Capítulo 61

En Oahu, aquella mañana, Michael dejó a los niños en la guardería. Cuando llegó al despacho, aunque Vaitere le recibió con una radiante sonrisa, se sintió solo. Le faltaba Sam. Pero al recordar donde estaba, sonrió.

Tuvo una mañana bastante ajetreada y cuando todo acabó, abrió el cajón, sacó una foto de Terry y la miró embobado. No reparó en que Vaitere salía del baño y se acercaba lentamente a él.

—Es muy bonita —dijo Vaitere de pronto—. Es Terry ¿verdad?

Michael sin apartar la mirada de la foto asintió.

—Sí. Es una foto de este verano cuando estuvimos en Maui.

—¿Por qué no la llamas? —preguntó Vaitere al ver la tristeza en sus ojos.

Michael se encogió de hombros.

—¿Para qué? Tú no conoces a Terry. Tal y como acabaron las cosas es mejor dejarlas como están.

—No entiendo por qué te das por vencido, tú eres un luchador.

En ese momento comenzó a sonar el teléfono.

—Los luchadores también nos cansamos —sonrió él.

Michael, instintivamente, guardó la foto y, cogiendo unos papeles, se centró en el trabajo.

Vaitere percibió que aquel tema aún le dolía demasiado. Lo mejor sería callar.

Después de una maravillosa tarde de compras, Kate y sus hijas regresaron encantadas y contentas por lo bien que lo habían pasado. Al entrar, una mirada de Serena y Shalma les hizo entender a las muchachas que su padre ya estaba allí.

—Voy a ducharme antes de cenar —gritó Ollie que corrió escaleras arriba.

—Yo también —la siguió Cat.

Kate, sorprendida por aquel entusiasmo por la ducha tras cruzar con su madre y su amiga una divertida mueca añadió.

—Es una buena idea. Ahora subiré a hacer lo mismo.

Al entrar en el cuarto, Ollie y Cat cerraron la puerta. Abrazaron fuertemente a su padre mientras que cuchicheaban y reían bajito para no ser oídos.

Un par de horas después, cuando Kate salió de la ducha y estaba frente a su tocador secándose el pelo alguien llamó a la puerta. Era Terry.

—¿Qué pasa? —preguntó Kate.

Terry, respondió con una sonrisa.

—Nada mujer. Solo quería ver qué te habías comprado esta tarde —mintió.

Kate, tras un cómico gesto le señaló las bolsas.

—Me he comprado de todo. Mira qué jersey tan precioso y qué pantalones tan geniales encontré en la tienda de tus amigos.

Mientras Kate le enseñaba las cosas y le contaba lo feliz que había sido aquella tarde con las niñas, Terry la miraba con dulzura deseando que todo saliera bien. Su hermana merecía ser feliz y Sam era el único que podía conseguirlo.

—¿Terry te pasa algo? —preguntó al verla tan pensativa y callada.

—No —respondió con rapidez. Y cogiendo unos vaqueros y una camisa de diminutas florecitas verdes dijo—. Ponte esto esta noche para cenar. Te sentará de maravilla. Por cierto, esta noche no ceno con vosotras. Pero tú póntelo. A mamá le encantará verte tan guapa.

—Vale —y mirándola preguntó—. ¿Dónde vas esta noche?

Terry sonrió y mirándola, enigmática, contestó mientras caminaba hacia la puerta:

—Tengo una cita importante. Porque como dice mamá, la vida es para vivirla.

Kate asintió por ver sonreír de nuevo a su hermana y con comicidad cuchicheó.

—Pásatelo bien y ya me contarás mañana, ¿vale?

Terry asintió y tras cerrar la puerta cogió su maleta y sin despedirse de nadie se marchó. Aquella noche tras una cena donde todas charlaron con entusiasmo Shalma se despidió prometiendo regresar al día siguiente. Serena y las niñas se marcharon a sus habitaciones y Kate se quedó sola en el sofá del salón.

