Los meses pasaron y durante aquel tiempo Michael, Sam y Thalia tuvieron largas conversaciones mientras paseaban por las tardes por la playa. Desde el minuto cero, Sam fue aceptado como un hijo más. Algo que a él le llenaba de amor y a Michael le ensanchaba el corazón.
Sasha y Tommy rápidamente se acostumbraron a los mimos de aquellas mujeres que se morían por atenderlos. Y como era lógico en Sasha, rápidamente se agenció una nueva abuela para ella y para Tommy, aunque se aseguró que aquella nueva abuela supiera que tenía dos nietas más, Cat y Ollie.
Thalia no cabía en su gozo. Haber podido conocer y encontrar a Michael era lo mejor que le había pasado en su vida. Era cariñoso, atento y siempre sonreía. A Thalia le recordaba a su primer gran amor. El padre de Michael.
Ver como aquellos dos hombretones cuidaban de ellas tres y de los dos niños, era lo más maravilloso que había visto nunca. Aunque también era consciente de la tristeza que a veces albergaban sus ojos. Y una tarde, tras hablar con su hija Vaitere sobre aquello, se entristeció conocer la verdad. Sabía que el amor era un tema muy doloroso y que nadie, a excepción de los interesados, podía hacer nada por curarlo.
La alegría de Michael se eclipsaba cada vez que el recuerdo de Terry le visitaba. Era incapaz de olvidarla. La necesitaba y todas las noches, antes de dormir, su mente rememoraba los días felices que habían pasado en la isla.
No había vuelto a hablar con ella pero sabía que estaba bien. Sam siempre que hablaba con las chicas le informaba de todo quisiera o no.
El quince de noviembre Vaitere comenzó a trabajar en el despacho junto a Sam y Michael. Al principio le costó. Pero pronto les demostró sus cualidades.
Llegaron las Navidades. Serían las primeras que pasaban separados. En Nueva York hacía un frío increíble y las nevadas, como cada año, estaban a la orden del día.
—Qué envidia, papá —suspiró Ollie al teléfono—. Y dices que allí estáis ahora en la playa.
—Sí, cariño. En Hawái solo hay dos estaciones. Desde mayo a octubre es verano y desde octubre a abril invierno. Aunque bueno, aquí el invierno no es como en Nueva York —y al escucharla resoplar añadió—. Cariño, lo bueno de vivir en las islas es que los cambios nunca son tan bruscos como en otras partes del mundo.
Durante un buen rato hablaron sobre cómo enfocar las Navidades hasta que Ollie se sinceró.
—Papá, os vamos a extrañar al tío y a ti muchísimo. Es la primera Navidad que no estaremos todos juntos y bueno…
Sam la entendió pero intentando ser positivo señaló.
—Nosotros a vosotras también. Pero al tío y a mí nos gustará saber que lo habéis pasado bien ¿vale?
—¿Con quién vas a estar la última noche del año? —preguntó Ollie con curiosidad.
—¿Te acuerdas de Thais, la amiga de Makay, el hijo de Dick y Samantha?
—Sí.
En Nueva York nadie sabía nada de lo ocurrido. Michael y él habían decidido contárselo pero cuando regresaran.
—Cenaremos con ellos. Nos ha invitado Vaitere, la madre de Thais y la abuela para estar todos juntos.
Al escuchar aquello, Ollie preguntó:
—¿La madre de Thais al final trabaja con vosotros?
—Sí, princesa. Es un encanto de mujer y una estupenda secretaria. Te encantará conocerla.
A Ollie no le gustó. No quería que su padre se fijara en otra mujer, pero sin decir nada, escuchó lo que le contaba.
—Ahora tenemos bastante trabajo y su presencia en la oficina nos ha venido estupendamente. —Al ver que su hija no decía nada, cambió de tema y preguntó—. ¿Qué tal todo por ahí?
—Bien. La abuela como siempre intentado resolverle la vida a los demás. Mamá trabajando como siempre y Cat con la tía en la peluquería. Quería cambiar su look.
—¿Por cierto como está tú tía?
—Pues no sé qué decir —suspiró la joven—. Desde lo que pasó entre ella y el tío no es la misma y nos tiene prohibido hablarle de él. ¿Y él tío como esta?
—Tiene sus días —respondió con sinceridad—. Pero entre el trabajo, el surf y los amigos poco a poco está volviendo a ser el mismo. Pero sinceramente, cariño, tu tía le ha dejado bastante tocado.
—Qué pena que la historia entre ellos no acabara bien. Me da rabia porque sé que los dos se quieren y…
Sam le reprendió.
—Ollie, no hables así. Tú no sabes nada.
—Papá… idiota no soy —se defendió—. Y sé cuando dos personas se quieren. Y ellos se querían. No hacía falta más que ver cómo se miraban y… ¡Qué rabia!
