Capítulo 35

Al llegar a la casa, Serena y las chicas se marcharon a dormir dejando a Kate y Terry solas en su habitación.

—Kate, ¿cómo estás? —preguntó Terry desde la cama.

—Extraña ¿y tú?

—A punto de salir corriendo —bromeó Terry—. Por cierto, qué graciosa es la niña. Y el niño es un muñequito.

Kate asintió y sonrió. Pero no quería pensar en ellos.

—Con respecto a Michael ¿qué me dices? —preguntó.

Terry, no podía quitárselo de la cabeza.

—Me odia —murmuró.

—Normal —asintió Kate—. Le humillaste no hace mucho.

—No me ha dirigido la palabra en toda la noche.

—Dale tiempo.

—Paso de su tiempo. Es más… ¡paso de él!

—Terry, no digas tonterías. Te mueres porque hable contigo ¡no lo niegues!

No contestó. Estaba demasiado furiosa.

—Te guste o no recordarlo, vuestro último encuentro no fue precisamente algo divertido. Te recuerdo que Michael terminó hecho un ovillo en el suelo muerto de dolor.

—Tienes razón. Pero se lo mereció por cretino.

—Terry… —protestó, pero al verla resoplar finalmente desistió—. Durmamos. Lo necesitamos.

—Buenas noches.

En pocos segundos, Kate comenzó a respirar acompasadamente y su hermana dedujo que se había dormido. Terry intentó hacer lo mismo pero era imposible. Dio varias vueltas en la cama y al final desesperada decidió levantarse y tomar un vaso de agua. En la cocina y con el vaso de leche en la mano, abrió la portezuela de atrás de la casa y decidió sentarse en el balancín para relajarse con el sonido del mar. Sintiendo la brisa en su pelo mientras se balanceaba al compás de las olas, sus ojos se cerraron y se quedó dormida.

De pronto, se despertó sin saber cuánto tiempo había estado allí dormida. Alguien la había cubierto con una especie de manta azul. Volvió a mirar al frente y vio que el color del horizonte y del mar había cambiado desde la última vez que miró y escuchó una voz junto a ella.

—Vaya… Cruella de Vil se ha despertado.

Reconoció aquella voz enseguida. Aquel acento.

—¿Michael? —preguntó sobresaltándose.

Sentado en los escalones de entrada a la casa, asintió con gesto divertido.

—Sí, señorita. Así me llamo.

Oh… Dios, que humillante, pensó horrorizada y se irguió en el balancín de inmediato.

—He debido quedarme dormida. No sé cuánto tiempo llevo aquí.

—Pues suponiendo que son las siete de la mañana y que yo te encontré aquí roncando y muerta de frío sobre las cinco…

—¡¿Roncando?! —chilló—. Perdona, guapito pero yo no ronco.

—¿Seguro?

—¡Segurísimo!

Michael sonrió e iba a decir algo cuando ella se le adelantó.

—¿Has dicho que son las siete de la mañana?

Levantándose de las escaleras Michael se sentó junto a ella en el balancín y aclaró.

—Para ser más exactos, las siete y veinte.

Confundida, se retiró el pelo de la cara que la brisa mecía y susurró.

—Me senté aquí a tomarme un vaso de agua y… ¡joder sería como mucho la una o las dos de la madrugada!

—Pues buena dormida te has dado en el balancín. Hoy te va a doler todo el cuerpo.

Lo que me duele es no tener valor para besarte idiota, pensó acalorada. Tener a Michael tan cerca era turbador, pero se esforzaba en aparentar normalidad.

—¿Y tú qué haces levantado tan temprano? —pero la pregunta se respondió sola al fijarse que llevaba puesto un mono azul y negro de neopreno.

—Iba a practicar un poco de surf.

—¿A esas horas?

—Sí. Me desperté, no podía dormir y decidí relajarme con mi tabla en el agua.

Oh Dios… oh Diossssssss estás impresionante

—¿Por qué no me has despertado antes? —y al ver como este la miraba volvió a preguntar—. ¿Qué has hecho desde las cinco de la mañana?

Este, retirándose el pelo oscuro que el aire había soltado de su coleta, dijo con su característica sensualidad:

—Hacerte burla. Pensé pintarte bigotes y tal pero luego me dio pereza —y al ver que ella por fin sonreía indicó—: Lo primero fue taparte con la manta. Lo segundo meterme en el agua y nadar un poco y lo tercero sentarme aquí para oírte roncar.

—Oh, Michael —protestó al imaginarse la horrible visión que le había estado ofreciendo—. Eres terrible. ¿Cómo no me has despertado?

Estaba encantado por controlar la situación en aquel momento y se estaba recreando en su confusión.

—Porque no sabía si me atacarías. Y ante la duda decidí dejarte donde te encontré. Eso sí, tapadita para que no cogieras frío. Soy así de idiota con mis enemigas.

