La mañana del viaje, Honey llegó puntual para quedarse con Tommy. Fueron hasta Honolulu en el monovolumen de Sam donde tomaron un avión que les llevó hasta la gran isla de Hawái.
Allí fueron recibidos con los collares típicos de las islas de flores frescas y plumas llamados Lei. Después un autocar les llevó al hotel Aloha Hawái, donde se repartieron las habitaciones. La primera para Cat y Ollie, la segunda para Serena y Sasha, la tercera para Terry y Kate y la cuarta para Sam y Michael.
Dejaron las cosas en el hotel y se fueron a comer. Estaban hambrientos. Fueron a un restaurante típico de las islas, donde degustaron pescados tropicales como el opakapaka o el apah y exquisitas carnes aromatizadas con especias. De postre, aparte de los pastelillos rellenos, probaron frutas fritas tropicales y las famosas nueces de macadamia que solo se cultivan en Hawái. Por la tarde visitaron el Tropical Botanical Gardens. Un majestuoso jardín, repleto de flores y plantas que nunca antes habían visto.
—Qué maravilla —dijo Serena.
—Oh… sí, abuelita, esto es precioso —susurró Sasha de su mano.
Terry y Michael, que caminaban abrazados se acercaron hasta Serena.
—¿Veis estas plantas? —todas asintieron—. Se llaman espadas plateadas.
—Qué nombre más guerrero —se mofó Kate.
—Pues ahí donde las ves, viven entre siete y setenta años —intervino Sam—. Solo florece una vez en toda su vida y después toda la planta muere. Ah… y solo crecen aquí y en Maui.
—Impresionante —susurró Serena al ver aquella planta tan extraña.
—Papa, Hawái tiene una flor especial ¿verdad? —preguntó Ollie.
—Sí. El Hibuscus amarillo. En 1959 pasó de ser flor territorial a flor estatal y en 1988 Hawái la tomó oficialmente como flor del estado. Hawái es conocida con el nombre de la Isla de las Orquídeas.
Todos continuaron el recorrido donde aprendieron que el Kukui Tree, era el árbol de Hawái, y que el Hawaian Goose, «Nene», era el pájaro del estado de aquella isla.
Al día siguiente madrugaron y se fueron a la ciudad de Hilo, la más grande de la isla, y en la que llovía casi todos los días del año. Después visitaron un sitio legendario. Un lugar donde todos los que creían tener sangre azul podían hacerse la prueba en una piedra llamada Naha. Allí, probando suerte, rieron a carcajadas.
Tras aquello visitaron el Valle Waipio. Un lugar considerado como el antiguo espíritu de Hawái, rodeado por montañas en las que los escaladores más experimentados disfrutaban con el reto de subirlas. Kate sonrió al estar de nuevo allí y no se sorprendió al ver las caras de todas al contemplar las maravillosas lagunas y cascadas que se encontraban a su paso. Sin poder evitarlo pensó en su viaje de novios.
—¿Sigue habiendo caballos salvajes sueltos por aquí? —le preguntó a Sam acercándose a él.
—Sí. Aunque hoy parece que se han escondido todos.
—Estar aquí es como vivir en un sueño —sonrió Kate—. Es todo tan maravilloso que parece mentira que exista.
Sam la observó. Y encantado por verla sonreír respondió justo en el momento que Ollie le agarraba del brazo.
—Esto es lo que tiene vivir en una isla. Que puedes permitirte vivir como en un cuento.
Sin decir nada más, Sam se alejó con su hija dándole más detalles. Por la tarde, visitaron el Mookini Heiau. Un templo donde, en otras épocas, se realizaban sacrificios humanos y que, según contaban las leyendas, fue construido en una sola noche por más de quince mil hombres de increíble fortaleza. Y, para finalizar la visita, Sam y Michael les llevaron a un sitio espectacular. Al Waimea Kamuela. Un lugar de fabulosas cascadas y exuberante vegetación y único en el mundo donde se podían ver dos arco iris de principio a fin al mismo tiempo.
Aquella noche, tras regresar al hotel y cenar una opulenta cena, se sentaron en una terraza a tomarse unas piñas coladas, cansados pero felices.
—Muchachotes —comentó Serena—. Estoy sorprendida con todo lo que he visto. Esto es tan auténtico que da pena irse de aquí.
—Papá qué bonito es Hawái —exclamó Ollie tras beber su piña colada.