—Vaya cariño, me estas sorprendiendo —asintió divertido al comprobar la madurez de su pequeña.
En ese momento Ollie se envalentonó y señaló.
—Te podría sorprender con muchas cosas más, como por ejemplo que sé que mamá te añora muchísimo —Sam se atragantó pero su hija continuó—. Y no hace falta que ella me lo diga porque yo lo veo papá. Ya soy mayor para darme cuenta de muchas cosas. Y tú no te escapas. Sé que la sigues queriendo. Pero lo que no llego a comprender es por qué extraña razón no estáis juntos si los dos sabéis que estáis hechos el uno para el otro.
—Ollie, princesa, la vida no es tan fácil como crees, cariño.
—Tampoco creo que sea tan difícil, aunque vosotros os empeñéis en hacerla así.
Aquella conversación le empezaba a resultar incómoda.
—Bueno, cariño dejemos este tema ¿vale? —Y dijo rápidamente—. Todavía estoy esperando que me mandes algunas fotos de las vacaciones.
Ollie se dio por vencida. Sus padres y sus tíos, eran unos cabezones.
—¿Quieres que te las pase por mail?
A Sam le apetecía muchísimo ver aquellas fotos.
—Eso estaría fenomenal. Pásamelas en cuanto puedas.
—Las tengo en un USB. En una hora te paso algunas.
—Ansioso las esperaré —respondió divertido—. Hasta luego, princesa.
—Hasta luego, papá.
Al colgar el teléfono, Ollie vio a su abuela pasear por la cocina. La puerta estaba entre abierta y entró.
—Hola, abuela. ¿Qué haces?
—Estoy esperando a tu madre. Me dijo que regresaría pronto e iríamos juntas a darle el pésame a mi amiga Verónica. Su marido Harry ha muerto esta mañana.
—Pobre Verónica —susurró Ollie—. Dale un beso de mi parte.
En ese momento entró una acelerada Kate en la cocina.
—Hola, mamá. Hola, cariño. Perdona el retraso, pero hoy había un atasco horroroso. Subo. Dejo el maletín. Me cambio de ropa y en dos minutos estoy aquí contigo.
Sin darle tiempo a contestar, salió de la cocina y corrió a su habitación.
—¿Con quién hablabas por teléfono? —preguntó Serena volviendo a mirar a su nieta.
—Con papá. Manda besos para ti.
Serena sonrió.
—Me hubiera gustado hablar con él. La próxima vez dímelo y así le saludaré ¿Qué tal están todos?
—Tirando. —Y encogiéndose de hombros cuchicheó—. Sé que no están bien, abuela, pero son tan cabezones…
Sin necesidad de preguntar la mujer contestó.
—Estamos rodeadas de cabezones, hija. Tu madre y tu tía también se las traen.
En ese momento se oyó a Kate bajar deprisa por las escaleras y apareció en la cocina murmurando sin aliento.
—Ya estoy aquí, mamá. Venga, vamos. —Y tras dar un beso a Ollie murmuró—. Pobre Verónica y pobre Harry. Cuando me has llamado no me lo podía creer.
—La vida, hija —suspiró Serena—. Por eso siempre os digo que hay que aprovecharla y vivirla, porque cualquier día se acaba y ya no hay marcha atrás.
Kate asintió y tras despedirse de la jovencita, se marcharon.
Cuando Ollie se quedó sola en casa subió a su cuarto a estudiar. Pasada una hora, se acordó que tenía que enviarle las fotos a su padre. Miró el reloj y resopló. El pobre debía de estar esperándolas. Encendió su ordenador, pero inexplicablemente a los pocos segundos se apagó solo. Volvió a encenderlo y el resultado fue el mismo. Lo intentó varias veces más y al final desistió.
—¡Maldita sea! —gruñó—. Y papá esperando las fotos.
De pronto recordó que su madre llevaría su portátil en el maletín. Aunque siempre les repetía que el ordenador de ella era para su trabajo y que solo podía ser utilizado en caso de emergencia.
—Esto, mamá, es un caso de emergencia —susurró Ollie.
Caminó hacia la habitación de su madre y al abrir la puerta pudo oler a París, el perfume de su madre. Tras mirarse en el espejo del tocador y colocarse el pelo, cogió el maletín y se lo llevó a su habitación. Su madre no se daría ni cuenta. Le mandaría las fotos a su padre, borraría las pruebas y lo devolvería a su sitio. Con cuidado lo puso encima de su mesa de estudio, lo abrió y lo encendió. Conocía la contraseña de su madre. Siempre era la misma. Y tras meter una memoria USB en una de las ranuras del portátil comenzó a buscar las fotos para seleccionarlas y enviarlas. Mientras visionaba las fotos en la pantalla, en la parte inferior derecha, apareció un recuadro azul que decía Buenas tardes amiga.
