Capítulo 48

A la mañana siguiente visitaron el volcán más alto del mundo, el Haleakala. Mientras el guía bromeaba sobre si el volcán estaba dormido, Sam las animó a todas a hacer una excursión hasta el cráter donde podrían pasar la noche y contemplar su mágico amanecer.

—¡Ni loca, muchachote! —dijo Serena. Aquella era la oportunidad perfecta para quitarse ella y las niñas de en medio, y dejar a solas a las parejitas—. Id vosotros cuatro y yo me voy con las niñas al hotel.

—¿Estás segura, Serena? —preguntó Michael—. Es algo impresionante de ver.

—Segurísima, hijo… segurísima.

—Yo regreso al hotel también —intervino Kate confusa. Ya había estado en aquel lugar con Sam años atrás.

Sam maldijo en silencio pero sonrió cuando intervino Serena.

—Por el amor de Dios, Kate. Haz el favor de ir a esa excursión y pasarlo bien. Da igual si ya has estado o no. ¡Disfruta del paisaje!

—Eso, ¡quédate y pásalo bien mamá! —animó Ollie y, tras ella, todos los demás.

Acorralada, al final dio su brazo a torcer. Se quedaría. Después de comer en Hala, Serena y las niñas cogieron un taxi que las llevó de regreso al hotel, mientras que Sam, Kate, Michael y Terry, aconsejados por el guía, alquilaron unos sacos de dormir y compraron algo de ropa de abrigo en una tiendecita del lugar. Luego se metieron en un coche que les llevó durante casi una hora por una autopista serpenteante en dirección al cráter.

Comenzaron la subida con tranquilidad. La cima estaba a 3000 metros de altura y eso suponía un esfuerzo considerable. Terry y Michael estaban de un excelente humor y eso hizo que Kate y Sam se relajaran y se divirtieran. Aquella montaña era tosca y de grandes piedras negras, pero dispuestos a conquistarla no cesaron en su empeño. A las diez de la noche, por fin llegaron a su destino y, tras encender un fuego, se sentaron alrededor de él. El guía, un nativo de la isla, se quedó dormido tras comer algo.

—Comienza a hacer frío —apuntó Michael colocando una manta sobre Terry, que aceptó con una sonrisa.

—¿Qué hora es? —preguntó Kate.

—Las doce y veinte —respondió Sam sentándose junto a ella—. Ya pasó la hora bruja.

Kate, nerviosa, se arrebujó en su manta y con una sonrisa que destrozó el corazón de Sam susurró.

—Entonces no tenemos nada que temer.

—Tranquilos —se mofó Michael—. Las brujas se marcharon para el hotel y la que queda la tengo bien agarrada.

Todos rieron y Sam al ver que su hermano y Terry se besaban de nuevo cuchicheó.

—Por cierto. Me debes una copa.

—Lo sé. No me he olvidado.

—Eso te pasa por no creer en el poder de persuasión de Michael, ¿acaso no le conoces? —añadió feliz por verla sonreír de nuevo.

—Le conozco. Pero también conozco a Terry y no pensé que se daría por vencida tan pronto.

Ambos volvieron a sonreír.

—¿Quizá sea porque se ha enamorado? —intervino Sam.

Ella le miró, recorrió lenta y pausadamente con sus ojos aquel rostro al que tanto había amado y conteniendo las ganas que sentía por besarle finalmente balbuceó.

—Quizá.

Durante un buen rato los cuatro charlaron animadamente sobre lo maravilloso que estaba siendo aquel viaje, cuando Terry se sintió algo apurada.

—Chicos, lo siento pero me estoy haciendo algo que… ¿Dónde lo puedo hacer?

—Dónde quieras, cariño. ¿Quieres que te acompañe? —respondió Michael divertido.

Levantándose, le miró y, con un dedo, le advirtió.

—Ni lo pienses —después se dirigió a su hermana—. Acompáñame tú, por favor. No quiero ir sola.

Después de aguantar unas bromas más por parte de Michael, se alejaron y dejaron ante el fuego a los dos hombres que las siguieron con la mirada hasta que desaparecieron en la oscuridad.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Terry al tiempo que se bajaba los pantalones.

—¿A qué te refieres?

—Ya lo sabes.

—Pues no. No lo sé.