—Sí, cariño —asintió feliz por compartir aquel viaje con todas ellas—. Este lugar es especial y mágico —y sin poder evitarlo miró a Kate que estaba con Sasha en el mostrador de los helados—. La Isla de Hawái es la más grande y tiene un poco de todo: playas estupendas, jardines, cascadas, desiertos, volcanes y hasta nieve. Mañana visitaremos el Parque Nacional de los Volcanes. Allí, el Mauna Loa y el Kilauea están en actividad.
—Papá —se alarmó Cat—. ¡Qué miedo si están en activo!
—Pues no es por meter cizaña —rio Michael—. Pero el legendario Kilauea lleva en activo muchos años.
—Ay, chicos —intervino Serena—. A ver si vamos a tener que salir corriendo. ¿Es seguro ir?
Michael sonrió, mientras sentía la excitación de Terry en su mirada. La noche llegaba y ellos tenían planes.
—No os preocupéis —calmó Michael—. Es totalmente seguro.
Diez minutos después, la impulsiva Terry se levantó y agarrando del brazo a Michael con decisión, se despidieron. Se iban a dar un paseo. Sasha quiso ir con ellos pero Sam no se lo permitió. Michael le había dicho que estarían un par de horas en su habitación.
La jornada siguiente visitaron el Parque Nacional de Volcanes con un guía local. Les explicó que el volcán Kilauea estaba en erupción y que la lava corría por túneles subterráneos hasta llegar al mar. Una vez allí se producían increíbles nubes de vapor que se elevaban al cielo. Luego el guía les llevó hasta un lugar seguro donde pudieron comprobar lo que les había explicado.
Sam y Kate les aseguraron a todos que al anochecer el espectáculo sería sobrecogedor y no se equivocaron. Grandes lenguas de lava a unos 1204 grados centígrados corrían hasta llegar al mar creando con su fluir más tierra para Hawái. Aquella noche, mientras Sam contemplaba aquel espectáculo natural se acercó decidido a Kate y le cogió de la mano mientras todos miraban al mar. Necesitaba su contacto y sonrió para sus adentros al comprobar que ella no la apartaba. Quizá su hermano tenía razón y debía reconquistar a Kate en aquel viaje.
El último día en Hawái visitaron un rancho en Kohala donde montaron junto a los «paniolos» (vaqueros Hawaianos) originarios de México y ayudaron a clasificar el ganado. Por la tarde, y como despedida de la isla, dieron un paseo en helicóptero. Compraron camisas hawaianas y nueces de macadamia y a la hora de la cena asistieron a un Luau organizado en la playa. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, cansados de la noche anterior, cogieron un vuelo que los llevó directamente a Maui.
—Bienvenidas a Maui. La Isla del Valle —sonrió Michael.
Una vez dejaron las cosas en el hotel, alquilaron una furgoneta y se fueron a dar un bañito a la playa de Slaughterhouse. Un lugar donde se podía bucear, hacer surf y ver multitud de peces exóticos y tortugas.
—Este lugar es como estar en el Cielo —sonrió Terry mirando a su alrededor.
Michael la cogió del brazo y tras darle un beso cuchicheó.
—Contigo a mi lado, para mí, es ya como estarlo.
—Por el amor de Dios, Michael —se guaseó Sam, mientras Serena y las chicas reían—. Cuánto azúcar noto en el ambiente ¡me estoy pringando!
Michael, divertido, le dio un empujón.
—Anda vete a dar un bañito, que falta te hace, simpático.
Entre risas y chapuzones pasaron unas horas en la playa donde Sasha pudo jugar libremente en la orilla haciendo castillos con Serena y con todo el que se les unía.
A la hora de la comida, Michael propuso ir a la playa Hookipa. Aquella playa le encantaba. Allí solo los más veteranos y expertos surfistas se aventuraban a bailar entre sus olas grandes y revoltosas. Después de comer, Sam y Michael se alquilaron unas tablas y una vez comprobaron el estado de las mismas y darles parafina, se despidieron de las chicas que se quedaron encantadas en la playa tomando el sol. Como dos niños con zapatos nuevos se metieron en el mar donde perdieron la noción del tiempo.
Serena estaba inquieta. Ver lo que sus muchachotes hacían entre las olas era peligroso.
—¿Y no se cansan? —preguntó Serena.
—Mamá, no te preocupes por ellos —respondió Kate mirándoles—. Ellos saben cuándo han de salir.
Cat miró a su tía Terry que llevaba horas haciendo fotos.
—Tía, vas a agotar la batería.
Pero Terry era incapaz de dejar de fotografiarles. Ver a Michael y a Sam encima de las tablas era todo un espectáculo. Muchas habían sido las veces que había escuchado a su hermana hablar de lo que hacían sobre una tabla, pero hasta que no lo vio, no lo creyó.
