A las nueve de la mañana Serena llamó a la puerta de sus hijas. Tenían que ir al aeropuerto y se sorprendió cuando las vio a las dos vestidas y sentadas tranquilamente en la terraza de la habitación tomándose un café. Lo que Serena no supo era que aquella noche no habían dormido. A las diez estaban todos en el vestíbulo del hotel con las maletas para coger el autocar que les llevaría hasta el aeropuerto.
—¿Que regresas mañana a Nueva York? —gritó Michael mirándola sin creérselo.
—Escucha cariño y no levantes la voz —dijo tratando de tranquilizarle.
—Que no levante la voz —siseó enfadado.
—Vine con Kate y regresaré con ella —aclaró ella firme—. No veo justo que yo me quede aquí alegremente y ella vuelva destrozada y sola a casa.
—Joder. ¿Has pensado en mí? ¿En nosotros? —protestó Michael incapaz de razonar.
Maldita sea mi suerte ¿Qué hago?, pensó Terry. Se sentía que estaba entre la espada y la pared.
—Escucha, Michael…
Ofuscado este se dio la vuelta y se alejó sin mirarla. Necesitaba tomar aire para entender que ella se marchara. Kate se acercó a su hermana.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Terry, con gesto de enfado, la miró pero la besó en la mejilla.
—Nada que no se pueda arreglar.
El vuelo a Oahu fue rápido y a la una y media ya estaban en casa besando a Tommy, que al verles no paraba de chillar para demostrarles lo contento que se encontraba.
Aquella tarde, Kate reservó dos billetes para el día siguiente. Michael, que continuaba enfadado con Terry, escuchó como hacía la reserva y maldijo mientras salía de casa. En su huida se topó de frente con Terry, que sonriéndole le ofreció un trago de su cerveza, pero este la rechazó enfadado. Arrancó su moto y se alejó dejándola triste e indecisa.
Michael quería olvidar lo que había ocurrido con Terry y decidió visitar a Vaitere. Al verle llegar, la joven Thais salió rápidamente para recibirle y después de estrecharle en un cálido abrazo le invitó a entrar. Thalia estaba preparando algo en la cocina. Media hora después, tras comprobar que no podía apartar a Terry de su mente, se despidió prometiéndoles regresar otro día.
—Permíteme acompañarte hasta la puerta —insistió Vaitere que caminaba con muletas.
Cuando los dos salieron de la casa y llegaron hasta donde él había dejado la moto, Vaitere le asió del brazo.
—Algo grave te ocurre. Lo sé por tu mirada.
Michael suspiró.
—No es nada —dijo tratando de quitarle importancia al asunto—. Unas amigas que han estado aquí de vacaciones… se van mañana y estoy un poco triste por ello.
Vaitere asintió y se aventuró a preguntar.
—¿Alguien en especial?
Sin saber por qué, necesitó sincerarse.
—Sí. Tremendamente especial.
Vaitere se llevó la mano al corazón y dijo con gesto de alivio.
—Gracias a Dios. —Michael la miró sorprendido y ella prosiguió—. Disculpa por lo que te voy a decir pero estaba preocupada. Por un instante me dio miedo pensar que tu amabilidad era porque te habías enamorado de alguna de nosotras.
Michael no pudo evitar reír a carcajadas ante semejante ocurrencia.
—¿En serio? —ella asintió y él aclaró—. Como te dije hace tiempo, mi amabilidad es pura amistad. Pero vamos, tampoco sería difícil enamorarse de alguna de vosotras. Sois estupendas.
Vaitere sonrió y armándose de valor se sinceró.
—Michael, hay algo que no me encaja en esta historia. Sé que la gente puede ser amable, incluso compasiva ante lo que nos ha pasado a nosotras, pero lo que tú hiciste no es amabilidad ni compasión, es algo más y me gustaría saberlo.
—¿En serio crees que hay algo oculto en mi amistad?
—Hay algo en mí que me dice que sí aunque sé que no es nada malo —y tomándole la mano susurró—. Me gustaría que confiaras en mí y me dijeras qué es eso que tú y yo sabemos que hay. Para eso estamos los amigos ¿no?
Conmovido cerró los ojos y resopló.
—Quizás algún día sea capaz de contártelo —añadió al tiempo que abría los ojos.
—¿Lo ves? Sabía que había algo más.
Tras pensarlo durante unos segundos Michael clavó la mirada en aquella mujer y dispuesto a aclarar todo lo que le llevaba rondando por la cabeza respondió.
—Prometo regresar dentro de unos días con respuestas.
—Aquí estaré.
Se despidieron dándose dos besos. Michael arrancó la moto y se marchó. Debía hablar con Terry.
La melancolía flotaba en el ambiente ante la inminente partida de Kate y Terry. Kate pasó gran parte de la tarde preparando su equipaje. Era una estupenda excusa para no estar cerca de Sam. Él, inquieto por la situación, pero sin poder hacer nada, se centró en jugar con Tommy y sus hijas en la arena de la playa.
Terry estaba ayudando a su madre a hacer la cena cuando oyó la moto de Michael. Instantes después apareció en la cocina. Saludó a Serena con un beso en la mejilla y, acto seguido, agarró a Terry de la mano y la obligó a seguirle hasta su habitación. Una vez dentro cerró la puerta y apoyándola sobre ella la besó.
—Lo siento… Lo siento… —dijo apenas separándose unos milímetros de sus labios.
Ella quiso contestar, pero la emoción la embargaba y solo pudo corresponder a sus besos mientras le escuchaba decir.
—Me duele tanto que te vayas que me estoy comportando como un idiota. Perdóname, cariño.
—Perdóname tú a mí por haber tomado la decisión de irme sin comentártelo a ti primero. Pero Kate está destrozada y no puedo dejarla sola.
Michael asintió. Él hubiera hecho lo mismo y sin separarse de ella afirmó.
—Hiciste lo que tenías que hacer.
Emocionada, le besó y cuando sintió que sus respiraciones se aceleraban y sus tocamientos se acrecentaban murmuró.
—Michael… mamá está a escasos metros de nosotros y las niñas…
Juguetón, le mordió los labios y separó con desgana sus manos de ella.
—Diosss… Es acercarme a ti y… uf… necesito que me entierre un camión lleno de hielo.
Ella rio al entender a que se refería y, besándole de nuevo, susurró.
—Siento provocarte tanto calor.
—Y yo siento no poder dar rienda suelta a ese calor —murmuró mordisqueándole el cuello. Y separándose de ella cuchicheó—. Pero esta noche… lo haré.
—Lo haremos —afirmó y mirándole a los ojos murmuró—. Te voy a echar muchísimo de menos.
—Yo más. Te lo puedo asegurar —susurró besándola de nuevo.