Aquella noche estrellada de océano azul jade, asistirían a un precioso Luau en la playa de arenas blancas que tenían frente al hotel. Era al último al que asistían. Al día siguiente regresaban a Oahu.
—Bueno, chicas —bromeó Michael mientras bajaban en el ascensor—. Hoy lo tenemos que pasar fenomenal. Por lo tanto, no quiero ver que nadie se va pronto a la cama, porque hoy lo tenemos que pasar mejor que nunca.
—Eso… marchita para el cuerpo —bromeó Terry.
—Yo voy a bailar mucho —rio Sasha agarrada a Kate que sonrió a su vez.
—Qué pena. Ya se acaba esta fiesta continua —murmuró Ollie entristecida mientras caminaba junto a su tío.
—Siempre hay tiempo para que esto se repita —la animó Serena.
Sam sonrió. Realmente había sido un viaje muy especial. Pero aunque no dijo nada, en su interior, tenía claro que aquello nunca más se volvería a repetir.
El Luau estaba más animado que en otros hoteles. Aquello era una cordialidad de las islas. Nadie podía marcharse de las islas sin haber asistido a uno. Los invitados eran recibidos con Leis confeccionados con orquídeas de colores y flores silvestres y las mesas estaban decoradas con impresionantes esculturas de hielo, frutas tropicales y papayas heladas.
Las antorchas estaban colocadas estratégicamente alrededor de donde la gente comía animadamente manjares al son de melodías tropicales, aromas dulzones y tambores isleños. En fuentes enormes había Pollo Luau. Un pollo cocido con leche de coco. Aunque lo que más llamó la atención de todos fue el imu. Un horno subterráneo donde se colocaba un cerdo entero envuelto en capas de plátano para que se asara durante cuatro o cinco horas. Una vez asado el cerdo se sacaba, se le quitaban las capas de plátano y el Luau podía comenzar.
—Qué guapísima que es aquella muchacha —indicó Serena señalando a una de las bailarinas—. Y qué bien baila. Mirad cómo mueve las caderas.
—¡Qué guay! —aplaudió Cat.
Sam, sentado frente a Kate, daba de comer a Sasha.
—Los movimientos del hula tienen significados diferentes y el movimiento de sus manos también —respondió Sam mirando a Serena que bebía una piña colada.
—¿No me digas muchachote?
—Ajá —sonrió—. Hace años era un baile que solo se bailaba en las ceremonias religiosas. Pero con el tiempo el hula pasó a bailarse en todas las ocasiones y celebraciones. Por cierto, los bailarines representan con sus movimientos a los animales, las plantas, las olas del mar, etc.
—¿En serio papá? —preguntó Ollie y este asintió.
La música sonaba muy alta y Cat preguntó a gritos.
—¿Y qué están representando ahora mismo?
Sam, divertido, miró a los bailarines y tras cruzar una sonrisa con Kate, se encogió de hombros e indicó.
—Sinceramente, cariño no lo sé. No me he especializado en hula.
Michael que observaba el espectáculo junto a Terry y aplaudía entró en la conversación.
—Pero hay dos clases de hula. El antiguo al que se le conoce como «Kahiko de hula» y se representa con el traje tradicional, las voces de los isleños y la percusión, y el hula moderno, que es este, que se representa con trajes de vistosos colores, guitarras y ukeleles entre otros instrumentos.
—Yo estoy aprendiendo —bailó Sasha encantada—. En el cole nos están enseñando a bailarlo.
Todos sonrieron y Terry la animó.
—¿Y por qué no lo bailas cariño?
La niña acercándose a ella le cuchicheó.
—Ahora no. En el cole nos han dicho que mientras bailan los actores, no se puede interrumpir. Solo se puede bailar cuando ellos te saquen a bailar.
—Pero qué niña más aplicada —sonrió Serena y pinchándole un poco de carne en el tenedor, se la pasó a Sam y dijo—. Vamos, Sasha termina de cenar y luego bailarás.
—¿Esa guitarrita es el ukelele? —preguntó Cat.
—No se dice ukelele —corrigió la pequeña Sasha—. Se dice ukulele.
Sam se rio a carcajadas. Su pequeña cada día le sorprendía con algo nuevo que aprendía. Se había adaptado perfectamente a la isla y eso le llenaba de orgullo. Pero la sonrisa se le heló cuando vio a Kate abstraída y con gesto serio observando a los bailarines. Por ello tendió la mano por encima de la mesa y la puso sobre la suya. Kate al sentir el contacto le miró.