Tirada en el sofá miraba la televisión y sobre las once, hora en la que Terry estaba sentada en el avión, Kate subió a su habitación con la intención de mirar unos asuntos en el ordenador. Tras desnudarse y ponerse un cómodo y calentito pijama de franela roja, cogió el ordenador y, sentándose en la cama, lo encendió. Rápidamente el Skype le informó que Talabuki estaba conectado y sonrió.

Desde la habitación de al lado, un inquieto Sam junto a sus hijas, Serena y Shalma, que había entrado con la ayuda de Ollie y Cat por la puerta de la cocina, miraban el ordenador a la espera de que Kate se conectara. Y cuando lo hizo todas, emocionadas, saltaron.

LANA› Buenas noches forastero.

TALABUKI› Hola ¿qué tal?

LANA› Bien. Cansada del trabajo.

Durante un rato, cada uno desde una habitación diferente hablaron de cosas impersonales hasta que de pronto Kate preguntó:

LANA› Hoy te noto más animado.

TALABUKI› ¿A qué te refieres?

LANA› Estas más hablador.

TALABUKI› Será porque tengo una cita.

Alarmada al ver aquella contestación y con las pulsaciones a mil escribió.

LANA› ¿Una cita?

TALABUKI› Sí. Con alguien muy especial.

Tras unos instantes en los que todos hacían conjeturas sobre qué contestaría, Kate escribió.

LANA› ¿Superado lo de tu ex?

TALABUKI› Sí. La vida continúa y me niego a no vivirla.

Al poner aquello todos sonrieron menos Kate, que en aquel momento era la única engañada.

LANA› Me alegra saberlo. Será bueno para ti vivir.

TALABUKI› Y para ella también.

Kate, que leía aquello, casi no podía respirar. Aquella conversación le estaba tocando directamente el corazón y conteniendo un gemido preguntó:

LANA› ¿Por qué para ella?

TALABUKI› Porque necesita ser feliz.

LANA› ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?

TALABUKI› Segurísimo.

Serena, Shalma y las chicas se abrazaban en silencio. Y para finalizar la conversación Sam escribió.

TALABUKI› Deséame suerte, amiga. Hoy quiero que sea el principio de mi nueva vida.

Con los ojos anegados de lágrimas Kate puso en su portátil.

LANA› Suerte.

TALABUKI› Gracias.

En ese momento Sam se levantó y con un gesto emocionado y nervioso dio un beso a sus hijas y tras mirar a Serena y Shalma afirmó.

—Creo que ha llegado el momento. Deseadme suerte.

Sam abrió la puerta de la habitación y salió al pasillo. Nervioso, se detuvo frente a la habitación de Kate. En ese momento Ollie, sacó la cabeza por la puerta y susurró bajito.

—Papá ánimo. A por ella.

Con la mano temblorosa, pero seguro de lo que hacía, Sam llamó a la puerta y escuchó la voz de Kate que le pedía que esperase un momento. Instantes después ella abrió con los ojos enrojecidos de llorar y desencajada por verle frente a ella susurró.

—Sam…

—Hola, Kate.

—¿Qué haces aquí? —preguntó confundida y trastocada.

Afianzando los pies en el suelo respondió con la voz cargada de tensión.

—He venido a preguntarte si quieres vivir conmigo en Oahu. Te quiero. Te adoro. Te amo. Pero tendrías que ser tú la que dejara todo aquí para trasladarte a vivir allí conmigo.

—¡¿Cómo?! —gimió y él prosiguió.

—Cariño, yo no puedo ser feliz aquí en Nueva York. Pero si vienes conmigo a Oahu prometo hacerte feliz el resto de tu vida. Y antes de que digas nada, sé que tú quieres decirme que sí. Lo sé, por Dios, Kate, no me puedes decir que no. Me lo llevas diciendo meses escondida tras el nombre de Lana y tonto de mí no me di cuenta. —Y al ver que ella abría los ojos descomunalmente sonrió—. Tú eres mi cita importante, Kate.