—Disfruta Kate. Vive el momento —la animó Terry, incapaz de continuar un segundo más callada—. Estamos en un sitio mágico y parece que te hayas tragado un palo. Haz el favor de dejar que tus sentimientos afloren. Sam está como loco por tener una oportunidad contigo y…

—Haz el favor de callarte.

—No.

—¿Cómo puedes decirme esto en un momento así?

—Porque te veo tan tensa… tanto que si te doy un golpe con el dedo… ¡te rompes!

—Pero es que te crees que para mí es fácil ver como tú y Michael os besáis continuamente delante de nosotros —cuchicheó Kate enfadada—. Oh, nooo guapa… nooo… Me está costando aguantarlo una barbaridad. Y en cuanto a Sam… Sabes perfectamente lo que siento, pero no quiero volver a meter la pata. ¿Tan difícil es de entender?

—Mira, guapa —respondió subiéndose los pantalones—. Lo único que entiendo es que aquí todos somos mortales. Y sí… él falló. Pero antes fallaste tú.

—¡Increíble! —protestó Kate.

—¿Increíble qué?

—Antes estabas de mi parte —siseó Kate nerviosa sin levantar la voz, al tiempo que se retiraba su rubio pelo de los ojos.

—Y lo estoy, Kate.

—Entonces ¿por qué me dices esto ahora? ¿Qué te pasa? ¿Te has dado cuenta de que Michael es maravilloso y eso te ha hecho cambiar de opinión?

Terry asintió, dándose cuenta que su hermana tenía parte de razón.

—Es cierto —le dijo acercándose a ella—. Estos días me he dado cuenta del tiempo que he perdido por no haberme dejado guiar por el corazón. Sabes que durante años me he negado una relación con Michael por miedo a… a… ¡a liarla! Pero ahora me doy cuenta de mi gran error. Estar con él es lo mejor que me ha pasado nunca. Ahora entiendo lo que tú siempre has sentido por Sam. Ver cómo Michael cuida de mí y me llena de atenciones, me hace recordar cómo Sam cuidaba de ti y cómo te mimaba. Sé que le necesitas. Necesitas su calor. ¿Pero no ves que ambos lo estáis deseando?

—Oh, Terry…

—Solo te estoy diciendo que aproveches el momento y…

Pero no pudieron seguir hablando. Michael y Sam al ver que no regresaban, se alarmaron y habían salido en su busca.

—Nos habíais asustado —las regañó Michael.

Terry, obviando todo lo que le quería decir a su hermana, se agarró de su brazo.

—Disculpa, cariño. Nos hemos enrollado a hablar y no nos hemos dado cuenta.

—Bueno… bueno. Ya que estas aquí, necesito hacer algo y solo me puedes ayudar tú —susurró Michael mirándola con ojos de deseo mientras se alejaban de Sam y de Kate.

Una vez se quedaron solos en la oscuridad de la noche, Sam fue el primero en romper el hielo.

—Qué descarados son.

Ambos se habían dado cuenta de la clara la intención de dejarles solos.

—Son tal para cual —respondió Kate por fin, aún acalorada por las palabras de su hermana.

Caminaron en silencio hasta llegar a un peñasco donde se sentaron y, sin darse cuenta, comenzaron a hablar sobre las niñas, los colegios, el trabajo y un sinfín de cosas más que llevaban mucho tiempo sin comentar.

—Nunca me cansaré de pedirte perdón —intervino Sam de pronto.

Ella le miró.

—No hace falta. Ya me lo pediste y estas perdonado.

—Lo sé —asintió pesaroso—. Pero por mi culpa todo nuestro proyecto de futuro se fue al garete.

—Sam, sinceramente, creo que lo tuyo fue la gota que colmó el vaso de algo que yo había comenzado.

Sin atreverse a tocarla a pesar de lo cerca que la tenía susurró:

—Te extraño muchísimo Kate. Todavía, algunas noches, me doy la vuelta en la cama esperando encontrarte.

El corazón le iba a mil por hora, se sentía confusa. A ella le pasaba igual, pero no iba a confesarlo.

—A veces pienso el porqué de todo. ¿Por qué encontré a Nicole? ¿Por qué la seguí viendo? ¿Por qué no supe decir no en su momento?