—¿Estás bien? —preguntó:
—Sí.
Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos. Aquella música les transportó años atrás, a un momento feliz de sus vidas. Pero se rompió cuando una de las bailarinas se dirigió hacia Michael y este, empujado por Terry, sin tener ni pizca de vergüenza, se movió como buenamente pudo al compás de la música.
Poco a poco la gente se animó a bailar y, al poco rato, estaban todos moviendo las caderas y las manos. Pasaron gran parte de la noche bailando y bebiendo zumos de coco y frutas tropicales.
Sobre las cuatro de la madrugada, Serena, Sasha y las chicas decidieron marcharse a dormir, mientras los cuatro adultos continuaron la fiesta en la playa a la luz de las antorchas que comenzaban a desfallecer. Mientras daban un paseo por la playa, Terry y Michael que no paraban de prodigarse besos y arrumacos, se alejaron por la playa dejando solos a los otros dos.
—Han sido unas bonitas vacaciones ¿verdad? —murmuró Sam al ver la cara de Kate.
—Sí —y ya no pudo callar más lo que estaba pensando. Se detuvo y mirándole a los ojos dijo—. Mañana cuando lleguemos a Oahu, cogeré un avión y regresaré a Nueva York.
—¿Mañana? —A Sam se le rompía el corazón al ver que asentía—. ¿Por qué tanta prisa?
—Necesito marcharme.
Sam intentó acercarse a ella pero esta retrocedió. Aun así lo volvió a hacer y esta vez la sujetó del brazo para que no se fuera. Cuando la tuvo a escasos centímetros de él susurró.
—Por favor, espera un día más. Piensa en las niñas. ¿Qué pensarán cuando te vean irte tan precipitadamente?
—No lo sé.
—Kate, ¿tan incómoda te resulta mi presencia?
Sentirse entre sus brazos, su olor y el ronroneo de su voz hizo que ella levantara la cara para mirarle y susurrara.
—No, Sam, pero necesito marcharme.
—Pero mañana ¿cómo te vas a ir mañana? Parecerá que hemos discutido y…
—Vale —claudicó—. Me iré pasado mañana. Pero no retrasaré mi viaje ni un día más —y sin pestañear apuntó—. Quiero regresar antes que las chicas a Nueva York. Ellas se quedaran una semana más contigo.
Sam, deseoso de gritar que no quería perderla, porque su vida volvería a perder sentido, se acercó más a ella y juntando su frente con la de ella insistió.
—Quédate mientras estén las niñas Kate.
—No.
—Por favor…
—No, Sam —balbuceó a punto del llanto—. No puedo.
Entendiendo el dolor que sentía, Sam cerró los ojos y cogiéndole la nuca con desesperación la acercó a él y la besó en la frente. Así estuvieron unos instantes hasta que él soltándola murmuró.
—Lo hemos pasado bien ¿verdad?
Kate, con el corazón a mil, le retiró el flequillo de la cara con cariño.
—Sí, ha sido un viaje muy bonito.
Hechizados por el momento y la luna isleña se miraron el uno al otro sin saber realmente qué decir o hacer, hasta que Sam levantó una mano y le acarició la mejilla. Segundos después Kate cerró los ojos. No quería que él viera asomar de nuevo las lágrimas.
—Kate…
Y sin más la besó con tal ternura y desesperación que Kate se tuvo que agarrar a su cuello para no caer. Al sentirla vibrar entre sus brazos Sam, por un segundo, pensó en cogerla y llevarla a su habitación. La deseaba. Pero aquello no era una solución. Kate se marcharía y el recuerdo de lo vivido le volvería a matar.
Tragándose las lágrimas Kate se separó con desgana de él y Sam, para intentar entablar conversación tras aquel devastador beso, dijo señalando a Terry y Michael que continuaban corriendo por la playa.
—¿Cómo crees que terminaran esos dos locos?
Tragando el nudo de emociones que se había agolpado en su garganta, contestó.
—Espero que bien. Se lo merecen.
Clavando los ojos en los suyos, Sam la agarró con fuerza de la mano y sin apartar su mirada de la de ella, notó cómo se le partía el alma en dos.
—Yo a ti también te deseo lo mejor. Te lo mereces.