Pálida, balbuceó al sentirse descubierta.

—Perdóname, Sam… yo… yo.

Sin querer tocarla, a pesar de las enormes ganas que tenía de besarla, respondió.

—No hay nada que perdonar, cariño. Pero tú me quieres y yo te quiero. Y en esta cita quiero que nos demos la oportunidad de volver a ser felices como siempre lo fuimos si tú, mi único y gran amor me dices que sí.

Emocionada y sorprendida por como la vida le había vuelto a cambiar en un segundo no podía ni moverse.

—Sí… —susurró—. Quiero esa oportunidad. Quiero estar contigo y con los niños en Oahu o donde quieras.

Sin perder un segundo, Sam la atrajo hacia él y la besó. Le devoró los labios con auténtica devoción y apoyó su frente contra la de ella.

—Gracias, cariño… gracias —susurraba.

En ese momento, se oyó un golpe en la habitación de Ollie seguido de aplausos y vítores. Y Sam, divertido, le contó a su mujer lo que estaba pasando y ella, entre risas, le agarró de la mano y le introdujo en su habitación. El lugar que habían compartido juntos tantos años. Con necesidad de tocarse y besarse cayeron sobre la cama y Kate preguntó:

—¿Desde dónde estabas escribiéndome?

—Desde la habitación de Ollie.

Kate asintió y mientras sentía los dulces besos de su amor por el cuello volvió a preguntar.

—¿Sabes desde hace mucho lo Lana?

Se detuvo y respondió.

—Me enteré ayer. Y como verás no he tardado en volver a ti. —Ella asintió—. Kate escucha, quiero estar contigo porque eres la mujer más especial que tengo en mi vida. Volveremos a empezar, aunque a nuestras espaldas estén dos hijas en común, algunos problemas y dos niños que…

—Son maravillosos —puntualizó—. Y a los que quiero con toda mi alma.

Aquello le llenó de satisfacción y al recordar algo que no le había contado necesito sincerarse y se incorporó en la cama sentándose junto a ella.

—Hay una cosa más que necesito que sepas.

Sin apartarse de él, Kate asintió.

—Tú dirás.

—Es sobre Sasha…

Y entonces Sam le informó que la niña no era su hija biológica. Le había dado sus apellidos, la había adoptado, y la quería exactamente igual que al resto. Kate le escuchó y cuando este terminó le besó. Sam era un ser excepcional y nada podía cambiar lo que sentía por él. Nada. Tras nuevos besos y dulces palabras de futuro y amor Kate preguntó:

—¿Dónde están Sasha y Tommy?

—Con el tío Michael en Oahu. Por cierto, Sasha está impaciente por verte. Está como loca porque su mamá Kate vuelva a casa. Eso me dijo ayer al despedirme de ella.

Kate sonrió y preguntó sorprendida.

—¿Y por qué tenías tan claro que iba a volver contigo?

Poniéndole la carne de gallina, Sam le metió la mano por debajo del pijama y tocándole la espalda con posesión le susurró al oído mientras le ponía la carne de gallina.

—Porque aceptaras o no pensaba raptarte y retenerte allí hasta que claudicaras.

—¿En serio?

—Sí. Pensaba encerrarte en mi habitación desnuda y hacerte el amor sin parar hasta que me dijeras que sí.

Enloquecida por el deseo, Kate se tumbó sobre la cama y desabrochándose el pijama rojo de franela ante la mirada lobuna de Sam se mofó.

—Vaya, qué fácil te lo he puesto, Talabuki. —Y al ver que él sonreía murmuró—. De momento, y para terminar de convencerme quiero que me hagas lo que ibas a hacerme.

Feliz y pletórico, Sam se quitó con celeridad la camisa caqui que llevaba y agachándose sobre ella murmuró.

—A tus órdenes, princesa. Siempre a tus órdenes.