Capítulo 6

Nueva York 2 de julio de 2010

—Buenos días, hija —saludó Serena a Terry.

La joven, entrando en el salón, bostezó.

—Buenos días. Y antes de que digáis nada, sí ¡estoy destrozada! Uff… los años no pasan en balde.

—Tía qué mala cara tienes —sonrió Cat, quien sabía que había estado de fiesta—. ¿No has dormido bien?

—Calla, puñetera —contestó riendo—. Algún día me pedirás que te cubra las espaldas yo a ti.

Kate apareció en ese momento impecablemente vestida con su traje y su pelo recogido en un moño bajo.

—¿Qué es lo que hay que cubrir? —Y al ver el aspecto de su hermana añadió—: Terry, por Dios, qué mala cara tienes.

Convencida de su mal aspecto se miró en el espejo y blasfemó al ver la cruel realidad.

—Dios mío ¡estoy horrible!

Sonó el timbre de la puerta. Era Michael. Llegaba para desayunar, como cada mañana.

—Buenos días bellezones —saludó con alegría y mirando a la joven que se retiraba el pelo de la cara añadió con guasa—. Terry, tú como siempre tan fantástica.

—Te recuerdo —protestó con una sonrisa—. Que mi lamentable estado es por tu culpa. Te dije veinte veces que ya era hora de regresar a casa pero tú les decías a todos ¡venga la última! Y tomamos muchas últimas.

Incapaz de apartar sus ojos de ella cuchicheó divertido.

—Pero si estás preciosa ¡bailona!

—Anda y cómete unas nueces. ¿Quieres? —le tendió cogiendo un platito.

—¡Terry, por el amor de Dios! —Gritó Serena divertida—. Aleja las nueces ahora mismo de Michael.

Con su buen humor habitual este cabeceó y siseó mirándola.

—Mira que eres mala. Sabiendo que soy alérgico a las nueces vas tú y me dices que me coma una. ¡Qué mal me quieres!

Aquel tonteo y flirteo entre ellos era algo a lo que todos se habían acostumbrado. Pero sabían no era nada más que eso. No se lo permitían. En todos aquellos años el único que conocía los verdaderos sentimientos de Michael era Sam. Pero, por respeto a su hermano, jamás los comentó con nadie.

Tras servirse un café, Michael se acercó de nuevo a Terry.

—Siempre te he dicho que cuando no te maquillas estás más guapa. Aunque ya sabes… —prosiguió guiñándole el ojo a Cat—… aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

—Habló el orangután —respondió divertida.

Serena, que disfrutaba cada mañana con los numeritos de aquellos dos, rio a carcajadas.

—Muchachos… ¿No os podéis decir algo más bonito?

Divertidos se miraron y Terry dándose por vencida añadió:

—No entiendo cómo habiéndonos acostado a las cinco de la mañana tú puedes estar tan fresco y estupendo. ¡Son las ocho y media!

—Mmmm… ¿Me has llamado estupendo?

«Estás más que estupendo» pensó Terry, aunque en lugar de eso respondió sin poder apartar la mirada de sus labios:

—Sí —asintió sin apartarse.

Tras mirarla como solo Michael sabía hacerlo, fue él quien rompió la magia del momento, mientras Serena, Kate y Cat, desayunaban sin quitarles el ojo de encima.

—Que corra el aire —dijo él, finalmente—. Por cierto ¿Les has dicho que anoche te enseñé a bailar merengue?

Terry sonrió y sintió un cosquilleo en el bajo vientre al recordar como aquel, la noche anterior en la sala de fiestas, la agarraba y la aplastaba contra su cuerpo mientras movía las caderas.

«Merengue te daba yo a ti, morenazo».

—Uf… qué calor —dijo al secársele la boca.

—¿Merengue? Yo también quiero aprender —asintió Kate sonriendo.

Conocía lo juerguista y divertido que era Michael, que llevaba un ritmo de vida frenético.

—Por Dios, un café —exigió Terry separándose de él— y que se lleven a este de aquí. Me tengo que ir a trabajar y no sé cómo voy a aguantar despierta todo el día.

Se oyó el teléfono de fondo. Kate se levantó para cogerlo pero dejó de sonar. Dos segundos después entró Ollie pero se detuvo al ver a su tía y antes de que esta pudiera decir nada, Terry intervino:

—Ya lo sé cariño, estoy horrible.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Ollie tomándole el pelo—. Yo te encuentro estupenda.

—Gracias por la inyección de moral, cariño —contestó besando a su sobrina.

—Mamá, al teléfono un señor pregunta por papá —comentó Ollie a su madre.

Kate se levantó. Salió del comedor donde todos empezaron a comentar de nuevo el terrible aspecto de Terry. Una vez en el salón Kate cogió el teléfono.

—¿Dígame?

La voz de un desconocido respondió:

—Buenos días. Preguntaba por Samuel Malcovich.

—Sam no está —mintió Kate. Se estaba duchando—. ¿Quién lo llama?

—Peter Crowne, de la comisaría sesenta y tres de Filadelfia.

—¿Filadelfia? ¿Qué ocurre?

—Disculpe señora pero he de hablar con Samuel Malcovich.

—Soy su mujer. ¿Qué ocurre?

—Es en referencia a un accidente de tráfico.

Sorprendida y sin entender nada Kate preguntó:

—¿Un accidente? ¿Qué accidente?

