Capítulo 34

—¡Ya estamos aquí! —gritó Michael al entrar en casa llevando a Tommy subido en sus hombros.

—¡Papi, papi! —exclamó Sasha—. Mira que dibujo te traigo.

Sam, en cuanto oyó a su pequeña, acudió corriendo.

—Hola, princesa. ¡Es precioso! Siempre he querido tener un dibujo así —dijo mientras la abrazaba.

En aquel cuadro familiar intervino Michael.

—Hemos decidido que es tan bonito que lo vamos a colgar en la nevera con un imán ¿verdad, cariño?

—Sí, papi. El tío y yo lo hemos decidido mientras veníamos en el coche.

Sam se dirigió a la cocina donde hizo lo que la niña pedía.

—Pues no se hable más. Aquí queda estupendo.

La cría, orgullosa de lo que había hecho, miró a su alrededor y preguntó:

—¿Dónde están Ollie, Cat y la abuelita?

—Ahora vienen —comentó Sam mirándola—. Anda lávate las manos y te daré unas galletas.

Cuando la niña corrió al baño, Michael preguntó:

—¿Qué tal?

—Bien… de momento todo bien —respondió con una media sonrisa.

—¿Y esa sonrisa? ¿Ha pasado algo emocionante?

Al ver que Terry se acercaba por la puerta de atrás, Sam contestó.

—No… pero está por pasar.

Michael, al verlo tan positivo, soltó una carcajada y en ese momento se oyó:

—Sam, dice mamá que…

Pero Terry no pudo continuar, ante ella estaba su mayor objeto de deseo.

—Hola, Michael —balbuceó como pudo.

Aloha, Terry. ¿Cómo tú por aquí? —respondió cuando consiguió reaccionar.

—Vine para acompañar a Kate. Ella me lo pidió —aclaró nerviosa sin quitarle ojo de encima.

Michael, volviéndose hacia Sam y mirándole con ojos de asesino, resopló.

—Pues qué divertido —y mirándola de nuevo a ella musitó—. Encantado por tu visita. Y ya sabes, si necesitas algo, olvídate que vivo aquí.

—¡Serás imbécil! —protestó ella.

—Sí. Lo soy —rio Michael ácido—. Además de ser el guaperas de la isla. ¿Algo más que soltar por tu dulce boquita?

—Oh, sí… No me tientes —bufó Terry.

Sam, al ver lo que se avecinaba, fue a decir algo, cuando un torbellino llamado Sasha entró en la habitación.

—Papi ya tengo las manos limpias. ¿Me das las galletas?

Sam, conociendo al terremoto de su hija, antes de que la niña preguntara o hiciera algo que pudiera molestar a Terry la cogió en brazos.

—Mira cariño, ella es Terry, la tía de Ollie y Cat. Ha venido a pasar unos días aquí con nosotros.

Terry, todavía furiosa por el recibimiento de Michael, intentó sonreír hasta que se fijó en los puntos que aquella niña tenía en la cabeza. En ese momento entraron Serena y el resto.

—Pero si ya está aquí mi chiquitina —gritó Serena.

—Hola, abuelita —dijo corriendo a sus brazos.

—¿Pero aquí qué les hacéis a los niños? —preguntó Terry con guasa.

Sam sonrió. Ver a Sasha y a Cat lesionadas daba qué pensar.

—Sí, hija —aclaró Serena—. Menuda racha que llevamos.

—Me hice pupa —dijo la niña mirando a Terry sin percatarse de la presencia de Kate—. Pero ya no me duele y cuando lo hace es poquito y chiquitito.

Terry intentó no reír ante la expresividad de la niña.

—Vaya, lo siento Sasha, debió ser un golpe fuerte.

—Uf… mucho susto —resopló la niña y, finalmente, Terry no pudo evitar esbozar una sonrisa.

Kate, armándose de valor, cogió aire.

—Hola, Sasha. ¿Me recuerdas?

La niña, al verla, abrió sus ojazos azules y gritó con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Papi… papi! ¡Está aquí tu amiga Kate, la señora guapa que me compró la Barbie!

—Ya lo sé, princesa —sonrió Sam apoyado en el quicio de la puerta junto a un mudo Michael—. Pero no hace falta que grites.