—No importa cielo, tengo dos baterías más cargaditas. Esto hay que inmortalizarlo. Además, les estoy haciendo unas fotos a tu padre y a Michael que cuando las vean les van a encantar.
—¿Jugamos a enterrarnos en la arena? —propuso Ollie.
—Vale —asintió Sasha.
Dos segundos después las tres hermanas se levantaron y separándose un poco de la abuela, Ollie y Cat comenzaron a rebozarse como croquetas sobre la arena.
—¡Ay, ay, ay! —gritó Serena tapándose los ojos al ver a Sam coger la ola—. No quiero mirar. ¡Pero si va como un loco!
Kate sonrió. Ver a Sam disfrutar encima de la tabla y riendo le estaba taladrando el corazón. Era como si toda la coraza que había intentado mantener aquellos meses de pronto se resquebrajara y eso no le gustaba. No quería. No podía ser. Serena estaba sufriendo al verles.
—Kate, por Dios… diles que se salgan. —Pero esta negó con la cabeza y Serena continuó—. Oh… Dios mío, mira Michael… ay, ay, ay que se va a romper la cabeza.
—Mamá, tranquilízate —Terry miró a su madre sin poder evitar la risa mientras le hacía una foto con cara de horror.
Pero Serena sudaba y no era por el sol.
—¡Ay que se mata! —gritó de nuevo al ver como Sam saltaba por encima de la tabla y caía contra las olas.
—Esto no es nada para lo que ellos pueden hacer —la tranquilizó Kate con una sonrisa—. Si con esto te asustas, cuando desaparezcan en el tubo te va a dar un ataque.
Terry la miró perpleja.
—¿El tubo? ¿Qué es eso?
—Se llama hacer el tubo cuando consigues meterte dentro de la ola y seguir bailando con ella —explicó echándose crema de nuevo en los brazos.
—¿Eso hacías tu hermanita?
—Ya me hubiera gustado a mí hacerlo —suspiró dejando la crema a un lado—. Esa locura la dejo para los verdaderos surfistas como ellos. Yo sabía mantenerme en la tabla pero sin hacer grandes cosas. Ellos han crecido haciendo surf y yo solo lo practiqué durante un par de años.
—¿Y no te apetece volver a intentarlo? —preguntó Terry.
Kate fue a contestar pero Serena intervino fuera de sí:
—¡Ni se te ocurra! —Y tapándose la cara voceó—. Ay… Michael ¡se mata!
Las dos hermanas miraron rápidamente hacia la playa.
—Mamá, por Dios relájate. ¡Qué susto me has dado! —gruñó Terry al ver a Michael reírse.
En ese momento un sonido persistente atrajo su atención.
—Suena un móvil —dijo Serena—. Es el de Michael.
—No contestes —comentó Kate—. Cuanto salga del agua ya llamará él.
Pero el móvil continuó sonando y a la sexta vez Terry contestó.
—Dígame.
—¿Michael? —preguntó una voz de mujer.
—En este momento no se puede poner. ¿Querías algo? —respondió aturdida al oír aquella voz tan sugerente.
—Soy Amanda —respondió sin importarle quién había al otro lado del teléfono—. ¿Eres alguno de los familiares con los que está Michael de viaje?
—Más o menos —respondió frunciendo el ceño.
—Vaya espero que lo estéis pasando bien.
Irritada y ante la atenta mirada de su madre y su hermana asintió.
—Pues sí… muy bien.
Tras un incómodo silencio aquella mujer repuso.
—Le puedes decir que llame a Amanda. Tengo que comentarle algo sobre Vaitere. Dile que si no me encuentra en el móvil, me puede localizar en el teléfono de mi casa que viene en la tarjeta que le di el último día que nos vimos.
—No te preocupes, Amanda —repitió su nombre para no olvidarlo—. En cuanto le vea se lo diré.
—De acuerdo. Adiós y que lo paséis bien.
—Gracias —respondió Terry y cortó.
Exasperada soltó el móvil de Michael donde estaban los del resto mientras pensaba en quién sería aquella Amanda.
—¡Ay, ay, ay Dios míooooooo! —gritó Serena al ver como caían al agua por el oleaje—. ¿Se acordarán que estamos aquí?
—Lo dudo —respondió Kate y al ver a su hermana dejar el móvil de Michael añadió—. Los surfistas, por norma se olvidan de la hora cuando están en el agua.
Pero a pesar de que había dicho aquello, ella sabía que Sam no se había olvidado de que estaban allí. A través de sus gafas de sol y sin ser observada de cerca por nadie había comprobado cómo mientras él esperaba su turno para coger una ola, miraba continuamente hacia ellas. Mientras le observaba, miles de momentos como aquel inundaban su mente.