Sin poder evitarlo, Kate levantó la mano y le rozó con cariño la mejilla. Necesitaba tocarle.

—Sam, déjalo ya, cariño… déjalo ya, por favor, yo… —pero no pudo acabar la frase.

Sentir su tacto en su mejilla para él fue el bálsamo que necesitaba. La medicina para sanar su dolor. Y Sam no lo dudó y, dispuesto a cargar con las posibles consecuencias, la besó. Posó sus ansiosos labios sobre su boca y, sorprendido, advirtió cómo ella los aceptaba. Al principio fue un beso delicado, pausado y saboreado, para segundos después convertirse en un beso enardecido y apasionado. Durante unos minutos se besaron con deleite hasta que ella lo finalizó con un mordisquito en el labio inferior.

—Kate…

Con las respiraciones entrecortadas ambos se miraron. No hizo falta hablar. Sam tiró de ella y juntos caminaron hasta una gran roca renegrida por el paso del tiempo donde una hendidura en la pared les proporcionaba intimidad.

—Kate, si no quieres continuar con esto dímelo ahora porque después no voy a ser capaz de parar. Te deseo demasiado, cariño… —susurró sin quitarle los ojos de encima.

Por toda respuesta, Kate le dio un cálido beso. Excitada, recorrió con sus manos el musculoso cuerpo de él sobre el jersey. Sam era grande y fibroso. Sexy y morboso. Tierno y erótico. Tirano y tentador. Un excelente amante fuera y dentro de la cama que siempre había sabido lo que a ella le gustaba.

Sin dudarlo, se quitó el jersey quedándose ante ella desnudo de cintura para arriba. Kate, estimulada y acelerada, respiraba entrecortadamente mientras toda ella se deshacía de placer ante aquel poderoso cuerpo de hombre. Enloquecida y tocándole con devoción, deslizó sus brazos por su cuello y le atrajo hacia sí.

—Sam… te echaba de menos —susurró dispuesta a todo.

Enardecido por el momento, él sonrió y mientras ella le mordisqueaba los hombros, él le metió las manos por el interior del jersey y llevándolas hasta sus pechos la hizo gemir al tocar con exigencia los pezones. Una vez estuvieron duros y tentadores le quitó el jersey, la camiseta y el sujetador, y se los mordió. Le pasó la lengua por ellos una y otra vez hasta dejárselos rojos y palpitantes.

Cuando consiguió lo que quería dejó de lamerlos y alzó la vista para mirarla. Y, Kate, dispuesta a continuar con aquel morboso juego que tanto necesitaba y le gustaba, le agarró del pelo y le hizo arrodillarse. La cabeza de Sam quedó entre sus piernas y sonrió como un lobo hambriento al saber lo que le pedía. Primero acercó su rostro y lo pasó suavemente por su entrepierna y después posó su boca sobre el pantalón y la mordió. Cuando ella echó la cabeza hacia atrás él preguntó:

—¿Segura Kate?

—Sí… sí…

Con movimientos certeros Sam le quitó las botas y después los pantalones. Y cuando le quitó las bragas lentamente Kate creyó morir. Agachado ante ella, una vez la tuvo desnuda, le separó las piernas y, sin titubear, se metió entre ellas. Su boca era fuego y exigencia mientras le acariciaba las nalgas invitándola a que se dejara caer sobre él. Kate extasiada y con los ojos cerrados, apoyada sobre la rasposa roca gemía atizada, mientras Sam se abría paso entre su sexo hasta llegar con fervor a su clítoris duro y húmedo.

Kate cerró los ojos y, creyendo que iba a perder la cordura, soltó un bronco gemido mientras se abría más de piernas deseosa de más y más. Sam, que la conocía mejor que nadie, al sentir sus espasmos de placer le metió un dedo, después dos y finalmente tres. Y mientras se levantaba del suelo los movía con movimientos circulares consiguiendo que ella gimiera más y más.

Cuando paró, ella abrió los ojos para encontrarse con la mirada sensual y segura de Sam quitándose las botas y los pantalones. Kate, por un momento, fue consciente de cómo se encontraba. Estaba desnuda y recostada sobre una roca abierta de piernas y deseosa de hacer todo lo que Sam quisiera en ese momento.

Sin perder un segundo Sam, una vez desnudo, la aprisionó sobre la roca y de nuevo la besó.

