Capítulo 56

Los días pasaron y Terry seguía sin llamar, ni siquiera desde Chicago, por lo que Michael volvió a insistir. Pero nada. Ella no respondía ni a su móvil. Finalmente optó por dejarle mensajes en ambos teléfonos pidiéndole que le llamara.

—Esto no puede continuar así, Terry —la regañó Kate al escuchar el último mensaje de Michael.

—Pues llámale tú y dile lo que te dé la gana.

Kate la miró disgustada.

—¿Pero no te das cuenta que él no entiende que té pasa? Quizá le estás juzgando por algo que no tiene fundamento y…

—Mira, guapa…

—A mí no te me pongas chula —aclaró Kate.

Bajando el tono de voz Terry prosiguió.

—Kate, yo a ti nunca te he dicho cómo debes manejar tu vida, así que ¿qué tal si no te metes en la mía? Ah… y por cierto. Le llamaré cuando yo quiera.

Molesta por aquella contestación, Kate se dio la vuelta y se marchó enfadada.

—Haz lo que te dé la gana, mona —le contestó de mala gana.

Desde su vuelta de las islas, el entendimiento entre ellas dos se había perdido por completo. Kate intentaba hablar con su hermana, pero esta no se lo permitía. Se había cerrado en banda, y con gritar y blasfemar ya tenía bastante. Después de comer sola en el jardín sobre las tres de la tarde, algo cambió en Terry. Miró la hora que era, pensó con detenimiento qué decir, cogió el teléfono y le llamó. Sonaron dos timbrazos y alguien levantó el auricular.

—Dígame.

—Sam —saludó Terry.

Sam se sorprendió al oír su voz y bromeó mientras miraba a su alrededor en busca de Michael.

—Hombreeeeeeeeee… dichosos sean los oídos que te oyen.

—Tú como siempre tan gracioso —gruñó y preguntó—. ¿Qué tal todo por ahí?

Sam, al intuir que estaba de un pésimo humor, cambió su tono.

—Tu madre y las chicas algo tristes porque se van dentro de poco. Y tú, ¿qué tal tu viaje a Chicago?

—Fabuloso —y cambiando de tema dijo—. Oye, quería hablar con Michael. ¿Está ahí?

—Está vistiendo a Sasha, pero espera que ahora mismo viene.

Con los nervios a tope, Terry escuchó como Sam le pedía a Ollie que avisara a su tío.

—¿Qué tal todo por Nueva York? —preguntó Sam mientras esperaba la llegada de Michael.

—Bien, como siempre —respondió Terry.

—¿Kate empezó ya a trabajar? —Sam no pudo evitar preguntar por ella.

Terry suspiró. Desde que habían llegado de Oahu su hermana estaba triste y ella, con su enfado, no había sido la mejor compañía, pero no quería entrar en ello.

—Ya la conoces. Es una máquina. Trabaja mucho pero todo bien.

Quiso preguntarle más cosas, pero al ver llegar a Michael se despidió.

—Se pone Michael. Un beso para las dos.

El corazón de Terry comenzó a latir con fuerza hasta que de pronto escuchó.

—Hola, preciosa —saludó todo lo tranquilo que pudo—. Te he llamado varias veces.

Con voz cortante, Terry respondió.

—Ya lo sé. Tengo trabajo y…

Michael, al notar algo extraño en su voz, la cortó y preguntó levantando la voz.

—¿Por qué no me llamaste para decirme que te ibas a Chicago? He estado preocupado por ti.

—¿Y por qué habría de hacerlo? —respondió a la defensiva.

—Terry… —resopló.

—¡¿Qué?! ¿Terry qué? —gritó.

Su tono de voz le alarmó e intentando hacerle ver que la había añorado, suavizó su voz. Lo que menos quería en ese momento era discutir con ella.

—Cielo, me estoy volviendo loco sin ti y pensé que…

—No pienses tanto… no pienses.

—¡¿Pero se puede saber qué te pasa?! —preguntó a gritos sorprendido sin reparar que Serena y Sam estaban en la cocina.

