Aquella noche, en Nueva York, cuando Kate y Serena llegaron se encontraron a Terry y a las niñas esperándolas en la cocina.
—Hola, chicas —saludó Serena—. ¿Habéis preparado la cena?
—Estábamos esperando a que regresarais —respondió Terry y cogiendo a su hermana del brazo dijo—. Hemos decidido cenar hamburguesas. Venga vamos a comprarlas. Vosotras id poniendo la mesa.
Cuando Kate y Terry salieron por la puerta, Ollie y Cat, a punto del infarto le contaron a su abuela lo ocurrido aquella tarde. Serena las escuchó asombrada y poco después las tres saltaban de alegría. Veinte minutos más tarde regresaron Kate y Terry con los paquetes de hamburguesas y se dispusieron a cenar entre risas y misterios.
Al día siguiente, a las tres de la tarde, hora de Nueva York, Terry esperaba en el aeropuerto en la salida de vuelos internaciones. Cuando vio aparecer a Sam levantó la mano y le llamó. Sam, sorprendido al verla sonrió y fue hasta donde estaba.
—Aloha, Terry —saludó—. ¿Qué haces aquí?
Esta al ver que él no sabía que ella estaba al tanto respondió.
—Ayudar a que dos tontos se vuelvan a unir.
Sam sonrió y besándola con efusividad suspiró.
—Gracias.
Terry le cogió del brazo.
—Anda… Talabuki, vamos al parking.
Sam la siguió a través del atestado aeropuerto. Aquella tarde nevaba sobre Nueva York y al llegar al coche se metieron rápidamente en él. Sam y Terry se miraron y esta puntualizó.
—No sé porque estoy haciendo esto.
—Porque en el fondo me quieres y sabes que ella me quiere.
Al verle sonreír como un tonto señaló.
—No sé si darte un puñetazo o un abrazo.
—Si de mí depende… —cuchicheó Sam—, preferiría el abrazo.
Dicho esto se fundieron en un abrazo y Terry le advirtió entre risas que le mataría si volvía a hacer sufrir a su hermana. Entonces Sam le preguntó por Kate y esta aprovechó para cotorrearle que tras volver de Hawái estaba tremendamente acelerada por temas del bufete. Cuando llevaban más o menos veinte minutos hablando, Terry decidió arrancar el coche y sumergirse en el atasco de Nueva York.
—Vaya, había olvidado lo bonito que se pone Nueva York en Navidad —susurró Sam mirando a su alrededor.
—Sí, aunque los atascos son siempre igual —protestó ella—. Allí no tenéis invierno ¿verdad?
—Hombre, allí también tenemos Navidad. Las temperaturas bajan unos grados, pero vamos, realmente no se nota.
—¿Cómo están Sasha y Tommy?
—Estupendamente, se quedaron con Michael.
Al decir aquel nombre, ella dio un pequeño frenazo sin querer y Sam la miró.
—¿No quieres que le mencione? —preguntó con descaro. Venía resuelto a decirle cuatro cosas a Terry.
—Oh no… a mí no me importa hablar de él —fingió.
—Pues estupendo. Porque quería decirte unas cosas sobre él.
Terry volvió a frenar y aclaró.
—No me interesa nada de lo que me puedas decir.
—Pero a mí sí me interesa decírtelas —insistió.
Entre los nervios y el tráfico infernal Terry volvió a frenar y Sam prosiguió.
—Quería decirte que has sido tonta por dejar a un hombre como mi hermano.
Esta resopló.
—Sam, por favor, no me apetece hablar del tema.
—Me da igual lo que me digas y te agradecería que me dejaras hablar durante unos minutos, luego callaré y no volveré a hablar sobre ese tema.
Terry, al ver que no le quedaba otro remedio, asintió y tras una mueca calló.
—Nunca he conocido a nadie tan enamorado y tan atontado como lo está mi hermano por ti. Le conoces y sabes que por ti siempre ha sentido algo muy especial y hasta que tú no diste el primer pasito, no se atrevió a darlo él. Y, tras unos maravillosos días en los que ambos habéis sido felices, no puedo entender como a la primera de cambio desconfías de alguien que te adora, y no le das la oportunidad de poder explicarse.
—Sam, creo que…
—No me interrumpas —le espetó Sam y Terry calló—. ¿De verdad no quieres saber nada de él?
Ella negó con la cabeza pero sin mucha convicción, cosa que le hizo sonreír.
—Mi hermano lo está pasando fatal. Pero está respetando lo que tú le has pedido. Tú has desconfiado de él sin ningún fundamento —ella resopló—. Aquel encuentro con Amanda en el aeropuerto no fue algo pactado ni buscado. Fue casual. Amanda había ido a despedir al aeropuerto a su futuro marido.
Terry frenó en seco y Sam repitió.