Pero aquel hombre prosiguió.

—Señora, en nuestros archivos nos consta que el Mitsubishi Montero matrícula Filadelfia 8789 DLB, a nombre de su marido, ha sufrido hace unas horas un accidente en la autopista A-22, dirección a Filadelfia.

—Disculpe, señor Crowne —le cortó—. Pero nosotros no tenemos un Mitsubishi. Creo que se está usted equivocando.

—¿Samuel Malcovich Talabuki, vive ahí? —preguntó aquel de nuevo.

—Sí. Sí… Sam, vive aquí.

—Lo siento, señora, pero entonces no me he equivocado. Su marido figura como propietario del mismo y tomador del seguro, necesito hablar con él urgentemente.

Confundida, Kate consiguió decir.

—Déjeme su número de teléfono y su nombre —respondió solícita mientras cogía un papel y un bolígrafo—. En cuanto le vea le diré que le llame.

Cuando colgó el teléfono su estómago se contrajo. Sam viajaba todos los meses a Filadelfia pero no sabía que hubiera comprado un coche allí. Sin saber si subir o no a la habitación en la que su marido terminaba de vestirse, regresó al comedor donde todos reían.

—¿Ocurre algo? —preguntó Serena.

—Nada, una llamada para Sam.

Kate cogió la cafetera con mano temblorosa, preparó un café con leche y, tras disculparse, subió a la habitación. Una vez allí, dejó el café encima de la mesita auxiliar que había al lado de la ventana. Cuando Sam salió del baño, la encontró de espaldas, inmóvil, mirando por la ventana.

—Buenos días, amor —comentó acercándose a ella para besarla en el cuello.

—Buenos días.

—¿Ocurre algo? —preguntó Sam mirándola.

Kate quiso decirle que sí. Pero sin saber por qué, prefirió mentir y señalándole el café contestó:

—No, querido. Tomate el café antes de que se enfríe.

Él le dedicó una encantadora sonrisa, se tomó el café y volvió a mirarse al espejo para colocarse la corbata.

—¿Ha llegado Michael? —preguntó mientras se ajustaba el nudo de la corbata.

—Sí, llegó hace rato. Abajo está, peleándose con mi hermana como siempre.

Sam sonrió, más que peleándose estaba ganándosela poco a poco y Terry estaba entrando en su juego sin saberlo. Le tenía que preguntar qué tal la fiesta. Aunque conociendo a Michael y a Terry, seguro que lo habían pasado fenomenal. Volviéndose hacia Kate preguntó:

—Cariño ¿está bien el nudo?

Pero Kate ya no estaba. Había cogido la taza vacía de café y se había marchado sigilosamente, sumida en sus pensamientos. Al llegar al salón escuchó como su hermana hablaba de que tenía una cita a las diez y media para una sesión de fotos para la firma Brouruma.

—Oye preciosa —preguntó Michael mirando a Kate—. ¿El pesado de tu marido va a bajar hoy o me voy ya para la oficina? A las once tengo que estar en los Juzgados. Tengo el juicio de los Blaster.

—No tardará —intentó sonreír—. Estaba liado con la corbata.

En ese momento Sam entró en el comedor.

—Buenos días familia.

—Hola papá —contestaron Cat y Ollie mirándole con adoración.

—Venga pesado —suspiró Michael—. Tardas más que una mujer en vestirte.

Sam, seguro de sí mismo, miró a su suegra con comicidad.

—Pero el resultado es bueno ¿no? Por cierto hoy tengo hoy dos juicios.

—Estás imponente muchachote —respondió Serena con complicidad. Se adoraban—. Hoy ganas los juicios. Hay que saber combinar todo, la elegancia vistiendo, la elegancia hablando y tú, querido, —dijo levantándose para darle un beso en la mejilla— lo tienes todo.

—Uf… cuánto peloteo veo yo por aquí —bromeó Michael y mirando a Kate preguntó—. ¿Estás preparada?

Pero Kate, desde aquella extraña llamada estaba sumida en su mundo.

—Id vosotros. Yo iré en mi coche. Tengo que hacer unos recados antes de ir al despacho. Hoy no tengo ningún juicio.

Sam, despreocupado, mordisqueaba una tostada que su hija Ollie le había ofrecido.

—Serena, recuérdale a Teresa que recoja mis trajes de la tintorería. Mañana tengo que salir de viaje a Filadelfia y los necesito.

—Tranquilo hijo, estaré pendiente de ello.

Kate, distraída, dio un beso en los labios a su marido, pensando en lo último que aquel había dicho, y observó cómo se marchaba: vio cómo Sam subía en el Chevrolet Camaro de Michael y desaparecía entre el tráfico. Poco después Cat y Ollie se dirigieron al instituto y Serena y Kate se quedaron solas.

—¿Qué planes tienes hoy? —preguntó a su hija mientras observaba cómo se sentaba con cara de preocupación.

Era raro verla sentada en la mesa de la cocina. Siempre era la primera en salir pitando para el despacho. Serena se acercó a ella.

—Kate, cariño ¿estás bien?

Asintió esbozando una tímida sonrisa y a continuación se levantó de la mesa camino de su habitación.

—Sí, mamá perfectamente —dijo en un hilo de voz.

Media hora más tarde, Kate conducía su coche en dirección al aeropuerto.