—¡Mira, Michael! —chilló nerviosa—. Seamos claritos y olvidemos lo que ha pasado entre nosotros en tus bonitas islas ¿no crees?

—¡¿Cómo dices?! —bufó Michael.

—Lo que has oído. —Y sin querer escucharle prosiguió—. Olvidemos lo que hubo.

—¿Pero por qué? —gritó exhausto—. ¿Qué te ha pasado?

—¡No me grites! —voceó indignada.

Pero Michael ya había perdido las formas y cerrando los ojos con fuerza gruñó.

—¡¿Que no te grite?! ¿Pero cómo quieres que no lo haga cuando me estás diciendo que olvide lo que ha pasado entre nosotros? Pero Terry ¿te has vuelto loca?

—He dicho que no me grites o te cuelgo.

Apoyando la frente en la pared de la casa siseó furioso.

—No se te ocurra amenazarme con algo tan sucio como eso.

—Soy mayorcita para saber lo que es sucio o no y creo que el primero que está jugando sucio en toda esta historia eres tú —gritó furiosa mientras Michael intentaba entender—. Eres un malnacido. Pensé que eras especial, pero me equivoqué. Eres tan vulgar como la gran mayoría de los hombres que he conocido y…

—Terry —susurró cortándola—. Terry, escúchame cariño.

—No quiero escucharte y no quiero que me llames cariño. Te odio. Y espero no volver a cruzarme contigo porque si lo hago te juro que no sé qué voy a ser capaz de hacer.

Terry colgó. Michael se había quedado sin palabras. Colgó con furia el auricular mientras Sam y Serena corrían hacia él.

—Hijo ¿estás bien? —preguntó Serena preocupada.

Retirándose con cólera el pelo de la cara, la miró furioso.

—No… no estoy bien. Tu hija se ha propuesto volverme loco y al final lo va a conseguir.

—¿Pero qué ha hecho ahora esa descerebrada? —preguntó:

—Mejor digamos qué no ha hecho —replicó Michael enfadado.

—Vamos a ver. Relájate ¿Qué ha ocurrido? —preguntó Sam sin entender nada, como el resto.

—No lo sé —gruñó desesperado—. Si lo supiera al menos entendería el porqué de su enfado.

Sin esperar un minuto Michael cogió el teléfono, habló con el aeropuerto y al colgar, miró a su hermano y a Serena.

—No sé qué ha pasado. Pero me voy a enterar. Vaya si me voy a enterar.

Una hora después estaba en el aeropuerto. Y cuando se sentó en el avión, miró su reloj y pensó que tras varias horas de vuelo llegaría a Nueva York para aclarar lo ocurrido.

Horas después, en Nueva York, Terry no podía dormir. Era ya de madrugada y, con los ojos hinchados de tanto llorar, encendió la tele para ver qué daban. No paraba de darle vueltas a lo ocurrido con Michael a la hora de la comida. Le era imposible olvidarlo. Kate, al oír la televisión, bajó y entró en el oscuro salón y se la encontró sentada con un vaso de leche en las manos.

—¿No puedes dormir?

—No.

—Terry ¿Quieres hablar?

—No.

—Venga ya, no seas tan gilipollas, joder —blasfemó Kate.

Boquiabierta, Terry miró a su educada hermana.

—¿Desde cuándo dices tú esas palabrotas?

Al ver que tenía la atención de su hermana aprovechó.

—Desde que tengo una hermana que es idiota.

Terry puso los ojos en blanco y se repanchingó en el sillón.

—Kate, no tengo ganas de hablar. Ahora no.

—Ahora no. Antes tampoco —se burló—. Pues nada, ricura, cuando quieras hablar ya sabes dónde me tienes.

Tras un silencio por parte de los dos Kate preguntó:

—¿Qué estás viendo?

Titanic —respondió Terry consciente de lo que su hermana iba a decir.

Con gesto divertido Kate señaló.

—Vaya, vaya, una película de amor. ¿Desde cuándo te gustan estas películas? —Y haciéndola sonreír señaló—. Creo que tú las llamas cursilerías rosas que nada tienen que ver con la vida real.