Le veía nadar hacia la ola y cogerla con la misma gracia y soltura de antaño y le dio la sensación de que los años solo habían pasado por ella. Cuando caía, le veía resurgir de las aguas, con su pelo castaño pegado a los hombros y su encantadora sonrisa y eso le hacía suspirar. Desde que había comenzado aquel viaje, él se había acercado más a ella y eso le asustaba. Pero algo en su interior le impedía alejarse de él ¿se estaba volviendo loca?
Mientras Kate observaba a Sam, Terry, después de la llamada se había quedado tan exasperada que no había vuelto a hacer ni una sola foto más. ¿Quién narices era esa Amanda? La duda se tornó agonía. ¿Y si Michael estaba jugando con ella? ¿Y si para él era solo un ligue de verano?
Una hora después la pesadilla de Serena acabó cuando los vio salir sanos y de una pieza del agua.
—¿Estáis bien?
Sam, encantado, clavó la tabla en la arena y cogiendo una toalla se secó la cara.
—Sí.
—Sam, ¿no te has hecho daño en la caída que has tenido hace un rato en la que la tabla te ha caído encima? Y tú Michael, ¿no te has hecho daño en el brazo al darte un golpe con el chico ese que ha cogido la ola cuando tú?
Sorprendidos la miraron.
—Estamos bien Serena ¿no lo ves? —contestó Michael.
Pero la mujer estaba tan tensa que sorprendiéndoles a todos se puso a gritar.
—¡¿Pero estáis locos?! ¡¿Cómo se os ocurre meteros con el oleaje que hay?! Dios mío ¡os podíais haber matado! Locos… esa es la palabra que os define… ¡locos!
Todos la miraron y Kate acercándose a ella trató de tranquilizarla.
—Mamá cálmate, te he dicho que ellos saben lo que hacen.
Sam miró a Kate. Pero aquello fue más que una simple mirada. La deseaba. Durante el gran rato que había estado en el mar, no había podido apartar los ojos de ella. Estaba preciosa con aquel bikini color frambuesa, pero tenía que contener sus apetencias más varoniles.
—Serena no sabíamos que estuvieras tan preocupada.
Tras dar un trago a su Coca-Cola la mujer respondió nerviosa.
—¡Preocupada! Si solo fuera eso…
En ese momento se acercaron las niñas rebozadas en arena y Kate farfulló mientras se ponía un pareo en la cintura bajo la atenta mirada de Sam.
—Si llegáis a tardar un rato más, entra ella a buscaros y a sacaros de la oreja.
Michael, tras secarse un poco con la toalla, miró a Terry pero esta desvió la mirada, así que se acercó a Serena para calmarla un poco.
—Mi querida Serena, pero si hoy ha sido un juego de niños. Eran olitas, cariño. No te preocupes, mujer, que Sam y yo controlamos.
—¡Que controláis! —resopló Serena. Pero al darse cuenta del numerito que estaba montando respiró hondo—. Perdonadme muchachotes. No sé qué me ha pasado. Será que me he asustado al ver lo que hacéis en el agua.
Kate se encogió de hombros sin querer decir nada y Sam, embobado y excitado al verla tan sensual las apremió.
—Venga, por hoy hemos tenido suficiente playa. Regresemos al hotel.
Michael asintió y acercándose a Terry preguntó en bajito para que nadie le escuchara.
—Pelirroja ¿por qué esa cara tan seria?
Deseó arrancarle allí mismo los ojos, pero contuvo su furia.
—Te ha llamado Amanda —respondió sin mirarle.
—¿Amanda?
—Sí. Amanda —repitió entre dientes.
—¡¿Cuándo?! ¿Ha pasado algo? —insistió inquieto.
—No lo sé. Solo ha dicho que la llamaras y…
Dejándola con la palabra en la boca cogió el móvil y buscó el teléfono entre sus contactos mientras Terry le acuchillaba con la mirada. Por suerte aquella llamada era solo para informarle que Vaitere había sido dada de alta. Cuando cerró el móvil, feliz por la noticia Michael gritó.
—¡Sam, Vaitere ya está en casa!
—¡¿De verdad?! —celebró acercándose a él—. Pues vamos a llamarla ahora mismo. ¿Por qué tan pronto?
Michael, feliz por la estupenda noticia que acababa de recibir, pero sin percatarse del enfado de Terry respondió:
—Esta mañana al pasar la ronda los doctores la vieron tan bien que le preguntaron si quería el alta. Ella, lógicamente, aceptó.