—Kate… —susurró con calidez.

Entre jadeos de lujuria Sam le levantó las piernas y volvió a introducir varios dedos en su abertura húmeda y caliente. Kate bajó su mano y cogió con decisión el miembro duro y tentador de él y lo colocó donde ella quería. Tenía que penetrarla ya. Mimosa y excitada fue a hablar cuando Sam acercando su boca a la de ella susurró a punto de explotar.

—No puedo aguantar más, cariño.

Excitada, impulsiva y enloquecida por todo lo que Sam la hacía sentir en esos momentos, acercó sus labios a su oído y entre jadeos murmuró.

—Sam… hazlo ya.

Como en un sueño y, tras mirarla unos segundos, le devoró con avidez y lujuria. Al sentir la súplica en aquellos ojos que tanto adoraba, la bajó al suelo le dio la vuelta y tras ponerla de cara a la roca, metió su rodilla entre las piernas y se las separó. Kate se dejó hacer. Le gustaba sentirse poseída y manejada por él. El sexo entre ellos siempre había sido ardiente, fogoso y duro.

Sam agachándose de nuevo tras ella, se agachó pata meter la cabeza entre sus muslos. Con osadía, sacó su húmeda lengua y se la pasó primero por los cálidos pliegues de su húmedo sexo y tras abrírselo con los dedos, lo devoró mientras ella se entregaba y se abría para él sin querer pensar nada más. Sam, duro como una piedra, la hizo doblar las rodillas hasta que su vagina quedó encajada en su boca. Con frenesí, la agarró por la parte superior de los muslos y la lamió hasta tragar su jugoso y dulzón fluido.

La sentía temblar. La escuchaba jadear y, cuando sus dientes le apretaron el clítoris y tiró de él, Kate gritó y convulsionó. Sin darle respiro le volvió a succionar el clítoris cada vez más hinchado y cuando Kate ronroneó entre jadeos, se levantó, puso la ardiente punta de su duro y erecto pene en aquella abertura y, con un certero y seco movimiento, la penetró.

Aquella invasión sedosa y caliente les hizo chillar de placer y él, dándole un azote en el trasero, la obligó de nuevo vibrar. Después la sujetó por detrás de las caderas con posesión y comenzó a moverse con un ritmo seco y salvaje que sabía que a ambos gustaba.

El calor entre ellos se hizo insoportable, mientras ella se arqueaba para recibirle deseosa de que continuara más y más. Sam una y otra… y otra vez, se hundió hasta el fondo de su vagina, hasta que no pudo más y, tras un nuevo azote en la nalga y un suspiro ronco, convulsionó y se corrió en el momento en que ella lanzaba un gemido y tras una última y certera embestida ambos llegaron al clímax.

Agotado y entre jadeos, Sam, le dio la vuelta y cogiéndola en brazos la volvió a poner entre él y la pared. La besó con desesperación mientras ella se apretaba a él y sentía que su pene latía en busca de más. Todavía húmeda guió su pene de nuevo y la volvió a penetrar. Delirante enroscó sus piernas alrededor de su cintura mientras Sam la cogía de las nalgas y comenzaba a moverla para entrar y salir de ella. Embestidas brutales llegaron una y otra vez… una y otra vez hasta que Sam echó su cabeza hacia atrás y se volvió a correr mientras que Kate, enloquecida, intentaba coger aire con la boca y sentía que su vagina se retorcía y vibraba.

Cuando Terry y Michael llegaron al campamento y solo vieron al guía durmiendo en su saco se extrañaron de no encontrar a Kate y Sam allí.

—¿Dónde estarán estos dos?

—No lo sé. Quizá se han ahogado mutuamente y se han tirado por el cráter —bromeó Michael.

Pero Terry sonrió y susurró con una graciosa mueca.

—Uisssss… Qué bien pinta esto. Esto solo puede querer decir dos cosas. O están juntos o como tú dices, se han tirado por el cráter. Y yo abogo por la primera.

—No sé yo, a lo mejor solo están conversando.

—Michael, no seas inocente. —Y añadió—: ¿Tu llamarías conversar a lo que tú y yo acabamos de hacer?

—Ajá… se puede decir que sí. —Y, acercándose de nuevo a ella, la agarró por detrás murmurándole en la oreja—. ¿Qué te parece si volvemos a desaparecer para conversar un ratito más? Aún me quedan muchas cosas por decirte.

