entró. Terry se volvió y se quedó petrificada mirándole. Él, al reconocerla se paró en seco y se quedó sin habla. Nunca hubiera esperado encontrarla allí. Vaitere, tras guiñarle un ojo a Terry dijo cogiendo su bolso.
—Voy a salir a comer. Hasta luego.
Cuando la puerta se cerró, el despacho quedó en completo silencio hasta que Michael, con decisión pasó por delante de ella para ir a su mesa. Sin mirarla, guardó unos papeles en unos archivadores y cuando la rabia le desbloqueó preguntó:
—¿Qué haces aquí Terry?
Sintiéndose como una niña pequeña ante su imponente seguridad balbuceó.
—He venido a verte.
Levantando las cejas la miró al tiempo que se sentaba en su silla, mientras ella continuaba de pie en el mismo lugar.
—¿Qué quieres?
—He venido a pedirte perdón.
—Oh… qué conmovedor —y apoyándose en el respaldo de su silla siseó—. ¿Y eso a que se debe?
—Escucha, Michael yo…
Levantándose con furia, se echó el pelo hacia atrás y sin acercarse a ella gritó.
—¡Vete Terry! Vete antes de que los dos lo lamentemos.
Sin moverse de su sitio ella prosiguió.
—Yo estaba equivocada, pero no sabía cómo…
Con el corazón a mil Michael la interrumpió.
—Vaya… ¿Tú equivocada? —y con gesto burlón señaló—. ¿En serio que tú te equivocas alguna vez listilla?
La sangre comenzó a bullir con fuerza en las venas de Terry. Pero no, no quería discutir.
—Michael, he venido para hablar contigo. No quiero discutir, ahora no…
—¿Y qué te hace pensar que yo quiero hablar contigo hoy y ahora? —preguntó levantando la voz mientras ella se encogía—. Te recuerdo señorita caprichosa, que yo quise hablar contigo no hace mucho, pero tú no me diste la oportunidad. ¿Por qué debería dejar que tú lo hicieras ahora?
Terry, con los ojos llenos de lágrimas le susurró.
—Escúchame, por favor, cariño. Necesito decirte que…
—No quiero escucharte —y recordando lo que ella le dijo exclamó—. Y menos que me llames cariño.
Al sentir la dureza en su voz Terry se volvió a encoger. Nunca la había hablado ni tratado con tanto desprecio. Michael ya no la quería y la culpable era ella y solo ella. Había jugado mal sus cartas y él se había cansado.
Michael deseaba abrazarla. Verla en aquel momento había sido una grata sorpresa, pero Terry se lo había hecho pasar muy mal y merecía probar su propia medicina. Por ello, mirándola con gesto duro preguntó:
—Te crees la reina del mundo ¿verdad?
—No.
—Entonces ¿qué haces aquí?
—Te lo he dicho.
Con una risotada que la encogió de nuevo el corazón siseó.
—Te recuerdo, que me dejaste muy claro que no querías saber nada de mí.
—Lo siento, yo…
—¿También lo sentiste cuando me echaste de tu casa como a un vulgar delincuente?
Terry asintió. Entendía su enfado. Ella no se había portado bien con él. Pero necesitaba decirle lo que llevaba en su corazón y alzando la voz gritó.
—Michael… yo… ¡Te quiero! Sé que eres mejor persona que yo en todos los sentidos. Eres bueno, cariñoso y nunca te hubieras comportado como hice yo cuando fuiste a Nueva York. Pero necesito que sepas que lo hice porque estaba dolida, no, estaba… ¡Celosa! Cuando salí del aeropuerto para quedarme contigo más días te vi con Amanda. Estabais felices y luego os marchasteis en la moto… y yo… yo pensé que yo no era nada para ti y entonces…
Por fin Michael se enteró de lo ocurrido aquel día. Y tras soltar un resoplido de frustración miró al techo y siseó.
—No quiero escuchar más.
—Pero yo necesito que…
—He dicho que no quiero escuchar más.
Su dureza en la voz hizo que se callara y pasados unos segundos al ver que no la miraba, ni se acercaba a ella, dijo con los ojos encharcados en lágrimas.
—De acuerdo. Ha sido un error venir. No te molesto más. Solo vine a decirte que me había equivocado, pero ya es tarde.
Se dio la vuelta con la tristeza instalada en su cara, se agachó para coger su bolsa de viaje y anduvo hacia la puerta. Pero cuando estaba a punto de abrirla, notó la respiración de Michael en su nuca.
—¿Dónde vas?
Ella no se volvió ni contestó y él volvió a repetir mientras que sentía que su presencia y cercanía le comenzaba a volver loco.
—¿Dónde vas, Terry?
Sin volverse e intentando aguantar las lágrimas balbuceó.
—Cogeré el primer avión que salga para Nueva York. Lo siento. Ha sido un error venir. Pero yo necesitaba que supieras lo que te he dicho, porque si no nunca me lo hubiera perdonado y…
Incapaz de aguantar un segundo más, Michael le dio la vuelta, le quitó la bolsa de viaje de las manos y la soltó. Después la rodeó entre sus brazos y al ver las lágrimas de ella correrle por el rostro murmuró.
—No ha sido un error, cariño. Te quiero, pero necesitaba hacerte ver cómo me hiciste sentir a mí cuando fui a Nueva York.
—Oh, Michael… lo siento tanto. —Y al recordar lo que él le dijo en su primera cita se puso de puntillas y le susurró al oído—. Todo… absolutamente todo mi ser es para ti y tú eres para mí.
Michael, al escuchar aquello, la miró con un brillo sensual. Le pidió un segundo con un dedo y cerró la puerta de la entrada. Después, con posesión, la cogió entre sus brazos, la arrinconó contra la pared del fondo del local y la besó insaciablemente mientras ella se dejaba avasallar. Una hora después y con sus respiraciones más acompasadas Michael con los ojos chispeantes preguntó:
—¿Todo bien, preciosa?
—Ajá… todo perfecto.
Sin poder creer que ella estaba allí la volvió a besar.
—Eres mi mejor regalo de Navidad.
—Mmmmm… me pone eso de ser tu regalo, ¡que lo sepas!
Divertido soltó una carcajada y al pensar en ciertas cosas que habían cambiado desde su marcha dijo.
—Tengo que contarte muchas cosas.
—Ah… sí.
Besándola en el cuello mientras se vestían antes de que llegara Vaitere, Michael sonrió.
—Sí.
—¿Serán buenas verdad?
—Por supuesto, cariño —y al recordar a su hermano preguntó—. ¿Viste a Sam?
—Sí. Él fue quien me dijo que los sueños no caducan.
—¿De verdad te dijo eso? —ella asintió y divertido cuchicheó—. Solo espero que él consiga también su sueño.
Terry al pensar en su hermana y Sam sonrió. No le cabía la menor duda de que estarían juntos y felices. Y que aquel día era el comienzo de dos historias perfectas y duraderas. Por ello, le echó las manos al cuello a su amor y antes de besarle con pasión afirmó.
—Lo conseguirá.
Aquellas Navidades, dos familias se unificaron Oahu hasta ser solo una. Fueron unos días llenos de alegría, amor y reencuentros en los que quedó claro que las segundas oportunidades sí que existen en el amor.