Segundos después cumplieron lo dicho y la llamaron. Kate observó cómo Sam hablaba por teléfono con aquella mujer y al ver la alegría en sus ojos una punzada de celos atravesó su corazón. ¿Pero qué le estaba ocurriendo? ¿Acaso no era ella quien intentaba que él no se acercara más de la cuenta?
Terry, a cada instante, estaba más enfadada pero Michael no parecía darse cuenta. Intentó contener los celos que sentía, pero algo en su interior bullía con furia y tras dar una patada al suelo se alejó para mojarse los pies en la playa. Lo necesitaba.
Cuando colgaron, se encaminaron hacia el coche entre bromas y risas pero Michael, al ver a Terry en la playa fue hacia ella. Pero ella, al ver que se acercaba, cambió el rumbo y comenzó a andar hacia donde estaban su madre, su hermana y sus sobrinas.
—¡Terry espera! —gritó Michael. Le dio alcance y la sujetó del brazo—. Espera Terry ¿Qué te pasa?
Al ver que no respondía, insistió.
—Cariño, no me asustes ¿Qué te pasa?
—Ahora no quiero hablar contigo, Michael —contestó Terry furiosa.
—Te apuesto una copa a que mi hermano gana y le hace sonreír —le comentó un cómplice Sam a Kate mientras se apoyaba en el coche.
Kate le miró y chocó la mano con él, como lo habían hecho cientos de veces.
—Te equivocas. Terry está muy enfadada —aseguró.
Serena y Ollie se miraron de reojo al ver la complicidad entre ellos. De pronto, oyeron a Michael gritar sin importarle que les estuvieran observando a escasos metros.
—Vamos a ver Terry. ¡¿Me quieres decir porque no quieres hablar conmigo?!
La pelirroja, con un terrible ataque de celos alzó el mentón y sorprendiendo a Michael espetó furiosa.
—Llama a Amanda si quieres hablar con alguien.
En ese instante Michael no pudo evitar esbozar una sonrisa maliciosa.
—¿Estás celosa Terry? —le preguntó al oído acercándose sinuosamente.
Terry se sobresaltó y se alejó de él aunque se estaba empezando a dar cuenta de que estaba haciendo el idiota.
—¿Celosa yo? —contestó retirándose el pelo de la cara.
—Sí… tú.
—Por favorrrrrrrrr ¡Qué poco me conoces!
Michael soltando todo lo que llevaba en las manos, la agarró de la cintura y atrayéndole hacia él susurró consciente de que todos les observaban.
—Ven aquí, celosona mía.
—¡Suéltame!
Al ver su felina mirada, rápidamente Michael le agarró las manos y le inmovilizó las piernas para que no pudiera hacer una de las suyas.
—Aclaremos ciertas cosas —añadió—. Amanda es la doctora de Vaitere. Le di mi teléfono para que me llamara ante cualquier eventualidad.
—Como si le quieres dar tu vida.
—Terry, preciosa —sonrió sensualmente—. Yo solo tengo ojos para ti.
Pero Terry era un hueso duro de roer.
—Quítame las manos de encima o no respondo de mí.
Pero él no permitió que se moviera.
—Oye, no me hables así.
—Te hablo como me da la gana.
—Recuerda, cielo… primero piensa, luego actúa. Cariño, no dudes de mí a la primera ocasión que se presente. —Y descuadrándola por completo acercó su boca a su oreja y puntualizó—: Te quiero y no estoy dispuesto a perderte. ¿Me has entendido?
Aquello era todo lo que Terry necesitaba oír.
—Michael, tengo miedo de quererte demasiado y…
Sin dejarla terminar, la besó ardientemente.
—Escucha, preciosa. Lo único que puede ocurrir entre nosotros es lo que nosotros queramos y solo quiero que nos ocurran cosas bonitas.
Desarmada por completo, esta vez fue Terry quien lo besó. Le devoró los labios con tal pasión que él se deshizo.
—¡Qué cochinos! Se están dando un beso con lengua —exclamó Sasha alarmada.
Todos sonrieron y Sam, acercándose un poco más a Kate, le susurró al oído.
—Me debes una copa.
Ella asintió sobrecogida e iba a volverse para decir algo cuando Cat gritó.
—¡A ver qué pasa! ¡Conteneos que hay menores delante! —increpó Cat a sus tíos.
En ese instante dejaron de besarse y se encontraron con las caras de felicidad de todos los que les miraban.
—Tranquilas, chicas. ¡Tengo para todas! —gritó Michael agarrando a una acalorada Terry.