La niña, emocionada por toda aquella gente, miró a Kate y le dijo:

—Todavía tengo la Barbie aunque Tommy me la quita. Pero yo la cuido porque es una de mis preferidas.

—No te preocupes —sonrió esta—. Seguro que Tommy solo la quiere para jugar un ratito. —Y acercándose a la niña añadió—: Me alegro que te acuerdes de mí.

La pequeña alargó la mano y, tocándole el pelo con una sonrisa que la desarmó, añadió:

—Te has cortado el pelo.

—Sí.

—Me gusta mucho —y mirando a su padre que las observaba con atención dijo—: Papi, ¿verdad que Kate está muy guapa?

Michael sonrió y acercándose a él, le susurró al oído:

—Esta niña es digna nieta de Serena.

Sam le miró sin entender nada y, moviéndose con nerviosismo, consiguió balbucear por fin.

—Sí, está muy guapa.

Kate, entendiendo que aquello era incómodo para todos, preguntó:

—¿Dónde está Tommy?

—Aquí está —dijo Michael.

—Hola, Tommy —saludó Kate acercándose a él—. Vaya… que moto más bonita llevas, ¿me la dejas?

El niño, sonriendo, le dejó la moto y segundos después le tendió los bracitos para que ella le cogiera.

—¿Te quieres venir conmigo? —El niño asintió, y ella, sin pensárselo dos veces, le cogió en brazos ante la atenta mirada de Sam y de todos los demás.

Serena, con la pequeña Sasha en brazos, observaba la escena casi con lágrimas en los ojos. A veces, sus hijas, le hacían estremecerse al ver como reaccionaban ante las difíciles circunstancias de la vida.

Sam estaba tan nervioso que era incapaz de reaccionar. Ollie y Cat disfrutaban al ver a sus padres juntos en la misma habitación y Terry y Michael intentaban no mirarse para no ocasionar un cortocircuito.

—Esa moto se la compró el tío Michael. Es igual que la que él tiene —aportó la pequeña Sasha.

—¿Tienes moto? —preguntó Terry.

—Sí. Pero para ti como si no la tuviera.

Todos, sorprendidos, le miraron.

—¿Quieres que el tío te lleve en su moto? —preguntó Sasha, incapaz de permanecer callada.

—Ni lo sueñes —refunfuñó Michael tan alto que todos le escucharon.

—No pensaba montar, listillo —respondió Terry enfadada.

—¿Por qué no quieres llevarla tío? —preguntó la niña mirando a su tío.

Maldiciendo por haber pensado en voz alta, Michael se agachó e intentando suavizar la situación murmuró.

—Princesa, en mi moto no monta cualquiera…

Terry, fue a contestar, pero al final calló. Su hermana Kate le había pedido prudencia con la mirada. Pero la cría era demasiado curiosa.

—¿Estáis enfadados? —preguntó.

Sam cogió a su hija en brazos.

—Vale ya de preguntas, preciosa… —le susurró.

—Pero ¿por qué? —insistió.

Michael, deseoso de acabar con aquella situación tan incómoda, intervino.

—¿Quién quiere un helado de fresa?

Sasha, olvidándose de todo, gritó.

—¡Yoooooooooooooooo!

Cuando Michael desapareció con la pequeña, Serena miró a Terry y esta se encogió de hombros.

—¿Qué os parece si vamos al restaurante de Dick y cenamos allí? —propuso Sam deseoso de salir de la casa para que los nervios se relajaran.

Encantados con la idea se montaron en el monovolumen de Sam, mientras Ollie subía a la moto con su tío. Cuando llegaron al local, Sam se acercó con Kate a la barra y allí, esta, emocionada saludó a Dick y a Samantha. La última vez que se vieron fue en la boda de la alemana y el polinesio.

Concluida la cena Dick y Samantha se acercaron a la mesa y esta se mofó de Michael al recordarle a la doctora. Aquel detalle no pasó por alto a Terry, pero disimuló como pudo su malestar.

Serena les miraba a todos encantada. Junto a ella estaban las personas que más quería en el mundo y entre ellos incluía a esos dos pequeños que habían empezado a formar parte de su vida. Tras los postres, Kate disimuló un bostezo y Sam, solícito, sugirió regresar a casa. Kate y Terry debían estar cansadas del viaje. Al llegar, todos se despidieron encaminándose cada uno a sus respectivas casas.