Capítulo 39

La cita de Michael y Terry no pudo empezar mejor. Este la llevó a cenar a un restaurante isleño que había cerca del puerto, donde ella pudo degustar platos típicos de la isla.

—Explícame ¿qué son estos manjares?

Todavía en una nube porque estuviera teniendo una cita con ella Michael sonrió.

—Esto es un revuelto de vegetales muy típico de las islas. Lo que tienes a la derecha se llama Salmón de Lomi-lomi y esto otro son filetes ahumados de Kiawe.

—Todo tiene una pinta estupenda y tengo un apetito atroz.

—Eso del apetito atroz… ¿va con segundas? —preguntó:

Terry le dio un rápido beso en la punta de la nariz y aclaró metiéndose un trozo de verdura en boca.

—Y con terceras.

—Uf… pues no se hable más, empecemos.

Una vez acabados aquellos manjares tan diferentes a lo que solía comer en Nueva York, Terry se tocó el estómago satisfecha.

—Estaba todo buenísimo, Michael. Voy a explotar.

—Todavía no explotes, que falta el postre —respondió encantado por lo bien que estaba yendo todo.

En ese momento, llegó una isleña y les dejó unos platos de plata encima de la mesa. Terry no podía creerse el colorido que tenía todo aquello.

—¿Esto qué es ahora? —preguntó:

—Raspado de arco iris o Manju.

—¿Raspado de arco Iris? ¿Manju? —repitió divertida—. En la vida había visto y oído semejantes platos.

—Pruébalos. Son pastelillos rellenos de piña y coco. Aunque mis preferidos son los de manzana. Esos son de nueces…

—Ni los toques, que eres alérgico —advirtió Terry.

—Tranquila. Está todo controlado —sonrió él al ver que recordaba aquel detalle.

Terry probó todos los apetitosos pastelillos. Cada vez que él le metía uno en la boca, ella cerraba los ojos y suspiraba de placer. Aquello, a Michael le estaba poniendo la entrepierna como una piedra, pero se negaba a pedirle que no hiciera aquel ruidito tan encantador. Tras la cena, Michael la llevó a un local donde pudieron bailar lo último en música.

—Esta música es diferente —sonrió ella.

Siguiendo el ritmo con la cabeza y los hombros él indicó.

—Se llama música Jawaiian. Es la fusión de la música Hawaiana y Jamaicana.

—Suena muy bien y tiene mucha marcha —asintió mientras él la cogía por la cintura e intentaba bailar con ella.

Pero era rozarse y querer besarse. Tras un tórrido beso que hizo temblar a todo el bar, Michael la miró fijamente a los ojos.

—¿Sabes una cosa?

—Dime…

—Una vieja leyenda de la isla dice que tras una cena exquisita, el ambiente isleño y la compañía acertada es lo más parecido a entrar en el paraíso.

Asintió convencida y le besó.

—Nunca te quitaría la razón en eso —le susurró poniéndole la carne de gallina—. Yo desde luego, hoy estoy en el paraíso.

Michael le contestó con otro ardiente beso y después, entre risas cómplices, salieron a la pista donde él le demostró una vez más sus maravillosas dotes de bailarín. Sobre las cuatro de la madrugada decidieron regresar a casa. Pero al llegar se resistieron a separarse. La noche era calurosa y al ver las luces de la casa apagadas decidieron darse un baño en la playa.

—Ven, te llevaré a mi playa preferida de la isla.

Cogidos de la mano Terry se dejó guiar. Confiaba en Michael como nunca había confiado en ningún hombre. Él nunca le haría daño. Caminaron unos diez minutos y llegaron a un lugar donde las rocas de arena blanca escondían una preciosa y pequeña cala.

—¡Qué sitio más bonito! Pero si parece de película.

—Vale lo confieso —se mofó Michael quitándose los zapatos—. Anoche estuve hasta tarde fabricándolo para que tú sucumbieras hoy a mis encantos.

Ella sonrió y pasándole los brazos por el cuello mientras se acercaba a él susurró:

—No hacía falta que hicieras esto, a tus encantos sucumbí hace siglos.

Sin poder evitarlo sonrió, mientras sentía como su erección crecía por segundos. Terry al notar aquella dureza contra ella sintió que se deshacía por dentro y mirándole con picardía cuchicheó.

—Eso que noto contra mí, ¿es lo que creo que es?

Entre avergonzado y divertido asintió. No podía ni hablar. El momento que siempre había soñado había llegado y era incapaz de reaccionar.

—Uf… tío Michael cómo me pones —resopló excitada y con la boca seca.

Michael estaba encandilado al ver cómo le miraba y por fin logró articular palabra.

—Uf… tía Terry —suspiró él—. Creo que no te voy a respetar ni un segundo más. Te deseo tanto que como no te tenga ahora mismo creo que me voy a desintegrar. Así que, si no quieres que ocurra lo que ahora mismo estoy pensando, sal corriendo de aquí pero ya.

Con el morbo en la mirada sonrió, se quitó los zapatos y susurró poniéndole la carne de gallina mientras entornaba los ojos.