Terry se sintió fatal y decidió que había llegado el momento de pedirle perdón.

—Lo siento… Siento cómo me comporté aquel día en el auditorio.

—¡¿Qué has dicho?! —preguntó haciéndose el sordo, aunque la había oído perfectamente.

—Que siento haberte tratado tan mal la última vez que te vi.

—Oh Dios —se mofó—. Y yo sin poder grabar este momento.

—Michaelllllllllllll —refunfuñó y al ver que este la miraba prosiguió—. Ya sabes cómo soy, primero actúo y luego pienso. Es mi gran error y lo sé. Por eso te pido disculpas. Actué como una bestia y poco más puedo decir.

Conseguir que Terry, por si sola, pidiera perdón era un triunfo, por ello y consciente de que aquello era inaudito respondió:

—Te perdoné antes de regresar a Oahu.

—¿En serio?

—Sí —sonrió—. Soy así de idiota.

Trastocada y perturbada, solo pudo susurrar tímidamente.

—Gracias.

—¿Podemos hablar con sinceridad?

Inquieta por aquella pregunta, deseó retirarle el pelo que la brisa acariciaba sobre su bonito y moreno rostro. Michael era especial para ella y asintió como pudo.

—Sí. Por supuesto que sí.

Estaba dispuesto a decirle lo que llevaba años callando.

—Si te besé aquella noche fue porque llevo años deseando hacerlo y… —pero al ver su gesto cambió el tono de voz e indicó—. Yo también he de disculparme por haberme tomado la libertad de hacerlo.

—Estás perdonado. Pero Michael, fue todo tan rápido que…

Pero no la dejó continuar.

—¿Rápido? ¿Rápido es besarte tras desearlo durante más de veinte años y contenerme? Mira bonita. Para mí verte cada mañana fue una tortura más que un placer. Durante años he sido testigo mudo de cientos de cosas que no me hubiera gustado ver, pero he aguantado porque siempre estabas tú por encima de todo. ¿Y dices rápido? Joder, Terry no tienes ni idea de lo que ha sido para mí verte y no besarte. Y… y el otro día cuando te vi y sonó nuestra maldita canción, necesité besarte de una santa vez para hacerte saber lo mucho que me gustas y…

—¿Necesitaste? ¿Tú necesitaste?

—Efectivamente —dijo sin dejar de mirarla—. Necesité.

—¡¿Y no pensaste en lo que yo necesitaba?!

Con las lanzas en alto como siempre, Michael se levantó de su lado y, poniéndose frente a ella, masculló dispuesto a alejarse de ella antes de que le hiriera de nuevo:

—¿Sabes mona? Durante años cada vez que sonaba Desafinado y la bailabas conmigo muy acaramelada creía ver en ti algo que, por supuesto, ya he comprobado que eran solo imaginaciones mías. Pero te guste o no reconocerlo, el día que te besé, por una fracción de segundo, me dio la sensación de que lo disfrutabas tanto como yo —ella no respondió y él siseó ofuscado—: Pero tranquila, tras ese ansiado beso aprendí la lección de que nadie se acerca a Terry si ella no quiere.

—Michael…

Enfadado y convencido de que aquella conversación se había acabado aclaró:

—Espero que el tiempo que estés aquí, en mi tierra, lo pases bien y disfrutes de unas excelentes vacaciones. Y tranquila no me cruzaré en tu campo de visión por si eso también te molesta.

Ver como tiraba la toalla antes de que ella pudiera hablar le decepcionó.

—Michael. Escucha yo… —susurró.

Pero él, a cada segundo más resentido no la dejó hablar.

—Da lo mismo Terry. Por fin todo está claro entre los dos. Regresa a la cama y duerme.

Se quedó paralizada. Quería decirle tantas cosas que no sabía por dónde empezar. Pero en lugar de eso le vio alejarse, llegar a la playa, desclavar su tabla de surf de la arena y regresar enfadado a su casa, donde dejó la tabla apoyada en la entrada y desapareció tras la puerta.

—¿Por qué no le has dicho nada? —preguntó Kate de pronto.

Asustada se volvió hacia su hermana.

—¿Qué haces escondida como un fantasma? ¿Estás cotilleando? —gruñó.

Kate, sin salir de la casa, negó con la cabeza.

—Me desperté y como vi que no estabas vine a buscarte y te vi aquí hablando con Michael —contestó.

Agitada e incómoda por lo duro que había sido Michael con ella protestó.

—¡Y claro! Te quedaste a escuchar. ¡Cotilla!

—Llegué casi al final y reconozco que escuché lo que te dijo —aclaró enternecida por el desconcierto que sentía en su hermana—. Pero lo que no entiendo es por qué no le has dicho nada de lo que tú piensas o sientes por él. Terry, por el amor de Dios, Michael te acaba de abrir su corazón y tú te quedas como un palo observándole.