—Gracias —balbuceó Kate e intentando sonreír añadió—. Lo mismo te digo. Y ya sabes, si vas a Nueva York alguna vez pásate por casa a vernos.
Sam asintió y sobrecogido por el momento que estaban viviendo farfulló.
—Kate ¿por qué nos ha tenido que pasar todo esto?
Sin querer remediarlo le tocó la mejilla y respondió con sinceridad.
—No lo sé, Sam. La rutina, los años que llevamos juntos, el querer conocer algo diferente. No lo sé. Pero sí sé que lo siento con todo mi corazón.
De nuevo se abrazaron y esta vez fueron los dos quienes buscaron sus bocas con desesperación. Aquella era su despedida y necesitaban recordar su sabor.
Desde lejos Terry y Michael observaban la escena.
—¿Se están besando?
Michael asintió con una sonrisa.
—Bueno, pelirroja, esto parece que empieza a funcionar.
Terry sonrió. Por fin, su hermana había claudicado.
—Biennnnnnnnnn. Van hacia el hotel abrazados —dijo señalándoles emocionada.
Michael, feliz por ver a su hermano abrazado a la mujer que quería, se volvió hacia Terry y, agarrándola con posesión, la atrajo hacia él y murmuró cerca de su boca.
—Ahora quiero que me mires a mí y que me digas que me quieres.
Incapaz de negárselo, a él y a su corazón, abrazándole afirmó.
—Te quiero.
—Espera, espera que no he podido disfrutarlo —bromeó mirándola. Todavía le parecía mentira tener a la mujer de sus sueños por fin entre sus brazos—. Repítemelo, pero más despacio, cariño. Quiero saborearlo.
Terry sonrió con sensualidad. Después, poniéndose de puntillas le besó el cuello, le mordió el lóbulo de la oreja y, finalmente, le miró fijamente con toda la intensidad de la que fue capaz.
—Te quiero. Te adoro. Te deseo. Te necesito.
Cómicamente Michael se llevó la mano al corazón y cayó hacia atrás. Con rapidez Terry se sentó a horcajadas encima de él mientras el agua les mojaba.
—Estoy muerto y he llegado al paraíso ¿Eres un ángel?
—Sí… de Victoria´s Secret —se mofó divertida y, agachándose, le susurró en el oído—. Mi intención en este instante es ser cualquier cosa para ti menos un ángel.
Michael sonrió. Sus ojos le revelaban sus propósitos y cuando sintió que le desabrochaba el pantalón húmedo por el agua y metía la mano en su interior excitado murmuró.
—Mmmm… Terry, preciosa ¿cuál es tú propósito? —Y levantándole la falda empapada tocó el minúsculo tanga—. Oh, Dios… me vuelves loco.
—Mi propósito es hacerte el amor —y llevando aquel duro miembro al centro de su deseo se echó la tirilla del tanga a un lado e introduciéndose el pene murmuró mientras él se arqueaba—. Estamos solos tú y yo en la playa. Y estoy como loca por hacerte el amor.
—Cariño —gimió al sentir sus certeros movimientos—. No me he puesto preservativo.
Pero daba igual. No importaba si había goma entre ellos o no. Terry se apretó contra él y bamboleando sus caderas de adelante hacia atrás suspiró.
—Cuando sientas que no puedes más, dímelo y yo misma me quitaré.
Michael iba a protestar pero un beso acalló sus protestas. Tener a Terry sobre él, sujetándole las manos y besándole con pasión mientras ella sola llevaba la iniciativa, era la cosa más sensual que Michael había vivido nunca.
—Uf… no voy a poder aguantar mucho más —resopló al notar cómo esta se movía y le devoraba con ardor.
Ella no respondió. No podía detener sus movimientos. Su fuego interior ardía. Besándole con vehemencia quería darle placer, mucho placer. Y quería disfrutar.
—Oh, Dios Michael…
—¿Qué pasa cielo? —gimió mirándola mientras con posesión la agarraba de las nalgas y la apretaba contra él.
—Eres tan…
—¿Tan?
—Grande… tan…
Orgulloso y excitado por lo que ella decía, la atrajo hacia él para tomar el control de la situación y haciéndola rodar se posicionó sobre ella y, sacando lentamente su pene de ella, preguntó:
—¿Quieres más?
—Sí.
—Estamos en medio de la playa —rio Michael.
—Me importa una mierda donde estemos —gimió enloquecida—. Dame más.