—Vete al diablo y cállate. Está empezando.

Kate se sentó a su lado.

—Déjame sitio. Me apetece verla otra vez. Solo por lo guapo que sale DiCaprio merece la pena verla.

Quince minutos después las dos se sumergieron en la película y compartían kleenex llorando a moco tendido. La película terminó sobre las cinco de la madrugada, y, justo cuando pensaban regresar por fin a sus habitaciones, sonó el timbre de la casa.

—¿Quién será a estas horas? —preguntó extrañada Kate.

—No abras —ordenó Terry cogiendo una lámpara—. Miremos primero por la mirilla.

Kate con una sonrisa nerviosa apuntó.

—Tranquila, no soy tan osada de abrir a estas horas. —Y al mirar por la mirilla y ver de quién se trataba exclamó sorprendida—. ¡Es Michael!

A Terry, de pronto, le entró el pánico ¿Michael? ¿Qué demonios hacía allí?

—¡No abras!

De nuevo sonó el timbre, que retumbó en la casa.

—Pero tú estás tonta —cuchicheó Kate—. ¿Cómo no le voy a abrir?

—Oh, Dios… oh, Diosss —protestó tocándose la cabeza.

—Vamos a ver ¿has hablado con él?

—Sí. Y le dije que lo nuestro había acabado y…

El timbre volvió a sonar con más insistencia y finalmente Terry, al darse cuenta de lo ridículo de la situación, se dio por vencida. Sabía que Kate llevaba razón.

—De acuerdo, abre la maldita puerta.

Sin moverse de su sitio, cuando Kate abrió la puerta, los ojos oscuros y furiosos de Michael se clavaron en Terry.

—Michael, ¿qué haces aquí? —preguntó Kate.

Pero este solo tenía ojos para Terry y respondió con gesto cansado.

—Hola, Kate. He venido para hablar con tu hermana.

Kate asintió. Pocas veces en su vida había escuchado a Michael aquel tono de voz. Y quitándose de en medio dijo mientras subía las escaleras rumbo a su habitación.

—Bueno, chicos. Estaré arriba por si necesitáis algo.

En silencio y sin rozarse, Michael y Terry se dirigieron al salón y cerraron la puerta tras ellos.

—¿A qué has venido? —preguntó alejándose de nuevo de él.

No podía apartar su vista de ella. Deseaba abrazarla y besarla. La necesitaba. Pero, sin dejarse amedrentar por su dura mirada, le espetó:

—Necesito una explicación.

Ella no abrió la boca para replicar y Michael insistió, cada vez más enfurecido por su mutismo.

—¿Qué ha pasado? Creí que entre nosotros había algo bonito y que podría durar. Creí haberme encontrado con la Terry que siempre quise encontrar, pero por lo visto en cuanto regresaste a tu ambiente, todo lo vivido entre tú y yo cayó en el olvido.

—¿Algo bonito? —repitió ella con sarcasmo—. ¿A qué te refieres?

—Terry, cariño ¿Qué ha pasado? —preguntó acercándose a ella. Su perfume y su presencia le empezaban a embriagar.

Separándose de él rápidamente le censuró.

—No me vuelvas a llamar cariño en tu vida.

Desesperado por la dureza de su mirada levantó las manos al cielo y gritó.

—¡Pero alguien me quiere explicar que ha pasado! ¿No te das cuenta que no entiendo tu actitud, ni tu indiferencia? Solo quiero que me digas qué ha ocurrido.

—Muy bien —asintió ella—. Digamos que me he dado cuenta de lo mentiroso, rastrero y ruin que eres. Y de lo impaciente que estabas porque me marchara de tu islita.

—¿¡Cómo!? ¿Pero qué he hecho?

Pero Terry era incapaz de contener el chorreo de emociones que le arrasaban.

—Maldito seas. ¿Por qué tuviste que quedar con ella en el aeropuerto? ¿Por qué? ¿No podías esperar al menos a que mi avión despegara?

Michael cada vez entendía menos.

—¿Pero de qué hablas? —preguntó arrugando el entrecejo.

