Capítulo 55

Al llegar a Nueva York, Kate llamó a casa de Sam para informar que estaban en casa. Michael, impaciente por hablar con Terry, preguntó por ella, pero Kate la disculpó alegando que estaba en la ducha y que más tarde le llamaría. Pero para desconsuelo de Michael no llamó, ni esa noche, ni al día siguiente.

Pasados dos días, Michael, intranquilo, al ver que Terry no llamaba la telefoneó desde el despacho. Y se sorprendió cuando Kate le contó que se había marchado de viaje a Chicago y que regresaría en unos días.

Consternado y sin entender nada Michael colgó el teléfono con gesto de enfado. ¿Por qué ella no se había puesto en contacto con él?

—¡No entiendo nada! —le dijo a Sam que ojeaba unos papeles en la mesa de al lado.

—¿Qué pasa?

—¿Por qué narices no me llama? Y encima ahora me entero que se ha ido a Chicago unos días. ¿Tú sabías algo de ese viaje?

—No. Nunca se lo oí mencionar —aclaró Sam.

Desesperado, Michael se levantó, cogió una botellita de agua sin gas de la pequeña nevera y dio un trago.

—Maldita sea. ¿Qué habrá pasado para que esté comportándose así?

Sam, tan desconcertado como él, se encogió de hombros.

—No lo sé, hermano. Cuando regrese de su viaje estoy seguro de que te lo explicará.

—Eso por descontado —resopló Michael poniendo la botella con fuerza sobre la mesa.

Sam al ver aquel gesto intentó desviar la conversación.

—¿A qué hora has quedado con Vaitere? —preguntó:

—A las cinco en su casa. Me ha dicho que Thalia y Thais están en Lanai y que pasaran allí la noche. Casi mejor. Así podré hablar con ella tranquilamente.

—¿Estás seguro de lo que vas a hacer? —preguntó Sam—. Piensa que esto no será fácil y puede no acabar bien.

—Lo voy a hacer. Necesito saber la verdad pase lo que pase —respondió Michael al tiempo que se retiraba el oscuro pelo de su rostro.

—¿Quieres que te acompañe?

Mirando con cariño al mejor hermano que nadie podía tener, chocó su mano con él y murmuró.

—Gracias, Sam. Pero creo que esto debo hacerlo yo solo.

Minutos después, Michael volvió a sacar el tema de Terry, sin reparar que Sam le escuchaba sin prestarle atención. Tenía sus propios problemas sobre los que se había negado a hablar.

—Ahí vienen las chicas —dijo Sam al verlas a través de la cristalera.

El grupo de mujeres entraron emocionadas en el despacho y Cat entusiasmada chilló.

—¡Papá, he comprado cosas geniales!

Serena, llevándose las manos a la cabeza le miró y protestó tras ver a Michael con el ceño fruncido.

—Sam, por Dios, no les des un dólar más, que a este paso tenemos que fletar un avión solo para nosotras.

—¡Abuela qué exagerada eres! —exclamó Ollie y guiñándole el ojo dijo—: Papá no veas qué cosas más chulas hemos comprado.

—No lo dudo —rio este feliz.

Sin muchas ganas de juerga, Michael cerró su portátil.

—Chicas ¿vamos a comer? Tengo una cita a las cinco y necesito darme prisa.

—Vaya, vaya, una cita —rio Cat—. ¿Se puede saber con quién?

Pero nada más decirlo se arrepintió. La cara de su tío no estaba para fiestas y lo corroboró cuando este seriamente respondió.

—Es un tema de trabajo, Cat.

Sam, al ver cómo miraban a Michael, en especial Serena, intervino rápidamente.

—Venga, vamos. Iremos a comer a Beach and food.

—Estupendo —aplaudió Ollie y cogiendo a su tío del brazo le preguntó—. ¿Compartirás conmigo un filetazo de esos que ponen allí?

—Claro, princesa, y con Cat comparto las patatas —sonrió por fin Michael, incapaz de seguir de mal humor con sus niñas.

A las cuatro y media, después de una divertida comida junto a Serena y sus sobrinas, Michael se despidió y se dirigió nervioso hacia la casa de Vaitere. Michael aparcó la moto y Vaitere le abrió la puerta al oírle llegar.

Aloha, Michael.

Aloha, Vaitere.

—¿Quieres tomar algo?

—Si me invitas a un café te lo agradecería.

Ella asintió y caminó con las muletas hacia la cocina.

—Ahora mismo te lo preparo. Nosotras no lo tomamos pero tengo café.