Terry estaba enfadada consigo misma.

—No he podido. No me ha dejado ¿Acaso no lo has visto?

—Lo que he visto es que él es más valiente que tú y, al menos, lucha por lo que quiere. Maldita sea Terry ¿qué vas a hacer?

—¿Pero no le has escuchado?

—Convéncele. Juégatela como él se la ha jugado y asume su decisión.

—No puedo, yo… —susurró Terry con el corazón a mil.

—Maldita sea, Terry ¡reacciona! Creo que… —pero Kate al ver que la puerta de la casa de al lado se abría musitó escondiéndose—:… es Michael… vuelve Michael.

Terry se dio la vuelta y sin moverse de su sitio observó como aquel con paso decidido se acercaba hasta ella exhibiendo todo su potencial sexual. Cuando estuvo a escasos dos metros de ella en un hilo de voz preguntó:

—¿Ocurre algo Michael?

De un salto, él subió los tres escalones y la miró fijamente a los ojos.

—Sí… ocurre esto —y cogiéndola por la cintura la atrajo hacia él y la besó.

Aquel impacto entre titanes los conmocionó a ambos. Michael, con decisión, la apretó contra él y tomó su boca con auténtica devoción, mientras ella saboreaba aquel lujurioso beso abrasador. Enterró sus manos en aquellos cabellos oscuros y exigiéndole pasión se apretó más contra él mientras sentía que su propio cuerpo se abrasaba por dentro. Así estuvieron durante unos segundos hasta que ella jadeó.

—Para…

—No. —Pero al sentir su mirada sobre él la soltó y maldijo—. Lo siento. No he podido controlar de nuevo mi necesidad de ti. Terry, cuando te veo me haces perder el control y…

Esta vez fue ella quien no le dejó continuar y acercando tentadoramente su boca a la de él susurró agarrándole con fuerza.

—Oye, guaperas isleño…

—Comenzamos mal…

—Calla y escúchame —exigió ella—. No he podido dejar de pensar en ti y, si me hubieras dejado hablar antes, esto que acabas de hacer tú, lo habría hecho yo.

Incrédulo, le dedicó una encantadora sonrisa que la deshizo. Y comenzó a repartirle dulces besos en los labios y en la punta de la nariz.

—Nunca es tarde para hacerlo.

—Tienes razón —asintió ella y posando su boca sobre la de él le mordisqueó el labio inferior y tras pasarle con seducción la lengua por los labios susurró—: Entre nosotros existe algo muy especial y quiero descubrirlo durante el tiempo que esté aquí si tú también lo deseas.

—Por supuesto que quiero preciosa y espero que lo que descubramos sea tan intenso para ti, como lo es en este momento para mí.

Tras mirarse a los ojos con las respiraciones entrecortadas, se volvieron a besar, hasta que Michael fue consciente de que o paraba aquello en aquel instante, o se la llevaba a su cama.

—Odio decir esto, pero si sigo aquí no me voy a poder contener —y tras darle un último beso en los labios dijo—: Anda ve a descansar. Mañana si quieres te invito a cenar. Tenemos que hablar de muchas cosas. ¿Te apetece?

Pesarosa por no poder continuar aquel juego seductor se separó de él y mientras entraba en la casa cuchicheó para que nadie la escuchara.

—Me encantará cenar contigo.

Michael, como en una nube, sonrió como un crío mientras la observaba.

—No le comentes a nadie lo de nuestra cita. Quiero ver las caras de algunas —dijo.

Divertida, asintió y cuando iba a cerrar la puerta de la casa oyó.

—Terry… Terry.

Con rapidez le volvió a mirar.

—¿Qué?

Con una sensualidad y una picardía que a ella le hizo sonreír le dijo mientras caminaba hacia su casa:

—Aunque digas que no, siento decirte que roncas.

—Eres terrible Michael —se carcajeó mientras le veía alejarse—. Terrible.

Michael, el hombre que la traía por la calle de la amargura, había vuelto a jugársela por ella y había aceptado su proposición. Atontada estaba en sus pensamientos cuando oyó.

—Tú sí que eres terrible.

Volviéndose hacia su hermana que continuaba entre las sombras preguntó:

—¿Todavía sigues aquí cotilla?

Kate, secándose las lágrimas asintió.

—… ha sido tan romántico —dijo.

Incrédula, se acercó hasta su hermana que tenía la cara cubierta de lágrimas.

—¿Estás llorando? Pero bueno… serás tonta —regañó Terry con dulzura.

—Terry, es que me alegro tanto por ti —dijo abrazándola.

Aquella sentida muestra de cariño de Kate la emocionó.

—¿Y por qué estoy ahora yo también llorando?

—No lo sé —rio Kate y sin soltarla añadió—. Anda vámonos a la cama. Necesitamos descansar. Y tranquila, no diré nada de vuestra cita.