Día a día la normalidad comenzó a instalarse de nuevo en sus vidas. El sábado, el gran día según Michael, tras dejar a los niños al cuidado de Honey llegaron a casa de Vaitere sobre las ocho. Tras recogerlas en el monovolumen de Sam, se marcharon a cenar a un restaurante isleño muy bonito. Era el cumpleaños de Thais.
—Qué sitio más bonito —sonrió Thalia feliz. Ella, por su origen humilde, no estaba acostumbrada a ir a sitios tan lujosos.
—¡Qué pasada! —asintió Thais junto a su amigo Makay.
Michael y Sam sonrieron y cruzaron una mirada con Vaitere.
—Gracias por traernos a un lugar tan maravilloso —dijo esta a su vez.
Una hora después todos reían y bromeaban mientras sonaba la música que unos isleños tocaban para amenizar la cena a los comensales. Y cuando sirvieron los postres comenzaron a entregarle los regalos a Thais.
—¡Qué pulsera más bonita! —gritó al abrir un paquetito.
Sam sonrió. Sus hijas se habían comprado unas iguales y pensó que a ella también le gustaría. Thais emocionada se levantó y le dio un beso agradecida.
—Gracias, Sam. Es preciosa.
—Me alegro, cielo.
Vaitere y Thalia miraban emocionadas a la niña. ¡Nunca había tenido un cumpleaños así!
—Toma, ahora abre el mío —le entregó Michael otro paquete.
La joven al rasgar el papel gritó.
—Un mp5. ¡Gracias! Tenía muchas ganas de tener uno.
—Ya lo sabía. Un pajarito me lo chivó —rio este al recibir un beso.
De nuevo otro regalo. El de Makay. Un bonito y sencillo collar de nácar.
—Es preciosooooooooo. Mil gracias.
Cuando le dio un beso en la mejilla, el muchacho se puso rojo como un tomate. Vaitere feliz por ver a su hija disfrutar por fin de un bonito cumpleaños le entregó una cajita.
—Cariño, este es el regalo de la abuela y mío.
Al abrir la cajita y ver qué era una llave gritó.
—¡¿Es de lo que creo que es?!
Su abuela se encogió de hombros.
—Yo creo que sí. Pero te espera en casa.
La muchacha miró a su amigo Makay y boquiabierta preguntó a su madre.
—¿De verdad me habéis comprado una Scooter?
—Por supuesto, cariño —afirmó Vaitere—. Te la mereces por ser tan buena hija y tan buena nieta. Así tendrás autonomía para poder moverte sin necesidad de autobús. Aunque me tienes que prometer que tendrás mucho cuidado.
—Te lo prometo, mamá —exclamó emocionada mientras las besaba—. Gracias mamá, gracias abuela —y mirándolas les preguntó—. ¿De qué color es?
—Amarilla y gris. Michael y Sam nos acompañaron a comprarla. Ellos tienen más idea de esas máquinas que nosotras.
—Es chulísima. Te va a encantar —comentó Michael guiñándole un ojo.
Sin poder esperar un segundo más. Thais preguntó:
—Mamá, ¿puedo ir a verla? Makay y yo ya hemos terminado de cenar.
—¿Ahora? —preguntó su abuela—. Espérate y luego la ves, cariño.
Pero Vaitere entendía su inquietud y con un movimiento de cabeza indicó.
—Anda ve… pero ten cuidado cuando la estrenes.
Dos minutos después, tras repartir besos, Thais se montaba en la moto de Makay y juntos se marchaban en busca de su gran regalo.
—Da gusto verla tan feliz. Se merece eso y más —dijo Vaitere emocionada.
Michael y Vaitere se miraron y, tras tomar aire, cogió la mano de su madre.
—Aún queda un regalo y es para ti mamá.
La mujer sorprendida la miró.
—¿Para mí? Pero si no es mi cumpleaños.
Michael se sacó del bolsillo un paquetito azul. Se lo entregó y con la emoción en su cara y en sus ojos le susurró a la mujer.
—Espero que te guste.
Thalia, emocionada, comenzó a desenvolver el paquete entre risas nerviosas.
—¿Qué es chicos? Dadme una pista.
—Mamá, es algo que llevas buscando desde hace tiempo —susurró Vaitere.