—Eres insaciable, tío Michael —cuchicheó mimosa.

—Tratándose de la tía Terry ¡por supuesto!

Pero cuando sintió sus manos de nuevo bajo su camiseta, Terry, apartándolo de ella cuchicheó:

—Por Dios, Michael, que está el guía aquí.

—Vamos, nena… ¡ni se entera! —insistió divertido.

—Que no. Que aquí no.

Sin poder evitarlo, lanzó una carcajada y ella rápidamente le tapó la boca. No quería que el guía se despertara. Michael, sin desaprovechar un segundo más, la acercó de nuevo a él.

—Tranquila, preciosa. Nunca haría nada delante de nadie. Aprecio demasiado nuestra intimidad como para compartirla con un extraño. Pero recuerda, cuando lleguemos al hotel… quiero lo que me has prometido. Jacuzzi, cama y masaje.

—Lo tendrás. Te lo prometo.

Feliz por todo lo que aquel hombre la hacía sentir tras darle un dulce beso en la punta de la nariz murmuró:

—Cielo ¿me traes algo más de abrigo de la mochila? Tengo frío.

—Por supuesto, preciosa.

Mientras Michael buscaba en la mochila algo de abrigo, Terry pensó en Kate y Sam. Esperaba con todas sus fuerzas que aquella noche sirviera para que se reencontraran por fin.

Sam y Kate abrazados respiraban agitadamente. Acababan de hacer de nuevo el amor y cada vez eran más conscientes de lo que estaba pasando entre ellos. Cuando decidieron dar por terminada aquella incursión apasionada se separaron. En silencio y sin mirarse se vistieron, hasta que Sam perdió el equilibrio por la flojera que tenía en las piernas y gracias a la rapidez de Kate evitó que se estampara contra el suelo. Aquel repentino abrazo hizo que ambos reaccionaran.

—Menos mal que me has sujetado. Ya me veía rodando por el suelo.

—Se ha podido evitar —sonrió Kate.

Durante unos segundos, ambos se observaron. Con esa mirada se decían muchas cosas y volvieron a abrazarse con fuerza.

—Ha sido estupendo, Sam.

—Maravilloso, cariño —asintió mientras aspiraba el perfume de su cabello—. Eres tan dulce Kate, tan encantadora, que no sé qué voy a hacer sin ti el resto de mi vida.

Aquellas palabras para Kate fueron un mazazo. Un duro golpe. Por unos instantes pensó que… y ahora él hablaba de un futuro sin ella. Incapaz de decir lo que pensaba se deshizo de su abrazo e intentó sonreír.

—Date prisa y vístete. Michael y Terry nos estarán buscando.

Al sentir su sonrisa deseó desnudarla de nuevo. Daría su vida por volver con ella, pero no quería presionarla. Ella le había dejado claro que nunca podría vivir en la isla.

—Tienes razón. Démonos prisa.

Diez minutos después y en silencio regresaron hasta el campamento. El guía seguía durmiendo como una marmota y Terry y Michael, abrazados junto a la hoguera, contemplaban el horizonte. Al verles llegar, Terry miró a su hermana. Se la veía feliz aunque algo en su mirada lo eclipsaba.

—Vaya, estábamos a punto de llamar a los bomberos —bromeó Michael.

—Estuvimos dando un paseo —se excusó Sam.

—¿Fue bonito lo que visteis? —preguntó Michael mientras Terry seguía observando a su hermana.

—Maravilloso —respondió Kate.

Michael se sorprendió. Esperaba una respuesta de su hermano, no de ella. Terry era consciente de que en la mirada de su hermana había algo que la inquietaba, así que se desperezó del abrazo de Michael.

—Disculpadme chicos pero otra vez tengo que ir a…

—Pero mira que eres meona —se mofó Sam que en ese momento ayudaba a Kate a ponerse otro jersey. Intuía por como temblaba que estaba muerta de frío.

—Cariño ¿te acompaño? —se ofreció Michael en tono burlón.

—Ni lo pienses —y mirando a su hermana apuntó—. Kate ¿me acompañas?

Minutos después cuando ambas se encontraban lo suficientemente alejadas de la hoguera Terry intervino.