—No… no me respetes.

Al segundo de decir aquello, Michael la alzó y ella entrelazó sus piernas en su cintura. Besándola con pasión comenzó a andar hacia el interior de la playa y se detuvo cuando el agua le llegó por la cintura. La bajó al suelo sin quitarle los ojos de encima y le quitó el top azul celeste mientras ella le desabrochaba la camisa de lino blanca. Al ver que Michael parecía haberse quedado sin respiración Terry apuntó.

—Cómo se te ocurra decir alguna gracia sobre mis pechos, te juro Michael que te la vas a cargar —siseó al verle tan callado y abstraído—. Esto que ves es natural, nada que ver con lo artificial a lo que estás acostumbrado.

—Son preciosos, cariño —susurró excitado—. Son los pechos más bonitos que he visto en mi vida.

Sin decirle nada la volvió a alzar como a una muñeca y besando primero un pecho y luego otro consiguió que Terry soltara un gemido y se enganchará a él como una lapa. Los besos de ella eran pasionales y sus labios dulces y sabrosos, algo que él ya se imaginaba desde hacía años aún sin haberlos probado. Terry estaba caliente y deseosa de continuar aquel juego que habían comenzado. Y tras pasar sus húmedas manos primero por el cuello, luego por sus bíceps y por último por sus abdominales susurró parándolas en el botón del pantalón de él.

—Michael no puedo más, te deseo.

Al escucharla se le iluminaron los ojos. Quitándose los pantalones bajo el agua al mismo tiempo que ella, hizo una pelota con ellos y los tiró hacia la orilla de la playa ante la sonrisa de ésta. Desnudos y con las respiraciones entrecortadas Michael la tomó del brazo y la izó de nuevo, ella con rapidez enroscó sus piernas alrededor de su cintura y murmuró.

—He pensado esto cientos de veces pero nunca imaginé que fuera a ser así.

Él sonrió mientras con sus manos masajeaban las nalgas de ella bajo el agua.

—¿Cómo pensabas que sería preciosa?

—No lo sé. Pero nunca me imaginé algo tan mágico y romántico como esto.

Mirándose a los ojos, Terry sintió cómo él ponía la punta dura y mojada de su pene en su zona íntima y esta, tras soltar un suspiro y agarrarse a sus hombros, se abrió para él. Sin dejar de mirarse a los ojos Michael entró poco a poco, hasta que notó todo su pene rodeado con fuerza por ella.

—Oh, Dios, Terry…

—Ahora no te pares —susurró mordiéndole en el cuello al sentir aquella dureza en su interior.

Agarrada a su cuello, llena de lujuria y perdida entre sus caricias Terry se dejó llevar. La fusión con Michael era adictiva y sensual. El placer que le proporcionaba era devastador y eso le estremeció. Enredando sus dedos en el cabello mojado de Michael se tensó contra él y comenzó a arquearse hacia arriba cada vez que él la embestía. Al principio Michael intentó dominar la situación con embestidas lentas, pero a cada movimiento la pura necesidad le volvía loco. Quería hundirse en Terry con fuerza, pero tenía que controlarse. Deseaba que ella disfrutara casi más que él.

Como si le hubiera leído el pensamiento, la joven murmuró:

—Con fuerza… profundamente.

Michael, en la vida había anhelado tanto tomar a una mujer, y, al escucharla, por puro instinto animal la empaló haciéndola gritar de pasión. Con una sonrisa desconocida hasta el momento para ella, sacó centímetro a centímetro su enorme erección para volver a llenarla y cuando Terry creía que iba a desfallecer la agarró con fuerza y con una serie de fuertes y rápidas embestidas que le volvieron loca llegó al clímax.

En ese momento, Michael le puso los labios en el oído y con la voz cargada de erotismo le susurró:

—Todo… absolutamente todo mi ser es para ti y tú eres para mí.

Una vez dijo aquello, con un gesto duro y varonil sacó su pene del interior mientras se dejaba llevar por el placer. Terry al ser consciente de ello se abrazó con más fuerza a él para sentir tanto sus convulsiones como las suyas.

Cuando los brazos agotados de Michael la posaron de nuevo en el suelo este se hundió en el agua por completo en busca de frescor y ella le imitó. Dos segundos después Terry notó que una mano la cogía y la sacaba del agua. Cuando consiguió abrir los ojos, vio a Michael empapado y sin decirle nada la besó con tal pasión que ella sintió que se iba a quedar sin aire en los pulmones. Cuando él se separó de ella unos milímetros le dijo mirándoles fijamente a los ojos:

—¿Sabes que eres la mujer a la que más he deseado en el mundo y por la que yo sería capaz de hacer miles de locuras?

Ella sonrió y tras darle un nuevo pero pequeño beso en la boca musitó:

—No lo sabía, pero me gusta oírtelo decir.

Embriagados por el momento y por lo que sentían, entre besos, risas y abrazos, al abrigo de la noche, caminaron desnudos hasta la orilla donde minutos después volvieron a hacer salvajemente el amor.