Él sonrió y añadió.

—Es uno de los vicios que me quedan de haber vivido en Nueva York. ¡El café!

Mientras ella lo preparaba, Michael se sentó en un taburete que había junto a la encimera.

—¿Cuántos años viviste allí? —le preguntó Vaitere.

—Dieciocho. Primero hice la carrera en California y luego nos fuimos a vivir a Nueva York para trabajar en el bufete.

—¿Nos fuimos? —preguntó curiosa Vaitere.

—Sam y yo —aclaró él—. Cuando terminamos la carrera de derecho, decidimos quedarnos a vivir allí. Sam y Kate, su exmujer, montaron un bufete de abogados y yo trabajé con ellos. Luego se separaron y decidimos regresar juntos a Oahu.

—¿Y cómo se vive en un sitio como Nueva York? —preguntó curiosa por saber cosas de lugares que no había visitado jamás.

Michael tras resoplar y recordar la gran manzana, se encogió de hombros.

—No te diré que se vive mal pero hay que acostumbrarse al ritmo de la ciudad. Allí soportas diariamente grandes atascos, polución, ruidos, pero también encuentras lugares excepcionales y personas maravillosas.

Al decir aquella última frase Vaitere notó que la decía con añoranza. Pero no quería ser indiscreta.

—Yo nunca he salido de las islas, aunque la verdad es que me hubiera encantado viajar. Pero bueno, no debe de estar escrito en mi destino.

Michael sonrió con amargura.

—Sobre el destino mejor no hablar. Nunca se sabe qué pasará. Es más, yo no creo en el destino, creo en el presente. —Y al recordar a Terry susurró—: Y a veces también he creído en el futuro.

El ruido de la cafetera les indicó que la caliente bebida ya estaba lista y Vaitere colocó una taza azulada ante él y le sirvió.

—Toma, espero que te guste.

—Seguro que sí. —Y, tras echarse dos cucharadas de azúcar, lo removió y dio un sorbito—. Mmmmm… te ha salido muy rico.

Vaitere movió la cabeza.

—Anda pelota, vamos al salón.

Michael la siguió hasta el saloncito. Un lugar pequeño pero bonito. Había unos sofás en color caramelo que hacían juego con un mural color haya.

—En serio, está buenísimo —insistió él—. Seguro que te pediré más.

—He hecho una cafetera solo para ti. —Y al contemplar la tristeza en su mirada preguntó—: ¿Te pasa algo verdad?

—¿A qué te refieres?

—En tu mirada hay una tristeza que antes no existía.

Incapaz de mentir, dio un trago a su café y dejando la taza sobre la mesa susurró.

—No estoy en mi mejor momento en lo que se refiere al corazón.

—Lo siento. Con esos temas se sufre y mucho.

—Aunque te parezca mentira —se sinceró Michael—, es la primera vez que siento este malestar. Anteriormente tuve otras parejas pero ninguna fue especial. Pero Terry…

—Vaya, se llama Terry.

—Sí. Nos conocemos de casi toda la vida y bueno… no tenerla cerca me afecta.

—No te preocupes, seguro que volverá. Estoy convencida de que ella siente por ti algo especial y si es lista se habrá dado cuenta que tipos como tú no se encuentran todos los días.

—Ni como ella tampoco —susurró con tristeza.

Tras unos segundos de silencio, Vaitere le miró directamente a los ojos:

—Bueno ¿y qué era eso de lo que querías hablar conmigo?

Tragando el nudo de emociones que tenía en la garganta y no solo por Terry, se fijó por primera vez que en el cuello de Vatiere colgaba de una cadenita el broche en forma de corazón. Su corazón palpitó descontrolado.

—Lo que te voy a contar quizás no lo creas, incluso puede que esté equivocado y solo quiera ver verdades donde solo hay coincidencias —y señalando el colgante indicó—. Es muy bonito ese colgante que llevas.

La mujer sonrió y tocándolo con cariño asintió.

—Es un broche que se puede utilizar también como colgante.

—Es realmente hermoso.

—Mamá me lo regaló cuando me casé —añadió tocándolo—. Por lo visto es una antigua reliquia que pasa en nuestra familia de una generación a otra. Le tengo mucho cariño y espero que algún día sea para Thais.

Tomando aire se lanzó a decir.

—Acompañé a Thais al joyero para ponerle un broche nuevo. Allí el joyero aparte de ensalzarlo como una bellísima antigüedad, nos dijo que normalmente estos corazones tenían un gemelo. Y que el gemelo no podía ser cualquier otro que no fuera el que en su momento de fabricación le otorgaron.