—¿Estás bien?

—Estupendamente.

—No me mientas, algo te pasa —reprochó Terry.

—De verdad, no me pasa nada, es solo que estoy agotada.

—Kate —advirtió plantándose de jarras ante ella—. O me dices ahora mismo lo que te pasa, o te juro que monto tal pollo que tienen que venir las autoridades de la isla para bajarnos de aquí.

Resopló de frustración y murmuró sin mirarla.

—Seguí tu consejo. Me dejé llevar e hice el amor con él. Ha sido maravilloso.

—Bravo —aplaudió Terry—. Pero entonces, ¿qué pasa?

—Que todavía le quiero.

—¿Y eso es malo?

Kate negó con la cabeza.

—Sí, si él no quiere que vivas con él —murmuró sorprendiéndola.

—¿Pero qué tonterías dices? Seguro que has escuchado mal —preguntó Terry boquiabierta.

—Acabo de hacer el amor con él y le quiero. Pero sus palabras han dejado muy claro que lo nuestro no puede volver a ser. —Una vez dijo aquello se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar.

—Oye… oye Kate —intentó tranquilizarla—. Escúchame. Deja de llorar para que podamos hablar.

Kate se limpió las lágrimas con el jersey que aún olía a Sam y a sexo.

—Soy una tonta. Sé que él me quiere. Pero también sé que no quiere volver conmigo. Me lo ha dejado claro. —Gimió al decirlo—. Terry… esta noche ha sido maravillosa. Nos hemos encontrado. He vibrado entre sus manos como llevaba tiempo sin vibrar y sé que a él le ha pasado igual. Pero lo nuestro es imposible. Imposible.

Terry, cada vez, entendía menos. Si ella le quería, y él a ella ¿dónde estaba el problema? Así que trató de poner orden a lo que decía.

—Vamos a ver. ¿Por qué crees que él no quiere volver contigo?

Echándose el flequillo hacia atrás respondió con la cara congestionada.

—Habla de nuestra relación cómo algo pasado Y si habla del futuro no me incluye en él.

—Pues inclúyete tú.

—No.

—Dile que quieres volver con él. Déjale claro que le quieres, que nadie es perfecto…

Con una triste sonrisa Kate la cortó.

—No, Terry. A mi manera ya se lo he dicho. Él me conoce.

—Yo creo que…

—Mira, Terry. Voy a aprovechar esta noche y lo que queda del viaje para pasarlo bien. Después cogeré un avión y regresaré a casa. Y te juro por mis hijas que comenzaré una nueva vida. Si él ha podido rehacer su vida sin mí yo también podré.

—Pero escúchame por favor…

—No, Terry —la interrumpió Kate— no sigas. Solo me produce daño y necesito dejar de sentirme mal.

Afligida por la tristeza que reflejaban sus palabras y sus ojos, Terry finalmente asintió.

—De acuerdo, Kate. —Y dándole un beso añadió—. Vamos, que nos están esperando.

—¿Pero no querías hacer…?

—Se me han pasado las ganas. Vamos.

Terry, dolida, entendía a su hermana. Aunque en su rostro se reflejaba la felicidad que sentía en aquel momento, sus ojos ocultaban la pena. Al llegar donde estaban Michael y Sam se sentaron junto a ellos para ver cómo aquel maravilloso amanecer despertaba poco a poco. El cielo rojizo con finas figuras que variaban en una gama de colores del gris al negro bailaba ante ellos mientras el sol pugnaba por salir. Desde donde estaban comprobaron que tenían varias nubes por debajo de ellos cubriendo parte de la subida al cráter y otra nueva capa de nubes sobre ellos. ¡Un sueño!

—Qué frío —susurró Michael abrazando a Terry.

—Y qué bonito.

—Esto es precioso —murmuró Kate cobijada entre los fuertes brazos de Sam—. Tan bonito y mágico como la primera vez que lo vi.

—Es un gran espectáculo —asintió Sam embriagado por la cercanía y el perfume de su exmujer.

En ese momento el guía se acercó hasta ellos.

—Parejitas, ¿ha merecido la espera y el esfuerzo de llegar hasta aquí? —preguntó.

Todos asintieron con una sonrisa, mientras contemplaban aquel maravilloso amanecer sentados en el techo del mundo.