—Sí, Terry su futuro marido. Y si viste que se montó en la moto con él fue porque Michael tenía que hablar con ella sobre un tema hospitalario. Un tema muy importante para nosotros y que ella nos ha ayudado a solucionar.
Terry comenzó a respirar con dificultad.
—¿Le ocurre algo a Michael? —preguntó visiblemente alterada.
—No. Es un tema privado que si alguna vez logras saber de qué se trata, será porque Michael te lo cuente, no porque te lo cuente yo.
Terry frenó de golpe de nuevo y le miró. Pero Sam se encogió de hombros y aclaró.
—Lo siento, Terry. Pero si no has querido saberlo antes, no seré yo quien te lo cuente. Y volviendo al tema de Michael y tú, sinceramente me das pena —ella frunció el ceño—. Nunca sabrás lo que es ser querida con toda el alma. Y me duele lo que ha pasado porque sé que vosotros juntos podíais ser tremendamente felices. Pero como siempre, tú, doña mala leche, decidió que no valía la pena seguir adelante. Bien por ti, Terry. En tu línea.
Al ver que ella seguía conduciendo y no decía nada, Sam insistió.
—¿Cómo te hubieras sentido si lo ocurrido hubiera sido al revés? ¿Te hubiera gustado que Michael no te hubiera escuchado? O mejor aún, ¿qué te hubiera parecido si Michael te echara de su vida y terminara con vuestra relación sin contar contigo? Lo que hiciste me pareció mal en su momento y me lo sigue pareciendo, y espero que recapacites y seas capaz de ver que alguien, a quien yo quiero mucho, te adora con toda el alma y daría la vida por ti. Pero no te voy a mentir. Cada día que pasa, se resigna más a no tenerte a su lado y cualquier día solo serás un recuerdo para él.
Ella asintió y cuando frenó en un semáforo en rojo Sam prosiguió.
—Siempre te he dicho que tu gran defecto querida Terry, era que primero te desfogabas y luego pensabas y la vida no es así. —Al ver cómo le miraba Sam dijo—. Y ya está, no tengo nada más que decirte.
—Sam, creo que hice lo correcto.
Él negó con la cabeza.
—Siento decirte que no. Has abandonado sin luchar por algo que quieres. ¿O acaso me vas a decir que has olvidado a Michael? Y no me mientas que nos conocemos hace mucho.
Terry sonrió y dando un golpe al volante asintió.
—No puedo dejar de pensar en él.
Sam sonrió.
—Pues entonces lucha, Terry, lucha por algo bonito en tu vida y que merece la pena. No tires por la borda las ilusiones creadas e intenta hacer algo por ti y por tu vida.
—No puedo —gimió ella.
—¿Por qué? —sonrió al verla tan agobiada—. ¿Tan cobarde eres? Vaya… vaya… Terry, nunca hubiera pensado eso de ti.
Sin importarle el tráfico tiró del freno de mano, soltó el volante y volviéndose hacia él asintió mientras los coches que iban detrás comenzaban a pitar.
—Sam, tienes razón. Soy una cobarde. Una maldita cobarde. Mil veces he querido llamarle para hablar con él, pero mi orgullo no me lo ha permitido. Fui yo la que le dijo que no quería volver a saber nada de él, y ahora…
Conmovido, Sam la abrazó.
—Cariño… cariño, escúchame —ella le miró—. Son las cuatro de la tarde. A las once de la noche sé que sale un avión hacia el aeropuerto de Honolulu. Y te puedo asegurar —dijo secándole las lágrimas con las manos— que él te va a acoger con todo el amor del mundo. Pero tienes que hacerlo tú. Su dignidad está herida por lo que hiciste cuando él vino en busca de explicaciones y…
—Tienes razón —gimió sorprendiéndole—. Debería hacer algo por él y por mí.
Sam asintió.
—Solo te voy a decir una cosa más, Terry. Los sueños no caducan y te puedo asegurar que en el caso de Michael su sueño no ha caducado porque está loco por ti.
Terry sollozó.
—Me siento fatal.
—Normal. Eres una bruta. Con corazón… pero bruta.
—Tienes razón —sonrió ella—. Pero a pesar de ser una bruta… le quiero.
—Pues no se hable más —asintió Sam—. Esta noche vuelas para Honolulu y ahora, cariño, arranca que nos van a apedrear los coches que tenemos detrás.
Al llegar a casa, Serena, junto con Shalma, le recibieron dándole un gran abrazo. Kate no estaba. Las niñas se la habían llevado de compras y no volverían hasta las siete de la tarde. Enternecido y nervioso habló con ellas en la cocina mientras comía algo y a las seis de la tarde Sam se metió en la habitación de Ollie, donde esperaría tranquilamente a sus hijas para empezar con su plan.