Fuera de sí y con la rabia instalada en su voz y en su mirada Terry gritó.

—Os vi Michael. ¡Os vi! Te vi a ti y a la rubia o mejor a la doctora Amanda. Vi como ella y tú os reíais a mi costa y también vi como os alejabais en la moto. ¿Cómo era eso que me dijiste? —dijo con sarcasmo e imitándole señaló—. Ah, sí «Cariño en este asiento ningún culito mono se va a sentar, a no ser que sea el tuyo». ¡Mentiroso! Eres un patético mentiroso por no decirte algo peor.

De pronto Michael lo entendió todo. Le había visto con Amanda en el aeropuerto ¿Pero cómo? Y tomando aire intentó hablar.

—Cariño, escucha. Todo tiene su explicación.

—¡Que no me llames cariño! —voceó separándose nuevamente de él.

—Pero…

—No quiero que me expliques nada. No quiero escuchar tus explicaciones —exclamó—. Y cómo ya sabes el porqué de todo, te agradecería que salieras de mi casa.

—No pienso salir sin que me escuches, maldita cabezona.

—No te pienso escuchar. Quiero que te vayas de aquí. Fuera. ¡Fuera de mi casa!

—Terry, Amanda y yo nos encontramos por casualidad —intentó aclarar—. Por favor escúchame y créeme. No destruyas lo que hay entre nosotros. Piensa, por favor… piensa.

Pero ella estaba histérica y levantando el auricular del teléfono amenazó.

—Llamaré a la policía como no salgas de mi casa.

—Pero tú estás tonta —gritó indignado—. ¿Por qué no quieres escucharme?

—Ya te escuché una vez y por tu culpa ahora me encuentro como me ves. Márchate y aléjate de mí —vociferó a punto del llanto—. Y te lo digo por última vez. Sal de mi casa o llamaré a la policía.

Michael, al ver que estaba fuera de control, optó por callar. Con rabia, se dio la vuelta y abrió la puerta del salón y cuando llegó a la puerta principal, incapaz de irse sin decir nada más, se dio la vuelta para mirarla.

—¿Por qué haces esto? Lo que teníamos era verdadero.

—Oh, sí… no lo dudo —se mofó ella furiosa.

Dolido por la indiferencia de ella, asintió y murmuró abriendo la puerta.

—Eres una cobarde. Al primer malentendido entre nosotros rompes con nuestra realidad para sumergirte de nuevo en tu mundo. Muy bien, Terry… muy bien.

—Con el tiempo me lo agradecerás —respondió con frialdad.

—De acuerdo —se dio por vencido—. Entonces me iré.

Con todo el dolor de su corazón Terry asintió.

—Adiós.

Michael salió al exterior de la casa, pero antes de cerrar la volvió a mirar por última vez.

—¿Te has dado cuenta que llevamos toda la vida despidiéndonos?

Consiguiendo retener el llanto que pugnaba por salir, Terry asintió y aclaró.

—Alguna tenía que ser la última.

—De acuerdo, Terry. Adiós —dijo Michael sin ganas de decir nada más.

El sonido seco de la puerta al cerrarse hizo que Terry cayera al suelo sumida en un llanto inconsolable. Una parte de ella quería correr tras él pero su orgullo se lo impedía. Kate bajó las escaleras con celeridad y, levantándola del suelo, la llevó hasta el sillón y la abrazó. El dolor que sentía su hermana en aquellos momentos era idéntico al de ella. Sabía muy bien contra quien luchaba Terry y era contra su corazón.

Michael regresó al aeropuerto para coger el primer vuelo que saliera hacia Honolulu. Una vez se subió al avión cerró los ojos y destrozado pensó en cómo Terry le había echado de su vida.

Al día siguiente en Oahu…

—Tengo hambre ¿Dónde iremos a cenar? —preguntó Cat.

—Me gustaría ir al bar de Dick y Samantha —sugirió Ollie—. Así nos despedimos de ellos.

Sam, que las escuchaba mientras peinaba a Sasha asintió.

—Donde queráis chicas. Os llevaré dónde queráis.