Cuando la mujer consiguió abrir la cajita y levantar el paño delicado de seda que lo cubría, su sonrisa se congeló. Su respiración se cortó y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sin saber realmente qué quería decir aquello, miró a su hija, y esta con los ojos anegados en lágrimas asintió. Allí, ante ella, estaba el broche unido en un solo corazón exactamente igual que la primera vez que lo vio. Presa de la emoción y con manos temblorosas no era capaz de articular palabra. Y Michael, que estaba a su derecha, le cogió la mano y se la besó. De pronto la mujer lo entendió todo y rompió a llorar mientras le abrazaba con desesperación.
Vaitere, emocionada al vivir aquel momento tan deseado por su madre y Sam, que en un principio intentó mantener el tipo, rompieron a llorar. Turbada, impresionada y conmovida, Thalia se separó de Michael unos centímetros y tocándole la cara le preguntó:
—¿Eres tú mi amor? Hijo mío ¿eres tú?
Tragando un nudo de emociones, Michael asintió. Y tras mirar a Sam que sonreía, por primera vez en su vida pudo decir.
—Sí, mamá, soy yo.
Thalia se volvió a abrazar a él y lloró, pero esta vez de felicidad. El destino había sido bueno con ella y mirando hacia el cielo sonrió.
—Mamá, él nos ha encontrado. Tantos años buscándole y al final Michael nos ha encontrado.
La mujer, sin poder apartar sus ojos de su adorado hijo preguntó:
—¿Cómo lo has conseguido, cariño?
—Gracias al colgante —murmuró mientras Sam le tocaba el hombro para darle fuerza.
Thalia sonrió y pasándole la mano por su oscuro cabello murmuró.
—Esa sonrisa… tienes la misma sonrisa que Haoa, tu padre —y mirando a su hija preguntó—. ¿Recuerdas que te dije que su sonrisa me recordaba a alguien?
—Sí, mamá. Lo recuerdo —asintió feliz.
Sobreexcitada volvió a mirar hacia el cielo.
—Gracias, Dios mío —susurró cerrando los ojos—. Gracias por escuchar mis plegarias y darme la oportunidad de conocer a mi hijo.
Sam, emocionado, asintió.
—Vaya dos llorones que estamos hechos hermano —bromeó mirando a Michael.
Ambos reían cuando Thalia preguntó:
—¿Os adoptó la misma familia?
Michael tomó a su hermano por los hombros.
—No. Pero nosotros solos creamos nuestra propia familia. Sam es mi hermano ¡el mejor! Crecimos juntos en la casa de acogida de mamá Daula y aunque no somos hermanos biológicos, si lo somos de corazón, alma y espíritu. —Sam asintió—. Él ha estado conmigo siempre. Me ha cuidado cuando he estado enfermo, me ha querido y me ha felicitado todas las navidades y cumpleaños desde que tengo uso de razón.
—Tú también me has cuidado y querido —sonrió Sam al escucharle.
Michael le besó en la cara y prosiguió ante la emoción de las mujeres.
—Sam es mi familia. Gracias a él he sabido encauzar mi vida y ser un hombre de provecho. Gracias a él tengo unos sobrinos que adoro y me adoran. —Y con los ojos encharcados en lágrimas susurró—. Sam… lo ha sido y es todo para mí y sé que nada ni nadie nos separará nunca porque ni él ni yo lo vamos a permitir.
—Somos unos llorones, pero Michael es mi hermano.
—Por supuesto, no lo dudes nunca —asintió este abrazándole.
Thalia, emocionada por todo lo que le estaba pasando y por las palabras que acababa de decir Michael, su hijo, se levantó y acercándose a Sam que había intentado mantenerse un poco al margen de aquel momento de intimidad afirmó mirándole.
—Doy gracias al cielo entonces de haber recuperado a mis dos hijos —y abrazándole como minutos antes a Michael, le arrulló para que este sintiera su calor y su amor de madre.
Aquella noche fue especial para todos ellos. Vaitere había encontrado a dos hermanos que la querían y respetaban. Michael encontró a su madre y a su hermana y se reafirmó en que nunca perdería a Sam. Thalia por fin pudo abrazar y conocer a su tan buscado hijo y la vida le dio la alegría de regalarle otro hijo más y Sam, había encontrado una vez más, junto a Michael, una familia.