Ollie se sorprendió. No sabía que su madre chateara y menos aún que tuviera instalado el Skype en el portátil. Pero su sorpresa fue en aumento cuando leyó el nombre de la persona que la saludaba, Talabuki. ¿Cómo podía ser? Solo conocía un Talabuki y ese era su padre. La pantalla volvió a parpadear y un nuevo mensaje apareció Hola, ¿estás hablando con alguien? Ollie más desconcertada todavía decidió contestar.
LANA› Hola.
TALABUKI› Que tal, ¿un día duro de trabajo?
Ollie miraba alucinada a la pantalla al ver que su nick era Lana ¿Lana? ¿Su madre era Lana? Y sin poderse reprimir preguntó:
LANA› ¡¿Papá?!
TALABUKI› ¿Papá? ¿Y eso?
Desconcertado frunció el ceño ¿por qué su amiga Lana le llamaba papá?
TALABUKI› Quizá seas alguna de las hijas de Lana. Yo soy un amigo de tu madre.
Ollie con las manos temblorosas escribió.
LANA› Si, soy su hija ¿tú quién eres?
TALABUKI› Sam, un amigo.
Tras soltar un chillido Ollie puso.
LANA› ¡¿Papá?!
TALABUKI› ¿Papá?
LANA› Soy Ollie, papá, no entiendo nada.
TALABUKI› ¿Ollie?
Sam se quedó helado ¿Pero cómo podía ser?
LANA› Papá, es el ordenador de mamá.
Al leer aquello a Sam le temblaron las manos y el corazón se le aceleró.
TALABUKI› ¿Cómo?
LANA› Sí, papá es el de ella.
TALABUKI› Apágalo y ve al teléfono. Te llamo.
Ollie sin apagar el portátil corrió escaleras abajo al escuchar que el teléfono comenzaba a sonar. Al llegar al salón se tiró en plancha para cogerlo.
—¿Ollie?
—Papá… papá no entiendo nada.
Con las pulsaciones disparadas Sam intentó pensar con claridad pero era imposible.
—El que no entiende nada soy yo —dijo con dificultad—. ¿Dónde estás?
—Estoy en casa. Mamá y la abuela se marcharon juntas y yo iba a mandarte las fotos, pero mi ordenador no se encendía y como vi a mamá traer el suyo de la oficina, decidí utilizarlo y…
—¿Me hablas en serio?
—¡Que sí! —chilló—. Era el portátil de mamá.
Sam se sintió como si le hubieran dado un mazazo. Su amiga Lana era Kate. Y Ollie, dándose cuenta que aquello solo podía significar algo bueno comenzó a reír.
—Sí, papá. ¿No me digas que tú tampoco sabías que con quien hablabas era mamá?
Sam no sabía si se debía ofender o alegrar.
—Pues no, princesa no lo sabía. Creí haber conocido a Lana en mi último viaje a Nueva York, pero ahora lo entiendo todo —asintió al recordar a Carol, la extraña mujer que conoció—. Tu madre me ha tenido engañado todo este tiempo.
A punto de aplaudir, Ollie preguntó a su desconcertado padre.
—¿Desde cuándo hablas con ella?
Ordenando sus pensamientos Sam miró la foto que tenía de Kate y respondió.
—Desde hace muchos meses —y con curiosidad preguntó—. ¿Le diste tú la dirección del chat donde nos veíamos tú y yo?
—No…
—Pues la conocí en ese chat.
—Papá, ella debió de apuntarse la dirección.
Sam, tocándose el pelo, pensó en todo lo que le había contado durante aquellos meses. Le había abierto el corazón a la persona que se lo había cerrado. No sabía si debía estar enfadado o feliz.
—No sé qué pensar ¿Cómo ha podido hacer esto?
La niña resopló al ver el bloqueo de su padre.
—Porque te quiere y era la única forma de seguir hablando contigo. Te lo dije, papá, mamá te quiere y te quiere mucho.
—Princesa —susurró mareado—. ¿Te puedes creer que estoy nervioso?
—Tranquilo, papá. Tranquilo —trató de calmarlo Ollie, feliz.
De pronto Sam sonrió. Kate nunca dejaría de sorprenderle.
—Y ahora qué hago ¿le digo que sé quién es o no?
Aprovechando el momento de confusión Ollie rápidamente pensó en urdir un plan.
—Creo que hoy no deberías hacer nada. Esta noche deberías seguir hablando con ella y mañana te propongo un plan.
Con una sonrisa de oreja a oreja, Sam se dio cuenta de todo lo que quería decir aquello. Kate, su Kate, le quería.
—Princesa, ¿qué me vas a proponer?