Serena, con Tommy en brazos, tras besarle en la carita comentó:

—Cómo pasa el tiempo. Hace nada que llegamos y ya nos tenemos que ir.

—Abuela, llevamos aquí treinta y cuatro días —aclaró Cat. Y mirando a su padre expuso—: Y me encantaría quedarme otros tantos.

Saber que sus hijas y Serena habían estado bien aquel último mes emocionó a Sam y terminando de poner el coletero a su hija pequeña aclaró.

—Cuando queráis regresar, y esto también va por ti, Serena —sonrió—, solo tenéis que avisarme e iré raudo y veloz a recogeros al aeropuerto.

De pronto, y para sorpresa de todos, la puerta de la calle se abrió y una voz preguntó:

—¿Quién habla de aeropuerto?

—¡Tío Michael! —gritaron las niñas al verle—. ¿Qué haces aquí?

Este se encogió de hombros, soltó la pequeña bolsa que llevaba en las manos y se encaminó hacia la cocina. Necesitaba un café. Las chicas querían ir tras él, pero Sam las detuvo. Serena, dejando al pequeño Tommy en el suelo, le siguió. Sam iba tras ella.

—Muchachote, por Dios —susurró la mujer angustiada al ver su cara de agotamiento—. ¿Qué haces aquí? Creía que estabas con Terry en Nueva York.

—Serena —apuntó mirándola a los ojos—, mi viaje no ha sido todo lo bueno que yo esperaba. Y en lo referente a tu querida hija, te agradecería que omitieras nombrarla en mi presencia a partir de hoy.

—Lo siento, hijo… lo siento —fue lo único que acertó a decir Serena asustada.

Después salió de la cocina y con gesto serio se dirigió a sus nietas que la miraban confundidas.

—Chicas, vayamos fuera.

Sin rechistar, salieron todas llevándose a Sasha y Tommy. Una vez vio Sam que se quedaban solos en el interior de la casa, con tacto se acercó a su hermano que se calentaba un café en el microondas.

—¿Estás bien, hermano? —preguntó posando su mano en el hombro.

—Lo intento —asintió con una triste sonrisa.

Cuando el microondas pitó, Michael sacó su café y abriendo la puerta trasera de la cocina salió al exterior de la casa. Luego se sentó en el balancín y Sam le siguió. Sin necesidad de preguntar Michael le explicó lo ocurrido.

—¿La doctora? —preguntó Sam arqueando una ceja.

—La misma —asintió Michael mirándole—. Coincidí con ella en el aeropuerto y me ofrecí a llevarla al hospital. Necesitaba hablar con ella sobre el tema de los análisis. Pero te juro Sam que entre ella y yo no ocurrió absolutamente nada.

—Lo sé. No hace falta que lo jures. Te conozco y sé lo que sientes por Terry.

Michael cerró los ojos al oír su nombre y Sam farfulló.

—Lo que Terry tiene es un grandísimo ataque de celos.

Michael asintió.

—Eso pensé yo al principio, pero tendrías que haberla visto. Me llamó de todo y me gritó que no quería saber nada más de mí. Incluso me amenazó con llamar a la policía si no salía de la casa. ¿Te lo puedes creer?

Sam silbó y tocándose el pelo preguntó:

—Y ¿qué vas a hacer?

Aquella pregunta había pasado miles de veces por su cabeza ¿Qué hacer? ¿Debería luchar por lo que quería? Pero tras un silencio en el que Michael miraba al mar respondió.

—Absolutamente nada. No estoy dispuesto a dejarme humillar de nuevo.

Al escuchar el ruido que sus hijos hacían no muy lejos de ellos, Sam se levantó y mirando a su hermano apuntó.

—Descansa un poco. Me llevo a las chicas a cenar fuera. Luego si quieres, cuando regrese, seguimos hablando.

—De acuerdo —asintió Michael.

Diez minutos después su móvil pitó. Había recibido un mensaje. Era de Amanda.

«Analíticas positivas. Enhorabuena».

En ese momento Michael, emocionado, sonrió. La vida a pesar de todo era bella.