Vaitere asintió.

—Sí, es verdad. Este corazón tiene un gemelo igual. Mamá me contó hace tiempo que lo tiene alguien muy especial para ella.

A Michael le empezaron a temblar las piernas ¿sería él? Pero mantuvo la calma.

—Perdona que sea curioso, pero ¿conoces a esa persona? —consiguió decir.

—¿A quién?

—A la que tu madre le dio la otra mitad del corazón.

Negando con la cabeza y sin dar detalles respondió.

—No. Por desgracia no le conocí.

Casi sin respiración, Michael se abrió el cuello de la camisa.

—Mira esto, Vaitere.

Se quedó paralizada. De pronto su intrigada mirada pasaba del colgante a Michael y viceversa. Con el desconcierto reflejado en su rostro alargó la mano y lo tocó con manos temblorosas.

—No puede ser —susurró y acercándosele más preguntó—. Michael ¿De dónde has sacado esto?

—Mi madre me lo regaló el día que me dejó en una casa de acogida para niños en Oahu. No supe de ello hasta que cumplí la mayoría de edad y mamá Daula me entregó una carta y este broche.

En un hilo de voz Vaitere murmuró.

—Pero… pero tú tienes familia… tu hermano Sam, tus sobrinas…

Con la emoción en sus ojos Michael asintió.

—Sam no es mi hermano biológico, pero lo es de espíritu y corazón.

Tras escuchar aquello, Vaitere se llevó las manos temblorosas a los labios y los ojos se le llenaron de lágrimas ¿cómo podía ser? Michael, al ver como temblaba continuó. Ya no había marcha atrás.

—Hay un par de cosas más. Soy alérgico a las nueces y… —dándose la vuelta se levantó el pelo de la nuca—. Tengo esta marca de nacimiento. Sam me comentó que tu madre y tú erais alérgicas a las nueces, y también se fijó en que ella tenía la misma marca en forma de mariposa que yo en la nuca.

Vaitere no necesitó más para saber la verdad. Y abrazándole con fuerza y ternura gimió.

—Oh, Michael. Eres tú… eres tú.

Ahora el confundido era él.

—Mamá tuvo un hijo en su juventud con un muchacho al que amaba. Su nombre era Haoa. Pero la obligaron a dejar el bebé en una casa de acogida para niños porque ni su familia, ni la de él querían ayudarles —Michael respiró emocionado—. Pasado un tiempo, Haoa murió y mamá obligada por su familia se casó con mi padre, Kumu.

Michael asintió y aquella sin soltarle prosiguió.

—Mi padre era un hombre exigente pero no era malo. Entre ellos nunca hubo amor, aunque mamá siempre dice que de esa nueva unión nació algo bueno… yo. —Ambos sonrieron—. Pero créeme Michael, ella siempre… siempre ha vivido acompañada del dolor a causa de no haber podido encontrarte.

Michael respiró con dificultad hasta que, emocionado, rompió a llorar.

—Mamá nunca te ha olvidado y cada once de mayo, ¿es tu cumpleaños verdad? —este asintió—, reza unas oraciones por ti, compra una orquídea y tras besarla con todo su amor la arroja al mar. Yo sé todo esto porque hace unos años, en una de sus visitas a Oahu, la encontré una tarde sentada en un banco del puerto llorando. Cuando conseguí tranquilizarla se sinceró conmigo y me explicó lo que te acabo de contar.

Emocionado, no podía hablar. No podía creer que el destino esa vez sí hubiera jugado a su favor.

—Me contó que Haoa, tu padre, era un simpático y guapo isleño con mejor posición que ella. Pero su familia no le perdonó que se enamorara de una muchacha sin dinero ni posición y fue repudiado por su familia. Lo único que se llevó con él cuando salió de su hogar fue su dignidad como persona y una reliquia de su familia: el broche que tú y yo tenemos. Tu padre comenzó a trabajar con los pescadores de la zona para intentar conseguir un futuro para vosotros —Michael la escuchaba conmovido—. Él fue quien hizo que el broche se pudiera convertir en un colgante y cada vez que salía a la mar os lo ponía al cuello a ti y a mamá. Era su manera de deciros que os quería y que os llevaba a ti y a ella en el corazón y que su corazón dividido en dos os lo dejaba a vosotros. Por desgracia, perdió la vida en la mar por un temporal y jamás encontraron su cuerpo. Tú tenías cuatro meses y mamá lo pasó muy mal. Incluso pensó suicidarse cuando la obligaron a dejarte en aquel lugar. Pero me contó que no lo hizo cuando se dio cuenta de que cabía la posibilidad de que algún día vuestras vidas se volvieran a encontrar. Luego se casó con mi padre y después nací yo. Y el día que yo me casé mamá me dio su otra mitad del corazón. Así tú tenías una mitad y yo la otra. Era su forma de decirnos, como antes hizo tu padre, que nos quiere y nos lleva en su corazón.