Padre e hija estuvieron hablando durante veinte minutos y al final Ollie concluyó.
—¿Estás de acuerdo, papá?
—Sí, cariño —contestó Sam tras pensárselo—. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Lo único que falta es que todo salga como tú dices.
—Saldrá, papá —se rio feliz Ollie—. Ahora voy a dejar el ordenador donde estaba. Las fotos te las pasaré otro día. Un beso papá y mañana hablamos, ¿vale?
—De acuerdo, princesa. Un beso.
Cuando colgó el teléfono, Ollie corrió escaleras arriba. Entró en su habitación y cogió el portátil. Lo cerró y lo llevó al lugar donde estaba. Cuando salía de su habitación, escuchó que Terry y Cat llegaban y rápidamente fue hasta ellas.
—¿Qué te parece mi corte de pelo, Ollie? —preguntó Cat.
Pero Ollie estaba demasiado nerviosa por todo lo que les tenía que contar.
—Estás guapísima. —Y, mirándolas, añadió—: Necesito vuestra ayuda.
Cuando esta comenzó a contar lo que había ocurrido, Cat saltó de alegría, pero a Terry el corazón se le aceleró. Cuando su hermana se enterara de aquello querría morir.
—¡Qué bien… qué bien! —chilló Cat como una loca.
—Dios mío —resopló Terry sentándose—. Ya le dije que la iban a pillar.
—¡¿Tú lo sabías?! —preguntaron Cat y Ollie al unísono.
Terry las miró y asintió.
—Pues claro que sí. Nos lo contamos todo.
Ollie, acercándose a su tía, la miró con ojitos.
—Necesitamos que nos ayudes a que vuelvan a estar juntos. Y por favor, tía, no me digas que eso es imposible o una locura porque yo particularmente no pienso parar hasta que papá y mamá se vuelvan a unir.
—Ni yo —asintió Cat.
—Tía Terry, sabes tan bien como nosotras que ellos se quieren y se quieren de verdad. Por ello, necesitamos que seas nuestra cómplice. Y como se te ocurra decirle algo a mamá sobre lo que hemos descubierto, te juro que no te vuelvo a hablar en mi vida. Y te lo digo muy en serio.
Terry sonrió al escuchar a Ollie. Aquella dulce jovencita era una auténtica bruja. Y tras pensar en su hermana y Sam, y darse cuenta de que necesitaban estar juntos asintió.
—De acuerdo chicas, os ayudaré. Ya es hora de que estos dos vuelvan a estar unidos.
Las tres se abrazaron y comenzaron a urdir un plan.
Cuando colgó el teléfono de la oficina, Sam continuaba en shock. Era Kate, su Kate, la que, escondida en un nick, le había escuchado sus tristezas y le había animado a luchar por su amor. Durante todo aquel tiempo ella había jugado con la ventaja del anonimato. Siempre había sabido sus sentimientos respecto a ella y ahora entendía muchas cosas. Michael, que le había estado observando mientras hablaba con un cliente, esperó a que Vaitere se marchara y se quedaran a solas.
—Vaya cara de tonto que tienes, hermano.
Sam sonrió como hacía tiempo que no hacía.
—Tienes razón. Soy un tonto, pero además de los gordos.
—Bueno… bueno, tampoco es para que te lo tomes así.
Sam se levantó, fue a la puerta del despacho y la cerró con llave. Ante la cara de estupefacción de Michael, abrió la pequeña nevera le ofreció una cerveza y se sentó de nuevo.
—Hoy ha ocurrido algo que me ha abierto los ojos.
—¿El qué?
—Hermano, voy a intentar recuperar a mi mujer.
Michael le miró sorprendido.
—Espera… espera. —Y al verle sonreír como a un bobo no pudo evitar reír antes de preguntar—. Me parece estupendo que intentes recuperar a Kate, pero ¿qué ha pasado?
Pletórico, le contó ocurrido.
—¡Increíble!
—Sí, hermano. Increíble pero cierto —rio Sam.
Michael se levantó y le abrazó, contagiado por su entusiasmo y felicidad.
—Espero que todo salga bien y te lo digo de corazón.
—Lo sé. —Y dando un trago a su cerveza cuchicheó—. Ahora solo tengo que convencer a Kate.
—Woooo… vas a topar con un hueso duro de roer.
—Lo sé. Pero cuando sepa lo que sé no me va a poder decir que no.
Michael soltó una carcajada:
—Entonces la Lana explosiva que conocimos en Nueva York ¿quién era?
—No lo sé. Pero Kate me lo va a decir. —Y añadió—. Si ya te dije yo que esa mujer y la que yo había conocido nada tenían que ver…
Divertidos, ambos comenzaron a reír y, dos cervezas después, salieron por fin de la oficina.