Mojada, excitada y deseosa de sentirle dentro Terry, levantó sus caderas y al sentir como él la agarraba de las piernas y la empalaba gimió encantada. Sentía el poder de Michael en todo su cuerpo y con cada embestida la hizo creer que iba a estallar de placer. Estimulándose el uno con el otro con sus movimientos y sus acciones Michael acrecentó el ritmo mientras Terry le miraba con posesión hasta que un volcán de emociones y sensaciones estalló y Michael rápidamente salió de ella.
Con las respiraciones entrecortadas y tumbados en la orilla de la oscura playa permanecieron hasta que ambos pudieron respirar con normalidad. Pasados unos minutos comenzaron a sentir frío y Michael levantándose le tendió la mano.
—Vayamos a tu habitación. Seguro que Sam está en la suya con Kate.
Terry asintió y sonrió. Empapados, regresaron entre risas al hotel donde pensaban continuar su fiesta privada. En el ascensor se besaban y al llegar a la puerta de la habitación Terry la abrió. Entraron rápidamente y entre carcajadas se desnudaban hasta que se escuchó.
—Pero, bueno ¿qué estáis haciendo?
Sorprendida, Terry se volvió hacia su hermana y preguntó extrañada.
—¡Kate! ¿Pero qué haces aquí?
—Es mi habitación. ¿O me he confundido? —preguntó divertida.
Michael comprendió de pronto que nada de lo que habían imaginado estaba ocurriendo.
—Perdona, Kate —logró decir Michael entre dientes, mientras intentaba ponerse los pantalones mojados.
—Pensábamos que estabas con Sam —explicó Terry.
—Pues, habéis pensado mal —contestó Kate intentando no ser brusca.
Michael, incómodo por como se miraban se acercó a su chica y le dio un beso en la mejilla.
—Hasta mañana, cielo. Creo que es mejor que me marche. —Y mirando a Kate repitió—. De verdad Kate, disculpa.
—No pasa nada, tonto —sonrió al escucharle—. Anda ve rápido a cambiarte de ropa o cogerás una pulmonía.
Molesta porque aquella fantástica noche acabara así, Terry acompañó a Michael hasta la puerta y le besó.
—Hasta luego, cariño. —Cerró la puerta y se encaminó hacia su hermana que la esperaba con los brazos en jarras—. Perdona Kate, pensamos que estabas con Sam en su habitación.
—¿Y por qué pensasteis eso? —preguntó Kate mientras se sentaba sobre la cama y guardaba el libro que estaba leyendo en su maleta.
—Porque vimos que os besabais en la playa y que volvíais al hotel abrazados.
Kate asintió y aclaró con la mirada turbia por el dolor que sentía.
—Nos estábamos despidiendo. Le he dicho a Sam que cuando lleguemos a Oahu me vuelvo a Nueva York.
—¡¿Cómo dices?!
—Qué regreso a casa. ¡Ya!
—¿Pero por qué tanta prisa?
—Porque ha llegado el momento de que regrese a casa. Las vacaciones han sido estupendas, pero… esto se ha acabado.
—Sam te quiere y…
—Ya sé que Sam me quiere —clamó con amargura Kate—. Pero no lo suficiente como para pedirme que me quede con él.
Aburrida de discutir sobre aquel tema, le suplicó.
—Por favor quédate unos días más.
—No, Terry —respondió metiéndose en la cama—. Pensaba regresar mañana cuando llegáramos a Oahu, pero Sam me ha pedido que espere un día para que las niñas no crean que hemos discutido.
—Regresaré contigo a Nueva York —susurró Terry dolorida.
—Ni lo pienses —negó su hermana—. Tú te quedas aquí y vuelves con mamá y las niñas. Michael no me lo perdonaría nunca si tú ahora regresaras a casa conmigo.
Terry se acercó a la cama de su hermana. Separarse de Michael en aquellos momentos sería una tortura para ella, pero no dejaría sola a su hermana en un momento así. La conocía y sabía que bajo aquella fachada de frialdad se escondía la verdadera y sensible Kate. Por ello, esbozando una sonrisa, se sentó en su cama con determinación.
—Por Michael no te preocupes. Estoy segura de que lo entenderá. Él por Sam mueve cielo y tierra y entenderá que no te deje sola en un momento así. Además, vine aquí contigo y regresaré a casa contigo.
Kate emocionada comenzó a llorar.