Asintiendo entre lágrimas silenciosas, Michael no pudo aguantar más y rompió a llorar. Siempre había querido saber por qué le habían abandonado y ahora por fin lo sabía. Vaitere cogiéndole de las manos para darle fuerza susurró.

—Te buscamos durante años, Michael, pero nunca te encontramos. Y aunque ya te llamabas Michael cuando mamá te dejó, dudábamos de si te llamarías igual o no.

Retirándose el pelo de la cara, aceptó el pañuelo que le ofrecía y con los ojos hinchados por la emoción se derrumbó.

—No sé qué decir. Yo… Yo solo…

—Tranquilo Michael… tranquilo —le animó con cariño abrazándole.

Cuando consiguió dejar de llorar como un niño, miró a la mujer que le sonreía con dulzura.

—Siempre he deseado encontrar a mi familia y en un par de ocasiones Sam y yo lo intentamos pero… fue imposible. Y, de pronto, cuando mis ganas y esperanzas estaban dormidas aparecisteis vosotras y todo comenzó a tomar forma. Por eso no podía dejar de ir a visitarte al hospital a pesar de parecer un pesado. Cuando vi el broche seguí mi instinto y… Oh, Dios… ¡no me lo puedo creer!

—Ni yo —rio ella.

—Por cierto, hablé con tu doctora, Amanda, y le pedí un favor. —Al ver que ella asentía él prosiguió—. Si hoy tu no me echabas a patadas de tu casa con lo que te venía a contar, le solicité que nos hiciera unas pruebas genéticas para ver si coincidían. No quisiera alarmar a tu madre para que luego nada de esto fuera cierto.

—De acuerdo, Michael. Las haremos sin decir nada. Pero quiero que sepas que sabiendo lo que sé no me cabe la menor duda de quién eres.

Mirándose a los ojos como si fuera la primera vez, sonrieron y Vaitere se quitó el colgante.

—Vamos a comprobar una cosa ¿te parece? —él asintió—. Déjame el tuyo para que veamos cómo queda unido el corazón.

Michael se lo quitó a su vez y se lo entregó, y ella, con delicadeza, juntó aquellas mitades y tras ajustar los diminutos enganches el corazón quedó unido en una sola pieza.

Vaitere, mirándole sonrió y Michael emocionado susurró.

—Por fin vuelve a estar como hace años, unido.

Se abrazaron emocionados mientras los sollozos sacudían sus cuerpos y lloraban de felicidad. Una felicidad que en el caso de Michael nunca había creído que llegara a encontrar. Una hora después y algo más relajados, tras haberse tomado casi la cafetera entera preguntó:

—¿Cómo se lo diremos a ella?

—¿A quién? —y al entenderle aclaró—. ¿A mamá?

A Michael le daba miedo decir aquella palabra tan anhelada y asintió.

—Sí, a ella. ¿Cómo crees que puede recibir esta noticia?

Vaitere sonrió y resopló.

—Ella espera esta noticia desde hace muchos años. ¿Y sabes lo más sorprendente? Que la primera vez que te vio en el hospital, me dijo que tu sonrisa le recordaba a alguien.

Exaltado sonrió y ella, acercándose más a él, le pidió con orgullo.

—Dame un abrazo, hermano. Y por mamá no te preocupes buscaremos la mejor forma de decírselo.

—Lo mismo digo, hermana —susurró embelesado al decir aquella última palabra.

Con los ojos vidriosos de nuevo, Vaitere preguntó:

—¿Qué has dicho? No te he oído.

Hermana. He dicho hermana —respondió con una amplia sonrisa y se abrazaron de nuevo.

Aquella noche, cuando Michael regresó a casa, emocionado le contó lo ocurrido a Sam cuando las niñas y Serena se marcharon a dormir. Encantado, Sam le abrazó y juntos lloraron. Por fin algo bueno. ¡Por fin! Durante horas, hablaron sobre cómo enfocar el asunto y Sam, en un arranque de sinceridad, le confesó que de pronto temía sentirse desplazado. Michael le abrazó y le aclaró que nada, ni nadie en el mundo, les separaría jamás.